Hacía mucho que un fichaje no impactaba de semejante forma en el Real Madrid. En apenas dos meses de competición, sin experiencia previa en baloncesto FIBA más allá de los partidos con su selección, Trey Lyles (Saskatoon, Canadá, 1995) es quizá la pieza más segura del equipo de Scariolo, su máximo anotador (15,2 puntos de promedio en Euroliga), el asombro de los que le rodean. Hasta tal punto, que el propio técnico tuvo que despejar esta semana los rumores sobre su inmediata vuelta a la NBA: “Cero, ninguna opción”.
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Por las entrañas del Palacio se le ve caminar despacio, con idéntica calma con la que se mueve en la pista. No porta lujos, ni peinados llamativos. Luce barba de varios días, pelo enmarañado y cara de recién levantado. Pese a medir casi 210 centímetros, ni siquiera llama demasiado la atención por su físico ni por su musculatura. Y, sin embargo, ese canadiense -mantiene su nacionalidad de nacimiento y, pese al interés temprano de EEUU, es internacional por el país de su madre-, disputó 10 temporadas en la NBA, 662 partidos contando los de playoffs, ganó más de 40 millones de dólares y promedió casi un 35% en triples. “Mentalmente tiene una capacidad asombrosa para entender las cosas”, destaca Scariolo.
Para entender el fenómeno Lyles hay que acudir a su infancia, a su historia personal. Cuando crecía en Camby, en los alrededores de Indianápolis, y finalmente se decantó por el baloncesto (también practicaba hockey y béisbol), adquirió una espartana rutina junto a su padre que moldearía su porvenir. Cada día, a las cinco de la mañana, Trey y Thomas -que también fue jugador profesional: en sus años en los Saskatoon Storm, en Canadá (una efímera liga llamada World Basketball League), conoció a Jessie, su esposa-, se levantaban y acudían al Armstrong Pavilion, donde el chico, alto ya pero bastante delgado, hacía bandejas con un chaleco a modo de lastre o saltaba a una gruesa comba de tres kilos. “Al principio yo lo despertaba. Pero después, se volvió tan habitual que había días en que pensaba: ‘Hoy voy a dormir hasta tarde. No vamos a ir’. Y él se colaba en mi habitación y me susurraba: ‘Papá. Papá. ¿Vamos al gimnasio?’. Yo pensaba: ‘Dios mío, estoy cansadísimo’. Pero nunca le dije que no”, confesaba el progenitor hace años en una entrevista.
Trey Lyles anota ante Tubelis, del Zalgiris.EFE
Trey, el menor de cinco hermanos, pronto estuvo predestinado. Su físico y sus genes le encaminaron a las canastas, su disciplina ayudó a su desarrollo – “lo deseaba cada vez más y se convirtió en un estilo de vida para él. Y hacía muchas preguntas. Quería entender el juego, sus reglas, además de simplemente jugarlo”-y su inteligencia le abrió el resto de puertas. Su nota media en High School siempre rozó el cuatro, el máximo; su hermana Jasenka fue el espejo.
Así que no tardaron en rifárselo. Y ahí vino uno de sus momentos críticos. En su último año de preparatoria en Arsenal Tech, promedió 23,7 puntos, 12,9 rebotes y 3,5 asistencias. También anotó el tiro libre decisivo en la final del Campeonato Estatal. Para entonces se había comprometido con la Universidad de Indiana, una decisión de la que se iba a retractar cuando la prestigiosa Kentucky de Calipari llamó a su puerta. Allí había estudiado su padre, que ahora es cantante -T. Lyles se hace llamar- y que compuso un rap contra las críticas que su hijo recibió en un estado con semejante tradición.
Con los Wildcats, Lyles tuvo que superar otro obstáculo, el de compartir quinteto con con pívots de la calidad de Karl Anthony Towns y Willie Cauley-Stein. Pese a su tamaño, Trey se adaptó al puesto de alero y Kentucky sólo perdió en la Final Four de la NCAA contra Wisconsin. Sus números (8,7 puntos, 5,4 rebotes) hubieran sido mejores en cualquier otro lugar, pero le valieron para ser elegido en el número 12 del draft de 2015 por los Jazz (su compañero Towns ocupó el uno y Hezonja, por ejemplo, el cinco). En Utah disputó sus dos primeras temporadas NBA, otras dos en Denver, dos más en Spurs y media en Pistons. Su última aventura fue en Sacramento, hasta que este verano decidió cambiar de aires y probar en Europa.
Firmó por un año con el Madrid, que ya piensa en la renovación. Porque, numéricamente, es ya su líder. Regularidad y destellos de súperclase, como la noche del Palau. En su primer clásico, fue una pesadilla para el Barça: 29 puntos. A Scariolo le asombra más su capacidad mental que su talento. Cómo ha entendido la complejidad de su libro táctico en un entorno nuevo, el baloncesto FIBA y sus peculiaridades. “Por el número de repeticiones de acciones defensivas y ofensivas, del plan de partido y de jugadas que en estas pocas semanas ha tenido que estudiar y practicar, está muy, muy arriba”. Y si con alguien ha conectado a la primera ha sido con Campazzo, quien sólo en Euroliga ya le ha repartido casi 20 pases de canasta.





