El ruedo ibérico
Opinión
Cualquier negocio hubiera fenecido hace tiempo, ahogado por tamaña deuda. Cualquier entidad deportiva, que participa de otras características propias menos prosaicas, también. Pero, aunque cataléptico, el F. C. Barcelona, que pierde 200 millones al año, continúa vivo con la respiración asistida de esas creativas reinvenciones de la contabilidad llamadas palancas. Un hallazgo del lenguaje económico a estudiar en las business schools.
El club ha anunciado la financiación del Espai Barça con un crédito, proveniente de 20 inversores, un galimatías societario, de 1.450 millones. Una suma inicial que, con los sobrecostes previstos, alcanzará al menos los 2.800 y que el Barça no empezará a devolver hasta que el nuevo estadio se encuentre en lucrativo funcionamiento. Largo y bonito lo fía quien preside una entidad endeudada hoy en unos 3.000 millones, en la que desaparecen las palabras «hipoteca» e «intereses», y en la que los ingentes ingresos futuros se basan en previsiones ideales para tiempos bonancibles.
En su huida hacia adelante, Laporta ha tenido otra ocurrencia: convertir la antigua Masia, el sagrado recinto custodio del hecho diferencial futbolístico, en un Museo Messi. En Messilandia. Una especie de palanca sentimental de redundantes ecos: Masia-Museo-Messi (MMM). Un espai tecnológicamente referencial y cuyos rendimientos ayuden a traer a Leo y a pagar parte de su contrato. No parece que Joan tenga tiempo de montar todo ese tinglado recaudador antes de que Messi, todavía una máxima estrella, pero ya de corriente alterna, se mude al circo saudí para protagonizar con Cristiano una ajada parodia de sus años de gloria compartida en la rivalidad sin fronteras.
Paradoja y utopía: si Messi se marchó a causa de la incapacidad económica del club para retenerlo, tampoco, nostálgico, emocionado y agradecido, va a volver de rebajas a casa, incluso a precio de saldo, a cambio de un altar en vida en la MMM. No, aunque en París cocinen con mantequilla, esté nublado, no haya mar y hablen francés. Laporta quiere atraer a Messi con golosinas emocionales y anestesiar a la afición con el soma de promesas de un voluntarismo pueril por idílico. Diríase que está en campaña electoral.
No es por darle ideas. Pero cuando el optimismo oficial se tope con la realidad sin trucos, sólo le faltará recurrir a un crowdfunding voluntario de la gent blaugrana. O a la aportación obligatoria del resto de la ciudadanía por medio de un impuesto establecido por la Generalitat. Una tasa patriótica para, también a través del balón reivindicativo, proseguir la heroica lucha contra Madrid y el Madrid, el centralismo y el madridismo en comandita y contubernio.
A medida que el Barça enflaquece, Laporta, predicador de una opulencia tan lejana como las promesas religiosas de un paraíso ultraterreno, está más orondo, en un curioso fenómeno de parasitismo celular entre organismos simbióticos. Debería verse consumido por las preocupaciones.
Pero, sonriente, sigue camino de la esfericidad completa de un Buda inexplicablemente feliz. Su caso confirma la veracidad del aserto popular: lo que no mata, engorda.