El gran salto de España en la Olimpiada de ajedrez: dos platas y un bronce

El gran salto de España en la Olimpiada de ajedrez: dos platas y un bronce

Este domingo terminó la Olimpiada de Ajedrez, una competición por países con casi 200 participantes, aunque nueve de ellos no movieron ni un peón. Por un motivo u otro, les resultó imposible llegar a Budapest, como al primer conjunto de refugiados acogido por la Federación Internacional (FIDE), que tiene más voluntad que recursos. La victoria final, incontestable, fue para India. España brilló como nunca, sobre todo el equipo femenino. El ajedrez solo ha formado parte de los Juegos Olímpicos en contadas ocasiones y a modo de exhibición -como el skateboard en París-, pero tiene su propia Olimpiada. A lo largo de 11 jornadas, se jugaron casi 4.000 partidas entre ajedrecistas de todos los niveles: del número uno, Magnus Carlsen, a los niños que se cuelan en las alineaciones. Faustino Oro, El Messi del ajedrez, debutó con 10 años, como capitán del equipo argentino. Él no jugó, pero otros más pequeños sí lo hicieron

LA ERA INDIA. India, cuna del juego, demostró su superioridad en las dos competiciones, femenina y absoluta. Ellas lograron el primer puesto y se llevaron dos oros individuales. Los chicos ganaron 10 encuentros y empataron uno, contra Uzbekistán, que presentó otro equipo jovencísimo y acabó en tercera posición. En las 44 partidas disputadas, India solo perdió una. Es el legado de Vishy Anand, ex campeón del mundo (2007-2013) y todavía un top 10, con 52 años.

LA MEJOR ESPAÑA. Como nunca. España cosechó tres medallas a título personal y, por equipos, la clasificación combinada indicó un quinto puesto, solo por detrás de India, EEUU, Armenia y China. En la selección femenina se notó la incorporación de Sara Khadem, una de las mejores del mundo, que eligió España tras abandonar Irán por los problemas que le ocasionó jugar el Mundial de Kazajistán sin velo, en 2022. Khadem empezó tímida, pero completó una actuación magnífica en el primer tablero, que le permitió ganar la plata. No menos brillante fue el torneo de Sabrina Vega.

La canaria también es un ejemplo fuera del tablero. En 2018 ganó el Premio Nacional del Deporte y en 2021 el Reina Sofía tras renunciar a jugar un Mundial en Arabia Saudí, en protesta por el trato que reciben las mujeres. Después de ganar su última partida, Sabrina no pudo contener las lágrimas, extenuada y con una emoción contagiosa. Vega (plata) fue el motor del equipo, la única pieza que el capitán, Iván Salgado, no quitó nunca del engranaje.

En las 11 partidas disputadas, sumó 9,5 puntos, los mismos que la ganadora del oro, la india Divya Deshmukh. Completaron el equipo Marta García, Ana Matnadze y Mónica Calzetta. Esta última, campeona del mundo de veteranos, volvió a la selección después de alguna ausencia polémica. La selección masculina terminó en el décimo puesto. El jugador que más brilló fue Alan Pichot, quien cambió de bandera hace unos meses por desavenencias con la Federación Argentina. Logró la medalla de bronce y sumó victorias vitales. David Martínez, capitán del equipo, creó el ambiente necesario con la colaboración y los puntos de Alexei Shirov, David Antón, Paco Vallejo y Jaime Santos.

CARLSEN, SIN EQUIPO. La importancia de tener un buen equipo puede comprobarse con ejemplos como el del noruego. El número uno, Magnus Carlsen, volvió a quedarse lejos de lograr el único trofeo que le falta, el oro olímpico por equipos. Noruega es sexta del mundo y debió terminar por delante de España, pero acabó con un punto menos, en el puesto 14.

Magnus dormía en otro hotel, separado de su equipo, e incluso llegó un par de veces tarde a sus partidas, que estuvo a punto de perder sin jugar. Al final solo disputó ocho. Su resultado no fue malo, pero perdió contra el esloveno Vladimir Fedoseev y tampoco superó sus expectativas. Carlsen triunfó al menos en el campo de la diplomacia, un terreno de juego que no es su fuerte. Cuando recogió el premio como mejor jugador del siglo -la mejor jugadora, indiscutible, fue Judit Polgar-, aprovechó su discurso para mostrar su oposición al levantamiento de las sanciones a Rusia. Otro ejemplo de equipo disfuncional fue el de EEUU, el más fuerte sobre el papel, pero es una suma de individualidades sin un objetivo común. Sería más poderoso con Hikaru Nakamura, número dos del mundo, que no quiso jugar. A las puertas se quedó el discutido Hans Niemann.

TORNEO DESCAFEINADO. Una de las imágenes tristes de la Olimpiada fue la actuación de Ding Liren, campeón del mundo. Con problemas de salud mental que no termina de superar, fue incapaz de ganar una partida. En el encuentro decisivo contra India, no jugó. Todo es posible en el ajedrez, pero sólo quedan dos meses para que Ding y Dommaraju Gukesh se jueguen el título mundial en Singapur. Nadie quiere apostar por el gran maestro chino y los expertos no imaginan que pueda presentar batalla.

LOS AMIGOS DE GUKESH. Gukesh, o Gukesh D, como le gusta aparecer, ya era favorito para arrebatar la corona a Ding Liren antes de la Olimpiada. Con 18 años, el indio se perfila como el campeón más joven de la historia. En Budapest firmó una actuación de más de 3.000 puntos Elo, una cifra reservada a las máquinas y 200 puntos por encima de Carlsen. Es el número 5 del mundo y está cerca de los 2.800, una barrera sólo superada por 15 ajedrecistas en toda la historia. Lo mejor para el ajedrez indio es que en el mismo equipo jugaba Arjun Erigaisi, que ha tardado un poco más en explotar -ahora tiene 21 años- pero que está por delante de su compatriota. Semidesconocido para el público, sin invitaciones para jugar los grandes torneos, Erigaisi ha escalado puestos y ya es el número 3, por detrás de Carlsen y Nakamura.

RUSIA, DIVIDIDA. Otra lección aprendida en la Olimpiada es que el lema de la FIDE, Gens una sumus (Somos una familia o somos una nación), está más desfasado. En Budapest se celebró una asamblea de la FIDE convulsa, en la que se vivió una votación de los delegados que obligó a su presidente, Arkady Dvorkovich, a pedir perdón: aparecieron 50 votos de más, que no cuadraban con el número de delegados. Fue el preludio del punto más controvertido del orden del día: debatir si se levantaban las sanciones a Rusia y Bielorrusia por la invasión de Ucrania. Tras algunos movimientos en la sombra, la Federación Internacional salvó la cara con una tercera vía. Recordemos que el presidente de la FIDE es ruso, ex ministro y hombre bien visto por el régimen de Vladimir Putin. Al final, se decidió levantar el castigo sólo a los niños y a los ajedrecistas con discapacidad en las competiciones internacionales.

Los Juegos de París en un mundo sin tregua: Ucrania, Gaza y la frustración del olimpismo

Los Juegos de París en un mundo sin tregua: Ucrania, Gaza y la frustración del olimpismo

Los Juegos Olímpicos no pueden cumplir con uno de los mandatos que daban sentido a su creación: la tregua olímpica. La razón es que el evento que arranca con un homérico y desafiante recorrido por el Sena, lo hace en un mundo sin tregua, rotos los equilibrios geopolíticos del pasado, en el periodo más inquietante desde la Guerra Fría y con la crecida de movimientos y dirigentes populistas y radicales. Francia no es ajena al fenómeno, pese al 'No Pasarán' con el que la izquierda ha evitado el triunfo de la extrema derecha, aunque ello no puede convertir a París, la Atenas del olimpismo moderno, en la Olimpia que detenía las guerras.

Los conflictos en Ucrania y Gaza continúan en paralelo a las hazañas de sus atletas, incluso un puñado de rusos que lo harán sin bandera. Tras las sanciones occidentales, el Comité Olímpico Internacional (COI) decidió apartar de los Juegos a Rusia y Bielorrusia, hecho que rompe, asimismo, lo más parecido al equilibrio geodeportivo del pasado, entre Estados Unidos y la extinta URSS. Rusia no llegó a igualar el viejo poder soviético, por la pérdida de repúblicas, Ucrania entre ellas, y la caída del comunismo, en el que el deporte era una de las pocas vías para cambiar una vida. Pero se mantenía como vértice del nuevo orden, hoy destruido como consecuencia de la política y cargado de interrogantes. El Equipo de los Refugiados, creado en 2016 y formado en París por 37 deportistas, es el reconocimiento del olimpismo de su propio fracaso, de su incapacidad de pacificar menos de un mes un mundo en convulsión.

Biden, Putin y Trump

El presidente ruso, un nostálgico de la gran Rusia que conecta con el dominio soviético, tiene una orden de detención de la Corte Penal Internacional. El de Estados Unidos acaba de quebrar y dejar expedito el camino del regreso a la Casa Blanca a Donald Trump, convertido en un mártir tras el atentado sufrido en Pensilvania. Joe Biden era el símbolo de la debilidad que urge cambiar a los miembros del Partido Demócrata, y Vladimir Putin es el de la amenaza para el mundo. Entre ambos gravita un Trump peligrosamente cerca del ruso en su mandato anterior.

El poderoso equipo de Estados Unidos, que colocará a LeBron James, un Ulises de su deporte, en el mascarón de proa de su barcaza en el Sena, está llamado, pues, a dominar el medallero, mientras que los escasos rusos o bielorrusos competirán bajo la bandera olímpica, la bandera de la vergüenza para Putin, que hace sólo seis años mostraba al mundo la eficacia de su Mundial de fútbol. En Tokio ya tuvieron que hacerlo, entonces por las sanciones por dopaje al estado ruso, y escucharon a Tchaikovsky en el podio. China aparece como el contrapoder americano, heredera del deporte de Estado de las antiguas potencias del Este, otra vez entre acusaciones de dopaje.

Los israelíes, como jefes de Estado

En el país occidental con las mayores comunidades musulmana y judía, además de haber sufrido sangrientos atentados islamistas, desde Charlie Hebdo a Bataclan, la presencia de las delegaciones de Palestina e Israel redobla el desafío de seguridad que ya propicia el contexto mundial y la novedosa ceremonia, con una grada de kilómetros a orillas del Sena. Los deportistas hebreos se mueven a los centros de entrenamiento con medidas propias de jefes de Estado. Como ocurrió en Eurovisión, aguardan protestas en sus competiciones, después de que miembros de la Francia Insumisa dijeran que los israelíes no son bienvenidos en París. El ministro de Interior, Gérald Darmanin, intervino para decir lo contrario y evitar un conflicto diplomático.

El recuerdo del atentado de Múnich, en 1972, en el que murieron 11 miembros de la delegación israelí, además de varios terroristas del grupo palestino Septiembre Negro, es inevitable y mantiene en alerta a la fortificada seguridad en una ciudad abandonada por muchos parisinos. Los agentes están en cada esquina, en cada puente, aunque sin que, por ahora, se perciba tensión.

La huida parisina y los visitantes

Los Juegos no seducen del mismo modo a los habitantes de las grandes metrópolis del mundo, que ya viven todos los días el olimpismo de las finanzas, la cultura o la alta política. No son lo mismo París o Londres que Barcelona o Atenas. Las visitas, sin embargo, compensarán la huida local. París espera unos 15 millones de personas a lo largo de estos 19 días. Barcelona'92, cuya cosecha de 22 medallas aspira a superar la delegación española, con más mujeres que hombres, también se celebró en un mundo cambiante, por primera vez sin la URSS. Cambiante pero menos inquietante que el actual.

Ucranianos, palestinos o israelíes, y hasta rusos sin bandera, no competirán liberados de los conflictos de sus países, como hacía Milón de Crotona, el mejor luchador que recuerdan los Juegos de la antigüedad, en Olimpia, casado con la filósofa Myia, hija de Pitágoras. Entonces dejaba la guerra sin temores para competir por el pacto entre todas las ciudades-estado. Ni París ni Francia ni el mundo, representado por la ONU en la Resolución 118 por una nueva tregua olímpica, lo han conseguido esta vez. El oro es su objetivo, la paz es el oro imposible de un mundo que pone sus ojos en los Juegos, pero les niega su razón de ser.