Una vida huérfana de sobresaltos fácilmente será feliz, pero a veces hay derrumbes y reconstrucciones y la felicidad espera igualmente después. Que se lo digan a María Pérez. En 2018, cuando era una niña, fue campeona de Europa y el futuro era suyo. La marcha, a sus pies. Las medallas, los contratos, incluso la fama. Pero luego vinieron los problemas estomacales, el cáncer de su mujer y varias descalificaciones porque su técnica ya no le valía a los jueces. Y tuvo que reinventarse. Hasta este domingo. Cinco años después de su primer éxito, Pérez se proclamó campeona del mundo de los 20 kilómetros marcha y entregó a España su segundo oro en Budapest.
Sus lágrimas sobre la mismísima línea de meta mostraban que el proceso fue duro, también que tuvo sentido. Tan rotunda fue su superioridad que Pérez pudo dedicar los últimos 500 metros a celebrar; a chocar la mano de todo el público; a escoger qué bandera española ondear; a besar a su mujer, Noe Morillas, presente en Budapest; a dar las gracias a su entrenador, Jacinto Garzón; a entrenar en meta lenta, muy lenta. Una gozada. Luego rompió a llorar como una niña, tanto que había pasado. Sólo cuando ya entraron la australiana Jemima Montag, plata, y la italiana Antonella Palmisano, amiga suya, la española se recuperó y cumplió con el protocolo: las fotos, las preguntas.
JAVIER SÁNCHEZ
@javisanchez
Actualizado Jueves,
9
noviembre
2023
-
23:04Ver 1 comentarioLas WTA Finals de Cancún evidencian la crisis del circuito por...
María Pérez esperaba a primerísima hora de la mañana alrededor de la Torre Eiffel que se diera la salida de la prueba femenina los 20 kilómetros marcha cuando alguien encendió la tele que había en la minicarpa de España en la zona de calentamiento para ver cómo iban las cosas en la prueba masculina y tuvo que reaccionar. "¡Apaga!¡Apaga!" gritó antes de poder observar cómo su compañero, su amigo, Álvaro Martín, se colgaba la medalla de bronce. "Me pongo muy nerviosa, me pongo muy nerviosa, porque siempre compiten antes y Álvaro cuando gana me nombra, dice que ahora es mi turno. Yo no sé por qué lo hace, lo voy a matar", lanzaba Pérez.
Como en el último Mundial, Martín y Pérez, pareja fantástica. Si entonces fueron cuatro oros entre los dos, en los Juegos Olímpicos de París fue una plata para ella y un bronce para él, más que suficientes para desatar la euforia. En cuanto María Pérez llegó a la meta, allí le esperaba Álvaro Martín y el abrazo entre ambos fue tan intenso que no vieron que a su lado, esperando desde hacía un rato, estaba la reina Letizia.
"Ya le hemos perdido perdón, pero el deporte es así. Nos ha dicho que no pasaba nada", explicaba Pérez después de todo un proceso: "He sufrido mucho dolor, sólo los míos saben por lo que he pasado". Además de varios procesos víricos que le afectaron durante la primavera, la marchadora venía de una lesión grave, una fractura de sacro, que en invierno le obligó a pasar por el quirófano. Operación. Rehabilitación. Y una renuncia a los analgésicos en la que empezaron los propios Juegos: para volver a marchar a toda velocidad tenía que acostumbrarse al dolor, recuperar la sensibilidad en esa zona, aunque fuese una tortura. Lo hizo, aunque por el camino hubo otros golpes.
"En lo deportivo vengo de un año durísimo y también en lo personal. Aquí me han faltado dos amigos que han fallecido, Ángel, de cáncer, con niños pequeños en casa. Y Nicolás, también de cáncer, que era policía local en Orce y cada día desayunaba con él. Se fueron y ya no puedo hacer nada", lamentaba la marchadora en uno de los muchos momentos de la celebración en la que soltó las lágrimas. Otro fue, por ejemplo, cuando se abrazó con su entrenador, Jacinto Garzón, que besaba sus estampitas y felicitaba a su pupila: "Esta ha sido la mejor carrera que ha hecho nunca".
No le faltaba razón. Pérez, que años atrás cometió errores de estrategia, que en algunas carreras que se lanzó para hundirse después, esta vez fue consciente de sus opciones a la perfección. La china Jiayu Yang demarró con violencia en el kilómetro 5 y Pérez, en lugar de irse con ella, esperó. Al frente del grupo, aguardó porque su momento no era ése. Era mucho más tarde, en el kilómetro 14, cuando rompió con todo para irse a por la plata. Pudo ser oro, incluso, pero una tarjeta le frenó en plena remontada y Yang supo mantenerse. A la prueba llegaba Pérez con ciertas dudas sobre su estilo técnico -los jueces llegaron a ponerle cómo ejemplo de lo que no se debía hacer en un congreso-, pero sobre el asfalto no tuvo problemas. "Yo también creo que ha sido mi mejor carrera. He visto a Yang que se iba y he pensado: ¡Buf, por ahí no vayas, María! Después he visto que podía pillarla en algún momento, pero estaba demasiado difícil", comentaba la española que ya fue campeón del mundo y de Europa y ayer completó su palmarés.
"Soy un tío normal de pueblo"
Desde Orce, el pueblo de Granada donde vive, al cielo. Una reivindicación del trabajo fuera de las ciudades que ayer nombró Pérez e hizo suya totalmente Álvaro Martín. "Soy un tío normal de un pueblo de 6.000 habitantes al sur de Extremadura [Llerena] y pensar que he ganado una medalla olímpica es increíble", aseguraba el marchador que llegaba con la vitola de favorito y acabó con el bronce, igualmente un éxito. Porque era su primera medalla olímpica después del cuarto puesto de los Juegos de Tokio y porque era la primera también de su entrenador, José Antonio Carrillo, que con muy pocos recursos - "Hacíamos jabalina con un palo de fregona y un cuchillo", recuerda- creo el mejor centro de tecnificación de la marcha del mundo, en Cieza, un pueblito de Murcia. "Hoy mi oro era este bronce, lo he dado todo", analizaba Martín, que como Pérez la próxima semana podría conseguir otra medalla en el relevo mixto de la marcha.
Ayer en el escenario más bonito que ha tenido nunca la marcha, bajo la Torre Eiffel, el marchador español aguantó y aguantó en el grupo hasta el toque de campana. "Es ahora, es ahora", le gritaba sus amigos, presentes en el Trocadero, y Martín, siempre impertérrito, cambiaba la cara. Con él, en ese último kilómetro, Pintado, Bonfim y el italiano Massimo Stano, todos rivales más que conocidos. Con él, en ese último kilómetro, la posibilidad de tocar el cielo. Atacó Pintado primero, violento hacia el oro, se fue con él Bonfim y Martín supo que era el momento: si seguía detrás, era medallista olímpico. En los últimos metros, en el empedrado del Trocadero, Martín miraba para atrás para controlar el ataque de Stano y ya estaba, ya lo tenía. En la meta, derrumbe: no podía más. Sólo tenía fuerzas para esperar a Pérez y celebrar juntos, y más tardes con la reina Letizia, un doblete histórico para España.
Del 21 de febrero a este 17 de marzo: fueron 25 días entre interrogantes para Carlos Alcaraz. ¿Aguantaría su tobillo derecho? En el primer partido del ATP 500 de Río de Janeiro, sufrió un esguince de grado II y la duda se mantuvo hasta este domingo, cuando celebró su Masters 1000 de Indian Wells. Pronto remitió la hinchazón y luego se disipó el dolor, pero quedaba la debilidad. Si se entrenaba en solitario, dudaba al pisar y se sentía inestable; si se entrenaba con algún otro tenista, no podía correr porque la dolencia podría agravarse. Únicamente después de vencer a Daniil Medvedev en la final por 7-6(5) y 6-1 y recibir el trofeo, Alcaraz explicó que la lesión era más grave de lo que había reconocido antes y que su éxito residió en creer.
En lugar de renunciar al torneo estadounidense antes de empezar, superó un difícil estreno ante el italiano Matteo Arnaldi, luego mejoró y así partido a partido hasta derrotar consecutivamente a Alexander Zverev, Jannik Sinner y el propio Medvedev, es decir, al quinto, al tercero y al cuarto del ranking del mundial. ¿Aguantaría su tobillo derecho? Finalmente aguantó, vaya si aguantó.
"Ganar este torneo significa mucho para mí porque la semana previa al comienzo tenía muchas dudas sobre mi tobillo. Recuerdo mi primer entrenamiento solo aquí en Indian Wells: me pasé 30 minutos sin moverme, tirando cestas. Después, el primer entrenamiento con jugadores fue muy duro porque no podía jugar a mi mejor nivel. No me sentía bien con mi tobillo y tenía muchísimas dudas en mi cabeza, pero en la primera ronda empecé a sentirme mejor. Y cada partido fui a mejor y a mejor. Así que estoy muy feliz por ganar este título de nuevo, por haberme sobrepuesto a los problemas", resumió Alcaraz que agradeció el trabajo de su equipo durante ese periodo incierto en el que nadie sabía qué ocurría.
"Quiero agradeceros a cada uno de vosotros, han sido unas semanas bastante intensas, las hemos disfrutado mucho, hemos hecho un gran trabajo estando aquí para recuperar el tobillo. Muchas dudas al principio del torneo para ver si íbamos a poder jugar a un nivel óptimo. Todos hemos puesto cada uno nuestro granito de arena para levantar el título", lanzó a su palco.
Antes de empezar el torneo en el desierto de California, Alcaraz ya había expresado ciertas dudas sobre la firmeza de su tobillo, pero en ningún momento fue más allá. De hecho, antes e incluso durante el Netflix Slam en Las Vegas contra Rafa Nadal, el español se proclamó recuperado y listo para competir. No lo estaba, pero mandaba el espectáculo. En aquella cita, su técnico, Juan Carlos Ferrero, reconoció que el esguince estaba ralentizando los entrenamientos y poco más.
Menos presión
Pese a lo contradictoria que pueda parecer, la lesión en realidad pudo ayudar a Alcaraz a quitarse la mochila que portaba desde su proeza en Wimbledon el año pasado. Desde entonces no había levantado ningún título y sólo había disputado una final, en el Masters 1000 de Cincinnati, siempre asfixiado por los nervios y apresurado por la inquietud. Quería ganar los partidos antes de jugarlos, antes incluso de empezarlos. La lesión de tobillo, en cambio, rebajó sus expectativas alrededor del Masters 1000 de Indian Wells y le liberó. Sólo en los primeros juegos de la final ante Medvedev, cuando retomó la ansiedad, dejó de disfrutar.
El título en Indian Wells supuso una serie de hitos estadísticos para Alcaraz y algo más. Se convirtió en el primero en defender la corona en California desde Novak Djokovic en 2016, en el segundo tenista en ganar cinco Masters 1000 antes de los 21 años -el primero fue Rafa Nadal- y en el segundo español con más trofeos de esa categoría por delante de su entrenador, Juan Carlos Ferrero (cuatro) o Carlos Moyà (tercero). Pero no sólo eso.
Su éxito le relanzó en la carrera por el número uno. Después de la renuncia de Djokovic a jugar el cercano Masters 1000 de Miami, el español, que está a menos de 1.000 puntos de desventaja, ya sabe que podría volver a Europa a un paso de la cima. Antes será muy difícil, pero en el próximo Grand Slam, Roland Garros, a finales de mayo, el número uno del ranking ATP podría volver a estar en juego. Con el tobillo recuperado, nuevamente en la senda del éxito y alejado de la ansiedad, podría ser otra vez el momento de Alcaraz.