Real Madrid 88 Olimpia Milan 71
Con 19 puntos, lidera a un Madrid de menos a más, que escapó de la pizarra de Messina para sumar su undécima victoria seguida. Campazzo, de nuevo decisivo.
“Los tiros de Llull de toda la vida”. Así explicaba Chus Mateo la undécima victoria seguida, una de las más ásperas a pesar de lo que dictó el marcador final contra el Armani Milan. De menos a más, de la espesura a la electricidad, de los errores a la velocidad, el Real Madrid sigue ampliando su estruendoso amanecer de temporada. Esta vez fue el balear el tipo más lúcido en la pista, desequilibrante con sus lanzamientos fuera de guion, genialidades que no tendrán fin. [88-71: Narración y estadísticas]
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Como ese triple sobre la bocina del descanso tantas veces visto y nunca parado. Ni siquiera el viejo Ettore Messina, desesperado por el que una vez fue su pupilo. Los triples de Llull son como dagas al corazón del rival, desarman ejércitos. Lo mismo que ya en el último acto, cuando al Milan de un Mirotic que fue apagándose poco a poco en el WiZink -la última vez que lo visitó, de azulgrana en junio, ganó la ACB y se llevó el MVP-, intentaba engancharse a la batalla. Otra vez Llull, el de toda la vida.
Los dos tipos que acaparaban la atención en la previa, los dos que un día coincidieron en el Real Madrid y no salieron del club como hubieran querido, los dos que retorcían el morbo, Messina y Niko Mirotic, ahora reencontrados en Milán, habían marcado también los minutos iniciales. El primero, con la pizarra. El segundo, con el talento.
Porque a este Madrid que ha comenzado la temporada como un Fórmula 1 cuando se pone en verde el semáforo había que bajarle la mano, torpedear su ritmo. Consciente era Messina, que acumula centímetros en sus quintetos, que prefiere un baloncesto de menos posesiones. Con un listón alto de agresividad, consiguió forzar las pérdidas locales y enfangarle sus carreras apretando en el rebote ofensivo. Los de Chus Mateo torcían el gesto, incómodos como si la lluvia de fuera les estuviera calando, con sus dos torres pronto cargadas de faltas y nueve abajo al comienzo del segundo acto (30-39).
Ndiaye
De esa tela de araña escapó el Madrid como tantas otras veces, con más ardor guerrero que baloncesto. Y en eso de agitar el frenesí, nadie como Llull, que se siente eufórico cuando las guardias se bajan y las pulsaciones se elevan. Sin Tavares ni Poirier en cancha, Eli Ndiaye resultó clave cual Spiderman, tocando balones y estando en todos sitios. Poco a poco fue deshaciendo el camino el Madrid, a pesar de Mirotic y Shavon Shields. Con un triple -su tercero entonces- sobre la bocina de Llull después de haber cabalgado por toda la pista (por enésima vez en su carrera), lograron los blancos rebobinar en el mismísimo descanso (42-42, parcial 12-3 final).
A la vuelta el Milan volvió a intentar inyectar valium a la noche del WiZink. Pero Tavares, a pesar de cometer pronto la tercera, era como un jab de Ali en el mentón del Olimpia. Iba haciendo mella bien encontrado por Musa y Campazzo, pero en un balón dividido hizo la cuarta. A esas alturas todavía no había atrapado ni un sólo rebote y así se iba a ir a casa. Con Campazzo apretando el acelerador, llegó la máxima (66-55, min. 27), cada vez más cómodo el Madrid y más noqueado el Armani.
Messina lo había intentado y, como tantos últimamente, había fracasado. A su equipo ya no le restaban fuerzas ni ideas. Y, para más inri, los ‘juveniles’ del Madrid quería un fin de fiesta divertido. Llull, prolongando su rock and roll de la primera parte, regresó con ocho puntos de carrerilla. Y el Chacho, pura magia, se alió con Poirier y con Hezonja para descoser a los transalpinos con un alley oop tras otro. Restaban más de cinco minutos y todo estaba finiquitado, la undécima victoria consecutiva blanca en poco más de un mes, líder en casa y en Europa.