No es sobre fútbol en esa localidad de Córdoba. Sino sobre el Barça de basket en las dos últimas semanas. Todos los periodistas que trabajan sus fuentes y hacen largas horas de guardia en whatsapp dijeron que si el Gran Canaria de Lakovic ganaba a los azulgrana, Joan Peñarroya estaría en la calle.
En realidad el entrenador de Terrasa creció con mucha calle. Practicaba tenis, que es un deporte tan solitario como el de entrenador de élite, y también
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La temporada del Barça es un fracaso o un éxito. Según a qué lado del hate se ponga el lector. O la semana que lea estas líneas. No ha ganado ningún título, no ha jugado ninguna final, acumula más derrotas que otros años, no está entre los tres primeros de ACB ni Euroliga. Pero, sin dos jugadores estructurales, Laprovíttola y Vesely, ni el recién llegado base suplente Juan Núñez, los tres lesionados de media o larga duración. Lapro y Vesely al cambio serían Campazzo y Tavares. Más o menos, no exactamente. Pero jugadores de esa dimensión, ofensiva y defensiva. Hoy el Barcelona es quinto en Euroliga, en puestos de playoff directo y casi factor cancha. Momento soleado en la tormenta eterna.
Cuando descansa Satoransky, el equipo de Joan Peñarroya no tiene base. Son minutos más movidos, más ofensivos, más locos. Son minutos más Brizuela. El donostiarra juega dos partidos, el que tiene que ganar su equipo y él, que es un partido en sí mismo. Hay que tener jeta para no haber jugado la Euroliga hasta casi los 30 años y marcarte tu mejor encuentro en Mónaco, anotando 27 puntos en las barbas de Mike James y Spanoulis. El estilo no son las zapatillas de marca que adora, sino los pasos laterales que da con ellas para quedarse solo cuando está sobremarcado. Y anotar.
A Darío, desde bien niño, todos los entrenadores le han dicho que tenía «algo». Pero nunca le decían que tenía «todo». Porque no querían ser profundamente sinceros ni reconocer la ignorancia del que cree saber de más. Al medir 1,88 metros y pesar entre 75 y 78 kilos, la sinécdoque se refería a que no podían afirmar que sólo con talento técnico podría llegar al primer nivel europeo. La parte no haría el todo. Él ahora demuestra que sí que lo hizo.
Punter y Brizuela son ligeros, botadores, geniales. Son atacantes y atacables. Sobre todo son killers del perímetro, prefieren tirar en tu cara antes que solos. Porque lo que les llena es levantar otra vez la grada maravillada ante la parábola imposible. ¿Pueden jugar en el mismo quinteto? Repartiéndose el papel de falso base, parece que sí. Siempre que el dulce sabor del éxtasis ofensivo no les aturda cuando toca camuflar fatigas defensivas.
Brizuela cuando termina los partidos no se viste de calle, porque ya juega en la calle. Su andar sobre las punteras es cadencioso y chuleta. Su mirada anuncia la necesidad de pasarle la pelota en el centro de la cancha, donde entra en su momento preliminar. Aclarado o con bloqueo lo que va a hacer es un sentir la velocidad y la pausa para encontrar el margen para lanzar a canasta. Puede meterla o no. Pero lo que no será es un tiro aburrido, una jugada más. Eso no. Darío es lo contrario a lo anticlimático. Incluso en temporada de lluvias.
Son pinceladas, llenas de dificultad todavía, pero no dejan de ser los primeros pasos de los llamados a protagonizar el porvenir del baloncesto español. Hugo González, Mario Saint-Supery, Izan Almansa... los talentos del mañana se dieron una alegría de presente, una victoria laboriosa y poco lucida ante Bélgica en León, un partido sin historia (la selección ya tiene billete para el Eurobasket) pero que alguien recordará cuando estos chicos sean estrellas. [59-52: Narración y estadísticas]
Fue una segunda parte de orgullo. Los veinteañeros tienen carácter. El mismo que han ido mostrando en sus etapas de formación, en esas categorías inferiores que cada verano inundan de medallas el baloncesto nacional. Especialmente Hugo González (nueve puntos en 16 minutos) y Saint-Supery (cuatro asistencias, cinco robos...) fueron protagonistas de una tarde espesa, defendieron, corrieron, se lanzaron contra la cerradísima defensa belga y batallaron contra un lamentable arbitraje FIBA que tuvo la desfachatez de acabar expulsando a Scariolo por una doble técnica. La reacción fueron ellos, una alegría de la España del futuro.
Porque la primera parte había sido otro episodio de pura frustración ofensiva. Si algo se pone en evidencia en esta España tan mermada, de puñados y puñados de ausencias, es la espesura en ataque, la incapacidad de generar puntos con solvencia. Scariolo no se cansa de exponer la falta de responsabilidades en ataque y de protagonismo del jugador nacional en sus clubes. No hay puntos en sus manos. Al descanso se quedaron en 22 (11 por cuarto) ante Bélgica, como si sus cincos, Tumba y Bolavie fueran gigantes en la zona.
Yusta, ante Bélgica.J.CasaresEFE
Apenas un triple y demasiada espesura. Ante un rival que no es nada del otro mundo y que también sufrió ante la defensa de España. A falta de fluidez, trabajo y esfuerzo. Eso no se negocia y este puñado de chicos jóvenes llamados a ser el futuro de la selección lo tienen claro.
La selección no podía seguir en ese nivel. Espabiló sin duda a la vuelta de vestuarios, acudiendo a la energía, al coraje, con tipos, casi niños, como Saint-Supery y Hugo González tomando las riendas. Esa agresividad se tradujo en puntos, en dominio y en las primeras ventajas ante una Bélgica que tiraba y tiraba. Y que de vez en cuando acertaba, especialmente Mwema.
El comienzo del acto final resultó definitivo. Cuatro tiros libres de Hugo y dos canastas seguidas de esta nueva versión estilizada de Joel Parra, que no deja de ser un veterano en estas ventanas. Como López-Aróstegui, capitán y máximo anotador.
A pesar de anotar apenas dos triples, de perder balones, de conceder 21 rebotes ofensivos, España ganó.