Los restos de una fuga de 46 hombres formada en el kilómetro 50 condujo a su primera victoria profesional, y a la tercera del equipo Kern Pharma en esta Vuelta, a Urko Berrade, navarro de 26 años. Que el Kern Pharma, un equipo de categoría continental, invitado a la Vuelta, haya alcanzado semejante éxito remite a lo grandioso y lo inolvidable. Tal vez a lo irrepetible.
Una etapa llamada a la intrascendencia en la zona alta estuvo a punto de provocar un terremoto cuando, en la Herrera, un puerto de 1ª, a 46 kms. de la meta, atacó Richard Carapaz. Aguantaron los mejores menos O’Connor y Landa. El líder enlazó en el descenso. Landa, precisamente en su tierra alavesa, se vino abajo.
En el camino del Calvario hasta la llegada, en un grupo de gente resignada, siguió perdiendo tiempo. No le ayudaron algunas decisiones técnicas del equipo. En especial cuando, en una determinación absurda e inútil por tardía, se mandó parar a un perplejo y maldiciente Cattaneo, que viajaba en la fuga ocho minutos por delante. El Soudal perdía así la posibilidad de ganar y no podía contribuir en nada a remediar el desastre de Mikel, que llegó a 3:20 del grupo de O’Connor, Roglic, Mas, Carapaz y compañía. Perdió el quinto puesto y se despeñó al décimo. Su lucha ahora no es por el podio, sino por mantenerse en el Top-10. El landismo se desinfló. Quizás de una vez por todas y para siempre.
O’Connor inspira una simpatía irresistible. Acepta con resignación la inevitable pérdida del rojo, sin negarse por ello a defenderlo hasta la última gota de sudor. Pero intuimos que, en el fondo de su indómito corazón, late una llamita de esperanza.
Viernes riojano, de Logroño al Alto de Moncalvillo, de 1ª categoría. Pasarán cosas.
El Ruedo IbéricoOpinión
CARLOS TORO
Actualizado Lunes,
25
diciembre
2023
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12:13Michel en uno de los últimos duelos del Girona.CRISTINA QUICLERAFPLa sucesión...
Hubiéramos deseado una última, real y simbólica, victoria de Nadal en su apoteósica y merecida despedida sentimental. Pero ya era imposible, incluso frente a jugadores sepultados en las profundidades del ránking. Su adiós, postergado en exceso entre la tristeza, la comprensión y la gratitud de un país entero, suscita de nuevo una reflexión acerca de los deportistas que no se retiran «a tiempo».
El deportista muere dos veces. Y la primera ocurre cuando se retira (o le retiran). Se trata de una muerte biológicamente provisional, pero profesionalmente definitiva. Y el afectado no la acepta porque abre un abismo bajo sus pies. Así que, con frecuencia, y aunque, como en el caso de Nadal, haya proyectado un futuro confortable, experimenta una especie de horror vacui. No es raro. Después de todo, el deporte es la única actividad en la que la jubilación se produce en la juventud. El deportista tiene todavía por delante, en un territorio desconocido, amenazante por ignoto o incierto, incluso por extenso, la mayor parte de su existencia física. Le entra miedo, vértigo, inseguridad y trata de demorar el momento del adiós.
Autoengañándose acerca de sus, todavía, capacidades, o estirándolas con más o menos dignidad, permanece en activo, con frecuencia en un ámbito individual o, sobre todo, colectivo distinto e inferior del de sus mejores días. No lo hace por dinero, o sólo por eso, sino por mantener una ficción de permanencia.
Un tiempo innecesario
El caso de los futbolistas es paradigmático: Pelé, Cruyff, Beckenbauer, Maradona, Michel, Hugo Sánchez, Guardiola, Iniesta y un interminable etcétera alargaron impropia e innecesariamente sus carreras. Hoy siguen en activo Cristiano, Messi, Luis Suárez, Busquets, Alba y otro largo etcétera. Pero el fútbol sabe que este tiempo les sobra. No son Zidane, Kroos o como Rijkaard, que, en la celebración en el vestuario, después de ganar con el Ajax la Champions de 1995, anunció que ese había sido su último partido. O, cambiando de deporte, como Alberto Contador, que dio sus últimas y crepusculares pedaladas ganando en el Angliru.
No se retiraron a tiempo, entre nosotros, Alfredo Di Stéfano, Severiano Ballesteros e incluso un Alejandro Valverde en su longevidad digna... Ni, volviendo al tenis y al exterior, el mismo Federer. Y quizás Djokovic debe pensar en parar, ahora que está «a tiempo» de mantener su mejor recuerdo. Tampoco Serena Williams se fue cuando debía. Ni Usain Bolt. Existen «retirados en activo», valga la paradoja. Oficialmente aún en la brecha, pero en la práctica fuera de foco, Sergio Ramos o Mireia Belmonte siguen erróneamente la senda de Nadal.
Bolt, en los Juegos de Río 2016.AP
Si un bel morir tutta una vita onora, un mal morir, metafóricamente hablando, no estropea un pasado merecedor de elogio y agradecimiento. Tampoco hace añicos una imagen que se reconoce irrompible. Pero sin borrarla en absoluto, la empañe un tanto por ser la última. Saber retirarse oportunamente, es, no sólo en el deporte, una virtud casi teologal, incompatible a menudo con la ciega y sorda naturaleza humana.
En el lado opuesto de quienes se resisten en vano a los odiosos imperativos de Cronos figuran quienes se retiran «a tiempo» por el procedimiento de hacerlo «antes de tiempo». A «destiempo», en suma. Son sobre todo nadadores, debido a la precocidad de su deporte con relación a otros. La australiana Shane Gould (Gold), que este 23 de noviembre cumplirá 68 años, tuvo en 1972 todos los récords en todas las distancias del estilo libre. Insólito. Apabullante. En los Juegos de Múnich se llevó tres oros, una plata y un bronce. Y le «faltó tiempo» para retirarse. Tenía 16 años. En los mismos Juegos, Mark Spitz conquistó siete oros estableciendo siete récords del mundo. Y se despidió de las piscinas a los 22 años. Le quitó «tiempo al tiempo».