Tour de Francia
Puy de Dôme
El líder, criticado por Schleck, mantiene la calma pese a otra ‘derrota’ ante Pogacar y piensa en los Alpes: “Estoy deseando”.
Andy Schleck le llama «arrogante» en L’Equipe y Jonas Vingegaard abre mucho los ojos y alucina. Tampoco tuerce demasiado el gesto cuando, por segunda vez consecutiva, Tadej Pogacar le suelta de rueda, esta vez en el tramo final y extremo del Puy de Dôme. Es como si el danés lo tuviera todo bajo control, la calma que todavía le aporta el amarillo tras una semana frenética de Tour.
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“Si quiere hablar, hablamos. Pero nunca de ciclismo”
Es cierto que Pogi le amenaza, ya a 17 segundos en la general, un suspiro. También le golea en carisma y en sonrisas. Pero a Vingegaard lo que de verdad le importa es que su familia, su mujer Trine Marie Hansen y su hija, ya están cerca. El domingo le recibieron en los casi 1.500 metros del cielo del volcán y «se me olvidó todo». Y que el Jumbo Visma no tiene fisuras ni dudas, siempre un plan aunque no salga bien, otra vez tomando la responsabilidad desde el comienzo del puerto, otra vez Sepp Kuss haciendo la selección.
«Las etapas que mejor me van están todavía por delante, tengo esa suerte, estoy deseando de que lleguen los Alpes», pronuncia Vingegaard, tan seguro de sí mismo pese a los últimos acontecimientos, que asusta. Y quizá por eso Schleck, que no le conoce demasiado, le llama «arrogante»: «Es súper tímido, no habla mucho, nunca revela nada». Y Jonas, que primero concede que «no le importa» lo que diga aquel espigado luxemburgués que ganó el Tour de 2010, le responde: «Es lo último que me esperaba. Soy una persona tranquila, no diría tímido. Pero está claro que no soy el que más grita».
«Segundos psicológicos»
En todo el Tour pasado, ya de líder, Vingegaard perdió la rueda del Pogacar atacante tras el mazazo del Granon. Ya son dos veces consecutivas, aunque en el Puy de Dôme los daños fueron mínimos. El esloveno completó los últimos cinco kilómetros, los más exigentes, a 18,2 por hora, dándolo todo (por 17,8 de su rival). «Ha sido un día positivo. Antes de la ascensión final no ha sido muy duro y me he dicho que tenía que intentar algo. Quería recuperar algo de tiempo, tengo que meterle la máxima presión», admitió. «Son segundos sobre todo psicológicos», se alegra su director Matxin.
Vingegaard, que no se atrevió a probar cuando su compañero Kuss se retiró, tampoco resistió el embate de su rival, aunque nunca le perdió de vista. Daños mínimos, “ocho segundos no es importante”, batalla por delante.