Bayern-Manchester City (X/21.00 h.)
Tras la agresión a su compañero Sané, el ex delantero del Liverpool se expone a una venta con los bávaros al borde de la eliminación (3-0 en la ida ante el City). El senegalés vivió en Anfield la remontada al Barça de Valverde en 2019
Sadio Mané (Sédhiou, Senegal, 10 de abril de 1992) nunca fue un deportista demasiado agradecido para la industria. No sonríe. Pocas veces lo hace en el campo. Y cuando le ha tocado acudir a alguna de esas galas en las que no sólo se premia la pericia futbolística, sino también la imagen, lo ha hecho a regañadientes. «Quizá la gente piensa que estoy enfadado, pero me cuesta sonreír», asumió alguna de las veces que le preguntaron. Hace una semana, sin embargo, su gesto torcido sí tuvo que ver con el enfado. Y con la frustración. Y con estar lejos de aquella expectativa que él mismo recreó cuando, el pasado verano, convencido de que podía ir más allá en su sueño, decidió dejar atrás el viejo paraíso de Klopp en aquel Liverpool en el que formó troika con Salah y Firmino para heredar la bandera de Lewandowski en el Bayern. Y quizá todo eso acabara en el Emirates, cuando golpeó en el labio a Sané en el vestuario tras la derrota encajada ante el Manchester City (3-0).
Mané, contratado por el Bayern a cambio de 32 millones de euros en una operación sorprendente económica dada la trayectoria red del delantero en Merseyside (120 goles y 48 asistencias en 269 partidos), no salió al campo en esa ida de los cuartos de final de la Champions hasta el minuto 69 y ya con 1-0 en contra. En el 70, Bernardo Silva anotaba el 2-0 y Leroy Sané, que se veía como un llanero solitario bávaro rematando cuanto podía a Ederson, reprochó a Mané la presunta desidia con la que había irrumpido en el terreno de juego. El senegalés había sido titular en el encuentro anterior ante el Friburgo, y no esperaba quedarse sin sitio. Mucho menos después del despido de Julian Nagelsmann, con quien tampoco hizo migas, y la llegada de Thomas Tuchel, que había tratado de animarlo desde que llegó al banquillo del Bayern. Los reproches entre Sané y Mané se sucedieron. Haaland marcó el 3-0. Y en la caseta se armó la marimorena. Kimmich y Goretzka, según Bild, tuvieron que parar la pelea.
Tras varias reuniones internas, el Bayern adoptó imponer una sanción de 300.000 euros a Mané por su puñetazo a Sané, además de impedirle jugar en el último partido de la Bundesliga ante el Hoffenheim, encuentro que los bávaros tampoco fueron capaces de ganar (1-1). Aunque el gran castigo quizá venga después, con una venta en verano que, más allá de la agresión, ya se barruntaba en los despachos.
Mané, que en las últimas cinco temporadas con el Liverpool promedió 21 goles y ocho asistencias por temporada, tiene peores registros en el Bayern, aunque ni mucho menos deficientes (11 tantos y cinco pases de gol en 32 partidos). El problema ha sido otro. Por ejemplo, su indefinición posicional, intercambiando el puesto de ariete por el de extremo, aunque sin el protagonismo que le concedía Klopp en Anfield.
Mané, hijo de un imán local, ha pasado su vida financiando proyectos solidarios para los vecinos de la aldea que lo vio crecer con sus botas repletas de agujeros (Bambali). Allí vio por televisión aquella gesta del Liverpool de Rafa Benítez en la final de la Champions de Estambul de 2005, cuando los reds remontaron al Milan un 3-0 en seis minutos. En 2019, él mismo fue titular en Anfield en aquel Liverpool que, sin Salah ni Firmino, se llevó por delante al Barcelona de Ernesto Valverde (4-0) tras un 3-0 en el Camp Nou. Este miércoles, en el Allianz, el City de un Guardiola que siempre consideró a Mané el mejor de aquel tridente del Liverpool, defenderá, sí, un 3-0. El fútbol es siempre retorcido.