La versatilidad de Tornike Shengelia, con 42 de valoración, y una genialidad de WIll Clyburn, autor de un triple decisivo desde 10 metros, decantaron el triunfo del Barcelona en el Belgrado Arena. Un esfuerzo titánico por parte del equipo de Joan Peñarroya, guiado por los 24 puntos, cinco rebotes, cinco asistencias, cuatro robos y nueve faltas recibidas del ala-pívot georgiano, tan determinante como la pincelada final de Clyburn a falta de 32 segundos para la bocina. [Narración y estadísticas (76-78)]
El Barça, irritantemente irregular desde el arranque del curso, prolongó su formidable racha frente al Partizan, ante quien no pierde desde el 3 de febrero de 2010. Con la del viernes, los azulgrana encadenan ya 12 triunfos consecutivos, cinco de ellos en una de las pistas más difíciles de la Euroliga, donde este año ya habían mordido el polvo Armani Milan y Anadolu Efes.
“Fue una gran victoria de equipo, nunca nos rendimos. Sabíamos desde el principio que el partido iba a ser muy duro. Siempre es difícil venir aquí y jugar contra esta afición y contra el equipo de Zeljko Obradovic. Incluso cuando íbamos perdiendo por ocho o 10 puntos, seguimos luchando y mantuvimos la fe”, comentó Shengelia. Su completísima actuación niveló la superioridad bajo los aros del Partizan, que capturó 10 rebotes más (40-30) y dominó la canasta rival (13-6).
La ausencia de Jabari Parker no pasó factura al Partizan, autor de un parcial de 12-0 en el arranque del segundo cuarto. Sin ideas en ataque y blando en defensa, el equipo de Peñarroya se descompuso ante Bruno Fernando —recién fichado del Real Madrid—, que se ganó a su nueva afición.
Tras el descanso, los serbios alcanzaron su máxima renta (43-33, min. 21), pero entonces emergió Kevin Punter, autor de un 3+1 antológico al que, poco después, se sumaron cinco puntos consecutivos de Shengelia (45-45, min. 23). El tercer cuarto se mantuvo en ese pulso constante, con Punter y Shengelia asumiendo la responsabilidad, bien secundados por chispazos de Darío Brizuela y Myles Cale.
Con el partido en un puño, el Partizan impuso su fuerza interior. Tyrique Jones y Fernando se convirtieron en un tormento para la pintura azulgrana, incapaz de frenar su empuje. Su dominio se tradujo en numerosas segundas opciones y ventajas claras en ataque. Shengelia sostuvo al Barça cuando la bola quemaba (74-73, min.37). Y en el momento decisivo, emergió Clyburn: con 76-75 abajo, el escolta clavó un triple desde casi el centro del campo, al límite de la posesión, que enmudeció el Belgrado Arena y selló la quinta victoria azulgrana europea en ocho jornadas.
No es sobre fútbol en esa localidad de Córdoba. Sino sobre el Barça de basket en las dos últimas semanas. Todos los periodistas que trabajan sus fuentes y hacen largas horas de guardia en whatsapp dijeron que si el Gran Canaria de Lakovic ganaba a los azulgrana, Joan Peñarroya estaría en la calle.
En realidad el entrenador de Terrasa creció con mucha calle. Practicaba tenis, que es un deporte tan solitario como el de entrenador de élite, y también
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Los padres de Sergio Rodríguez se conocieron en una cancha de baloncesto. Eso podría explicar muchas cosas. "Cuando nací, los primeros regalos eran juguetes de baloncesto". En concreto, una canasta de los Celtics con la que jugaba compulsivamente en su habitación. Eso, también. O quizá el secreto del chachismo, esa marca ya para la eternidad de un jugador irrepetible, sea una frase de Pablo Laso: "Lo más importante, él ve esto como un juego".
Pepu Hernández, el entrenador que le hizo debutar con 17 años -en el quinto partido de unas finales ACB, en el Palau-, solía usar un juego de palabras con su pupilo, que también lo sería dos años después en el oro mundial de Saitama con la selección. Las letras que conforman el nombre de Sergio son las mismas que riesgo. Riesgo, imaginación, naturalidad, osadía, talento, profesionalidad y sobre todo, de nuevo, mucho amor por algo que él siempre vio como eso, un juego. El asombroso viaje del Chacho durante dos décadas es todo eso. De Tenerife a Getxo con 14 años, del Siglo XXI a Madrid, del Estudiantes a Portland, de Nueva York (paso por Sacramento) de nuevo a Madrid, del Real Madrid a Filadelfia, de la NBA a Moscú, del CSKA a Milán y del Armani de nuevo al Real Madrid, para cerrar una carrera repleta de éxitos, tres Euroligas, un Mundial, dos Eurobasket, Ligas y Copas en España, Rusia e Italia... y todo un MVP de la Euroliga en la temporada 2013-2014.
Pero Sergio Rodríguez es mucho más que su palmarés, es casi una filosofía. Un jugador que trasciende. Es el Chacho, el apodo que le pusieron en su primera preselección con España, en 2002, porque no paraba de decir, como buen canario, aquello de "muchacho". Jugaba entonces en La Salle con su primer maestro, Pepe Luque, y fue justo antes de marcharse a Bilbao, a esa experiencia llamada Siglo XXI, donde chavales cadetes y juniors convivían y se formaban baloncestísticamente. Fue por entonces cuando dio el estirón físico, aunque todavía le llamaban "polilla" porque no paraba de moverse.
Sergio considera aquellos años lejos de casa, previos al Estudiantes, clave en todo lo que iba a suceder después. El primer año en Madrid, donde se le atragantaron los estudios en el Ramiro, combinó el equipo EBA con el júnior y llevaba un mes de vacaciones cuando Pepu le llamó para la final contra el Barça. La noche antes había estado viendo la NBA y tuvo que despertarle una vecina. Aquella canasta en penetración en el Palau es el comienzo de un época. "Esos 20 segundos del final de liga con Estudiantes me marcaron. Nunca había ido convocado con el primer equipo. Venía de vacaciones, no me sabía las jugadas, estaba preocupado... Esa tensión desde el minuto uno de profesional me ha ayudado", confesaba en una entrevista con este periódico años después.
Ese verano también ganó el Europeo júnior, en Zaragoza, a las órdenes de Txus Vidorreta y con el 10 a la espalda (el eterno 13 lo llevó Antelo). "Un chico con mucho gancho", tituló su primer artículo en EL MUNDO un periodista que era a la vez admirador (como todos) de aquel insólito mago.
"El sueño de toda mi vida". La NBA fue la siguiente estación, a la que llegó con 20 años -dos años antes estuvo por primera vez en EEUU, en el Nike Hoop Summit de San Antonio-, campeón del mundo (esa semifinal contra Argentina...), número 27 del draft (por los Suns que tenían a Steve Nash y deciden traspasarle a Portland) y sin saber inglés. Y con el golpe de realidad de tantos, mucho banquillo y "pocas explicaciones" de Nate McMillan. Pero sin perder la esencia. "Podría estar triste si estuviese aquí perdiendo el tiempo, pero al contrario. Estoy mejorando técnica y físicamente y aprendiendo un idioma. Todo va muy bien para mí", confesaba en una entrevista a ABC en diciembre de 2006.
Sergio Rodríguez posa para EL MUNDO en Nueva York, en su etapa en los Knicks.EL MUNDO
Estuvo tres temporadas y media en Portland (coincidió con Rudy Fernández, con quien el destino le tenía preparada una despedida a la vez), unos meses en Sacramento (con Nocioni) y otro curso en los Knicks, vida en la Gran Manzana. El sueño se cumplió, con toda su realidad y toda su crudeza también. Se codeó con aquellos que admiraba (Iverson, Garnett...), danzó en ese mundo idealizado desde la infancia e incluso coleccionó momentos deportivos inolvidables. Pero se amontonaron las ganas de más. Tan valiente para partir como para regresar, sin pronunciar jamás una frase de arrepentimiento, y un fichaje por el Real Madrid de Messina.
Nada sencillo aquel ambiente, donde, él mismo lo reconoce, todo se magnificaba en negativo. Con Messina huido y Lele Molin a los mandos, los blancos se colaron muchos años después en una Final Four, la que iba a ser primera de muchas para el Chacho (aunque aquello fue un revés en el Sant Jordi, acabaría jugando seis finales y ganando tres Euroligas). Sin saberlo, aquel verano de tiroteos, de la llegada con pocas bienvenidas de Pablo Laso, era el comienzo de una era.
Rudy, Chacho y Llull, tras ganar la Euroliga de 2015.EL MUNDO
Con el estallido personal del Chacho en los playoffs de 2012, especialmente en las semifinales contra el Baskonia, cuando a su virtuosismo e imaginación se unió el acierto desde el triple. Esa primera etapa de lasismo fue su cénit, el MVP de la Euroliga, el título en 2015 en el Palacio... Hasta que la NBA volvió a cruzarse en su camino. Y los sueños de infancia, sueños son. Aunque el Chacho y Ana ya fueran padres de Carmela y aunque Claudio, su bulldog, no pudiera viajar con la familia a Filadelfia, donde eligió un apartamento en el centro de la ciudad.
Los Sixers se encontraron a un base diferente, maduro, inteligente, ambicioso. El Chacho asistió al debut de Joel Embiid, que le saludaba con una peineta en la visita de este periódico en febrero de 2017. Fue a menos en la rotación de Brett Brown y las ofertas para seguir un año más, demasiado inestables, no le convencieron.
Sergio Rodríguez, tras proclamarse campeón de la Euroliga en 2019 con el CSKA.Juan Carlos HidalgoEFE
Y cuando tocó volver a Europa, el Madrid ya había armado su equipo y el CSKA le puso sobre la mesa una oferta de esas que no se pueden rechazar. De USA a Rusia, la familia Rodríguez, una aventura vital que iba a coronar con su segunda Euroliga, en Vitoria 2019 (primer español en ganarla) con un club extranjero. De ahí a Milán, siempre cotizadísimo, el reencuentro con Messina, donde de él se enamoró cada aficionado del Armani e incluso el propio dueño Giorgio, que llegó a decir: "Me gusta todo de él. Amo a sus niñas. Su actitud dentro y fuera de la cancha es ejemplar. Y luego su sonrisa y su mirada profunda dicen mucho de él, son el espejo de su alma". Y un par de temporadas para cerrar el círculo en el Real Madrid, hasta otra Euroliga, la de Kaunas, protagonista principal el Chacho en la Final Four y en la feroz serie de cuartos contra el Partizán en la que se echó al equipo a la espalda, otro destello maravilloso.
Y, durante todo este tiempo, siempre su querida selección, de la que se retiró tras los Juegos de Tokio y se ausentó, por descanso, en el Mundial de 2019 que fue oro en Pekín. Más de 150 partidos y siete medallas con España, de Saitama a Saitama.
"Siempre soñé con retirarme estando bien físicamente y ganando mi último partido. Y ahora la vida me ha ofrecido este regalo", dice en su carta de despedida quien no ha querido homenajes jugando. Pues para él, el baloncesto siempre fue diversión, no nostalgia. El secreto lo guardó y las canastas ya echan de menos el chachismo, al eterno 13.