Otra Historia
El deporte con ‘frisbee’ mantiene el ‘fair play’ sin jueces. «Metes el codo, pero el rival lo consiente, lo negocias con él», asegura un miembro de la selección española.
Un fútbol sin árbitros. Sin asistentes, sin cuartos árbitros, sin encargados del VAR, sin ayudantes del VAR, sin apoyo del VAR, pero sobre todo sin árbitro principal. Un fútbol sin sanciones ni castigos. ¿Qué pasaría? 22 hombres o 22 mujeres peleando a muerte por un balón, la violencia desatada, peleas por doquier, sangre sobre el césped… El caos. Pero… ¿y si no? «En el ultimate no hay árbitro y no pasa nada. Los jugadores se respetan, establecen límites entre ellos y no necesitan fingir porque no hay nadie a quien engañar», explica Juan Rivero, seleccionador español de un deporte que nunca ha tenido colegiados, polémicas u oscuros Comités Técnicos y que ha hecho de ello bandera.
De hecho, al acabar cada torneo, sea un Mundial o una competición regional, el equipo más limpio recibe un trofeo más grande que el del ganador. ¿Y quién decide qué equipo es el más limpio? ¡Sus rivales! Parece un juego idílico, la benevolencia a la que deben aspirar el resto, aunque también guarda oscuros.
El ultimate, para empezar, es una suerte de fútbol americano con frisbee. O un baloncesto con frisbee. O un fútbol con frisbee. El caso es que con frisbee. En un campo de césped o de arena de 100 metros de largo por 37 metros de ancho, dos equipos de siete miembros cada uno compiten por hacer llegar el disco a una zona de ensayo. Los jugadores no pueden moverse con el frisbee en la mano, pero pueden hacer pases en cualquier dirección. Gana quien llegue a 15 touchdowns o el que sume más al cabo de 100 minutos. Es sencillo y, por eso, va creciendo. En todo el mundo hay 304.000 practicantes registrados por la Federación Internacional (WFDF), aunque la mayoría se concentran en Estados Unidos y Canadá. En España son sólo 1.366, por ejemplo.
¿Cómo se mantiene la paz?
Desde que el deporte llegó en 1995 a Gran Canaria, el ultimate se ha ido desarrollando poco a poco en el país -ahora hay 37 clubes- y sobre todo ha avanzado en su modalidad de playa, donde la selección se colgó una plata y un bronce en el último Mundial. En algunos colegios y universidades se explica e incluso se practica por su espíritu, porque no necesita árbitros, aunque al principio siempre surge la pregunta. ¿Cómo se mantiene la paz?
«Es autoarbitraje y funciona. Yo empecé a estudiar INEF, conocí el deporte y me enganchó, pero no sabía que no tenía árbitros hasta que llegué a mi primera competición. Había jugado al fútbol y me sorprendió muchísimo. Aquello me acabó de enamorar. En principio el ultimate es un deporte sin contacto, pero somos los propios jugadores los que determinamos los límites. En un Mundial, por ejemplo, metes el codo, pero el rival lo consiente, lo negocias con él», detalla Diego Lorenzo, miembro de la selección mixta que este noviembre en California se proclamó subcampeona del mundo de ultimate playa.
«Es muy interesante. Todos debemos conocer las normas y respetarnos y, al acabar el partido, nos juntamos a hablar sobre lo que ha ocurrido. Luego cada equipo da una puntuación del fair play del adversario a través de cinco puntos: conocimiento de las reglas, contacto, imparcialidad, actitud y comunicación», comenta Cristina González, parte de la selección femenina que en el mismo Mundial se llevó el bronce.
«Que no se pierda el respeto»
Los dos jugadores valoran mucho «la responsabilidad» que les adjudica la ausencia de un juez, pero también aceptan que puede haber líos. De hecho, en el ultimate sólo hay una liga profesional, la American Ultimate Disc League (AUDL), de Estados Unidos y Canadá, y allí ya han creado «los observadores». No se consideran árbitros, pero señalan los fuera de banda o los fuera de juego e intervienen si los jugadores no se ponen de acuerdo sobre algún lance. El deporte más limpio puede cambiar si llegan los patrocinadores, los premios, en definitiva, el dinero.
«Está claro que no hemos puesto a prueba el autoarbitraje porque aquí en Europa el ultimate no nos da de comer», reconoce Diego Lorenzo. «Supongo que es el futuro, un modelo mixto con observers que ayuden. Pero espero que no se pierda el respeto entre rivales» apunta González. «El fair play es parte del ultimate y lo seguirá siendo aunque haya observadores que intervengan más», finaliza el técnico Rivero. El ultimate, un deporte sin árbitros; la utopía es posible, al menos aún.