El primer refuerzo del Real Madrid para la temporada 2024/2025 se llama Andrés Feliz, viene de brillar en el Joventut, de ser incluido en el mejor quinteto de la Liga Endesa (15 puntos, 4,3 rebotes, 4,3 asistencias, 1,1 recuperaciones y 16,9 de valoración en 27:03 minutos) y tiene detrás una historia de superación. Un base eléctrico de 1,88 metros y 26 años por el que los blancos han pagado una cláusula de rescisión a La Penya de aproximadamente medio millón de euros.
El dominicano, que acude a ocupar la plaza del retirado Sergio Rodríguez y de Carlos Alocén (fichado por el Gran Canaria) y a ser el primer reemplazo de Facundo Campazzo, contaba su historia en EL MUNDO hace unos años. "Nací y crecí en Guachupita, el barrio más peligroso de Santo Domingo", recordaba una infancia rodeada de pobreza y tentaciones, de la que escapó gracias al baloncesto. "Siempre estaba en la pista de una escuela, botando el balón. Mi mentalidad estaba allí. Mientras jugaba no hacía otras cosas peores. Solía ver a los traficantes frente a mí, pero nunca me interesó ni nada por el estilo. Simplemente miré hacia otro lado", rememoraba del periodo anterior a su reclutamiento por parte de las categorías inferiores de la selección dominicana y del salto a EEUU que le cambió la vida.
Con 16 años salió por primera vez de su país, destino Florida, "sin familia, sin saber ni una palabra en inglés. Esa fue una parte muy dura de mi vida". Continuó su formación en la West Oaks Academy de Orlando y en la Northwest Florida State College y después dos años en la Universidad de Illinois -entre tanto fue máximo anotador del Mundial sub-19 en 2015-, donde logró el graduado en Sociología del que se siente igual de orgulloso que su posterior carrera profesional. Fue en febrero de 2021, después de la pandemia y "varios meses sin jugar", cuando dio el salto a España, al CB Prat, 'filial' del Joventut, al que ascendió a LEB Oro, promediando 19 puntos en la decisiva eliminatoria por el ascenso contra el Cantabria.
Asentado en la ACB con el Joventut, su progresión las dos últimas temporadas ha sido fulminante. Este curso ha brillado en la Liga Endesa donde dejó la canasta de la temporada contra el Bilbao Basket, un triple desde casi 20 metros para conseguir la victoria sobre la bocina.
"Es una gran oportunidad para mí y para mi familia. Fue una gran sorpresa. Es un paso importante en mi carrera y una gran oportunidad. Llego a un gran club, que tiene mucho valor y quiero tener la experiencia de jugar para su gente y sentirme uno más", ha comentado el dominicano, que tiene pasaporte Cotonou y jugará como comunitario, en los medios oficiales del club.
Tuerce el gesto Scariolo ante el 'back to back' que "todos odiamos", ante el inclemente calendario una vez más, dos partidos en 24 horas en este Preolímpico que no deja de ser un enredo a pesar de la paliza inicial contra Líbano. Se lesiona Juancho en el aductor, la Fonteta no luce llena, amenaza Bahamas en el horizonte... Inconvenientes de la nueva realidad que no frenan la ilusión de España por estar en los Juegos de París. Para eso, el siguiente obstáculo es Angola este miércoles (20.30 h., Teledeporte).
A la selección le aguarda el segundo round hacia París, otro escalón, un rival bastante más peligroso. Por las armas con las que cuenta -entre ellos el pívot NBA Bruno Fernando o Jilson Bango, una de las sensaciones de la Bundesliga, recién fichado por el Casademont Zaragoza- y también por los fantasmas que despierta su recuerdo. No hay ningún episodio más sonrojante en la historia de la selección que el 'angolazo'.
Ocurrió hace estos días 32 años, cuando Angola no sólo expulsó a España de los Juegos de Barcelona en el Olímpico de Badalona, sino que lo hizo humillando a los de Antonio Díaz Miguel (63-83) en su Waterloo particular. Los chicos que ahora dirige el español Pep Clarós poco tienen que ver deportivamente con aquella selección que dominaba África (siete Afrobasket consecutivos entonces), pero los vínculos están latentes. Silvio de Sousa es el hijo de aquel ogro llamando Jean Jacques Conceiçao que destrozó a Herreros, Epi, Orenga, Jiménez o Villacampa -curiosamente en aquel equipo también estaba Santi Aldama, padre del ala-pívot de los Grizzlies- y que quedó para siempre en la memoria colectiva del baloncesto nacional como un lugar al que no volver jamás.
Aníbal Moreira, en La Fonteta.EL MUNDO
Su entonces compañero Anibal Moreira, otro de los héroes, es el segundo entrenador, que recuerda para EL MUNDO una noche inolvidable. "Yo estaba allí. Fue algo totalmente inesperado ganar a España en esas alturas, en ese escenario. Algo increíble, un orgullo para nosotros. Pero es una historia del pasado. España después fue campeona del Mundo, plata olímpica. Nosotros somos conscientes de eso", cuenta el técnico desde la grada de La Fonteta. Cómo olvidar las ovaciones del público local a los pases rivales o la tormenta que desataron en una España que, seis días después, en la lucha por el noveno puesto, les derrotó en una batalla llena de incidentes. "No merezco una despedida así. Nos han dado un baño", protestó Epi.
"Los chicos saben aquella historia. Aquí está el hijo de Conceiçao. Están bien informados sobre eso. Y tienen la ilusión de que todo es posible", sigue Moreira, que metió 12 puntos aquel día -España, llena de problemas y polémicas, había perdido también contra el Dream Team, la Alemania de Detlef Schrempf y la Croacia de Petrovic, Kukoc, Radja...- que habla del día más importante de la historia del baloncesto en su país junto "a los títulos que logramos en África o la presencia en los Juegos".
"Angola es un equipo atípico, por su extraordinaria prestancia atlética", alerta Scariolo. "El equipo está bien, hicimos una buena preparación. Sabemos que va a ser muy difícil, porque España es un equipo superior a nosotros. Pero tenemos nuestras esperanzas, sabiendo que somos un equipo joven con poca experiencia. Vamos a dar nuestro máximo y a jugar lo mejor posible", reflexiona el ayudante de Clarós, que también tiene en mente su enfrentamiento del jueves contra Líbano para disputar las semifinales del Preolímpico.
Explora España terrenos insólitos en su pasado reciente, trámites que su nobleza y sus medallas le ahorraban. Para estar en unos Juegos de los que no se ausenta desde Atlanta 96, allá donde hace no tanto escribía su leyenda con aquellas finales de tú a tú contra el USA Team en Pekín y Londres, la selección debe ganar un Preolímpico. La "nueva realidad". Líbano fue una sencilla primera piedra (59-104) de un torneo trampa que guarda sus emociones fuertes en Valencia para el fin de semana. Como mejor augurio, tres de los más jóvenes (Aldama, Garuba y Pradilla) fueron los más destacados. Aunque la posible lesión de Juancho Hernangómez -un dolor en el aductor por el que se le realizarán pruebas, según confirmó después Scariolo-, que no disputó la segunda mitad, hizo que no todo resultara perfecto.
El partido no tuvo ni un segundo de historia porque España no lo permitió. Porque también rechazó las tradiciones no tan aconsejables, como esos comienzos trémulos y perezosos en las competiciones. Quizá Angola tampoco suponga mayores sudores hoy, pero un rato antes de la paliza a Líbano, Bahamas, ese equipo con tan poco nombre y tanta estrella, había mostrado de lo que puede ser capaz ante Finlandia (sin Lauri Markkanen). Sus tres NBA (DeAndre Ayton, Eric Gordon y Buddy Hield, casi 60 puntos del trío), ráfagas de talento, despedazaron a los nórdicos en un par de arreones.
Había avisado Scariolo, que no ha tenido una preparación como le hubiera gustado, con jugadores llegando de forma escalonada, cada uno con sus circunstancias, la lesión de Alex Abrines y sólo dos amistosos. Poco podía oponer Líbano, con ese proyecto NBA pasado de kilos y desterrado en Corea del Sur que es Omari Spellman como único argumento reconocible. Pero los rivales "atípicos" tantas veces son a la vez incómodos. Y quizá en ningún escenario la victoria podía peligrar, pero tan importante o más son las sensaciones.
El mejor baremo de la pereza es la defensa. Y la selección pronto mostró colmillo, energía y ambición en una Fonteta no tan repleta. La primera unidad, liderada por el indispensable Lorenzo Brown, maduró al rival. Y, todavía en el primer cuarto, la segunda rotación, con un sensacional Usman Garuba, le hizo temblar. Sólo un triple sobre la bocina de Spellman alargó la vida de Líbano. Después, la tormenta. Únicamente Brizuela se quedó sin anotar antes del descanso y Aldama y Garuba (26-48 fue la máxima) se pusieron las botas al son de Lorenzo.
Eran demasiadas buenas noticias y todos los gestos se torcieron cuando Juancho Hernangómez regresó del descanso con los cordones sin atar, cojeando y con mala cara. No iba a volver a pista y, a la espera de noticias, no parece probable que juegue tampoco ante Angola por el primer puesto del grupo. España siguió a lo suyo, intentando no bajar el listón y aumentando la máxima. No resultaba sencillo en un partido tan roto y a sólo 24 horas del siguiente. Garuba cerró el tercer acto calcando el parcial del segundo (13-27) y ya con un abismo en el marcador.
Brizuela, que era el único que faltaba, se estrenó al comienzo del cuarto final de forma rotunda, con cuatro triples idénticos, superando los 40 de ventaja una España ya relajada y fluida ante un rival sin nada que oponer, espectador de lujo de los mecanismos que pule Scariolo, de la defensa agresiva, de la concentración por el rebote y del intento siempre del pase extra en ataque. Fueron 30 asistencias (nueve de Lorenzo en menos de 17 minutos), 104 puntos, 17 triples y fue una paliza sonrojante. Un primer plato dulce que sólo amargó el susto por Juancho.
Hace 20 años por estas fechas, el tipo que hoy pasea por la concentración española en Valencia iluminado con el aura que sólo poseen las leyendas, cargado con una repleta mochila de títulos, récords y vivencias, era un chaval descarado y saltarín de pelo rizado que iba a debutar en Atenas en sus primeros Juegos. Han transcurrido 17 torneos -sólo se ausentó del Eurobasket de 2017-, 257 partidos internacionales (el que más) y 11 medallas y ahí sigue Rudy Fernández (Palma, 1985), el capitán en el verano de su adiós, pleno de baloncesto e «ilusión», el faro de esta España que busca la supervivencia en la elite a pesar del cambio de era que representan mejor que nada las retiradas recientes. La del propio Rudy, el Chacho, Claver (ayer), Marc Gasol... Pero para cumplir la promesa que Rudy le hizo a su padre, fallecido en mayo de 2022, «estar en otros Juegos» y de paso convertirse en único (ningún jugador de baloncesto estuvo en seis), España debe sortear un desafío traidor, el de un Preolímpico ignoto en La Fonteta. Este martes (20:30 h., Teledeporte), el Líbano será el primer rival.
¿Cómo se afrontan estas vivencias, consciente de que son las últimas?
No es que pretenda vivirlas más intensamente que otras experiencias anteriores, pero sí disfrutarlas y quedarme con lo que voy a echar de menos. Piensa que casi cada verano de mi vida he estado en dinámica selección. No sólo a nivel profesional, también en categorías inferiores. La sensación de que el año que viene se acabará del todo... Eso lo tengo en la cabeza. Así que quiero disfrutar por última vez del deporte que me lo ha dado todo y del ambiente que se vive aquí, dentro y fuera de la pista. Físicamente he acabado bien la temporada. No tuve mucha tralla de minutos y eso ayuda. Y estoy con muchísimas ganas y sobre todo con ilusión por poder acabar de la mejor manera mi carrera deportiva.
Como despedida, algo que nunca vivió, un Preolímpico.
No sé si nos tenemos que acostumbrar a esto en el futuro, pero es cierto que es nuevo para todos. Incluso para mí, que llevo 20 años en la selección. Hay que afrontarlo como lo que es: tienes que ganar sí o sí todos los partidos. Teniendo poca experiencia en este tipo de competición, tenemos que ser conscientes de que en un partido te puedes ir fuera. Espero que podamos cumplir el objetivo. Vivir mi sextos Juegos sería histórico. Es lo único que me queda.
Se lo prometió a su padre.
Sí, pero no es algo que me obsesione. Entiendo que si no estamos en los Juegos es porque no tenía que surgir. Es un Preolímpico, somos una selección muy joven. Venimos de haber sido campeones de Europa y en el Mundial no fue tan bien. Es lo que tiene este tipo de equipos. No obsesiona, pero sería ilusionante vivir otros Juegos y dedicárselo a mi padre.
¿Se le vienen a la memoria muchos momentos de su carrera estos días?
Todavía no estoy en ese proceso. Aún no me ha dado tiempo a asimilar todo. El día del WiZink [la enorme ovación de la afición del Real Madrid durante su último partido, en la final contra el UCAM Murcia] fue muy bonito, algo espontáneo y empecé a encontrar sentimientos, a darle vueltas a toda la trayectoria que había tenido. Pero yo soy mucho de intentar cambiar el chip. Y ahora me centro en la selección. Cuando acabe y este de vacaciones, sin ya pensar en la pretemporada, ahí me dará el bajón, como es normal.
Rudy, en un entrenamiento de la selección.ALBERTO NEVADOFEB
¿Cómo le gustaría ser recordado?
Como un jugador de equipo. Uno que se desvivió por la camiseta que llevaba. Que dejó el ego a un lado para representar el escudo y el nombre que llevó delante. Es lo que me ha ayudado a ser el jugador que he sido.
Del Rudy del mate a Dwight Howard (en la final olímpica de Pekín 2008) al de estos últimos años. No se recuerda una transformación tan radical y exitosa como la suya. ¿Cómo lo hizo?
Después de todas las lesiones tuve que reconstruir mi carrera. La edad perjudica al jugador. Y con tanta exigencia, con tantísimos partidos con clubes y selecciones, te tienes que adaptar. La reconstrucción que hice después de las lesiones fue la de adaptarme a las necesidades que tenía el equipo y lo que me pedía el entrenador en cada momento de competición. La experiencia y el trabajo físico y mental me ayudaron a llevar todo eso más fluido. Y a llegar a una edad que en ningún momento podía imaginar cuando estaba pasando por el quirófano por tercera vez para operarme de la espalda (2015). Entonces me dijeron que podría estar tres o como mucho cuatro años más jugando a nivel profesional.
¿Cómo hizo para convivir tantos años con el dolor?
Mentalmente fue difícil. Dejas de ser el jugador que eras antes, no tienes la explosividad. Tienes que lidiar con dolor no sólo en la pista, también cuando te levantas cada día, cuando te vas a dormir. Eso a nivel mental lo he trabajado mucho con mi psicólogo. Y a nivel físico con los doctores. Y todo eso ha sido esencial para llegar a esta edad compitiendo.
¿De dónde surge toda esa sabiduría táctica, ese instinto de la última parte de su carrera?
Poco a poco. En tantos años de carrera profesional he ido cogiendo esa experiencia de la que te hablaba antes. Por supuesto que hay cosas innatas, pero otras son muy trabajadas y entrenadas. Tanto mi padre, al principio, cuando era muy pequeño, como después los entrenadores que he ido teniendo en mi formación me han ayudado.
Rudy Fernández, en un entrenamiento con la selección.ALBERTO NEVADOFEB
¿También su imagen con respecto a los aficionados y rivales ha ido cambiando con el tiempo?
Es que siempre he sido un jugador muy competitivo. Y he dado valor a la camiseta que he llevado. Eso me ha hecho ser por momentos odiado o no respetado por otras aficiones. Esto, el baloncesto, es una forma de divertirme, pero a nivel de profesión tengo que defender la camiseta que llevo puesta. También, por supuesto, ha habido momentos en los que me he podido equivocar, como te puedes equivocar en la vida con cualquier cosa. Pero en líneas generales he sido un jugador que compite y defiende lo suyo por encima de todo.
¿Qué le dicen sus hijos, Alan y Aura?
El mayor se va dando un poco más de cuenta de lo que es su padre. Pero la retirada es un poco porque ellos me lo están pidiendo. Quieren que este en casa. Yo soy muy niñero, me gusta estar en casa, jugar con ellos. Y eso es lo que quiero en este momento.
¿Y después qué? Se diría que hay en Rudy un gran entrenador.
No, entrenador no. Quiero estar tranquilo. Acabar y tomar las decisiones con calma. Mi prioridad ahora es la familia. Creo que he trabajado para poder decidir.
¿Se imagina el adiós con otra medalla en París?
Es muy difícil... Tenemos que pensar en el Preolímpico, que va a ser duro. Y si llegamos a París, a disfrutar. Eso es lo que le he dicho al equipo. Les he transmitido que no lo hagan por mí, que lo hagan por ellos. Porque unos Juegos son muy bonitos.
¿Le hubiera gustado ser el abanderado español?
Nunca lo he pensado. Me preocupa muy poco. Tengo tan en mente el Preolímpico que no pienso en otra cosa. No sería justo que porque yo fuera a los Juegos se cambiara al que está ahora.
Los padres de Sergio Rodríguez se conocieron en una cancha de baloncesto. Eso podría explicar muchas cosas. "Cuando nací, los primeros regalos eran juguetes de baloncesto". En concreto, una canasta de los Celtics con la que jugaba compulsivamente en su habitación. Eso, también. O quizá el secreto del chachismo, esa marca ya para la eternidad de un jugador irrepetible, sea una frase de Pablo Laso: "Lo más importante, él ve esto como un juego".
Pepu Hernández, el entrenador que le hizo debutar con 17 años -en el quinto partido de unas finales ACB, en el Palau-, solía usar un juego de palabras con su pupilo, que también lo sería dos años después en el oro mundial de Saitama con la selección. Las letras que conforman el nombre de Sergio son las mismas que riesgo. Riesgo, imaginación, naturalidad, osadía, talento, profesionalidad y sobre todo, de nuevo, mucho amor por algo que él siempre vio como eso, un juego. El asombroso viaje del Chacho durante dos décadas es todo eso. De Tenerife a Getxo con 14 años, del Siglo XXI a Madrid, del Estudiantes a Portland, de Nueva York (paso por Sacramento) de nuevo a Madrid, del Real Madrid a Filadelfia, de la NBA a Moscú, del CSKA a Milán y del Armani de nuevo al Real Madrid, para cerrar una carrera repleta de éxitos, tres Euroligas, un Mundial, dos Eurobasket, Ligas y Copas en España, Rusia e Italia... y todo un MVP de la Euroliga en la temporada 2013-2014.
Pero Sergio Rodríguez es mucho más que su palmarés, es casi una filosofía. Un jugador que trasciende. Es el Chacho, el apodo que le pusieron en su primera preselección con España, en 2002, porque no paraba de decir, como buen canario, aquello de "muchacho". Jugaba entonces en La Salle con su primer maestro, Pepe Luque, y fue justo antes de marcharse a Bilbao, a esa experiencia llamada Siglo XXI, donde chavales cadetes y juniors convivían y se formaban baloncestísticamente. Fue por entonces cuando dio el estirón físico, aunque todavía le llamaban "polilla" porque no paraba de moverse.
Sergio considera aquellos años lejos de casa, previos al Estudiantes, clave en todo lo que iba a suceder después. El primer año en Madrid, donde se le atragantaron los estudios en el Ramiro, combinó el equipo EBA con el júnior y llevaba un mes de vacaciones cuando Pepu le llamó para la final contra el Barça. La noche antes había estado viendo la NBA y tuvo que despertarle una vecina. Aquella canasta en penetración en el Palau es el comienzo de un época. "Esos 20 segundos del final de liga con Estudiantes me marcaron. Nunca había ido convocado con el primer equipo. Venía de vacaciones, no me sabía las jugadas, estaba preocupado... Esa tensión desde el minuto uno de profesional me ha ayudado", confesaba en una entrevista con este periódico años después.
Ese verano también ganó el Europeo júnior, en Zaragoza, a las órdenes de Txus Vidorreta y con el 10 a la espalda (el eterno 13 lo llevó Antelo). "Un chico con mucho gancho", tituló su primer artículo en EL MUNDO un periodista que era a la vez admirador (como todos) de aquel insólito mago.
"El sueño de toda mi vida". La NBA fue la siguiente estación, a la que llegó con 20 años -dos años antes estuvo por primera vez en EEUU, en el Nike Hoop Summit de San Antonio-, campeón del mundo (esa semifinal contra Argentina...), número 27 del draft (por los Suns que tenían a Steve Nash y deciden traspasarle a Portland) y sin saber inglés. Y con el golpe de realidad de tantos, mucho banquillo y "pocas explicaciones" de Nate McMillan. Pero sin perder la esencia. "Podría estar triste si estuviese aquí perdiendo el tiempo, pero al contrario. Estoy mejorando técnica y físicamente y aprendiendo un idioma. Todo va muy bien para mí", confesaba en una entrevista a ABC en diciembre de 2006.
Sergio Rodríguez posa para EL MUNDO en Nueva York, en su etapa en los Knicks.EL MUNDO
Estuvo tres temporadas y media en Portland (coincidió con Rudy Fernández, con quien el destino le tenía preparada una despedida a la vez), unos meses en Sacramento (con Nocioni) y otro curso en los Knicks, vida en la Gran Manzana. El sueño se cumplió, con toda su realidad y toda su crudeza también. Se codeó con aquellos que admiraba (Iverson, Garnett...), danzó en ese mundo idealizado desde la infancia e incluso coleccionó momentos deportivos inolvidables. Pero se amontonaron las ganas de más. Tan valiente para partir como para regresar, sin pronunciar jamás una frase de arrepentimiento, y un fichaje por el Real Madrid de Messina.
Nada sencillo aquel ambiente, donde, él mismo lo reconoce, todo se magnificaba en negativo. Con Messina huido y Lele Molin a los mandos, los blancos se colaron muchos años después en una Final Four, la que iba a ser primera de muchas para el Chacho (aunque aquello fue un revés en el Sant Jordi, acabaría jugando seis finales y ganando tres Euroligas). Sin saberlo, aquel verano de tiroteos, de la llegada con pocas bienvenidas de Pablo Laso, era el comienzo de una era.
Rudy, Chacho y Llull, tras ganar la Euroliga de 2015.EL MUNDO
Con el estallido personal del Chacho en los playoffs de 2012, especialmente en las semifinales contra el Baskonia, cuando a su virtuosismo e imaginación se unió el acierto desde el triple. Esa primera etapa de lasismo fue su cénit, el MVP de la Euroliga, el título en 2015 en el Palacio... Hasta que la NBA volvió a cruzarse en su camino. Y los sueños de infancia, sueños son. Aunque el Chacho y Ana ya fueran padres de Carmela y aunque Claudio, su bulldog, no pudiera viajar con la familia a Filadelfia, donde eligió un apartamento en el centro de la ciudad.
Los Sixers se encontraron a un base diferente, maduro, inteligente, ambicioso. El Chacho asistió al debut de Joel Embiid, que le saludaba con una peineta en la visita de este periódico en febrero de 2017. Fue a menos en la rotación de Brett Brown y las ofertas para seguir un año más, demasiado inestables, no le convencieron.
Sergio Rodríguez, tras proclamarse campeón de la Euroliga en 2019 con el CSKA.Juan Carlos HidalgoEFE
Y cuando tocó volver a Europa, el Madrid ya había armado su equipo y el CSKA le puso sobre la mesa una oferta de esas que no se pueden rechazar. De USA a Rusia, la familia Rodríguez, una aventura vital que iba a coronar con su segunda Euroliga, en Vitoria 2019 (primer español en ganarla) con un club extranjero. De ahí a Milán, siempre cotizadísimo, el reencuentro con Messina, donde de él se enamoró cada aficionado del Armani e incluso el propio dueño Giorgio, que llegó a decir: "Me gusta todo de él. Amo a sus niñas. Su actitud dentro y fuera de la cancha es ejemplar. Y luego su sonrisa y su mirada profunda dicen mucho de él, son el espejo de su alma". Y un par de temporadas para cerrar el círculo en el Real Madrid, hasta otra Euroliga, la de Kaunas, protagonista principal el Chacho en la Final Four y en la feroz serie de cuartos contra el Partizán en la que se echó al equipo a la espalda, otro destello maravilloso.
Y, durante todo este tiempo, siempre su querida selección, de la que se retiró tras los Juegos de Tokio y se ausentó, por descanso, en el Mundial de 2019 que fue oro en Pekín. Más de 150 partidos y siete medallas con España, de Saitama a Saitama.
"Siempre soñé con retirarme estando bien físicamente y ganando mi último partido. Y ahora la vida me ha ofrecido este regalo", dice en su carta de despedida quien no ha querido homenajes jugando. Pues para él, el baloncesto siempre fue diversión, no nostalgia. El secreto lo guardó y las canastas ya echan de menos el chachismo, al eterno 13.
Red Auerbach dijo una vez que los Celtics no eran un equipo de baloncesto sino un "modo de vida". Ahora que la leyenda verde vuelve a recuperar el trono, a ganar el anillo 16 años después y a situarse (de nuevo) por encima de los Lakers en esa eterna batalla por la hegemonía (18 títulos a 17) en la NBA, retumban las enseñanzas del entrenador y dirigente fallecido en 2006, las volutas de humo de los puros con los que festejaba los triunfos en el viejo Garden, la forja de un destino emparentado con la competitividad, con el baloncesto al 100%, con los mitos también en la cancha. Ese halo de energía flotaba en la peculiar ciudad de Boston, en una noche como las de antaño.
Todo empezó con el pionero Red y siguió con Bill Russell. Y este anillo logrado ante los Mavericks de Luka Doncic casi por la vía rápida, perdiendo apenas tres partidos en todos los playoffs (y 18 en temporada regular), es en honor al gigante fallecido hace dos años. Estos Celtics de los 'Jays' (Tatum y el MVP Jaylen Brown) que perdieron las Finales de 2022 contra los Warriors y se llevaron un buen sofocón el curso pasado en la final del Oeste contra los Heat, han vuelto a desempolvar el añejo espíritu guerrero de la franquicia creada por Walter Brown en 1946, la primera en elegir a un jugador negro en el draft, la primera en colocar a cinco jugadores afroamericanos juntos en la pista (1963), la primera en tener un entrenador de color (1966). Todo por obra de Auerbach, el verdadero creador del mito celtic, autor de sentencias igual de inolvidables. "Yo siempre buscaba chicos con buen carácter y procedentes de un buen programa. Para mí, como si llevaba falda escocesa", reivindicó tras elegir a Chuck Cooper en 1950, dos meses después de llegar al cargo.
Bill Russell y Auerbach, en una foto de archivo.AP
Con Red y Bill juntos se creó una de las mayores dinastías del deporte en EEUU, con 11 títulos de 1957 a 1959. "Auerbach, como Santiago Bernabéu en el Madrid, fue el eje de todo. Él tiene una idiosincrasia muy particular: veía lo que otros no. Tenía un concepto y un ojo para jugadores muy marcado. Y luego iba renovando. Cuando se retira Bob Cousy, vienen Sam y KC Jones. Nunca perdía calidad en el equipo. Y el gran mérito es que sólo había 12 equipos, todo agrupado, con jugadorazos en todas las plantillas. Jerry West, Oscar Robertson, Will Chamberlain... Quedar tantas veces campeón así es una proeza", reflexiona el periodista Antonio Rodríguez, autor del libro 'La leyenda verde', todo un experto en la mitología Celtic.
Que incluye nombres propios que pueblan el cielo del actual TD Garden, que sigue conservando partes del parquet de madera de roble procedente de los bosques de Tennessee del original, reutilizadas tras haber sido barracones de la segunda guerra mundial. Bob Cousy, John Havlicek, Tom Heinsohn, KC Jones, Dave Cowens y después Larry Bird, Kevin McHale, Robert Parish y la rivalidad con los Lakers elevada hacia cimas que relanzarían (junto a un tal Jordan a continuación) la NBA hasta lo que es hoy en día... También episodios malditos, como las trágicas muertes de Len Bias (por sobredosis, horas después de que los verdes lo eligieran como número uno del draft) y Reggie Lewis (un paro cardíaco súbito en un entrenamiento) y la travesía en el desierto de 22 años hasta volver a ser campeones con Garnett, Allen o Paul Pierce.
"Los 80 fue otra época dorada. Larry Bird fue elegido en el draft un año antes de que pudiera jugar en la NBA. Auerbach sabía que iba a ser icónico. Y le rodeó con tipos que quizá nunca hubieran sido estrellas. McHale, Danny Ainge, que estaba entre el béisbol y el baloncesto, Parish... Un equipazo. Las muertes de Len Bias y Reggie Lewis impidieron que hubieran conseguido mucho más en los 90", admite Rodríguez.
Las cosas siguen igual en Boston, una ciudad donde "la religión era el hockey hielo, con los Bruins", donde las tradiciones se respetan como en ningún otro sitio. El mismo escudo con el Shamrock irlandés, la misma camiseta, el mismo logotipo con el Leprechaun, ese duende de la mitología gaélica que diseñó Zangfeld, el hermano de Auerbach. Pero desde aquel 2008 hasta ahora han pasado un buen puñado de años y de expectativas. Hasta dos anillos de los Lakers, incluido el de las Finales de 2010. Y la enésima reinvención y de decisiones de las que marcan el porvenir. Esta vez, con dos pilares elegidos consecutivamente en el tercer puesto de los draft de 2016 y 2017. Y de los refuerzos que han hecho insuperables a los del religioso Joe Mazzulla (su nombre ya junto a los de Auerbach, Russell, Heinhson y Doc Rivers), especialmente el de Jrue Holiday (Porzingis se perdió demasiados partidos por lesión) llegado desde el que parecía su principal rival en el Este, los Bucks. Todo por obra en los despachos de Brad Stevens, otro que pasó del banquillo a la gerencia con decisiones trascendentales.
Jaylen Brown, tras conquistar el anillo y el MVP.ELSAGetty Images via AFP
Ahora, el heredero del Celtic Pride es Tatum, cinco veces All Star, oro olímpico en Tokio (también estará en París). Un chico de 26 años formado en Duke, profundamente admirador de Kobe Bryant y que no se ha perdido ninguno de los 130 partidos que los Celtics han disputado en playoffs desde la temporada 2016-2017. Y la pareja que forma con Brown, el escudero perfecto que ha logrado un merecido MVP tras unos playoffs pletóricos.
No recuerda el baloncesto español un episodio semejante, un culebrón repleto de giros de guion, de requiebros dialécticos, de rumores y hasta de contratos firmados... para que todo acabe en el punto de partida. Sin tener todavía el sello oficial, Mario Hezonja, genio y figura, un misterio hasta para él mismo, seguirá en el Real Madrid pese a que firmó por el Barça. Por muchos años. O no.
Habría que poner orden para entender lo insólito. Hezonja, un talento indiscutible, fue fichado por el Real Madrid hace dos veranos en una oportunidad de mercado. Salía del UNICS Kazan ruso (sancionado el club por la guerra en Ucrania), en el que había brillado en Euroliga tras un breve paso por el Panathinaikos en lo que suponía su retorno de una NBA en la que no lo pasó demasiado bien pese (o por) las altas expectativas de todo un número cinco del draft.
Mario había sido canterano del Barça, tres años, de 2012 a 2015, de formación y debut oficial como azulgrana a las órdenes de Xavi Pascual, pero en Madrid encontró un hábitat estupendo para explorar su mejor versión y ganó la Euroliga a la primera. Este periódico le preguntaba justo antes de la reciente Final Four por ese cénit, por esa madurez. "Gracias al staff y a mis compañeros, especialmente a la vieja guardia, me han calmado mucho, en temas de liderazgo y madurez. Estoy lejos de mi mejor versión de baloncesto, eso llegará en el futuro. Creo que esto sólo podía llegar en el Real Madrid, no en otros equipos", explicó, la misma mañana en que dio la primera pista de su futuro, de las intenciones de seguir de blanco pese a los rumores (y sus malas caras, sus cortocircuitos...) en muchos momentos previos de la temporada. Un titular citando a las altas esferas: "El señor Florentino me amenaza cada vez que me ve en el comedor con que tengo que quedarme aquí. Ojalá. Estoy hablando con Juan Carlos (Sánchez), con Alberto (Herreros). Tenemos todos el mismo pensamiento".
Hezonja, con el trofeo de la ACB.ACB Photo
Fue un mensaje de calma justo antes de la gran batalla de Berlín. Donde el croata, siempre una montaña rusa, volvió a ser protagonista, esta vez para mal. 18 triples lanzados, sólo cuatro anotados y una sensación de permanente precipitación en la Final Four. Y un mea culpa -"He perdido un título muy importante para mi equipo. Absolutamente"-, que tampoco sentó demasiado bien a la dirección deportiva, pues se entendía que el foco, incluso en la derrota, debía ser colectivo y así lo admitió Chus Mateo días después.
Mario recuperó la sonrisa en la final de la ACB ganada al Murcia y allí, a pie de pista, en plenos festejos, volvió a dejar otro mensaje que parecía definitivo. "Siento que son mi familia. Me gustaría devolver el cariño con más años aquí y más títulos para el Real Madrid", anunció apenas unas horas después de la bomba, desvelada por el diario Marca: Hezonja había firmado unos días atrás un preacuerdo con el Barça para un futuro contrato de cuatro años, a razón de tres millones de euros, uno de los sueldos más altos de todo el continente. "Yo (mi futuro) lo sé desde hace tiempo. Faltan detalles. Ojalá muy pronto", llegó a decir a Tirando a Fallar ese mismo miércoles en el Palacio de los Deportes murciano. Dijo eso, que a su futuro le faltaban "detalles", que lo sabía "desde hacía tiempo", cuando negociaba con el Madrid y había firmado con el Barça.
Entre las palabras y los hechos había un abismo que desconcertó a todos en cuestión de horas. Las palabras, las promesas de amor al Madrid, hicieron descarrilar al Barça, desde su directiva a sus aficionados. Josep Cubells, directivo responsable de la sección de baloncesto, echó abajo la operación y en pleno calentón se fue a por Kevin Punter, un escolta anotador de perfil completamente diferente. Los hechos, sin embargo, no elevaron la temperatura de un Madrid siempre frío en los despachos.
Y el domingo, la reconciliación. Y el acuerdo, por cifras económicas alejadas de las que ofrecía el Barça, pero también de las primeras ofertas blancas que rechazó Hezonja hace meses. Sigue quedando el papel firmado, un preacuerdo que seguramente incluya consecuencias en caso de no llegar a firmarse el contrato, como así va a ser. Podría acabar en un juzgado aunque, aparentemente, ni al Barça ni a Hezonja les interesa ya lo pactado.
En la Plaza de la Concordia buscará España una medalla olímpica en baloncesto este verano. Sí, en baloncesto, 3x3 y femenino, y gracias a una de las canastas más asombrosas que jamás vio este deporte. De espaldas, sobre la bocina... Puro highlight. La autora, una enfermera de Bilbao. «Alucino todavía», cuenta a EL MUNDO Gracia Alonso de Armiño, heroína ante Canadá en Debrecen hace unas semanas, en un Preolímpico ya para siempre en el recuerdo.
«Salió. Y esa es la esencia del 3x3. Una disciplina en la que no te puedes dar por vencido. Las remontadas son cuestión de dinámicas», explica la jugadora del Estudiantes, en 5x5 los inviernos porque el baloncesto femenino aún no da para ser profesional del todo. Que se autodefine, con orgullo, como «intensa»: «Quizá no sea muy talentosa, pero voy al rebote como un animal, bloqueo...». Y que resume ese espíritu en su propia experiencia vital, la pequeña de cuatro hermanos, «siempre de paquete detrás de la manada».
Por eso empezó a jugar al baloncesto, por eso se marchó adolescente a EE.UU. a estudiar inglés... Terminó enfermería pero, antes de ejercer, probó la aventura con las canastas -había jugado y destacado en la Universidad en Tennessee-, una temporada en Suecia, la vuelta a Madrid con el Canoe, donde «nadie me conocía». El ascenso paulatino hasta asentarse en la Liga Femenina y el 3x3 de sus amores, ese que siempre practicó «a nivel callejero porque es muy espontanéo y liberal», como camino insospechado a la fama y quizá a la gloria, porque en París no se renuncia a nada y España, «junto a EEUU, China, Canadá, y Australia», está entre las favoritas a medalla. «Te lo pasas mejor. El ambiente, la música, somos sólo cuatro, rotando continuamente en partidos rapidísimos, los entrenadores no nos pueden hablar desde la grada... Hay mucho de estrategia con el uso de faltas, pensar con poco oxígeno... La experiencia hace mucho. Agilidad mental mientras estás medio hiperventilando», relata quien comparte vida y experiencias en la selección con Sandra Ygueravide, Juana Camilión y Vega Gimeno.
Momento del lanzamiento sobre la bocina de Gracia, ante Canadá.FEB
La selección española, que se quedó a las puertas del debut olímpico de la especialidad en Tokio (en masculino nunca ha conseguido billete), debutará en París gracias al instinto de Gracia, que se lanzó «como un animal» a por el rebote de su propio lanzamiento y... «Ahí no piensas, tiras de intuición. Le rebañé de las manos el rebote. Alucino. No puede ser que en dos o tres segundos se tomen ese tipo de decisiones. En cuanto la cogí ni la bajé. La canasta estaba en horizontal a mi espalda y fue el tacto preciso, a conciencia», detalla una acción tan viral, tan «surrealista», que ni ella misma la puede dejar de ver.
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«Pero detrás de esa canasta hay mucho trabajo, parece que ganamos de chiripa, de rebote y no... Bueno, sí fue un poco de rebote, la tiré a la desesperada», reivindica con media sonrisa Gracia, en cuyo apellido se esconde un rocambolesco parentesco descubierto por Piti Hurtado. El segundo apellido materno de Manu Ginóbili es idéntico, procedente de sus antepasados españoles, que residían en la misma zona de la provincia de Burgos que los ancestros paternos de ella, que después emigraron al País Vasco. Los 'primos' Gracia y Manu comparten genialidad en el ADN.
De lo primero que se acordó Chus Mateo tras ganar su quinto título con el Real Madrid (sexto si se cuenta la ACB de 2022 en la que dirigió al equipo ante el Barça en ausencia de Pablo Laso) fue de la final perdida en Berlín. Acababa de completar unos playoffs sin mácula (8-0) y lo primero que pronunció fue "estamos un poco tristes" por la Euroliga. No hay mejor indicativo de la exigencia del puesto que ocupa, del ADN y el inconformismo del club que todavía no le ha renovado. El segundo año de la era Mateo (era, porque los resultados avalan su futuro) pudo ser impecable. Un repóquer de títulos para los libros de historia. A la perfección -un triplete que sólo logró tres veces en su historia, 1965, 1974 y 2015- apenas le faltó una noche ante el Panathinaikos en el Uber Arena, esa segunda parte de frustración y poca energía física y mental. Una temporada de 9,5 coronada en Murcia para la reconquista de la Liga, la número 37 del club.
La tan temida transición del 'lasismo' no ha variado la hoja de ruta de un equipo que sigue siendo el más regular, temido y potente del continente. Mateo ha sumado en dos temporadas todos los títulos posibles, una Euroliga, una Copa y una Liga (más las dos Supercopas). Ha mantenido la seriedad del proyecto, ha recuperado este curso incluso cierta alegría en el juego, varias noches por encima de los 100 puntos, que recordó a aquellas primeras temporadas de Laso y ha sabido repartir, pese a los "altibajos" (especialmente tras la Copa), los roles y los egos de una plantilla con varios referentes. Un trabajo silencioso de (buen) entrenador.
Para la presente temporada sólo sumó el técnico un fichaje. Salieron Hanga, Williams-Goss, Petr Cornelie y Anthony Randolph, pero el refuerzo fue determinante. El retorno de Facundo Campazzo, el mejor base posible, el empuje ideal. MVP de la Supercopa y la Copa, bien lo pudo ser también de la ACB. Al colectivo le respetaron las lesiones (apenas la grave de Gaby Deck, que le ha impedido disputar los playoffs y la Final Four) para un camino realmente constante. Acaba el curso con un poderoso balance de 72 victorias (además de la conseguida ante los Mavericks de Doncic) por sólo 14 derrotas (84% de triunfos), algo que, esto sí, reivindicó su entrenador: "No recuerdo que lo hayan hecho muchos equipos".
Florentino Pérez charla con Campazzo, tras ganar la ACB en Murcia.ACB Photo
Cerrado un curso que contrasta además con las penurias del Barça y su año en blanco (más el despido de Roger Grimau), el Real Madrid afronta un verano que marcará su porvenir inmediato. La maquinaria no se detiene y esta vez sí o sí habrá más movimientos en su plantilla. Empezando por la retirada de Rudy Fernández, ante el UCAM bien pudo ser el último partido de blanco de Sergio Rodríguez -aunque él guarda silencio, así lo indicaron todas las señales, incluida la llamada de Llull para alzar el trofeo-, Fabien Causeur o Vicent Poirier. También falta por resolver el porvenir de Mario Hezonja, aunque el siempre locuaz croata ya dejó claro que su intención es que esas negociaciones (el salario es la clave) en marcha lleguen a buen puerto para aquella "gente que estaba hablando mierda que no era verdad". La de Edy Tavares, de larga duración, está sólo a falta de anunciarse, igual que las de Dzanan Musa y el capitán Sergio Llull.
Y entonces será el turno de los retoques a una plantilla en la que parece evidente (y necesario) el paso adelante de Hugo González, quizá el proyecto más interesante de la nueva hornada de estrellas del baloncesto español. Sin Rudy ni Causeur, su espacio crecerá sí o sí. Llegará algún exterior más (suenan con fuerza Xavier Rathan-Mayes y Andrés Feliz), pero el puesto más urgente por solucionar es el del pívot suplente de Tavares. Y ahí surge un nombre que, según ha confirmado este periódico, ya ha llegado a un acuerdo con el Madrid. Se trata de Serge Ibaka, quien volvería a vestir de blanco tras su paso fugaz durante el lockout de la NBA en 2011. Después de su gran año en el Bayern (12,6 puntos y 6,8 rebotes y casi un 50% en triples) a las órdenes precisamente de Laso, el internacional español, camino de los 35 años, además de su experiencia, físico y prestaciones, cumple con un requisito: es cupo nacional.
La fiesta en el Palacio de los Deportes de Murcia, allá donde el Real Madrid abrió la temporada ganando la Supercopa, estuvo repleta de detalles. La emoción local con su gesta de llegar hasta la final, la contención de Chus Mateo -siempre a un lado del protagonismo cuando en dos temporadas ya ha ganado cinco títulos con el Real Madrid-, el primer MVP de blanco de Dzanan Musa y luego estuvieron las declaraciones de Mario Hezonja y Sergio Rodríguez. Las del primero sonaron a permanencia, las del segundo, a despedida.
Aunque, más que sus declaraciones, fueron sus gestos. O los gestos de su compinche Sergio Llull, el capitán, quien llamó a filas tanto a Rudy Fernández (confirmada su retirada este verano), como a Sergio Rodríguez, que ni ha confirmado ni desmentido su futuro, a la hora de levantar el trofeo. El canario aguarda su momento, pero en los micrófonos de Movistar habló sin decirlo: "Es tiempo para celebrar el título que los años son muy largos...".
Quiso Llull tener junto a él a quienes han gobernado ese vestuario, a los dueños del carácter y la competitividad, a los veteranos hasta los que se rinde Luka Doncic. Leyendas blancas. Nombres propios de una era. Sergio Rodríguez celebró en Murcia su 38º cumpleaños y este jueves se cumplen 20 años de su debut profesional, en aquella final en la que Pepu Hernández le lanzó a los leones del Barça y ante los que ya dejó destellos de torero. "Entonces perdí la final y ahora ganó el título...", pronunció, queriendo decir sin decirlo que cerraba un círculo. En los próximos días, el genial base confirmará si se retira o si cumple una temporada más en otro club, algo que no parece muy probable.
Hezonja y Musa, en Murcia.ACB Photo
La buena noticia para el Madrid fueron otras palabras. Las del siempre honesto Mario Hezonja, que ya hace unos días, antes de la Final Four, despejó los rumores que daban por segura su marcha al Panathinaikos (todavía no ha renovado) -"El señor Florentino me amenaza con que tengo que quedarme aquí. Ojalá"-. Y que insistió tras ganar la ACB y recordar la final perdida en Berlín. "Soy perfeccionista y quiero ganarlo todo siempre. Me siento malísimo por perder la Euroliga y por eso me gustaría devolver a mi gente, a mi club ojalá los próximos años muchos títulos más", dijo en Movistar a pie de pista.
"Para eso me han traído. Hemos hablado de que necesitábamos gente así y de verdad que me siento muy cómodo, siento que son mi familia. Me han recibido con los brazos abiertos cuando mucha gente estaba hablando mierda que no era verdad. Me gustaría devolver todo eso con más años aquí y con más títulos para mi equipo", siguió Hezonja en la noche de la reconquista de la ACB, título que el Madrid perdió la temporada pasada ante el Barça días después de ganar la Euroliga en Kaunas.