Venus Williams es un mito del tenis. 43 años, 24 participaciones en Wimbledon y 90 victorias en el torneo bien merecían la ‘wild card’ que la organización entregó a la estadounidense. Pero la leyenda no ha podido lograr su sexto título en la hierba británica ya que la ucraniana Elina Svitolina, que fue madre a finales del año pasado, ha terminado con su sueño tras batirla por 6-4 y 6-3.
La estadounidense dio la cara, sobre todo tras llevarse un buen susto en el tercer juego, cuando resbaló cerca de la red y se le torció la rodilla izquierda, en la que ya de por sí llevaba un aparatoso vendaje que ha lucido durante toda la semana previa al torneo. El grito de Venus en la cancha tras el percance fue desgarrador.
Svitolina también recibió una invitación de la organización, debido a la bajada de su ranking por la maternidad, y no la desaprovechó, derrotando a una cinco veces campeona de Wimbledon.
Venus, ovacionada ante, durante y después del partido, dijo adiós en hora y media de encuentro, pero apretando hasta el último momento, pasando del 5-1 al 6-3 definitivo.
La menor de las Williams se va con 109 partidos jugados en Wimbledon (90 victorias), cinco títulos y como una de las campeonas más importantes de la historia del torneo.
Svitolina, que tuvo un hijo con el también tenista Gael Monfils, se enfrentará en segunda ronda a la belga Elise Mertens.
Euforia, gritos, maldiciones, risa nerviosa, llantos, congoja. La última jornada del Masters podría resumirse con una sucesión de sentimientos, un recorrido de onomatopeyas que fueron del "ohhh" al "ahhh", pasando por el aplauso a la decepción o de la tristeza a la euforia. Un cóctel de emociones que haría más justicia a la hora de describir lo sucedido durante algo más de cuatro horas del domingo en Augusta. Ni los periodistas más veteranos de la sala de prensa recuerdan un desenlace así: "Quizás el de 1986", apuraban de memoria en un corrillo, o más cercano en el tiempo, el de 2011, de aciago recuerdo para Rory McIlroy, héroe de esta edición, pese a haber coqueteado con la tragedia durante varios momentos de la jornada. Ya deberían estar haciendo la edición especial del gnomo para el Masters 2026 con la cara de Rory.
El Augusta National, el campo más correcto del planeta, se desquició por completo en lo que ya debería ser un domingo que ocupe un lugar en la cúspide de la historia del golf, a la altura del duelo al sol, el milagro de Medinah o las gestas más heroicas de Tiger Woods.
Muy pronto empezaron las emociones. Ya en el hoyo 1, Rory, que salía con dos golpes de ventaja a los últimos 18 hoyos, falló su salida al bunker y encadenó una serie de errores que lo llevaron al doble bogey. Bryson DeChambeau, solvente, sacó adelante un par que igualaba el torneo. Lo habíamos venido como algo más que un duelo, Europa contra Estados Unidos, LIV Golf frente al PGA Tour, las dos principales personalidades del golf se medían en el último partido del Masters. Rory cargaba con una mochila repleta de fantasmas del pasado. "Voy a dejar el teléfono a un lado y quizás vea el segundo capítulo de la tercera temporada de los Bridgerton, me quedé dormido anoche", apuntillaba el aspirante al Grand Slam.
recuperación imposible
El birdie en el hoyo 2 de Bryson le puso por primera vez por delante en el torneo, aunque reaccionó rápido el norirlandés para restar un golpe en el 3, mientras el norteamericano cometía el primer error del día. McIlroy recuperaba la iniciativa en el marcador. Volvía a afianzar el irlandés su liderato con un doble hoyo (birdie-bogey) en el 4, tres de ventaja para Rory. El primer hoyo donde ambos salvaron el par fue el 5. En el 7, el irlandés falló a los árboles de la izquierda e inventó una recuperación imposible por arriba, aunque no culminó con birdie.
Sin embargo, sí remató en los hoyos 9 y 10 con dos birdies más, especialmente importante fue de este hoyo 10, donde en 2011, siendo líder, cometió un triple bogey que fraguó una de las debacles más crueles de la carrera del norirlandés. No sería la última. Aunque hace 14 años, Rory terminaría perdiendo el Masters con una ronda final de 80 golpes.
Para entonces, DeChambeau ya se había condenado con un doble bogey en el hoyo 11 a ser una pieza decorativa en el desenlace, y el inglés Justin Rose se había reivindicado con seis birdies en los últimos ocho hoyos. El inglés, que ya perdió el playoff del torneo con Sergio García en 2017, había recuperado siete golpes de desventaja. A estas alturas, el torneo parecía cosa de dos jugadores, más bien de McIlroy y sus fantasmas. Lo intentó Patrick Reed, que terminó con -9 después de embocar un eagle desde la calle en el hoyo 17.
El festejo de McIlroy tras imponerse a Rose en el 'playoff'.AP
Scottie Scheffler, número uno, terminó la semana cuarto con -8, y una ronda de 69 golpes, que confirma la mejoría lenta del defensor de la chaqueta verde. El sueco Ludvig Åberg, segundo el año pasado en su primera participación, iba camino de algo más, pero terminó con bogey en el 17 y triple bogey en el 18, para confirmarse con una séptima plaza en -6.
Rose encendía el hoyo 18 con un birdie final desde casi siete metros para firmar con 66 golpes la mejor ronda dominical y presionar a su compañero de Ryder Cup con un -11.
El drama ya se estaba cebando entonces con McIlroy, que inexplicablemente tiró su bola al agua de tercer golpe en el hoyo 13 con un sandwedge. Había pasado de 14 bajo par y un cómodo colchón de cuatro golpes de ventaja a perder tres golpes en tres hoyos y afrontar el Amen Corner en -11. Un nuevo bogey en el 14 le dejaba contra las cuerdas en -10. El murmullo del campo parecía ir fabricando un nuevo relato de la enésima debacle de Rory en los majors, la última tan reciente como el US Open del año pasado en Pinehurst, donde Rory se dejó dos putts de un metro para perder el torneo.
Gesto de incredulidad
Pero el norirlandés se tenía guardado un soberano hierro en el 15 para una oportunidad de eagle de poco más de metros que no pudo convertir. Hizo birdie en el 15 con dos putts y falló otro clamoroso en el 16. Otra vez las manos en la cabeza de incredulidad por otra oportunidad perdida, pero una nueva reacción en el 17, dejando la bola dada de dos con otro explosivo golpe desde la calle. El birdie le daba un golpe de ventaja sobre Rose con el 18 a jugar. La salida fue perfecta en el golpe más complicado del hoyo final, pero de nuevo el drama. Rory tiró su bola al bunker con el wedge en las manos, y otro putt de dos metros para par que se iba al limbo de los fracasos. La sala de prensa, el campo, todos enmudecieron, con un silencio condescendiente que hacía temerse un nuevo y cruel final. Rose le esperaba para un desempate.
Pero tocó la versión del Rory bueno en la continuación y mejoró un buen golpe de Rose. El putt no llegaría a los dos metros, y sí, esta vez terminaría dentro. Un final feliz para un cuento donde las hadas y los monstruos se daban de garrotazos. Rory, caía de rodillas en el green del 18, lloraba como un niño. La victoria más especial y la que lo lleva a la categoría de leyenda. Ya tiene su colección de los cuatro grandes y entra en el olimpo restringido donde solo Gene Sarazen, Ben Hogan, Jack Nicklaus, Gary Player y Tiger Woods han entrado. El último fue el Tigre en el año 2000.
Por su parte, Jon Rahm logró maquillar el torneo con un buen fin de semana que lo deja en el puesto decimocuarto. Cerró el español con 69 golpes a las puertas del top-10. "Me daría un seis y medio", se puntuaba el de Barrika, que ya espera ansioso al PGA Championship en pocas semanas.
El Oviedo golpeó primero en la serie final del playoff de ascenso a Primera. El conjunto asturiano apretó a un Espanyol muchas veces desbordado por el ímpetu de su rival, por mucho que los visitantes tuvieran también sus opciones para anotar, y acabó llevándose una victoria por la mínima por 1-0 con gol de Alemao que le da algo de ventaja con vistas a la vuelta que se disputará el domingo que viene en terreno blanquiazul.
El equipo de Manolo González está obligado a ganar, aunque sea por la mínima, para firmar otro ascenso relámpago y evitar que el conjunto carbayón culmine, 23 años después, su tan deseado regreso a la élite.
Los primeros 45 minutos fueron a la práctica un choque de tú a tú entre dos rivales muy conscientes de todo lo que hay en juego, con algo más de protagonismo, tal vez, por parte del Oviedo. Pero, también, teniendo siempre muy en cuenta unos y otros que no debían caer en errores no forzados que pudieran complicarles muchísimo la vida.
La más clara para los locales sería un duro disparo de Seoane, casi cuando ambos conjuntos se disponían ya a tomar el camino de los vestuarios, que se marchó fuera rozando el exterior del palo derecho de la portería de Joan García. Los blanquiazules, por su parte, tuvieron la primera, muy clara, en un remate de Jofre nada más arrancar el duelo que no llegó a encontrar portería. Los carbayones, además, protestaron como penalti una acción entre Alemao y el meta blanquiazul que ni el colegiado ni el VAR consideraron como punible.
Tras una primera mitad sin goles, el Espanyol saltó al césped con una voluntad aparentemente más vertical frente a un Oviedo que, tras la sorpresa inicial por la reacción de los blanquiazules, redobló también su acoso a la meta visitante. Avisó Óscar Gil con un centro envenenado que Leo Román envió a córner y contestó Masca con un duro disparo al que Joan Garcia respondió con una gran parada.
El meta blanquiazul, a la postre, sería protagonista de la acción que les permitiría a los locales abrir el marcador. Tras tratar de blocar una falta lanzada por Seoane y sacarse de encima el balón cuando se metía él mismo en su portería, vio como Alemao acababa enviando el balón al fondo de la red a 18 minutos para el final del tiempo reglamentario.
Y aún podría haber puesto más distancia el equipo asturiano, con un gol de Masca en el minuto 80 finalmente invalidado a instancias del VAR por fuera de juego. El Stage Front Stadium, el domingo que viene, dictará la sentencia definitiva.