Cuando los periódicos invaden el campo de fútbol

Cuando los periódicos invaden el campo de fútbol

El fútbol es tan pasional y primitivo que la defensa colectiva de su esencia sólo se puede articular mediante algún tipo de manifestación multitudinaria. La más instintiva e icónica al mismo tiempo es, sin género de dudas, el asalto del terreno de juego después de una gran victoria. Por eso el periodista Alejandro Requeijo utiliza la imagen de esta incontrolable explosión de júbilo para, en su primer libro (Invasión de campo, a la venta el 9 de febrero editado por Ediciones B), llevar a cabo una férrea defensa de los valores de este deporte frente al rosario de amenazas que está poniendo en jaque su supervivencia tal y como lo hemos conocido.

Anuncia el periodista de investigación de El Confidencial que se trata de “un manifiesto contra el fútbol como negocio y en defensa del aficionado” y alerta de los riesgos que están erosionando los pilares del balompié en el viejo continente. Entre ellos cuenta a “fondos de inversión, comisionistas insaciables, clubes Estado, finales en lejanas sedes sonrojares, dirigentes sin escrúpulos, legislaciones opacas o jugadores ensimismados en fortunas de nuevo rico”. Las lacras ya de sobra conocidas.

Subraya que el fútbol, lejos de ser un simple divertimento, “es una religión laica a practicar de lunes a domingo y reconoce al aficionado de estadio como portador fundamental de un legado familiar, cultural, incluso estético”. “Se entiende como aficionado de estadio”, enfatiza el autor, “al que acude al campo a acompañar a su equipo sin tener en cuenta el rival, el frío o el calor. Va al estadio simplemente porque hay que ir. Porque forma parte de algo superior a él trasciende de edades y clases sociales […] Se cabrea si no le gusta lo que ve, claro. Pero vuelve la semana siguiente porque el fútbol, como la vida”, y aquí me permito añadir que también el periodismo, “siempre da revancha”.

Y éste es precisamente uno de los elementos que más me han llamado la atención de este lúcido ensayo, en el que se aborda la convulsa relación entre la prensa y la industria del fútbol teniendo en cuenta la retahíla de factores reproducida anteriormente. Sostiene Requeijo, a quien me une no sólo su incansable determinación por la búsqueda de la exclusiva sino la condición de socio y abonado del Atlético de Madrid (no existe mayor aficionado de estadio que el atlético digan lo que digan nuestros rivales), que desde que José María García abandonó la radio la prensa deportiva dejó de priorizar lo que la propia leyenda viva de las ondas califica como “periodismo de denuncia”. Y ocurrió exactamente así.

Tuve el privilegio de formar parte, con poco más de 20 años y en calidad del más raso de los redactores rasos, de su equipo cuando un anodino domingo de abril de 2002 salió por la puerta de Onda Cero en la calle Ortega y Gasset después de decirle a su jefe de Producción, Julio Pulido, que le llamaría a la mañana siguiente para ver los temas del programa del día siguiente. Su diminuta figura y la estela de su puro se perdieron en la oscuridad de la primavera madrileña y su forma de entender el periodismo se esfumó entre la niebla. Sin embargo, ya lo dice el libro, la revancha siempre aguarda su turno en el momento más insospechado. Toda vez que aquella marcha súbita e inexplicable dejó tras de sí un recuerdo imborrable.

Durante los últimos años hemos asistido a algunas invasiones de campo que recuerdan a las de aquella época vibrante. Una parte de la prensa, casi nunca deportiva, se ha propuesto levantar el tapete de la industria y demostrar que no hay mayor defensa del aficionado y de los valores que le llevan a subsistir partidos infumables en una gélida grada, que la buena información.

Por citar sólo algunos ejemplos, Football Leaks provocó la condena por delitos fiscales de la práctica totalidad de estrellas de nuestra Liga por utilizar entramados societarios ‘off shore’ para ocultar al Fisco sus ingresos de imagen y llevó a que figuras como Cristiano Ronaldo pusieran rumbo a la Serie A italiana al comprobar el fin de la impunidad. Dos presidentes del FC Barcelona y del Real Madrid, Sandro Rosell y Ramón Calderón, tuvieron que dimitir tras destapar EL MUNDO la ficción de los contratos para fichar a Neymar y MARCA, la farsa de la asamblea de compromisarios.

Pero es que la máxima autoridad del fútbol español se encuentra ahora mismo contra las cuerdas gracias a la decisiva contribución de las informaciones de Requeijo y su compañero José María Olmo, que han documentado el pago de comisiones millonarias a Gerard Piqué por la Supercopa de Arabia o cómo el presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Luis Rubiales, llegó a grabar sus conversaciones con ministros del Gobierno entre otras muchas lindezas. Escándalos, todos ellos, que rebajan al grado de anécdota las andanzas de Pablo, Pablito, Pablete, el que fuera presidente de la RFEF Pablo Porta, con su perro Óscar, al que sacaba a pasear su conductor como parte de sus funciones federativas.

El fútbol, como la política, ha sido una burbuja en la que sus principales actores han operado con obscena inmunidad durante décadas. Y la sensación de que aquí no pasa nada se ha vuelto en su contra de forma tan letal como le ha ocurrido a nuestros gobernantes. De ahí que se haya reaccionado contra los invasores de campo ajeno con torpes querellas y hasta con seguimientos llevados a cabo por agencias de detectives salidas de lo más casposo de nuestra cinematografía.

Cómo será la realidad paralela en la que viven el fútbol español y sus jerarcas que la publicación del último contrato de Messi con el FC Barcelona, el mayor de la historia del deporte mundial, llegó a considerarse como la profanación del templo sagrado por parte de nuestro periódico. El jugador argentino anunció querellas que nunca vieron la luz por revelación de secretos y alguien habitualmente tan brillante y atinado como Jorge Valdano llegó a calificar la información de EL MUNDO como un intento de “disparar al águila real para derribarla”. ¿A santo de qué los socios del Barça no tienen derecho a saber que la directiva de su club puso al borde de la bancarrota a la entidad por pagarle a Messi 555 millones de euros? ¿Por qué debía mantenerse bajo siete llaves un documento que demuestra la locura financiera que ha devorado el fútbol y que constituye un documento para la Historia?

Años antes de esta información, Cristiano Ronaldo y su ya ex agente Jorge Mendes, acorralaron al ex presidente del FC Barcelona Josep Maria Bartomeu en un pasillo de una de las galas The Best organizadas por la FIFA. Le suplicaron saber cuánto le estaba pagando a Messi. Porque la rivalidad hace mucho tiempo que dejó de ser sólo deportiva y pasó a ser una lucha también por el poder económico entre las figuras que se disputan también el trofeo del mejor pagado. Un lacónico Bartomeu les espetó: “La cifra es confidencial, pero le estamos pagando más del doble que a ti”. Cristiano enloqueció.

No hay mejor remedio para atajar los males de la industria del fútbol que recuperar las legendarias invasiones de campo, ya sean con un anorak de color butano y un micrófono, con un periódico debajo del brazo o mediante legiones armadas con smartphones con las últimas novedades de lo que sus clubes nunca se atreverían a contarles. Aunque los pioneros sientan todavía, como dice Requeijo, la amenaza de acabar en un calabozo. Aunque la prensa deportiva siga, en buena parte, haciendo dejación de funciones y riéndole las gracias a los malhechores.

La fórmula es sencilla y su éxito está sobradamente testado. “Basta con que uno ponga su pie sobre el verde para que la multitud interprete la señal y todo se desborde”.

kpd