El danés atacó en la penúltima ascensión, a falta de 30 kilómetros, para sentencia la general y sumar su tercera victoria de etapa. Landa, segundo
Vingegaard, ganador en la meta de Eibar.Miguel ToñaEFE
Los colosos se citan de lejos y de cerca. En este ciclismo de fuegos artificiales, de reyes insaciables, no hay competición que sea una tregua. Si Tadej Pogacar hace historia y roba en Flandes el honor de los especialistas tras arrasar en París-Niza y Andalucía y Jaén antes; si Primoz Roglic no atisba el ocaso y domina la Tirreno y Cataluña… Ahí avisa Jonas Vingegaard, tirano en la Itzulia.
Se sube el danés a la ola de los que no dejan ni las migajas. Ya no mira sólo al Tour, que será la verdadera batalla allá en julio. En las carreteras del País Vasco, donde la afición aúlla a los héroes, el del Jumbo Visma completó una nueva exhibición en solitario en la etapa reina con final en Eibar: fue su tercer triunfo parcial, el que redondeaba la general, el que le colocaba la txapela, el que une a O Gran Camiño y a la contrarreloj por equipos de la París-Niza.
Vingegaard, el primer danés en conquistar la Vuelta al País Vasco, escoltado en el podio finalmente por Mikel Landa y Ion Izagirre, releva a Daniel Felipe Martínez en el palmarés. Un ataque brutal en la subida a Izua, la penúltima del recorrido, todavía a 30 kilómetros de meta, acabó con lo que se daba. Enric Mas intentó seguir la rueda del menudo escalador, pero no fue capaz. Landa había cedido antes. Después, la persecución del grupo que se formó por detrás, lejos de entenderse, fue incapaz de recortar nada al del Jumbo, que bajaba arriesgando, sin especular, segundo hace dos años en la Itzulia. James Knox (Soudal Quick-Step) fue segundo en Eibar a 47 segundos.
Vingegaard, en el podio de la Itzulia.Miguel ToñaEFE
Cuando no se intuye resquicio, cuando el poderío es tal, no queda otra que rendirse a la evidencia. La superioridad de Tadej Pogacar se volvió a desplegar en las cumbres de leyenda que hacen único al Tour, niebla y granizo a más de 2.300 metros de altitud, allá donde Ben O'Connor firmó una victoria para el recuerdo y el líder apuntilló todavía más su triunfo. Otro zarpazo postrero bajo el granizo tras más de cinco horas resistiendo, los movimientos desesperados de Jonas Vingegaard, otro puñado de segundos, otro mazazo a su moral. [Narración y clasificaciones]
En el comportamiento de los grandes campeones siempre hay un elemento ciego, irracional, una especie de instinto más fuerte que ellos. Pero este Pogacar en la madurez no entra al trapo. No tuerce el gesto pero tampoco pierde rueda cuando le atacan por todos los flancos, cuando a 70 kilómetros de meta el Visma le deja sin compañeros. Su misión es no perder de vista a Vingegaard y no lo hace. Con un dominio insultante. Fuerza y paciencia para que después, en los prolegómenos del Col de la Loze, la propia carrera se recomponga, la estrategia del rival salte por los aires y sólo tenga que ascender el coloso que fue su pesadilla para firmar otro apretón final de esos que no pueden tener respuesta. A Tadej sólo le queda ya la breve y durísima etapa del viernes, la segunda de los Alpes, para completar un Tour magnífico.
El esloveno no ganó, pero saldó las cuentas pendientes con el Col de la Loze. No fue conservador, fue inteligente. Hacía años que el Tour no planteaba una etapa tan extrema, tanto desnivel acumulado. A estas alturas. Un verdadero calvario para la batalla eterna, para el enésimo desafío homérico entre (el aspirante, ahora) Vingegaard y el líder Pogacar. El Glandon, la Madeleine... Para más morbo, en uno de los pocos escenarios que han visto derribado al esloveno, el "se acabó, estoy muerto" del Tour del 23.
No se ascendía por el mismo lugar, pues nunca llegó hasta esta vertiente el Tour. Por Courchevel y no por Meribel, 26,5 kilómetros al 6,5% hasta el carril bici habilitado en 2019, cubierto de nieve gran parte del año. 1.900 metros de desnivel en una sola subida, más que el Galibier.
Pogacar, en la subida a la Loze.LOIC VENANCEAFP
Una jornada para héroes y ninguno español. Ya siempre negra la etapa para los nacionales, tan de capa caída en el Tour últimamente. Antes de empezar, el adiós de Carlos Rodríguez, que se fracturó la pelvis en la caída en Valence. Poco después, tras intentar estar en la fuga del Glandon, el abandono de Enric Mas. El primer español en París será Christián Rodríguez, un ciclista bajo el radar que ni siquiera tiene contrato para el próximo año.
El primer puerto Hors Categorie del día dejó una novedad, el ataque de Primoz Roglic, buscando aventuras en un Tour, reverdecer laureles. Unas escapadas en las que le acompañó Matteo Jorgenson, infiltrado del Visma. Pero que no hicieron demasiado camino cuando el propio equipo de Vingegaard puso un ritmo infernal, toda su estrategia desatada, uno a uno todos sus pretorianos. Primero Van Aert, luego Benoot, después Campenaerts. Cuando fue el turno de Simon Yates, a esas alturas ya el pelotón de favoritos era escuálido, ni Vauquelin, ni Healy. A Pogacar le aguantaban el otro Yates y Narváez.
Después Sepp Kuss, que ya explotó todo. Apenas los dos colosos y un Lipowitz que no iba a aguantar demasiado a su rueda. La primera bomba de Vingegaard llegó a seis kilómetros de la cima de la Madeleine, a más de 70 de meta. Aguantó sin demasiados sobresaltos Pogacar, ya complemente aislado, y pronto atraparon al grupo de Jorgenson, que tiró con todo hasta la cumbre. Coronaron con ellos Roglic, O'Connor, Einer Rubio y Felix Gall.
El descenso, clave
Que no aflojaron en el descenso, con el gigante americano a fuego, aumentando distancias con todos. En el horizonte, Courchevel, la Loze. Aunque antes hubo otros movimientos interesantes, que iban a resultar definitivos. Un parón, el ataque de O'Connor secundado por Einer (fue el último en resistir al australiano y acabó quinto en la etapa, salvando los muebles del Movistar) y el propio Jorgenson, que volvieron a abrir un hueco. La llegada por detrás de Lipowitz. Que, aprovechando una extraña y tensa calma, también hizo hueco, casi dos minutos en un abrir y cerrar de ojos justo antes del inicio de la batalla.
Ya no había rastro del Visma ambicioso y todo se le puso de cara a O'Connor, que nunca cedió terreno ante el ritmo del UAE. Vingegaard sólo se volvió a mover ya a falta de dos kilómetros y lo único que consiguió es la respuesta de Pogacar.
En la meta de la medieval Carcassonne, Tadej Pogacar entró sonriente y feliz tras conocer que Tim Wellens -no sólo su gregario, también uno de sus más cercanos en el UAE Emirates- había conseguido una extraordinaria victoria en solitario tras atacar antes del descenso (aunque Quinn Simmons, uno de sus compañeros de fuga, le acusara de haberse ayudado del rebufo de una moto para abrir hueco). El belga no fue el único, sin embargo, que entró con los brazos arriba. La anécdota de la jornada la protagonizó todo un veterano, para escarnio francés. Julian Alaphilippe, día para olvidar, festejó con rabia lo que no era.
"Por desgracia, mi radio no funcionaba después de la caída. Intenté hacer el mejor sprint y, como un idiota, levanté las manos mientras había otros delante (Campenaerts había sido segundo). Podría haber terminado mejor, pero también podría haberme ido a casa, así que no pasa nada", confesó Loulou, ídolo de masas en el Tour.
La cosa había empezado realmente torcida para el del Tudor, que al poco de salir desde Muret se vio implicado en una caída en la que se le dislocó el hombro derecho. Sentado con las piernas cruzadas en mitad de la carretera, aturdido, fue atendido por el equipo médico y al poco regresó al pelotón. Según admitió después, él mismo había colocado su articulación: "Recordé lo que me habían hecho en el hospital y logré recomponerlo".
Alaphilippe, tras su caída.LOIC VENANCEAFP
"Hizo un clic fuerte y todo volvió a la normalidad. Después, fue una contrarreloj para remontar". Julian siguió batallando como de costumbre y logró meterse en la numerosísima fuga que hizo camino. Después se quedó cortado y, finalmente, ya en los últimos kilómetros, enlazaron con el grupo en el que iban los españoles Carlos Rodríguez e Iván Romeo. Alaphilippe pensó que nadie más había por delante y, sin radio, nadie le avisó. Esprintó con su infinita clase y superó a un ojiplático Van Aert y a su compatriota Axel Laurence. Y alzó los brazos con rabia. Pensaba que había conseguido su séptima victoria de etapa en el Tour, menudo broche a sus 33 años. Pero no.
No es el primer ciclista al que le ocurre algo parecido. Ni siquiera a él mismo, que ya en 2020 levantó los brazos en la Lieja-Bastoña-Lieja, sin darse cuenta de que Primoz Roglic le había superado en la línea de meta.
Cuartos de final
LUCAS SÁEZ-BRAVO
@LucasSaezBravo
Madrid
Actualizado Viernes,
28
abril
2023
-
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