Federico Martín Bahamontes ha muerto a los 95 años
Acudir a él era una delicia. Siempre atendía la llamada del reportero para disipar dudas o ampliar información. Aunque estuviera ”atareado”, no dudaba en levantar el teléfono para recordar sus enriquecedoras experiencias. Su discurso era personalísimo, con permanentes referencias al pasado. “Me podían ganar en el llano, pero nadie subía mejor que yo, bueno sí, Charly Gaul, pero yo le ganaba siempre, sobre todo cuando hacía calor”.
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Federico era genuino, con un altísimo concepto de sí mismo, provocador. ”Cuando gané el Tour me hicieron un recibimiento mejor que al Papa y a Franco. Yo vine con un coche descapotable que me fue a buscar a Madrid. Tardamos cinco horas en llegar a Toledo, la gente venía detrás en bicicleta y en moto. La caravana que yo traía debía parar en cada pueblo, porque todos me querían tocar. Era la hostia”, explicaba a este periodista el 17 de julio de 2019, en la víspera de su 60 aniversario de su triunfo en París.
-¿Se sintió utilizado por el franquismo?
-Nunca, nunca.
Su triunfo en el Tour resultó una eficaz arma propagandística de la dictadura. En 1959 se coronó en París como el primer vencedor español. Su victoria se consumó el 18 de julio, festividad en homenaje al Alzamiento Nacional. Una coincidencia que Franco supo explotar. Su triunfo sirvió para sacar a aquella España oscura de su aislamiento. Franco le felicitó y le dijo que tenía que ”seguir poniendo la bandera en las cumbres más altas”.
El toledano jamás se pronunció sobre sus inclinaciones políticas. Ni falangista, ni franquista. Él era un buscavidas que siempre salía a flote. Una virtud germinada en la necesidad. Nació en el reinado de Alfonso XIII, creció en la Segunda República y fue un pícaro de la posguerra. Su familia carecía de recursos y desde crio se dedicó al estraperlo. Recorría los pueblos de Toledo con su bicicleta cargada con pan, fruta o aceite que luego su madre revendía.
Escalando las calles empedradas de la ciudad, cargado con botellas de leche, cinceló unas piernas poderosas que le permitieron sobresalir en un deporte que en los años 50 causaba furor en España. ”Yo trabajaba en un mercado desde las 6 de la mañana a las 10. Repartía fruta con una carretilla para cinco tiendas y luego me dedicaba al estraperlo, me tenía que buscar las habichuelas. Tenía una bicicleta de mi padre, a la que ponía un soporte de madera en la parte de atrás y colocaba la harina, el pan, los garbanzos. Yo lo traía como si fuera una tienda, pero tenía que estar vivo porque la Guardia Civil te lo quitaba”.
Bahamontes, con su descaro, compartía protagonismo con el Real Madrid y El Cordobés. Ídolos de un franquismo que no dudaba en recurrir al deporte para endulzar sus pecados. A Franco, el ciclismo no le gustaba mucho, su antipatía por las bicicletas nació el 22 de agosto de 1935, cuando su chófer arrolló a dos trabajadores que circulaban en sendas bicis en las cercanías de un pueblo de Salamanca, provocando la muerte de uno de ellos. El Hispano Suiza volcó, el general resultó ileso y Carmen Polo sufrió una pequeña herida en la frente.
A pesar de su aversión a las bicicletas, el dictador sabía que Bahamontes le podría aportar amplios réditos. Y el toledano, que tanta hambre padeció en la posguerra, se dejaba querer. Supo nadar y guardar la ropa como nadie, siempre agradecido a la bicicleta, a la que nunca abandonó. “Tengo claro que antes de la victoria del Tour yo era no era nadie y desde entonces empecé a ser un hombre famoso, en todos los sentidos”.