No podrá ser… todavía. Carlos Soria abordaba su decimocuarto intento de coronar en el Dhaulagiri, una de las dos cumbres que le faltan para ser el montañista de mayor edad en llegar a la cima de los 14 ochomiles. Esta vez no ha podido conseguirlo por un accidente que ha sufrido con uno de sus sherpas.
Soria “ha informado de un problema en las piernas a 7.400 metros mientras subía a la cumbre”, dijo a Efe Mingma Sherpa, director de Seven Summit Treks, la agencia encargada de la expedición. Un helicóptero está siendo movilizado para rescatarlo, dijo. Y el problema es que uno de sus sherpas cayó accidentalmente sobre su pierna, “produciéndole una lesión en la tibia”.
El equipo del montañista había informado que Soria se encontraba ya en el campamento III del Dhaulagiri (7.200 metros), al pie del último tramo antes de la cima, desde dónde intentaría el último empuje para coronar la montaña.
Para saber más
Soria llegó a Nepal el pasado marzo para tratar de conquistar el Dhaulagiri, la séptima montaña más alta del planeta con 8.167 metros de altitud, acompañado por el también escalador español, Sito Carcavilla.
Sin embargo, las prolongadas nevadas retrasaron varias semanas su ascenso, a la espera de una ventana de buen tiempo que no apareció hasta estos últimos días.
El deportista que alcanzó el Annapurna a los 77 años fue intervenido en 2018 para una implantación total de rodilla por una artrosis severa que le causaba intenso dolor.
Aunque el Dhaulagiri no es la montaña más peligrosa que ha escalado el veterano alpinista, esta le ha sido especialmente esquiva.
El de esta temporada era el decimocuarto intento de Soria por hollar la cumbre del Dhaulagiri, tras su primera tentativa en 1998, un plan que se vio obligado a abandonar en dos ocasiones en 2021, y de nuevo en la primavera de 2022 por el mal tiempo.
Esta es la primera vez que Soria es rescatado de una montaña, algo que el escalador destacó el año pasado en una entrevista con EFE como un logro debido a su prudencia y experiencia.
A Soria tan solo le resta el Dhaulagiri y el monte Shisha Pangma, en el Tíbet, para convertirse en el montañista de mayor edad en llegar a la cima de los 14 ochomiles.
Este viernes, el día previo de sus cuartos de final de los Juegos Olímpicos de París ante la japonesa Aya Ohori, Carolina Marín tenía un planning, lo miró y lo rompió en mil pedazos. "Fue un día largo. Había reservado pista para entrenar, pero la cancelé y decidí reunirme durante horas con mi entrenador [Fernando Rivas] y mi psicóloga [María Martínez]", reconocía.
En el partido anterior, de octavos de final, había jugado con miedo, defensiva, temerosa. Marín no fue Marín. Estuvo a un suspiro de la derrota y, por eso, quiso cambiarlo todo. "Hablamos de atreverme, de olvidar el miedo a perder, de dónde poner el foco, de centrarme en mi juego", explicaba y el plan funcionó. Este sábado derrotó a Ohori por 21-13 y 21-14 en su mejor partido estos Juegos.
Donde antes hubo miedo esta vez hubo fuego. Ohori le había vencido el año pasado en el Open de Francia y este sábado en el Arena Porte de la Chapelle de París, un pabellón hasta arriba de españoles coreando su nombre, no tuvo ni la oportunidad de intentarlo. Marín estuvo rápida, concentrada, intratable.
Ya no es la jugadora ultraofensiva que es, pesan los años, las lesiones que le destrozaron las rodillas y hasta las desgracias -como el trágico fallecimiento de su padre en 2020-, pero con cualquier estilo de juego puede dominar. De hecho, ante Ohori, jugadora de poderoso remate, la española de 31 años impuso su control.
"Recuerda el plan"
"Estoy muy contenta y no sólo por ganar el partido. Estoy contenta por cómo he entrado en la puesta, por dónde he puesto el foco... he sido Carolina Marín con concentración y determinación. Esa loba que cuando muerde y agarra no suelta hasta el final. Me siento orgullosísima de mí misma", reconocía la campeona olímpica en los Juegos de Río 2016 que, durante el partido, recibía las indicaciones de su técnico -"Recuerda el plan, recuerda el plan"- y las suyas propias.
Antes de cada saque hablaba consigo misma en voz alta y, aunque costaba escucharla, se intuía que repetía constantemente frases sobre "el foco" y "el plan". "Parece que esté loca, que quizá lo esté, pero no paro de hablarme para mantener el foco donde debe estar. Constantemente me repito el plan, animándome, por eso hablo mucho en la pista", comentaba Marín que este domingo, en las semifinales, se enfrentará a la china He Bing Jiao, que este sábado derrotó por sorpresa a su compatriota, la vigente campeona olímpica Chen Yu Fei. Ambas se han enfrentado nueve veces, con siete victorias para la española, aunque su último encuentro fue en 2022.
En realidad, aunque su nivel de juego suele ser superior, Marín prefería a Yu Fei casi por superstición. En los Juegos de Río ya se enfrentó en semifinales con la vigente campeona, entonces Li Xuerui, la derrotó y aquello le impulsó hacia el oro en la final. Ahora no podrá repetir ese ascenso, aunque tanto da.
Después de todo lo vivido y, sobre todo, después de todo lo sufrido, estar aquí ya podría ser un premio para Marín, un regalo, pero entonces no sería Marín. «Yo no he venido a ver la Torre Eiffel, yo he venido a ganar una medalla», proclamaba la jugadora a quien al volver de los Juegos de Río, donde había sido campeona, le preguntaron qué le había parecido el Cristo del Corcovado y ella contestó que ni idea, que no le había visto.
La selección española de rugby regresará a un mundial. Tras su victoria de este domingo en Suiza (13-43) y la del anterior contra Países Bajos (53-24), los Leones se han clasificado para Australia 2027 sin necesidad de esperar al choque contra Georgia. Tienen ante sí la ocasión de recortar la brecha con la élite que el profesionalismo abrió. Este hito atraerá inversiones para acelerar el desarrollo y partidos internacionales de calidad; debería traducirse en el aumento de practicantes y de patrocinadores.
En 2027 acabará un desierto de 28 años. "Dejar un legado" era el último propósito que enunciaban protagonistas del anterior ciclo, como Alvar Gimeno o el capitán Fernando López, cuando se consumó en 2022 la segunda descalificación por alineación indebida. De aquellos 45 jugadores apenas queda una decena, la mitad titulares.
La transición hacia la selección que hoy dirige Pablo Bouza la iniciaron su predecesor, Santiago Santos, y el segundo entrenador con ambos, Miguel Velasco. Bouza llegó en enero de 2024. Tenía un año antes de esta fase de clasificación. Según contó a EL MUNDO, se propuso "arreglar sólo lo que no funcionaba".
El técnico argentino ha acelerado el debut de muchos jóvenes. También ha mantenido a un puñado de veteranos, como el apertura Bautista Güemes. Aun lesionado, vivió con sus compañeros los días previos al triunfo contra Países Bajos. "Lo primero, queremos jugar; y aparte de eso, guiar un poco al grupo, ayudar, estar para el equipo", dice sobre su papel.
La era Bouza comenzó en el Campeonato de Europa de 2024. España acabó en una esperanzadora tercera posición, pero sufría en el contacto físico. Un aspecto que no sólo es básico en el rugby actual, sino en el juego de Países Bajos, el principal rival de este febrero. Con ese foco, la Federación organizó una gira en julio por el Pacífico Sur. El plan obligaba a cambiar vacaciones por entrenamientos.
En junio los Leones se concentraron en Valladolid. "Lo sufrimos todos juntos", dice Güemes al evocar el impacto de esas tres semanas en unos cuerpos castigados por la temporada. "Es un equipo que reacciona bastante bien al trabajo físico y nos gusta construir sobre esa premisa porque implica un tipo de carácter más luchador", explica la preparadora física Mar Álvarez. "El resultado se ve también en la forma de afrontar los partidos y de sentirse preparados", recalca. "Nunca he visto jugadores tan reventados, pero después fueron a Samoa y Tonga y se sintieron bien. Si el jugador lo hace y ve el resultado, sabe que sirve", reconoce Bouza.
Hugo González y 'Tití' Futeu se abrazan tras el partidoReal Federación Española de Rugby
Tras unos días de descanso el equipo puso rumbo al fin del mundo. Güemes define la gira como "buenísima, muy positiva"; el viaje, "eterno". Barcelona - Doha - Auckland - Fiyi - Samoa - Fiyi - Tonga - Fiyi - Auckland - Doha - Madrid. Casi 48.000 kilómetros en otras tres semanas para medirse a dos selecciones mundialistas. Los Leones, endurecidos y engrasados, tuvieron opciones en su derrota en Samoa (34-30) y vencieron por primera vez a Tonga (20-29).
"Los tiempos libres fueron muy buenos, ahí nos dimos cuenta de que podíamos llegar al objetivo", recuerda Bautista Güemes. Los jugadores visitaron playas y reservas. "Votábamos donde queríamos ir, lo hacíamos todo juntos", destaca. En el ciclo anterior, compara, "no hacíamos todos lo mismo, había buena relación, eh, pero en este equipo se ve más unión, el equipo es lo primero".
La preparación ha elevado el nivel medio de la plantilla pese a la ausencia de algunos jugadores de clubes de élite de Francia. "Los jóvenes que se van incorporando lo hacen dentro de ese ambiente de trabajo y exigencia", corrobora Mar Álvarez. La España en construcción lucía buenos cimientos. Restaban, en noviembre, tres partidos. De nuevo, rivales de físico poderoso: Uruguay (victoria 33-24), Fiyi (derrota 19-31) y Estados Unidos (derrota 23-26).
16.000 espectadores asistieron en Valladolid al choque contra Fiyi, cuartofinalista en el último mundial. La selección destacó en defensa en la primera mitad y llegó a adelantarse 19-6 antes de ser superada por las carreras visitantes. "Supuso una demostración clara de intenciones, de que este equipo no se va a dejar ganar fácilmente aunque digan que es joven", valora Álvaro García, capitán aquel día a sus 21 años y este domingo en Suiza. Como buena parte de la plantilla, no había nacido en 1999, cuando la selección disputó su único mundial. Él ejemplifica el cambio de perfil de los internacionales que viven en Francia. La selección solía reclutar allí a jugadores galos, hijos o nietos de españoles, con una carrera contrastada. Ahora jóvenes formados aquí comienzan a despuntar en el país vecino. El vínculo es más estrecho porque muchos se conocen de las categorías inferiores. "Disfrutan de jugar con España, el grupo está muy bien y eso se nota en la cancha, son solidarios", dijo Bouza al acabar 2024.
El equipo, este domingo, tras el triunfo que les daba la clasificaciónReal Federación Española de Rugby
"Confianza" fue la palabra que más repitió cuando le entrevistó EL MUNDO a finales de enero. Aunque la clasificación iba a decidirse en partidos que se tomaron como eliminatorias, el staff moduló la presión centrándose en el trabajo realizado. "Si decimos que es fácil estamos muertos", apuntó el segundo entrenador, Miguel Velasco, a la prensa días más tarde. "Me siento tranquilísimo, no tengo ningún miedo", añadió en la siguiente respuesta.
La idea de legado se hizo visible la noche anterior a la victoria contra Países Bajos. Como avanzó Relevo, en una conversación con Víctor Alonso, director de marketing de la Federación, el mánager de la selección comentó que tenía muy presentes a los jugadores de la etapa anterior, que consiguieron plaza para dos mundiales pero quedaron fuera por sanciones a errores en los despachos. "Doy todo por estos chicos ahora mismo pero no se me olvida la gente de antes, que no ha podido estar en un mundial porque se ha hecho mayor", revive el mánager Pablo Pérez.
Su reflexión se plasmó en un mensaje, "Va por vosotros", en la camiseta amarilla que se colgó en el vestuario. Alvar Gimeno la mostró tras el partido. En la grada estaba, satisfecho, el anterior capitán, Fernando López. "Es tener en cuenta que son parte de esto", remata Güemes.
Santiago Santos armó una selección competitiva y muy veterana, era consciente de que tendría que renovarla. Pablo Bouza ha tenido una preparación más exigente para un camino más sencillo. Su mérito radica en confiar en la calidad de los jóvenes, en construir un bloque más homogéneo, un equipo de futuro. "Con la cabeza y las ganas que hay, el tope está donde quieran llegar", afirma Bautista Güemes. El regreso a un mundial recoge el legado desde la generación perdida a la que puede protagonizar la edad del despegue del rugby masculino español.