La octava partida del Mundial de Ajedrez fue de las que no se pueden escribir mientras las piezas siguen bailando. Las alternativas se sucedieron durante cinco horas y, hasta el último instante, era demasiado aventurado predecir cómo acabaría la lucha. Terminó en tablas, por lo que el marcador refleja un empate a cuatro. Llevamos cinco empates seguidos, pero nadie se podrá quejar del espectáculo ofrecido este miércoles por los dos grandes maestros (4-4 en el cómputo general).
En Singapur estamos viendo la lucha entre un optimista casi suicida y un pesimista sin miedo a probar nuevas experiencias. Esa contradicción constante entre las personalidades de ambos genera una mezcla explosiva, cuando otras circunstancias lo permiten. En otro rasgo insólito por parte de un campeón, su sinceridad en las ruedas de prensa nos permite conocer con inesperada fidelidad el estrés casi insoportable que sufre un gran maestro de élite.
Ding Liren reconoció que el aspirante lo volvió a superar al comienzo de la partida, durante el cual se sintió muy nervioso e incómodo. Luego, un día más, consiguió darle la vuelta a la tortilla y fue el chino quien, sin darse cuenta de la magnitud de su ventaja, no atinó con las mejores jugadas para ganar. «No fue una partida demasiado perfecta», reconoció el campeón del mundo, a quien le vendría bien ver el vaso medio lleno para no conformarse a veces.
«Pensé que no era demasiado peligroso»
Y si a Ding hay que agradecerle que se tome sus comparecencias ante la prensa como si fuera una reunión de Alcohólicos Anónimos, a Gukesh Dommaraju no se le puede negar una valentía pocas veces vista a este nivel, aunque también sea consecuencia de un optimismo indómito. En la octava partida, cuando lo peor para los dos parecía haber pasado, el indio pudo concluir el choque con unas nuevas tablas por repetición de jugadas. Era, de lejos, la decisión más sensata. En su lugar, el más joven de los dos finalistas hizo una jugada inferior, arriesgadísima, porque suponía la pérdida de otro peón, pero era la única vía para mantener la lucha viva.
Un titular rondaba la cabeza de este cronista en esos momentos: «Gukesh da ejemplo y pierde». Por suerte para él, el karma o lo que quiera que le ayuda en esos momentos le dio la fortaleza necesaria para regalar a los aficionados unos minutos más de alegría, sin ningún disgusto final para los protagonistas. El jovencísimo gran maestro no parecía darle importancia: «Pensé que no era demasiado peligroso y que tenía algunas oportunidades. Sí, juzgué mal la posición», reconoció a los periodistas.
La objetividad es vital para triunfar en el ajedrez. Evaluar bien es una de las cualidades esenciales, porque no se puede jugar del mismo modo con ventaja o cuando hay que defenderse. Gukesh peca siempre de optimista y Ding suele ver su posición con malos ojos. Si alguno corrige ese pequeño desajuste, estará muy cerca de ganar el título.
La partida también tiene otras lecturas. El nivel de precisión descendió hasta casi el 90%, que no es demasiado alto para ellos. Es verdad que cuando no se afrontan riesgos se cometen menos errores y las tablas son inevitables. Esta vez el empate fue fruto casi del azar, un accidente probablemente justo para dos gladiadores que olvidaron ponerse el peto antes de saltar a la arena.
Gukesh tuvo otro detalle: agradeció a sus ayudantes las ideas que le han permitido conseguir ventaja al principio de la mayoría de las partidas. En este caso, su séptimo movimiento dejó con la boca abierta a otros grandes maestros, incluido su compatriota Vishy Anand, pentacampeón del mundo. El reconocimiento a sus segundos añadía de forma implícita una autocrítica: pese a esa ventaja, él había sido incapaz de rematar las oportunidades concedidas, a excepción de la tercera partida.
Para Ding, la asignatura pendiente sigue siendo la gestión del tiempo, aunque cuando los minutos son más escasos suele encontrar un conejo salvador en la chistera. Las partidas de ajedrez tienen tres fases: apertura, medio juego y final. Si fueran tres asaltos, el indio suele ganar el primero, el chino el segundo y el tercero acaba casi siempre con resultado nulo.