Con sólo 21 años y en los inicios de su carrera, tendrá este sábado en Nueva York su gran oportunidad. “Me gustaría vivir de esto, emanciparme”, dice aún sin sponsors ni otras ayudas. El boom del boxeo femenino le favorece
Hubo otras desconexiones, pero ahora, en estos precisos momentos, el peligro para Carlos Alcaraz es alto. De repente, adiós. La mente del español salió de la Philippe Chatrier, concedió un set a su rival en segunda ronda de Roland Garros, el holandés Jesper de Jong, y le colocó ante una posible eliminación. ¿Por qué? Imposible de adivinar, incluso de analizar. Pero en encuentros posteriores tendrá que evitar que vuelva a ocurrir. Porque Alcaraz regresó al partido y ganó por 6-3, 6-4, 2-6 y 6-2 en poco más de tres horas, pero se quedó con malas sensaciones. De una victoria plácida, agradable, incluso reparadora a una victoria rara.
En tercera ronda, ante el vencedor del duelo entre Sebastian Korda y Soon-Woo Kwon, el ahora tercer clasificado del ranking ATP deberá resolver si fue sólo un despiste o una rémora para su futuro. Su celebración al acabar lo decía todo: un resoplido y un brazo al aire tímido, mucho más tímido que de costumbre.
Y esto que hasta ese momento, hasta esa ruptura, la jornada había sido realmente buena para él. Especialmente para su derecha. Si en primera ronda ante el peculiar J.J. Wolf, Alcaraz tiró de inteligencia y oficio para golpear al máximo sólo "unas cuantas bolas", como admitió al finalizar, ante De Jong soltó valiente el drive. Volvió a sacudir la bola, a empujarla, a acelerarla, a empotrarla contra el muro del rival a toda velocidad. Dos meses después de la aparición del dolor, el español parece haberlo olvidado. Ahora es cuestión de volver a coger ritmo.
"Si no estás concentrado..."
Con las facultades recobradas, a Alcaraz se le notaron las semanas de inactividad, la falta incluso de entrenamientos. Si algo falló, falló la puntería. Está fresco, agresivo en el saque, acertado con el revés, pero la bola se le suele marchar unos centímetros más allá. Antes de su desconexión ya había cometido más errores no forzados de lo normal (acabó con 47, por 35 winners), principalmente con su drive, asunto peliagudo. Como ante Wolf, perdió su primer servicio y remató rápido el primer set, pero en el segundo set tuvo que sudar. Con 4-4 en el marcador, salvó una opción de rotura y pareció encarrilar su pase. Luego llegó su salida del partido y su necesario regreso.
De Jong también mereció mérito. Procedente del torneo clasificatorio, con un ranking muy bajo -es el 176 del mundo-, el holandés demostró un nivel muy superior al que la lista le otorga. ¿Cómo es posible que sólo haya ganado dos partidos ATP en su vida y uno fuera el pasado domingo? Su juego es interesante y su golpeo, potente. De alguna manera, De Jong ofreció un tenis parecido al tenis de Alcaraz, aunque sin su velocidad y sus recursos.
Con su derecha dominó muchos puntos y fue capaz de castigar al español con sus dejadas. "Ha estado mejor en las dejadas que yo", reconoció a Alcaraz que agradeció al público francés su apoyo para "olvidar ese tercer set". "Si no estás concentrado en cada set, en cada juego, en cada punto cualquiera puede hacerte daño", concluyó el español antes de marcharse. El próximo viernes, en tercera ronda, deberá revelar si lo ocurrido fue un accidente o una autentico motivo de preocupación.
Era sólo una niña, apenas 16 años, cuando Kirsty Coventry ya fue escogida Deportista del año en su país, Zimbabue. Tan sólo había debutado en los Juegos Olímpicos, llegó a semifinales en los 100 metros espalda de Sydney 2000, pero su existencia era tan extraña que se convirtió en una estrella. Su instituto, el privado y femenino Dominican Convent High School de Harare, se le quedó pequeño, se fue a estudiar a la Universidad de Auburn de Estados Unidos y, de ahí, a la gloria. Primero, campeona olímpica de los 200 metros espalda en Atenas 2004 y Pekín 2008, luego Ministra de Deportes de Zimbabue y finalmente desde este jueves, presidenta del Comité Olímpico Internacional (COI).
Será la primera mujer al frente del organismo en sus 130 años de historia, la primera dirigente nacida en África y, entre otras cosas, la primera escogida en la primera ronda de las elecciones. Ni Jacques Rogge ni Thomas Bach, sus dos predecesores, que también contaron con mucha competencia, se impusieron con tanta diferencia sobre el resto. En la votación inicial, Coventry obtuvo 49 votos de los 97 posibles mientras el español Juan Antonio Samaranch Salisachs, el segundo candidato, se llevaba 28; el británico Sebastian Coe, tercero, acababa con ocho; y el resto de aspirantes apenas eran respaldados.
El éxito de Coventry se explica principalmente a través del apoyo del propio Bach, que llevaba meses haciendo campaña interna por ella, pero también responde a otros factores. "Necesitamos que quien ocupe la presidencia tenga una idea muy clara sobre cómo afrontar el futuro a largo plazo", dijo Bach, poniendo en valor la edad de los aspirantes, y le sobraba razón. El dirigente alemán, cuyo bajo mandato se incorporaron más de la mitad de los miembros presentes -que le debían un favor-, sabía que su influencia era importante, pero necesitaba más argumentos.
FABRICE COFFRINIAFP
Coventry convenció por ser mujer, por su juventud a sus 41 años, por su currículo, por ser africana y por su formación estadounidense. Nadie como ella puede restablecer las relaciones entre el COI y el Gobierno de Donald Trump, que había sugerido su respaldo hacia ella, y al mismo tiempo representar un éxito para África, el único continente que todavía ha sido escogido como sede de unos Juegos Olímpicos. El equilibrio parece imposible, pero Coventry lleva en esa línea todavía; en peores se ha visto.
El polémico premio de Mugabe
Hija de una familia adinerada instalada décadas atrás en Zimbabue con su empresa química, cuando fue campeona olímpica supo lidiar con el dictador de su país, Robert Mugabe. "Nuestra chica de oro", la llegó a llamar Mugabe, que le premió con 100.000 dólares después de su éxito en Atenas 2004 y la expuso como un ejemplo de "blanca buena". Pese a su política identitaria poscolonial, a la expulsión de miles de granjeros blancos, Coventry se supuso un emblema de la unión del país y ella no rechazó esa figura.
Desde su residencia en Estados Unidos, participó en algunas campañas humanitarias, pero nunca se opuso abiertamente a Mugabe, un hecho que en las últimas semanas le había afeado la prensa inglesa, a favor de la candidatura de Coe. De hecho, cuando Emmerson Mnangagwa, ex vicepresidente de Mugabe, logró hacerse con la presidencia a través de un golpe de estado en 2017, la nombró Ministra de Juventud, Deportes, Artes y Recreación, un cargo al que ahora deberá renunciar. Su futuro ya no está en su país, aunque ha prometido que trabajará para que África tenga más voz.
FABRICE COFFRINIAFP
Ahora debe ponerse a trabajar por todo el mundo para, cuando reciba el relevo de Bach el próximo 23 de junio, encara múltiples problemas: la reentrada de Rusia en los Juegos Olímpicos, la pérdida de varios patrocinadores japoneses esenciales para el olimpismo, la negociación de los contratos televisivos, la elección de una sede para los Juegos Olímpicos de 2036 y, entre otras cosas, la llegada de las deportistas trans a las competiciones y los problemas económicos de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) por los recortes del Gobierno de Trump.
El anterior presidente, Bach, que nunca se opuso frontalmente a las trans, no mantenía buenas relaciones con el dirigente estadounidense, que amenazaba con vetar a deportistas de varios países en los Juegos Olímpicos de los Ángeles 2028, pero Coventry tiene armas para arreglar la situación. Ya ha anunciado "medidas estrictas" para acatar esas cuestiones de género y, a través de los medios estadounidenses, la administración Trump le ha dado su visto bueno.
Las victorias se deciden por detalles, repiten los aburridos, pero esta vez fue verdad: Novak Djokovic ganó este miércoles gracias a una gorra. En su partido de cuartos de final de Wimbledon ante Flavio Cobolli hubo un instante crítico, el final del tercer set, y el sol decidió el vencedor. El verano relumbra estos días en Londres, dulce rareza, y sólo uno de los dos supo gestionarlo. Con 5-5 en el marcador, Cobolli sacaba en la parte de la pista donde brillaba el sol y se desesperó: no veía, no veía, no veía. Se quejaba al cielo -que no le hacía mucho caso-, se quejaba al juez de silla -que tampoco le atendía-, en definitiva, se quejaba. Imaginen el resultado: ‘break’ de Djokovic.
Pero en ese momento tocaba cambio de lado y el resplandor amenazaba al serbio. Podía perder su servicio y ya había caído en el tie-break del primer set; su éxito no estaba asegurado. ¿Qué hizo? Se puso una gorra. Con sus ojos protegidos resolvió el set y se abalanzó sobre la victoria. Al final Djokovic ganó por 6-7(6), 6-2, 7-5 y 6-4 en tres horas y 11 minutos y disputará las semifinales contra Jannik Sinner. Uno no celebra 24 Grand Slam si no sabe cuándo ponerse la gorra.
La resistencia de Djokovic es difícil de igualar, inquebrantable, literalmente inquebrantable. En el último juego del partido, de hecho, el serbio tuvo un resbalón rarísimo, se torció las dos piernas hasta forzar al máximo su cadera y pese a ello continuó. Hubo unos segundos en los que parecía que se había roto, el público de la pista central se puso las manos en la cabeza, Cobolli saltó a su lado de la pista, pero se levantó. Quizá en el próximo encuentro arrastrará el dolor; seguro que peleará de la misma forma. A sus 38 años sabe que si tiene otra oportunidad de ganar un título grande es esta.
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Una hipotética final ante Carlos Alcaraz queda todavía lejos y en la memoria está el recuerdo de los Juegos Olímpicos de París, pero ante Sinner arde la cercana posibilidad de una revancha. En Roland Garros, también en semifinales, el italiano le derrotó en sólo tres sets en un instante crepuscular. Entonces se acercó la retirada con una pregunta abierta: ¿Realmente puede Djokovic ser campeón otra vez? El viernes se despejará la duda. Si supera al número uno, pase lo que pase después, el serbio podría aguantar sobre las pistas hasta cumplir los 40 años y más allá.
Aunque lo tendrá complicado. Después de 24 horas de rumores y corredizas, después de presentarse en su duelo ante Ben Shelton con un vendaje en su codo derecho, Sinner fue Sinner al completo. Sin dolores -al menos en apariencia- arrasó con el estadounidense, todavía verde. Como le ocurrió a Cobolli, Shelton jugó su mejor tenis, volvió a exhibir su potencia, pero tembló cuando no tenía que hacerlo. En el tie-break del primer set encadenó errores y nunca se creyó preparado para una remontada. Al final cayó por 7-6(2), 6-4 y 6-4 y tendrá que esperar aún más hasta que llegue su momento.