Después de Moser empezó el récord a degradarse. Pistards como Graeme Obree y Chris Boardman, en una pugna dual, se lo fueron repartiendo con unas bicicletas cada vez menos parecidas a bicicletas
Filippo Ganna le he hecho un favor al ciclismo al devolverle al récord de la hora un prestigio, y con él una dignidad, que se había ido diluyendo hasta, prácticamente, desaparecer. En los viejos tiempos esa plusmarca la habían ostentado los mejores e
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Cuando las multitudes le aclaman, le chillan y le ruegan en los largos pasillos que en cada salida se forman en el protocolo de la estampa de firmas, cuando rodean el bus del UAE Emirates, cuando le persiguen incluso en los hoteles de paso perdidos por Francia, a Tadej Pogacar se le intuye abrumado. Como los tímidos enfermizos, no sabe muy bien cómo reaccionar ante el fenómeno fan. Un brazo arriba, una media sonrisa. Él sólo es una estrella del rock encima de la bicicleta. Ahí sí, la transformación, los gestos, el colmillo, la inclemencia. El show.
En Niza, bajo el sol del Mediterráneo, tan lejos del Arco del Triunfo parisino, el esloveno se hizo leyenda. Son tantas las comparaciones con los mitos del ciclismo, los récords devorados... El nombre más repetido es el de Marco Pantani, el último ganador del doblete Giro-Tour, hace 36 años. Sólo seis más lo lograron (Coppi, Anquetil, Merckx, Hinault, Roche e Indurain), pero lo más asombroso no es conseguirlo, es siquiera imaginar intentarlo en los tiempos del ciclismo moderno, donde ya no se avanza a base de riñones y coraje, donde todo lo marca la ciencia, los vatios, los esfuerzos y los descansos. Ahí, en los laboratorios, ha sido donde se ha fraguado lentamente la reconquista de Pogacar, una maquinaria que su director, Joxean Fernández Matxin, puso en marcha el mismo día después de que, por segundo año consecutivo, Jonas Vingegaard apartara a su pupilo del triunfo en la Grande Boucle.
«Un Tour lo perdí porque me equivoqué siguiendo los ataques de Roglic y Vingegaard [Galibier 2022], el otro porque lo corrí con la muñeca medio rota y una férula», contaba en la cima de Isola 2000 Tadej tras abrochar su tercer Tour e igualar a Thijs (1913, 1914, 1920), Bobet (1953 a 1955) y Greg LeMond (1986, 1989 y 1990). «Vuelvo a ser el viejo yo. Y todavía mejor». Pero, ¿cómo lo hizo?
Es lo que Matxin llama «el backstage, todo lo que está detrás». Y, en el caso del genio de Komenda, se basa en tres pilares: aerodinámica, nutrición y rehabilitación. Los tres, como ese Joseba Elguezabal (el masajista vizcaíno) que le asiste en cada meta, tras cada esfuerzo, con acento español.
Tras la segunda afrenta de Vingegaard, con un bajón como nunca antes se había visto en el Col de la Loze, el fin de temporada de Tadej no fue todo lo exitoso que acostumbra. Apenas pudo sumar a su palmarés Il Lombardia, el último monumento del año. Ya ese octubre, en el primer pre stage del equipo en Abu Dhabi, Matxin le planteó una ambiciosa hoja de ruta hacia la reconquista: Giro y Tour. «Todo está analizado. No podíamos acomodarnos. Teníamos que controlar dónde habían estados la pérdidas y minimizarlas. Y aumentar nuestras fortalezas. Y para eso había que sacrificarse», explica el director del UAE a EL MUNDO.
El Puig
Tras las vacaciones con su novia Urska Zigar, Pogacar se puso manos a la obra. En enero ya estaba trabajando en el velódromo valenciano de El Puig, Porque ahí, en la aerodinámica, estaba uno de los puntos débiles detectados. «El año pasado nos metieron 1:38 en la crono [Combloux), son cosas que escuecen pero que te hacen despertar». El hombre destinado a mejorar aerodinámicamente a Pogacar es David Herrero, ex ciclista del Euskaltel, ahora uno de los biomecánimos más prestigiosos del pelotón. Que no sólo estudió en el túnel del viento y los track test (pista) la posición de Tadej en la cabra de contrarreloj, fue más allá. «Se trataba de ser aerodinámicos, pero confortables en la posición. Pogacar antes iba mucho más recto, más flexible. Ahora va más acoplado en momentos donde antes era erecto. Todo apoyado por el Big Data. Si vas 20 segundos con una capacidad de flujo del aire que te penetre mucho más...», explica Matxin. «Estudiamos hasta la posición en el grupo y la composición y ubicación del equipo, cómo usamos el draft (ir a rueda), saber que tú en ese momento estás recuperando y posiblemente tu rival no, él gasta más y tú menos», añade.
Herrero, que fue pupilo de Matxin en el Saunier Duval, analiza hasta «el rozamiento del material de la bicicleta, del muslo con el sillín, de un buje, de la cadena... Cuanta menos fricción haya, más rendimiento». Todo eso no dejó de aplicarlo Pogacar. En cada calentamiento y cada enfriamiento del Giro, utilizaba la bici de contrarreloj. En el mes entero que pasó concentrado en los Alpes Marítimos antes del Tour, hubo días que recorrió los puertos acoplado. Jornadas en las que, antes de partir, completaba en el rodillo rodajes suaves a 40 grados, un entrenamiento térmico para mejorar una de sus flaquezas reconocidas, el esfuerzo bajo el calor.
La siguiente para de la mejora de Pogacar es la nutrición. Y ahí el hombre es Gorka Pérez, el nutricionista español del UAE, que ya contaba en EL MUNDO cómo medía «hasta los gramos de arroz del sushi» de sus ciclistas. «Valora el gasto calórico, el gasto en kilojulios de cada etapa para analizar proteína, carbohidratos, toda la alimentación a la perfección de cada uno. Con una App que ha desarrollado, sabe perfectamente todo lo que han gastado y todo lo que tienen que comer», dice Matxin. «El chef hace el menú customizado para cada corredor. Nadie pasa hambre. En muchos casos no se pueden ni acabar la dieta, pero están convencidos de que al detalle eso es lo que necesitan para recuperar, la gasolina que han gastado».
Otro de las grandes novedades en el entrenamiento de Pogacar fue la llegada en octubre del sevillano Javier Sola en sustitución de Íñigo San Millán (se incorporó al Athletic de Bilbao) como director del grupo de entrenadores. Matxin también destaca otra pata menos visible del entorno del campeón. Se trata de Víctor Moreno, especialista en rehabilitación de la Universidad Miguel Hernández de Elche. Con una gran peculiaridad que adelanta en «un 50% los plazos de la recuperación»: el profesor se desplaza directamente a los lugares de residencia de los ciclistas del UAE. «Esto no creo que exista en ningún deporte. Cuando alguien tiene una lesión o una caída, tener que desplazarte a un centro de rehabilitación o a un hospital, es duro psicológicamente. Víctor acude a la casa de los ciclistas para que en su ambiente, con su familia, se recuperen más rápido la lesión. El año pasado estuvo en Mónaco con la rotura de muñeca de Tadej», desvela Matxin.
Todo eso, las ganas de venganza y el talento innato de Pogacar. Un cóctel para la historia del ciclismo.
Cima de Ancares. León a un lado, Lugo al otro y, allá en el fondo, Madrid. Tan cerca. Tan lejos. Ben O'Coonor salvó el rojo. Ha transcurrido un día más. Madrid, en teoría, está más cerca. Ha transcurrido un día más, sí. Pero Madrid, en realidad, se aleja. O'Connor empezó la etapa con 3:16 de ventaja sobre Roglic. La concluyó con 1:21. Antes, culminando una escapada de 23 hombres que fue por el camino haciéndose jirones, Michael Woods, canadiense, veteranísimo (37 años), obtenía su tercer triunfo en la Vuelta a lo largo de sus distintas participaciones.
Había descolgado a Mauro Schmid y a un Marc Soler que gasta demasiadas energías en escaramuzas estériles. Es una fuerza de la naturaleza, pero nos asombra y duele tanto despilfarro en un deporte en el que dosificar los esfuerzos gana batallas y guerras. Él no los escatima. No es su táctica: es su naturaleza.
Woods, de paso, le proporcionaba al Israel su primer triunfo en la carrera. Su éxito era el zumo. La carne, la chicha, la sustancia estaba por detrás, en un pelotón que se quedó esquelético en la brutal subida de 7,5 kms., al 9,3% de media y unos cuantos picos del 15%, en la que sobrevivían en los puestos de cabeza, más o menos dispersos, los tenores de la prueba.
Y ninguno más afinado y con la voz más potente que Primoz Roglic. Un recital en tono y timbre. Le fue haciendo el coro Enric Mas hasta que enronqueció. Incluso lo superaron, sufriendo como perros, Landa y Carapaz. El mallorquín, en un terreno que le favorecía teóricamente, no dio la talla de ganador. Roglic le desnudó y los otros aspirantes al podio también le descubrieron sus limitaciones. Mas, al igual que Soler, es como es, es lo que es.
Queda mucha y muy importante Vuelta, y el ciclismo está lleno de lances inesperados, de giros copernicanos. Pero así, en principio, con todo lo que llevamos recorrido, él, Landa y Carlos Rodríguez, sexto ahora en la general, parecen destinados a luchar por los puestos secundarios del podio, con, incluso, dificultades para hacerse con una etapa. La pugna por el rojo es hoy por hoy un diálogo entre O'Connor y Roglic. El australiano va perdiendo la voz. El esloveno la va alzando, aproximándola al grito. No es descartable que OConnor, que anda en la pelea, pueda acabar sexto si sigue cediendo golpe a golpe, verso a verso
Roglic ha ido jornada a jornada comiéndole terreno y tiempo al australiano. Los periodistas hemos hablado y escrito de "mordiscos", "bocados", "dentelladas" y demás metáforas del reino animal muy del gusto del gremio y de los aficionados. Frecuentes recursos estilísticos perfectamente descriptivos, por otra parte. Pero Roglic no va pellizcando, ni mordiendo, ni tragando, ni devorando... Va royendo, como quien va desgastando un hueso hasta dejarlo en el tuétano. Roglic no es un carnívoro. Es un roedor. Eso sí, implacable. Se encamina, y mucho más con la contrarreloj final, hacia su cuarta Vuelta.
Este sábado tenemos una etapa larga, la más larga de la Vuelta (200 kms.), interesante, con un puerto de 3ª y otro de 1ª (Leitariegos), que acaba en Villablino. Pero destinada de hacer de puente entre la de Ancares y dos de las reinas de la carrera: la del Cuitu Negro el domingo y, tras el descanso del lunes, la de los Lagos de Covadonga. Nunca se sabe, la vida y el ciclismo te dan sorpresas. Pero, probablemente, quien salga de líder de Asturias llegará de líder a Madrid.
Nunca se sabe, y menos con tanta carrera por delante y sujeta a tantos azares y peligros. Pero el Tour ya parece cosa de dos. Y esos dos son Tadej Pogacar y Jonas Vingegaard. Y viceversa. Dos colosos en la cima conjunta e inseparable de la clase común. Dos enemigos en la fraternidad de las alturas compartidas. Dos rivales irreconciliables en la jerarquía gemela.
El Macizo Central, 211 kms. con 4.350 metros de desnivel, concentrados prácticamente en los últimos 50 kms. contempló la pugna de dos gigantes enfrentados el uno al otro y a sí mismos en la comparación propia con la ajena. Cada cual es quien es y vale lo que vale. Pero la identidad y la valía del uno no son independientes de las del otro.
La segunda etapa más larga de este Tour, una de las cuatro de más de 200 kms., y la más exigente echó a volar desde la salida bajo el impulso de un Richard Carapaz que agitó el pelotón. Que lo zarandeó, contagiándole sus nervios o siendo contagiado por él, y no paró hasta arrastrar consigo a unos cuantos elementos, entre ellos Lazkano y Healy, y formar una escapada de 10 que nunca llegó a adquirir una ventaja más allá de los dos minutos.
En su largo y aplaudible protagonismo, sus componentes no eran nada desde un principio. No significaban nada, a la espera de que los acontecimientos de verdad, los más trascendentes, estallaran con la virulencia de una batalla y la belleza de una danza. De un combate y un baile. En el pelotón se presentía, se mascaba la tensión de una espera impaciente y, al mismo tiempo, temerosa.
Col de Puy Mary Pas de Peyrol, a 36 kms. de la meta. Eminencia de 1.590 metros de altitud, de 5,4 kms. de longitud al 8,1% de media y algún tramo sostenido al 14%. Montaña verde y espesa que, al ritmo de un pelotón cada vez más enflaquecido, se fue tragando a los escapados.
... Y entonces, a 580 metros de la cima, atacó la bestia amarilla. Nadie sobre una bicicleta en este mundo puede resistir tanta potencia en un corredor que cuenta con el motor de una máquina y las alas de ángel. Nadie en ese primer momento. Roglic, desmintiendo su experiencia, lo intentó. No pudo. Vingegaard, que va testando sobre la marcha su forma real, atrapó a Primoz. Más atrás, Evenepoel, que va aprendiendo a pasos agigantados, fue más prudente y subió a su ritmo.
Coronó Pogacar. Vingegaard y Roglic, a 16". Evepeneoel, a 34". Más lejos, Carlos Rodríguez, Ciccone, Adam Yates, Almeida, Landa... Admirables secundarios en una obra y un escenario reservados, en sus primeros papeles y bajo las luces más brillantes, a otros.
Pogacar mantenía medio minuto sobre Vingegaard al acabar el descenso. Pero Vingegaard, recortando metro a metro, jadeo a jadeo, lo alcanzó en el ascenso al col de Le Pertus. Todavía el esloveno se llevó los ocho segundos de bonificación en la cima, por cinco del danés. Descendieron juntos. Y empezaron juntos la última dificultad del día, el col de la Font de Cère.
Para entonces, aunque treparan en comandita y en igualdad de resultados y posibilidades, Vingegaard se había rearmado moralmente y obtenido una ventaja psicológica sobre quien había tratado con todas sus fuerzas de reducirlo, dejando la carrera asomada a la sentencia definitiva.
Coronaron. Bajaron a toda velocidad durante kilómetro y medio. El Tour sólo eran ellos. Afrontaron un repecho final de 800 metros. Se lo disputaron con la lógica avidez de todo triunfo parcial. Pero fundamentalmente con la pretensión de obtener el uno sobre el otro una superioridad anímica.
Estaban en juego muchas más cosas que una victoria de etapa, por importante que fuera. Cualquiera pudo ganar. Lo hizo Vingegaard para rematar por centímetros una jornada en la que le ha dicho a Pogacar que ha vuelto, que está mejor cada día y que, aunque, sí, nunca se sabe, esto es una cosa de dos, no de uno. De lo dos de los últimos cuatro años.
Evenepoel llegó a menos de medio minuto. Roglic, que se cayó, a menos de uno. Están aún ahí. Pero lejos...