Cuando Carlos Sainz alzó su tercer Touareg, hace cuatro años, también en Arabia Saudí, su eterno copiloto Lucas Cruz (12 de las 17 participaciones juntos) reivindicó su leyenda: “Cuando todo el mundo piensa que Carlos ya está mayor, da un golpe sobre la mesa y gana el Dakar”. Era la segunda vez que elevaba el listón de edad como vencedor de la mítica prueba de rallyes y cualquiera hubiera pensado que era la última. Nada más lejos de la realidad. El Matador no había saciado su hambre. “Mientras siga divirtiéndome”, contaba a este periódico antes de partir hacia otra gesta: este viernes, con 61 años, el madrileño, en un impecable ejercicio habilidad, navegación, experiencia y sangre fría durante 7.891 kilómetros (4.727 cronometrados), ha conquistado en Yanbu, a orillas del mar Rojo, por cuarta vez el Rally Dakar.
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La hazaña del español engloba diferentes retos superados, como si a su edad, con toda una vida al volante logrando imposibles, no le valiera con un triunfo corriente. Sainz, que conquistó su primer Dakar en 2010 con Volkswagen, ha conseguido lo que nadie, cuatro triunfos con cuatro fabricantes diferentes -en 2018 fue con Peugeot y en 2020 con Mini-, aunque esta vez, en la 46ª edición, con Audi, posea un significado todavía mayor.
Porque es pionero también en ganar el rally de rallies con un prototipo híbrido, de motorización eléctrica (“hay que ser muy valiente para llevar este tipo de vehículos por el desierto”), el Audi RS Q e-tron, poniendo la guinda al proyecto de la escudería alemana en “el último disparo”. Después de tres ambiciosos y millonarios intentos, la marca de los cuatro aros había anunciado su adiós del Dakar que siempre se le había resistido. Lo hará con su primer y último Touareg.
15 kilowatios
La misión Audi se antojaba un desafío imposible que Sainz ha vuelto desentrañar. Especialmente después del sinsabor del pasado año, donde llegó a liderar la prueba pero tuvo que abandonar tras un grave accidente en el que el madrileño sufrió una doble fractura de vertebras que tardó meses en recuperar. Un vez a punto físicamente -sus espartanas rutinas de entrenamiento incluyen series de fuerza, trabajo abdominal, lumbar, brazos y hombros, además de sesiones de sauna para aclimatarse al calor-, se puso manos a la obra para tratar de mejorar su futurista coche, especialmente en su punto débil, la fiabilidad, e intentar igualarlo lo más posible a los demás. “No tenía la potencia que debería. Finalmente, la FIA, después de estudiar telemetrías y demás nos dio esos 15 kilowatios extra que nos iguala con el resto y con eso creo que vamos a poder hacer una carrera un poco más táctica y no arriesgando como íbamos el año pasado cada metro”, anticipaba.
Y así fue. Desde que agarró el liderato en la segunda etapa en Al Duwadimi -ganada por su compañero Stephane Peterhansel-, Sainz ha mostrado una consistencia envidiable. Incluso cuando un día después lo perdió tras un pinchazo en favor del Toyota de Yazeed Al Rajhi, minimizando daños el peor día. Iba a ser en el desierto de Rub Al Khali donde se fraguara su éxito, en 48 horas de maestría por las inhóspitas dunas que vieron encallar su gran rival, el qatarí Nasser Al-Attiyah, ganador de las dos últimas ediciones y retador: “Le doy tres días a Sainz para irse a casa”. La arriesgada estrategia del español contenía una intencionada pérdida de tiempo: en la quinta especial salieron retrasados y contaron con las trazadas de los rivales sobre la arena. Jugada maestra.
Tras la etapa de descanso fue otro clásico del motor, Sebastian Loeb, su ex compañero en Citroën en el mundial de rallyes, el único rival de Sainz. Una guerra de nervios, pinchazos y ayudas de los compañeros resuelta el jueves, en la etapa decisiva, donde el francés dilapidó sus opciones con una tempranera avería de su Prodrive de BRX en el pedregal de Yanbu y el Matador marchó con cautela hacia la gloria. Esta vez la fortuna no esquivó al español.
Es la leyenda del incombustible, del chico de Pozuelo que brillaba en squash y fútbol hasta que el futuro marido de su hermana, Juan Carlos Oñoro, le inyectó la pasión por el motor. Es la historia todavía sin fin (“Seré honesto conmigo mismo y veré si la balanza cae hacia el lado de seguir intentándolo. Me he ganado el derecho a que se respete cualquier decisión”) de Carlos Sainz Cenamor, uno de los más grandes de la historia del deporte español que hace 34 años ya ganó su primer Mundial de rallyes.