El ajedrez vive su mejor momento, lo practican cientos de millones de personas sin perder su aura de prestigio intelectual, pero casi ningún campeón ha sido capaz de mover dinero de verdad. Bobby Fischer en los 70 y Magnus Carlsen en este siglo han sido casi los únicos. El noruego se ha aliado con un empresario y multimillonario alemán, Jan Henric Buettner, y entre los dos han lanzado un circuito inspirado en los grandes torneos de tenis y en la Fórmula 1. Eso sí, lo que allí se juega es una modalidad de ajedrez hasta ahora casi marginal, rebautizada como Freestyle Chess. «Fischer Random 960 suena como algo que compras en la farmacia para el resfriado», explica el magnate por teléfono desde Weissenhaus, sede de la primera parada de su Grand Slam 2025.
La Federación Internacional de Ajedrez ve en el Freestyle Chess una amenaza, en parte porque las relaciones con el número uno están más rotas que nunca, no sólo por los pantalones vaqueros. La FIDE intentó primero unirse al enemigo, pero luego dio marcha atrás e intentó forzar a los jugadores para que firmaran un extraño documento de fidelidad; quienes no aceptaran, corrían el riesgo de quedar excluidos del próximo ciclo por el Mundial oficial.
En el tablero del relato, el ganador del primer asalto ha sido Buettner: en declaraciones para EL MUNDO, este habla de “mafia” y “extorsión”. Él y Magnus han pedido la dimisión del presidente de la FIDE, el ruso Arkady Dvorkovich, y los grandes maestros de élite quieren crear una asociación profesional, con respaldo legal del Freestyle.
¿Qué es el Freestyle Chess?
El invento es revolucionario, porque las reglas del ajedrez apenas han variado desde finales del siglo XV, pero no es tan libre ni tan nuevo: ya era conocido como ajedrez 960 o Fischer Random (ajedrez aleatorio de Fischer) desde los 90. Fue bautizado así en honor del genio americano, que intentó lanzarlo un cuarto de siglo después de su mutis, sin demasiado éxito.
A diferencia del ajedrez de toda la vida, en el que las piezas empiezan siempre en el mismo lugar, en el Freestyle solo los peones ocupan su posición tradicional. El resto, las torres, los caballos, los alfiles y los dos monarcas, empiezan cada partida en un sitio distinto, por sorteo. El número de permutaciones posibles entre las piezas es de 960; de ahí lo de ajedrez 960, nombre con el que se han celebrado incluso un par de campeonatos del mundo, hasta que la FIDE renunció a mantener la cita por falta de patrocinadores.
En el ajedrez magistral, muchas partidas se juegan de memoria hasta más allá de la jugada 20. Para Magnus Carlsen y otros profesionales, la ventaja del Freestyle es que no hay que estudiar tanto, sencillamente porque es imposible preparar las primeras jugadas de casi un millar de posiciones. Esto alivia el esfuerzo y fomenta la creatividad desde la primera jugada. En la práctica, también disminuye el número de tablas. Los críticos arguyen que se pierde la armonía del ajedrez clásico y surgen muchas posiciones antinaturales.
Esto, sostienen, no es ajedrez de verdad, un punto que, como veremos, puede ser crucial en otra batalla, la comercial. En realidad, a Jan Henric Buettner el tipo de ajedrez de sus torneos le importa poco. Se decantó por esta modalidad para agradar al ex campeón: «Le dije a Magnus que iba a organizar un torneo alrededor de él y sus ideas, y él quería jugar Fischer Random al más alto nivel, con tiempo normal para pensar». El noruego dijo esto porque, como variante menor, los torneos de ajedrez 960 solían limitarse a las partidas rápidas.
Sea un pariente lejano o un primo cercano del ajedrez, la guerra comercial que ha desatado no es ninguna tontería. La FIDE, que no organiza un Mundial de la especialidad desde 2022 (el vigente campeón es Hikaru Nakamura) ha visto cómo un empresario privado ocupaba ese vacío ayudado por su dinero. En el recién estrenado Grand Slam de Freestyle Chess, el ganador, Vincent Keymer, se ha llevado 200.000 dólares de premio. Nakamura, como campeón del mundo, recibió la mitad.
Armonizar calendarios y títulos
Uno de los planes de Buettner era incluso otorgar el título de campeón del mundo de Freestyle. Justo ahí reside una de las mayores disputas. En sus primeras negociaciones para armonizar calendarios y títulos, la FIDE renunció a perseguir a los ajedrecistas en 2025 y el Freestyle a proclamar a un campeón mundial, pero se trata de una paz frágil y con fecha de caducidad. De momento, el nuevo Grand Slam ha atraído a las mayores estrellas sin recurrir a los petrodólares, como otros deportes, aunque en Arabia Saudí también andan a la que salta, como veremos pronto en la Copa del Mundo de los eSports, en Riad.
Por otro lado, Buettner y sus socios se ríen de las amenazas legales de la FIDE por el uso de la expresión “campeón del mundo”. La pretensión de poseer sus derechos recuerda un poco a la querella con la que Jack Warner amenazó a los hermanos Marx cuando estos estrenaron Una noche en Casablanca, a rebufo de la mítica película protagonizada por Ingrid Bergman y Humphrey Bogart. Groucho escribió una hilarante carta con la que zanjó el asunto de la utilización del nombre de Casablanca. Les recordó que los hermanos Marx también podrían denunciar a Warner Bros. por el uso de la palabra hermanos. Los cómicos eran más antiguos que los Warner, aunque no tanto como los Karamazov.
Los promotores del Freestyle también aseguran que lo suyo es otro juego, sobre el que la FIDE no tiene ninguna potestad. «Podemos tener una convivencia amistosa, similar a la que tienen el voleibol clásico y al voley playa», asegura Buettner.
Quién es Jan Henric Buettner
El empresario alemán, nacido en Hamburgo hace 59 años, hizo fortuna con las telecomunicaciones, en empresas como Vodafone, AOL y Bertelsmann. Después de una indemnización de 160 millones, transformó un viejo inmueble junto al mar báltico en una villa de lujo, en Weissenhaus. Su destino turístico exclusivo ha acabado siendo la sede de los dos torneos de Freestyle celebrados hasta ahora. Los ajedrecistas son tratados allí como marajás, tienen un camerino privado, al estilo de la Fórmula 1, y llevan llamativas chaquetas. Es un lujo que puede resultar estrafalario, pero que deja huella en la memoria.
El empresario alemán asegura que, al menos durante el torneo, se levanta todos los días a las 4.35 de la mañana. Su sueño es conseguir a los mejores entre los mejores, aunque eso suene elitista: «Esto es como la Fórmula 1. Nuestro enfoque es contar con jugadores de élite, para luego atraer automáticamente a otros grupos. Primero despertamos el interés de muchas personas y luego el mercado entra en un movimiento que arrastra a todos».
De la FIDE ya no quiere saber nada. «Le dimos a la FIDE la gran oportunidad de participar en nuestro circuito, algo con lo que no tenían nada que ver. Podrían haberse unido a nosotros y ser parte de ello y ganar dinero y estar orgullosos. Han elegido el otro camino. Entonces, nosotros nos dedicamos a lo nuestro y ellos a lo suyo. Ese es el final de la historia».