El contraste era extremo entre las dos grandes favoritas al oro en los 800 metros. Entre Keely Hodgkinson, la viva imagen de la rubia Albión, y Mary Moraa, surgida de las profundidades oscuras de la fértil Kenia. Entre el estilo grácil de una y el enérgico de la otra. Dos mediofondistas formidables. Fiel a su costumbre, a su táctica, Hodgkinson tomó en el acto la cabeza de la carrera. Moraa, a su lado. A su lado, no detrás. Corrió de ese modo, al
Hazte Premium desde 1€ el primer mes
Aprovecha esta oferta por tiempo limitado y accede a todo el contenido web
Cayó en el Campeonato, en las semifinales de los 200 metros estilos, el primer récord del mundo a manos del mejor, del más completo nadador del planeta Tierra, del planeta Agua: Léon Marchand. No lo batió. Lo desintegró. Devorando el agua en 1:52.69, una marca "disparatada", mandó al baúl de los recuerdos, por no decir, por respeto, al desván del olvido, el registro de 1:54.00 que Ryan Lochte mantenía desde 2011.
De una sola tacada, el francés se ha saltado las matemáticas, amerizando en 1:52 sin pasar por el 1:53. Si decimos que, probablemente, estamos ante la marca más valiosa de la natación, no exageramos.
Pararíamos aquí, emocionalmente saciados, si no tuviéramos que contar que Luca Hoek rompió por dos veces el récord nacional de los 100 libre. Primero en las series, con 48.23. Más tarde, en la semifinal, con 48.04. Era, con diferencia, con 17 años, el más joven de los semifinalistas.
Le sacan tres años los dos "monstruos" de la disciplina, los dos últimos plusmarquistas mundiales: David Popovici y Zhanle Pan, veinteañeros, pero no ya adolescentes. Hoek, enormemente ambicioso, sin miedo ni complejos, pasó primero en su semifinal por los 50 metros. Acusó el esfuerzo y no pudo sostener en envite. Terminó en la decimocuarta posición general. El corte para el acceso a la final se produjo en 47.64. Luca aún está algo lejos. Pero se halla en camino.
Volviendo a Marchand, recordemos que su récord se ha producido en una semifinal. Que pueda mejorarlo aún más en la final se ha convertido en una de las grandes preguntas para una de las grandes respuestas de la competición.
La victoria del danés Kasper Asgreen (Education First), superviviente de la fuga del día, fue lo menos relevante de la etapa que concluía en la verde y entusiasta Eslovenia, en Gorizia, en un circuito con dos subidas a la cota de Saver, 700 metros al 7,7%.
Eso no fue importante. Lo fue, una vez más, lo imponderable en un deporte demasiado sometido a las fuerzas y caprichos de la naturaleza. La lluvia fue la auténtica protagonista. Convirtió una jornada casi intrascendente en casi decisiva. A 21 kms. de la meta, el pulido, redondeado empedrado mudó su acerado brillo en una trampa. En la numerosa caída, en la que nadie es culpable y de la que nadie se salva si la suerte, la buena o la mala, según se mire, tiene la palabra, Pedersen perdió la etapa; y Ciccone, el Giro. Al menos, sus posibilidades de victoria. Súbito drama para el Lidl-Trek.
Descabalada la carrera, en un primer grupo quedaron Isaac del Toro, Carapaz y Simon Yates. En un segundo, Ayuso, Roglic y Bernal (más atrás aún Tiberi). Perdieron 48 segundos con respecto a Del Toro y compañía. El junco mexicano es ahora un líder más sólido a causa de su clase y de su fortuna. No se ha impuesto a su jefe de filas, Ayuso, por debilidad de éste, sino por desgracias: una caída con lesión de rodilla, otra en la que se ve cortado...
Ante este domingo y, sobre todo, la semana decisiva que comienza el martes con un puerto de segunda y tres de primera, con la llegada en la cumbre del último, el San Valentino, el equipo tendrá que decidir qué hacer, a quién apoyar, con quién contar más. Pero Ayuso parece maniatado. El UAE estará ahora contento a medias. Tiene a Del Toro reforzado. Pero está metido en un embrollo interno. La carrera ha cobrado un rumbo inesperado con un atractivo nuevo.
Manolo el del bombo era, en la vida civil,Manuel Cáceres Artesero. Pero saltó a la fama y, por así decirlo, se ganó la posteridad con ese apelativo tan... ¿cómo definirlo?... berlanguiano, valleinclanesco, conmovedoramente esperpéntico.
Tan español en el sentido chusco y, por otra parte, profundamente serio de un carácter cada vez más ligado a un país que sociológicamente ya no existe.
Manolo era el superviviente y, en cierto modo, el único ejemplar de un tipo elemental de hincha, que dedica su vida a una causa secundaria, transformada en principal. Una misión tangencial, convertida en nuclear porque se ve cautivo de ella, una vez que se ve reconocido en sus términos por la gente. Una afición derivada en pasión y, más tarde, en obsesión. En una adicción de la que acabó siendo víctima.
La biografía de Manolo, como la de todo ser humano, se contiene en el fondo, a grandes rasgos, entre su nacimiento y su fallecimiento. Manolo nació en San Carlos del Valle (Ciudad Real) el 15 de enero de 1949 y ha muerto, en la Comunidad Valenciana este 1 de mayo de 2025.
Entre esas dos fechas, una peripecia personal, singular, resumida para sus compatriotas en un uniforme de La Roja, una boina y un bombo con el escudo nacional y una leyenda: "Manolo, el bombo de España".
Ha habido muchos "el... de España". Pero sólo un bombo, que significaba la ruidosa sencillez de una predisposición anímica colectiva, no traducida, por pudor, por vergüenza, a algo tan primario como el aporreamiento de un tambor de ese tamaño. Un latido inocente en su puerilidad y excesivo por ensordecedor en su manifestación.
Manolo caía simpático. Recogía el sentimiento general de apoyo al equipo y lo convertía en un acto simple y contundente que nadie más que él se atrevía a protagonizar. Encarnaba el alma fogosa de una afición que depositaba en él lo más primitivo de su aliento. Curiosamente, él no veía los partidos, dedicado a recorrer, sudoroso, enrojecido, las gradas atizándole al instrumento, vuelto de cara al público, entregado a tratar de que los demás se entregaran a su vez a la Selección. Sostenía, y quizás tenía razón, que más de un gol del equipo se debía a su persona.
Manolo el del Bombo, en la inauguración del mundial de 1982Zarco / Archivo Marca
Empezó a crearse y creerse un personaje que se le escapó de las manos desde sus primeros alientos a los equipos representativos de su lugar de residencia: Huesca, Zaragoza, Valencia... Llegar a la Selección fue algo aumentativo y natural. La causa suprema a la que dedicar una existencia llamada a la inanidad social y el anonimato.
Y ya no pudo escapar de su influencia, de su poder de atracción. Ya no pudo retroceder, aunque su devoción le costaba tiempo, dinero y amarguras. Siempre se quejó de que no recibía el apoyo oficial que merecía.
Quienes viajaban al encuentro de la Selección, periodistas y aficionados, le recuerdan arrastrando penosamente el bombo por el pasillo del avión, pidiendo educadamente perdón a los pasajeros por las molestias y colocando el artefacto, con la comprensiva ayuda de las azafatas, allá al fondo, donde no estorbara.
Asistió a 10 Mundiales. Su primer viaje para animar a la Selección fue a Chipre, en 1970. Su último partido, el 23 de marzo, en Mestalla, en el partido que sellaba en pase del equipo a la Final Four de la Nations League. En el mundial de España, en 1982, iba de sede en sede en autostop. Tenía un bar en Valencia, "Tu museo deportivo", junto a Mestalla. Entre gastos por reformas, cierre por la pandemia y otros azares, lo perdió casi todo y quedó en precaria situación económica. "Tendré que vender el bombo para comer", se lamentaba.
En cierto modo, representaba a la España futbolística no triunfal. Cuando el viento cambió, perdió protagonismo y, por así decirlo, "influencia". Ya no se le "necesitaba" tanto. Y ya era un personaje "quemado" en su propia intensidad ya sin contenido. No lo pasó bien casi nunca. Y bastante mal al final de su vida. Pero probablemente, si volviera a nacer, la repetiría. Después de todo, y estas líneas son una prueba, forma parte de la historia, no sólo futbolística, de España.