Aguantar o no aguantar, esa era la cuestión. No aguantaron. Los cuatro frustrados hamletianos no habían conocido nunca una victoria profesional. Tampoco sus equipos en esta Vuelta. Una doble virginidad que no perdieron. Eran, por orden alfabético, Thomas Champion (francés, 24 años, Cofidis), Jonas Gregaard (danés, 28, Lotto), Thibaut Guernalec (francés, 27, Arkea) y Xabier Isasa (español, 22, Euskaltel).
Hicieron toda la etapa juntos, aunque Champion se rindió a 10 kms. de la llegada. Los otros tres fueron atrapados, bajo la lluvia que emborronaba sus figuras en la pantalla, en el centro urbano de Santander, a 2 kms. de la llegada, cuando la carrera arribó al mar. O sea, murieron en la orilla. En el sprint del gran grupo se impuso Kaden Groves (Alpecin). ¿Quién si no? Era su tercer triunfo y la consolidación del jersey verde que distingue al líder por puntos. Se lo dejó Wout van Aert, a quien la carrera añoró con un recuerdo silencioso.
Como era más que previsible, nada ha cambiado en la clasificación general. Los favoritos velaron sus armas por el procedimiento de continuar afilándolas. O’Connor respira un día más mientras teme que le quede un día menos para mantener el rojo. Tras la tempestad de Covadonga llegó, pues, la calma. La calma… que precede a la tempestad. Un proceso circular.
El jueves nos depara una etapa de media montaña por tierras alavesas con cierta gracia: 180 kms., con un puerto de 2ª y otro de 1ª, el de Herrera, situado a 45 kms. de la meta. Más que para la esquelética nómina de sprinters, parece propicia para el más rápido o el menos fatigado de una escapada. El viernes, el sábado y el domingo, el tríptico final.
Olvidémonos de Eddy Merckx. La verdadera unidad actual de medida de Tadej Pogacar (26 años) es Bernard Hinault. Los tiempos son siempre distintos, ya se sabe. Pero de algún modo hay que establecer las comparaciones. Y, después de todo, el programa y el calendario son básicamente los mismos. Y todos los ciclistas, los de ahora y los de siempre, tienen un corazón, dos pulmones, dos piernas y deben dar pedales encima de la mejor bicicleta del momento.
Incluso así, es difícil llegar a conclusiones absolutas. Las relativas son admisibles como tabla de cálculo. Fechas por fechas, existen matices. Merckx nació en junio de 1945. La temporada de sus 26 años pillaba a caballo entre dos saltos temporales. Hinault es de noviembre de 1954. Hacía toda la campaña con la misma edad. Pogacar acaba de cumplir, el 21 de septiembre, 26 años. Es decir, ha hecho casi todo el curso con 25. Pero ya con los 26 ganó el Mundial, el Giro de Emilia y el Giro de Lombardía.
Por lo tanto, para no complicar en exceso el cotejo por unos meses más o menos, para concretar, pensemos en un Merckx de 26 años en 1971. En un Hinault de esa misma edad en 1981. Y en el Pogacar de 2024. Para centrar, acotándolas, las comparaciones debemos referirnos a las cumbres referenciales de las carreras ciclistas: las tres grandes rondas, los cinco Monumentos y el Mundial.
A sus 26 celebrados años, Pogacar lleva 88 triunfos, entre ellos hay cuatro grandes rondas, siete Monumentos y un Mundial. A esa edad, Hinault acumulaba 85 (tres menos que Pogacar), cinco grandes rondas (una más), cuatro Monumentos (tres menos) y un Mundial (empate). Trayectorias, en conjunto, parejas, homologables. Parece claro que Hinault es el hombre a batir por Pogacar en el futuro. Obviamente, no será fácil. Pero el esloveno se halla en disposición de superar las 10 grandes rondas del francés.
Pogacar y Eddie Merckx.MUNDO
No así en lo referente a Eddy Merckx, que a los 26 años había ganado, en la más comedida de las distintas estimaciones, 119 carreras, en las cuales figuraban cinco grandes rondas, 10 Monumentos y dos Mundiales. Acabará su trayectoria con 11 grandes rondas, 19 Monumentos y tres Mundiales.
Pogacar, por mucho que se apresure, no tiene tiempo material para superar semejante palmarés. Es verdad que ha hecho cosas inéditas, como ganar un Mundial escapándose a 100 kms. de la llegada y ganar en la misma temporada el Tour, el Giro, el Mundial y un par de Monumentos. Pero todos los grandes han protagonizado hazañas exclusivas. Hinault (dejemos aparte a Merckx), sin ir más lejos, otro gigante habitualmente solitario, ganó en Lieja en 1980 tras 80 kms. de escapada bajo un temporal de nieve y temperaturas bajo cero que hizo que llegasen a la meta sólo 21 hombres de los 174 que partieron. Dejó al segundo, Hennie Kuiper, a 9.24.
Merckx, critériums aparte, y arrollador en el campo amateur, obtuvo profesionalmente, según diversas fuentes que quizás añaden otro tipo de galardones e incluso el récord de la hora, 286 o 249 victorias. En la cifra más restrictiva, 220. Hinault, que es quien realmente nos incumbe, y por las mismas razones, 146 o 136. A Merckx, suprema jerarquía, ni siquiera se le acercan no sólo Hinault, sino los sprinters y/o los rodadores, que acumulan numerosos éxitos parciales en las pruebas por etapas o de un día. Ni Mario Cipollini, ni Roger de Vlaeminck, ni Rik van Looy, ni André Greipel, ni Alessando Petacchi, ni Freddy Maertens, ni Mark Cavendish. Ni, con virtudes complementarias, Sean Kelly, Francesco Moser, Laurent Jalabert o Giuseppe Saronni. Ni, entre nosotros, Alejandro Valverde.
Pogacar no está «en la estela de Merckx», sino en la de Hinault, que se interpone entre ambos. Es probable, pero no seguro, que Pogacar alcance a Hinault. Es prácticamente imposible que se eleve por encima de Merckx. Pese a ello, estamos ante un campeón no de época, sino de épocas. En averiguar cuáles son sus límites reside el mayor atractivo del ciclismo actual.
Ganar, ganar y volver a ganar. Esto no es fútbol. Esto es ciclismo. Y éste es Mads Pedersen ganando su tercera etapa en cinco días de carrera y sumando puntos en las metas volantes. Viste de rosa y también podría vestir de morado. Viste de doble gala. Ganar vestido de rosa es como ganar dos veces en una. El aficionado y el periodista ven al primero de la clasificación adelantarse a todos como si no pudiera darse otro resultado, como si el rosa no fuera un color, sino un certificado. Vencer por mandato íntimo, aunque dejando atrás sólo por un cuarto de rueda a un sorprendente, por inopinado, Edoardo Zambanini. Y un poquito más lejos a un esperado pero insuficiente Tom Pidcock. Y más atrás, no mucho tampoco, al también sorprendente Orluis Aular, la revelación del Movistar, que está al plato y a las tajadas. Al plato de los sprints clásicos y a los que se resuelven después de breves y abruptas pendientes.
Ese final electrizante y violento coronó, como estaba cantado, una etapa inevitablemente perezosa, y así admitida, hasta su desenlace. Mereció la pena el contraste. Entre Ceglie Messapica y Metera, de 151 kilómetros, no ocurrió nada hasta que los corredores, a 30 de la llegada, toparon con puerto de cuarta por su brevedad (tres kms.), pero de segunda por su dureza (10%). El Montescaglioso.
No significaba nada que Lorenzo Milesi (Movistar), Giosue Epis (Arkea) y Davide Bais (Polti) emprendieran desde muy temprano un viaje sólo útil publicitariamente. Nunca pasaron de dos minutos y medio de ventaja. Ni lo pretendieron. ¿Qué hacía Milesi, un hombre para el Top-10 metido en aventuras sin futuro?
El puerto, primera criba, dejó fuera de juego a los velocistas. Fueron desprendiéndose del grupo, que goteaba. Milesi y Bais, que habían abandonado hacía tiempo a Epis, coronaron en cabeza demorando un poco la sentencia. Cayeron del todo a 13 kms. de la meta. Allá arriba esperaban, ceñudos, hermosos, salvajes, los riscos medievales de Matera.
El UAE (Vine, Del Toro, McNulty, Majka) rompió las hostilidades. ¿Iba a atacar Ayuso? No. No estaba lo suficientemente cerca. Sólo se trataba de endurecer la carrera a ver qué ocurría. Y ocurría que Roglic, que siempre anda, con equipo o sin él, por delante, pareció echar un órdago. Desistió pronto. Y ocurría que Mathia Vacek, jersey blanco de mejor joven, forzó tanto que despeñó a Pedersen. Fuego amigo. El danés se quedó tan atrás que parecía imposible que pudiera remontar. Lo hizo con el resultado conocido. Según confesó, sufrió como un perro. Pero está tan fuerte que se izó por encima de sí mismo. Cuando lleguen las grandes cumbres cederá la "maglia". Entretanto, la "maglia" no le cede a él.