Más deporte
Triatlón
La copiloto de rallyes, que sufrió en primera persona la tragedia del accidente fatal de su hermana Laura, se refugió en el deporte extremo para superar la depresión: «Tenía que llegar por ella, sí o sí»
«Recuerdo subirme al coche con prisa, porque teníamos que picar en el control horario. La recuerdo a ella, de lejos, decirme ‘te quiero’. Y yo interpretarlo, porque no la oía dentro del coche con tanto ruido. Recuerdo que vino, que me dio un par de golpecitos en la ventana por fuera, como hacía siempre, deseándome suerte».
A María se le ahoga la voz en lágrimas. «Disculpa, disculpa…». Pero, cómo no, si pasa por su mente el momento de una vida, la despedida con su hermana pequeña, el último guiño de complicidad con Laura, quien un rato después iba a fallecer a los 21 años en un accidente en el rally en el que ambas participaban como copilotos, en Vidreiro (Portugal). La inseparable Laura, con la que había compartido todo, también esa última peripecia: viaje, apartamento, desayuno, preparativos, nervios en la primera vez que competían la una contra la otra, extendiendo la pasión familiar por el motor. «Estuvimos haciendo bromas de quién iba a ganar, apostando. Un día normal, como otros rallyes».
Para saber más
El deporte y las hormonas ‘guays’
La tragedia estaba a la vuelta de una curva y ya pasaron dos años y medio. El dolor primero, la depresión después y el deporte como salida del túnel, también como homenaje. María Salvo, valenciana, enfermera, copiloto de rallyes y triatleta como parte de una promesa que se recuerda a sí misma día a día:«Estoy viviendo por las dos». El pasado mes de octubre alzó los brazos en el IRONMAN Barcelona, 3.800 metros de natación, 180 kilómetros en bici y un maratón, el fin de un trayecto impensable que había comenzado muchos meses antes y que ahora recoge en un documental.
Aquel maldito 10 de octubre de 2020 un mal presentimiento ya recorrió a María. Lo relata con emoción contagiosa. «Laura y yo nunca habíamos corrido juntas en un mismo campeonato. Yo salía delante de ella y ya me quedé con la sensación de que no me había gustado nada ese tramo. Era muy rápido, muy peligroso. Tuvimos varios sustos. Y vi que Laura no llegaba, pero lo último que te esperas… Yo le escribí: ‘¿Qué tal, como estáis?’ Lo típico. Yo he tenido accidentes, vueltas de campana. Y nunca pasa nada, tenía esa mentalidad, de que íbamos muy protegidos, de que peligro había más en los coches de calle. Ahora ya no digo que nunca pasa nada».
Mensajes que no llegaban y rumor de fatalidad alrededor de aquel Peugeot 2o8. «Llamé a su piloto [Miquel Socías] y no me lo cogía. Después del siguiente tramo, la gente me empezó a mirar con caras raras y ya me comentaron que la había recogido el helicóptero. Soy sanitaria, sé que no se moviliza un helicóptero por cualquier cosa. Ahí ya fue cuando realmente me asusté. Me entró un ataque de ansiedad al pensar que podía estar mal. Y cuando me lo dijeron, pues imagínate la situación. De estar yo allí, sin mi familia, sin nadie y tener que llamar a mis padres para darles la noticia. Fue durísimo».
El tabú
Para María, una chica entonces de 23 años, la vida entró en un agujero negro, un avanzar sin saber a dónde. A la semana siguiente de haber enterrado a su hermana, estaba otra vez dentro de un coche de rallyes. El colapso total no tardó en llegar. «Participé porque iba primera en el campeonato con Sergi [Francolí], nos faltaban dos rallyes para ser campeones de España, para saltar al Campeonato de Europa. Ninguno de los dos estábamos en condiciones de correr. Pero en ese momento tenía la sensación de que no podía parar mi vida, no me iban a devolver a mi hermana. Si me hubiera quedado en casa llorando, mi hermana no hubiera querido eso. Hice aquellos dos rallys como pude y en el último, por la falta de concentración, tuvimos un accidente. Dimos varias vueltas de campana. Perdimos el campeonato…», rememora.
Llegaron las nubes negras, el hastío, el dolor. «Entré en un bucle, no tenía ganas de hacer nada, estaba desmotivada. Me hacía la fuerte, pero la depresión llegó sin avisar. Te quita las ganas de vivir, de hacer cosas, te quita la ambición. Te quita todo. Empecé a medicarme con mi terapeuta. Me dijo que era mejor que fuera a un psiquiatra y lo compaginase», continúa su relato con admirable fortaleza y mejor dejarla hablar. «Te aíslas mucho de la gente. La sociedad no sabe cómo tratar un duelo porque la muerte es un tema tan tabú, que no sabemos gestionarlo. O te tratan con pena o evitan el tema y se te hace tabú para ti misma. Pensaba que incomodaba a la gente, porque me notaran mal. Una de las cosas que me sacó de ese círculo fue el deporte».
- ¿Cómo?
- Me iba a hacer deporte y desconectaba. Además, cuando estás bien, en forma física, te mejora mucho el estado de ánimo. No es algo que diga yo, científicamente está demostrado que el deporte ayuda mucho, todas estas hormonas que segregas… Entonces, claro, yo cuando empecé a salir a hacer deporte y me empecé a sentir mejor, noté que era capaz de dejar la medicación. Al quitarme las pastillas después de casi un año sentía que le debía mucho al deporte.
- Pero de ahí a un Ironman…
- Cuando me lo propusieron, en diciembre de 2021, pensé: «Me sobrevaloran, se piensan que soy Superwoman, como engañan las redes sociales». Yo había preparado el año anterior un triatlón. Como algo personal, porque, como te dije, empecé a entrenar para superar el duelo de mi hermana. Me refugié en el deporte y me ayudó un montón. Habían estado viendo mi historia y me querían proponer un reto mayor. Me explicaron el proceso, nueve meses de preparación, pruebas de por medio para ir viendo cómo iba. Me pusieron a Eduard Barceló como entrenador, porque tenía que ser algo progresivo, el cuerpo sufre mucho. Soy bastante competitiva. También me considero muy autoexigente y bastante disciplinada. Entonces me creía capaz de hacerlo, con miedos, muchos. Pero, pensaba ‘de cosas peores he salido’.
- Para entrenar semejantes distancias, son muchas horas en soledad, mucha fuerza física pero también mental.
- Me hacía mucho bien estar sola. La fuerza la sacas de la disciplina de haberte propuesto un objetivo. Tienes que tener claro el motivo por el que tú estás haciendo eso. Si no, te rendirías 80 veces por el camino.
- ¿Qué sintió al cruzar la meta?
- Fue una sensación de plenitud tan grande… Durante el recorrido, muchas veces estás reventado, no puedes más, pero yo tenía tan claro que lo iba a conseguir. Tenía tan claro que tenía que entrar en la meta. Con la bici me caí justo antes de entrar en Calella. Iba acoplada y había adoquines. Me rompí el escafoides, me hice un esguince en la rodilla… Partí el sillín, pinché las dos ruedas, doblé el manillar… Y me quedaban tres kilómetros, que tuve que hacer andando con la bici al hombro. Llegué llorando.
- Eso no sale en el documental…
- Eso no lo sabe nadie. Vi las caras de mis familiares y sólo por ellos, me dije ‘no te pares para no enfriarte, no te duele nada’. Lo tenía que acabar y punto. La maratón fueron 42 kilómetros, pero la sensación era de que me estaba dando un paseo por la montaña. No paré en ningún momento de correr, ni a hacer pis. No me dolía nada. Animaba a la gente, cuando yo tenía un bajón, enseguida venía alguien y me animaba. Me partí el recorrido mentalmente, buscando automotivación. Por ejemplo, en los primeros 10 pensaba en mis amigos que estaban ahí, en mi familia. Después, en las cosas que tendría tiempo de hacer ahora y que no había podido. Los siguientes 10, en todo esto que había conseguido hasta ese momento, cómo había sido el proceso. Y los últimos, pues pensaba sobre todo en que el objetivo era dedicárselo a mi hermana y que yo tenía que llegar sí o sí.
“Tenía miedo”
Para afrontar el IRONMAN de Barcelona, María, que «había aprendido a nadar el año anterior, con tutoriales, por mi cuenta», siguió un exhaustivo plan de preparación física con un entrenador, Eduard Barceló. Consistía en ir afrontando diferentes pruebas antes del desafío final. Primero, en mayo, el IRONMAN 70.3 de Marbella (distancia ‘half’), después la prueba ciclista Andorra 21 Ports, en junio, donde sufrió una caída que le dañó la espalda y estuvo a punto de arruinarlo todo. Y el 3 de julio, el IRONMAN70.3 Andorra, también ‘half’. «A nivel de coco me sentía preparada, pero tenía miedo a nivel físico, yo nunca había hecho algo así. También tenía miedo de no conseguirlo, de defraudarme a mí misma», cuenta y admite que el durísimo proceso «mereció la pena»:«Fue un sacrificio, pienso en todo a lo que tuve que decir que no, vacaciones, amigos, familia. Pero me sirvió para valorarme a mí mismo, para ver que los límites están mucho más lejos de lo que nos pensamos». María completó la prueba en la costa del Maresme en 12 horas, 45 minutos y 29 segundos. «Me ha costado mucho trabajo de reflexión valorarlo, decir: ‘Guau, has hecho un Ironman’. Me siento orgullosa, me pongo mi medallita por haberlo conseguido».