Lucen los ocho mejores tenistas del mundo y se reparte muchísimo dinero -4,5 millones de euros se llevará el campeón-, pero las ATP Finals, la antigua Copa de Maestros, siguen siendo un torneo extraño. Después de tantos meses sin vacaciones, los jugadores llegan a mediados de noviembre con las fuerzas al límite y no siempre gana el mejor, raramente gana el mejor.
Habitualmente vence el más fresco y, por eso, el sorteo del cuadro es más importante que en cualquier otro torneo. Con el formato de fase de grupos, semifinales y final, evitar a los tenistas más enrachados es importante y de ahí la suerte este jueves de Carlos Alcaraz.
En su segunda comparecencia en unas ATP Finals, después de las semifinales del año pasado, el español se presentará en una round robin con muchas posibilidades de volver a pelear por el título. Pese a aparecer como el número tres del ranking ATP, el azar decidió que no cayera en el mismo lado que el número uno, Jannik Sinner, y además le sitúa junto a dos rivales que atraviesan un mal momento.
El español tendrá como máximo adversario a Alexander Zverev, reciente ganador del Masters 1000 de París-Bercy, un duro compromiso, pero se disputará el puesto en semifinales ante Casper Ruud y Andrey Rublev, jugadores en problemas.
La mala racha de los rivales
El primero, Ruud, aparece entre una concatenación de derrotas que empezó en el US Open y continuó y continuó hasta hace sólo unos días en el ATP 250 de Metz ante el francés Benjamin Bonzi, el 127 del mundo. Con un ranking cimentado en la gira de tierra batida -final en Montecarlo y semifinales en Roland Garros- el noruego tiene pocas opciones de brillar en Turín, tan pocas como su compañero de grupo, Rublev.
También entre derrotas, el ruso ha pasado de ser uno de los tenistas más regulares del circuito a sufrir sorprendentes derrotas por culpa de sus problemas físicos. Campeón en el Mutua Madrid Open -donde derrotó a Alcaraz- y finalista en Canadá, en los últimos meses acumula disgustos que no pronostican nada bueno en las ATP Finals.
Alexander Zverev, el otro rival de Alcaraz en la fase de grupos, es un claro candidato al título, pero el español no debería sufrir en exceso para estar en semifinales. Y allí todo puede pasar. En el otro grupo, además de Sinner, estarán Daniil Medvedev, Taylor Fritz y Alex deMiñaur, tres tenistas en mejor dinámica que Ruud o Rublev.
Por su lugar en el calendario, las ATP Finals son un torneo extraño, marcado por la frescura de sus aspirantes, y por eso de momento Alcaraz empieza con la suerte a su favor.
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Ni una sola de las 15.000 personas que abarrotaron la Philippe Chatrier este lunes se atrevió a moverse de su silla antes de que Rafa Nadal entrara en el túnel de vestuarios y abandonara la pista central de Roland Garros quién sabe si para siempre. Un pleno de manos rompiendo en ruido para despedir al tenista más grande que ha visto el lugar. Casi ajeno a ello, sereno ante tantísima emoción, el 14 veces campeón se acercó al centro de la pista, saludó a todos y se marchó sin más. Unos pocos minutos antes, la directora del torneo, Amelie Mauresmo, le había pedido que se quedara a responder unas preguntas, un hecho fuera del protocolo, la única rareza en la jornada.
Unos pocos minutos antes más, Nadal había caído en primera ronda ante Alexander Zverev por 6-3, 7-6(5) y 6-3 en tres horas y cinco minutos de lucha. "No sé si será mi última vez, pero si lo es, he disfrutado. Hay un gran porcentaje de opciones de que no vuelva, pero no puedo decir que es un 100% porque me estoy divirtiendo", comentó con la intención de normalizar los sentimientos a su alrededor, la piel de gallina, las lágrimas de la gente, incluso de su gente. Seguramente Nadal se calmaba con la certeza de que habrá más días así, de que no es el final. Como había pedido, no hubo una despedida oficial, ni mucho menos un homenaje; hubo un partido de tenis, un muy buen partido de tenis, y eso ya es mucho.
Después de más lesiones de las que ha sufrido cualquier otro tenista, de dolores en decenas de músculos y más ligamentos, Nadal quiso ganar de nuevo y podría haberlo hecho. En otras condiciones y, sobre todo, ante otro rival, seguiría ante la posibilidad de levantar su decimoquinto título en París. Seguramente Alexander Zverev era el peor a quien enfrentarse en este momento y seguramente el día, muy frío, pesado, lluvioso, tampoco era el mejor.
EMMANUEL DUNANDAFP
Pero Nadal convirtió una ceremonia nostálgica en un duelo disputado, es decir, consiguió lo que buscaba. Como habían hecho antes los aficionados de Barcelona, Madrid y Roma, el público francés fue a verle para agradecer y recordar, pero acabó aplaudiéndole por su juego, ya está. El primer punto del español en el partido, un error no forzado de Zverev, fue celebrado por la Philippe Chatrier con la melancolía de los regresos a los escenarios de los grupos de música divorciados. Pero poco a poco volvieron los intercambios vencidos, los puños al aire, las celebraciones de verdad.
Especialmente apoteósico fue el segundo set, el mejor momento de Nadal. Con 2-1 en contra en el marcador y dos bolas de break para Zverev, el español desplegó los golpes prohibidos, un revés cruzado, un ace, una derecha paralela y se lanzó con todo a por el periodo. Llegó a romperle el servicio al alemán, pero éste se revolvió y llevó la resolución al tie-break.
La dureza de Zverev
En las semanas previas, dejó dicho Nadal que si tenía que morir lo haría aquí, en la pista central de Roland Garros, en los instantes decisivos, y entonces lo hizo. Con dos horas de meneos en las piernas seguía con respuestas para el bombardeo continuo de Zverev, sólo falló la estrategia. Para contrarrestar la potencia que le llegaba del otro lado de la pista, decidió probar con un par de dejadas y ambas fueron fallidas.
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Luego, en el tercer set, empezó con un break a favor y tuvo opción de otro más, pero el saque de Zverev era incuestionable. Un argumento demasiado grande a favor de su victoria. Igualmente después, hasta el final, Nadal dejó toda gota de esfuerzo y momentos de antología, entre ellos passing shots muy propios que hicieron saltar al público francés. El que es, no el que fue. Porque nada tiene que ver cómo se marchó el español este lunes de la Philippe Chatrier a cómo llegó, casi dos décadas atrás.
El público francés, entregado
Los abucheos, por ejemplo, en su derrota ante Robin Soderling en 2009 se convirtieron en una exaltación de su figura, desde su enorme escultura que luce en la entrada del recinto a la expectación ante cualquiera de sus pasos. Ante Zverev quedó claro que, Roland Garros ha entendido que Nadal no es sólo el campeón de 14 ediciones, si no que es su imagen, su emblema, su mito. Que no sea francés ya no importa o importa poco: Roland Garros es Nadal, Nadal es Roland Garros.
En el boulevard d'Auteuil, entre el Parc des Princes y la Philippe-Chatrier, este lunes se agolpaban los reventas para hacer su primer agosto, pues luego vendrán los Juegos Olímpicos. "¿Cuánto?", preguntaba el periodista. "3.000", contestaba el más joven de ellos, aunque luego era capaz de bajar hasta los 2.000 euros. En todo caso, un precio que probablemente no alcanzará la final del torneo del próximo 9 de junio, la juegue quien la juegue.
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"¡Allez, Rafa!", se escuchaba como nunca en la Philippe Chatrier, entre muchos '¡Vamos, Rafa!" con marcado acento galo y una banda de música con banderas tricolor que adaptaba todos sus cánticos al español. En la parte superior, lejos de los palcos donde estuvieron Novak Djokovic, Carlos Alcaraz o Iga Swiatek, se llegaron a lanzar olas de apoyo al ganador de 22 Grand Slam: "Raaaaaaafaaaaaa".
En ese ambiente, con tamaño palmarés, Nadal podía haber entendido de una vez que lo ha logrado todo y nadie le exige más, pero su manera de ver el deporte nada tiene que ver con la percepción de otros. Para poder dormir tranquilo en el futuro, cuando vengan los años, necesita saber que lo dejó todo sobre la pista, lo que tenía y lo que no. Ahora está más cerca de alcanzar esa paz. Este domingo, quiso ganar de nuevo y podría haberlo hecho. El tiempo casi cae derrotado por primera vez.