El ‘caso Negreira’ es el cordón umbilical no cortado en 2003, cuando la primera directiva de Laporta, Rosell y Bartomeu tomó el relevo del ‘nuñismo’ y se entregó a dos décadas de periplo judicial
«También crucificaron a Jesucristo».
La silla presidencial del Barcelona siempre tuvo un efecto embriagador en aquellos que lograron hacerse con ella. Josep Lluís Núñez, que se igualó a Jesucristo durante su reinado de 22 años (1978-2000), tuvo la mala idea de comprar un televisor en el economato de la cárcel de Quatre Camins. Allí cumplía condena junto a su hijo por sobornar a inspectores de Hacienda. Y no podía entender la histriónica actividad que desvelaba aquel televisor desde primera hora. Como si la gente no tuviera cosas más importantes que hacer por la mañana que ver tertulias. Él mismo decía haberse pasado media vida deslomándose por un Barcelona que debía arrancarse los complejos respecto al poder de Madrid y del Madrid. Que debía adquirir la importancia deportiva y económica durante décadas negada. «Yo podía haber comido caviar y que el Barça se endeudara. Pero iba en taxi y comía arenques». Núñez celebró su triunfo electoral del 78 mojando magdalenas en el café con leche y yendo a misa.
Algunos de los investigados por el caso Negreira, como el ex presidente azulgrana Josep Maria Bartomeu, marcan los años del nuñismo como punto de partida de los pagos al ex número dos de los árbitros. Una época en la que Joan Gaspart ejercía de lugarteniente. Las primeras facturas acreditadas a Negreira corresponden a la agónica presidencia de Gaspart (2000-2003). Fue el último gran mandatario azulgrana que recibió un abucheo masivo por parte de la afición en el Camp Nou. Quizá porque el estadio, cuyo deterioro estructural invita a la metáfora, ha endurecido su piel ante dos décadas en que el Barcelona se ha ido consumiendo en los juzgados.
Han sido 20 años en que tres presidentes (Joan Laporta y los neonuñistas Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu), junto a sus ejércitos de aduladores (de las tortas de Los Morenos de Núñez se pasó a las cuentas anónimas de Twitter como método de intimidación a los periodistas), han unido su destino en sede judicial. Mientras en el césped gobernaba Messi, en el palco lo hacían unos dirigentes más preocupados en alcanzar y retener el poder. En formar parte de la sociedad civil catalana con el pin del Barça como cebo. Aunque para ello tuvieran que despellejarse y entregarse a la venganza. El caso Negreira es el cordón umbilical podrido y sin cortar de una época. Un tiempo en que el socio, por mucho que se implicara en las mociones de censura y en los procesos electorales, nunca pudo ser más que cliente y espectador.
«¡Acabaremos con el directivo del puro!», gritaba Laporta poco antes de tomar la presidencia del Barça en 2003, cuando debía iniciarse la regeneración de una entidad que Gaspart dejó al borde de la quiebra, y que Núñez había gestionado como si cuidara de una hucha con forma de cerdito. Llegaron jóvenes criados en escuelas de negocios donde no se admite el fracaso, compañeros de pupitre, y creadores de ideas brillantes (como el «círculo virtuoso» inaugurado con Ronaldinho). Pero eran demasiado ambiciosos como para convivir en paz. De aquella primera junta de Laporta formaban parte Rosell, su buen amigo Bartomeu, o también Ferran Soriano, director ejecutivo del Manchester City desde 2012.
El primer equipo directivo de Laporta se partió en junio de 2005. Rosell, indignado porque su presidente le ninguneaba y prefería hacerle más caso a Johan Cruyff, dimitió junto a Bartomeu, Javier Faus o Toni Freixa. Y la guerra sucia comenzó. El 19 de octubre de 2006, el juez Roberto García Ceniceros condenó a Laporta a convocar elecciones «de manera inmediata» por incumplimiento de los estatutos. Su error, iniciar el mandato el 22 de junio de 2003, ocho días antes del cierre del ejercicio, algo que los demandantes aprovecharon para reclamar que esos ocho días, según la anterior carta magna, correspondían a un año de mandato.
El misterio de los socios jubilados
¿Quién firmó aquella denuncia? Un socio jubilado de 75 años. Joan March Torné. Descamisado, se definió como «nuñista» en una entrevista a El Periódico. Aseguró que «dos abogados» le convencieron a las puertas del Camp Nou para ir a los juzgados. Purificació, su esposa, no sabía nada. Se enteró al ver al periodista en el recibidor.
Todo aquello desembocó en un episodio aún más sórdido y rocambolesco. Vicenç Pla, también socio jubilado, éste de 70 años, presentó otra denuncia contra la directiva de Laporta. Le acusó de acudir a las elecciones de 2006 sin haber avalado unas presuntas pérdidas de 63,8 millones, cantidad generada, precisamente, durante los ocho primeros días de su mandato en 2003. En el juicio, Vicenç Pla tuvo serias dificultades para explicar en qué consistía un aval y qué estaba denunciando. Pla nunca llegó a pedir la ejecución de la sentencia de la Audiencia, pese a darle la razón en 2010.
Fue ese el año en que Rosell logró volver al club, esta vez ya como presidente y tras una larga batalla en la sombra. E inició otro largo proceso. Rosell, pese a refugiarse en la cartulina blanca de la neutralidad, utilizó la bandera del club para convencer a los socios y emprender una acción de responsabilidad social contra Laporta y su directiva por el supuesto derroche económico de su primer mandato (47,3 millones de euros de pérdidas, pese a que el juez acreditó que, en realidad, el mandato se había cerrado con un beneficio de cuatro millones). Tal fue el mimo con el que se trató aquel asunto que la auditoría encargada por Rosell, donde por cierto nada se decía de las facturas que se pagaban a Negreira, sí se recreó en un tíquet de 24 euros por la compra de unos pollos en la Rostisseria Lolita. El caso no se cerró hasta mayo de 2017, justo cuando Sandro Rosell inició su periplo de 643 días en prisión preventiva, acusado -y después absuelto- del blanqueo de 20 millones por los derechos audiovisuales de la selección brasileña.
La denuncia del farmacéutico
Tanto Rosell como Bartomeu, mientras, quedaron libres de todo cargo por el caso Neymar. A cambio, llevaron de la mano al Barcelona a su primera condena como institución de la historia por fraude fiscal (5,5 millones de multa). El origen fue una querella presentada en la Audiencia Nacional por Jordi Cases, un farmacéutico de Olesa de Montserrat al que, hasta entonces, sólo se le conocía por repudiar el patrocinio de Qatar en la camiseta.
Antes de que Rosell dimitiera (enero 2014) y dejara el camino libre a Bartomeu, impulsó una querella contra Ferran Soriano y el ex director general Joan Oliver por «administración fraudulenta y descubrimiento y revelación de secretos» durante el mandato de Laporta. También fue investigado Xavier Martorell, ex jefe de seguridad. La agencia de detectives Método-3 recibió el encargo de espiar a opositores como Rosell, directivos propios o incluso jugadores (Gerard Piqué entre ellos). El caso fue archivado. El club retiró la acusación por aquellas facturas de espionaje (2,4 millones).
Laporta siempre pudo presumir de no haber sido condenado nunca por un juez. En 2011 fue desestimada una demanda del agente Bayram Tutumlu, que le reclamaba 2,5 millones de euros en comisiones por operaciones en Uzbekistán. Laporta reconoció en el juicio haber cobrado 10,15 millones a través de su despacho de abogados por asesorar al magnate uzbeko Miradil Djalalov. En el caso Negreira, la Fiscalía sólo puede citar a Laporta como testigo al haber prescrito los pagos de su mandato.
Bartomeu, señalado otra vez junto a Rosell, durmió en los calabozos de la comisaría de los Mossos de Les Corts en marzo de 2021 tras estallar el Barçagate, trama cibernética por la que el ex presidente habría pagado para desprestigiar a quien pudiera incomodarle. Una de las empresas que facturaba estaba censada en una caravana aparcada en un descampado en Uruguay. El productor Jaume Roures ha conseguido llevar a Bartomeu a juicio por calumnias, pero la causa principal continúa en instrucción.
Núñez decía a sus socios que nadie podría engañarles. Y Gaspart corregía: «Yo miento… Pero poco».