El Barcelona superó en la tanda de penaltis al Manchester City (4-1) tras empatar 2-2 en el tiempo reglamentario de un partido amistoso de pretemporada jugado en Orlando que sirvió de debut al entrenador alemán Hansi Flick. Muy buena imagen dejaron el Barcelona y Flick con los canteranos en la cancha.
Se hizo esperar el debut del Barcelona en esta pretemporada, pues la tormenta eléctrica que acechaba a Orlando obligó a los más de 60.000 espectadores que abarrotaban el Camping World Stadium a buscar refugio en el interior del estadio durante más de una hora.
Con el visto bueno meteorológico, Hansi Flick confió para su once en los jugadores canteranos con los que se encontró al llegar a Barcelona, que respondieron a la confianza con descaro ante el Manchester City, más rodado y con jugadores más experimentados. Clément Lenglet, cedido las dos últimas temporadas, llevaba el brazalete de capitán bajo la lluvia y la humedad de Orlando.
El City creó más ocasiones en el tramo inicial y a punto estuvo de adelantarse con un disparo -quizás gol fantasma- de Erling Haaland en el minuto 11 que sacaría Iñaki Peña sobre la línea con la ayuda del poste.
El guardameta alicantino fue protagonista durante este primer tiempo, con otras paradas de mérito, incluyendo un tiro libre envenenado de Jack Grealish en el 17 y otro de Kalvin Phillips en el 36.
El Barcelona, que creaba peligro con juego directo y por las bandas, se adelantó en el minuto 24 con un gol de Pau Víctor asistido de tacón por Marc Casadó, uno de los futbolistas más destacados de Flick. En el 39 empató el City con un tanto del canterano inglés Nico O’Reilly, una de las sensaciones de la pretemporada de los de Pep Guardiola asistido por Josko Gvardiol con un pase entre líneas.
Cuando parecía que el partido se iba al descanso con empate, Pablo Torre en el añadido puso el 2-1 poniendo la guinda a un centro de Gerard Martín que Pau Víctor dejó pasar para que el cántabro superase a Ederson.
Con la entrada de aún más canteranos en el segundo tiempo, los de Flick mantuvieron el guion de atacar al City y varias fueron las ocasiones en esos minutos iniciales. Por eso cayó como un jarro de agua fría el empate de Grealish en el 60, tras una gran carrera por la izquierda permitida por Alex Valle, que salió tras el descanso, al que le faltó contundencia.
Fallo de Lewandowski
Con menos de media hora por jugar, Flick dio entrada a los pocos jugadores del primer equipo de la temporada pasada con los que cuenta en Estados Unidos, como Robert Lewandowski, Alejandro Balde, Iñigo Martínez o Oriol Romeu.
Las sustituciones durmieron el partido en su tramo final, que vio pasar los minutos sin demasiada acción. En el tiempo añadido la tuvo Lewandowski para evitar los penaltis, pero fue lento y remató mal desaprovechando la gran asistencia recibida.
Ander Astralaga fue el protagonista inesperado de la tanda de penaltis parando los dos primeros del City y habilitando así la victoria de un Barcelona sin casi rodaje, que marcó los cuatro que lanzó.
Pedía a gritos España los penaltis, sangraba, dolorida, maltrecha, achatada primero por unos cambios desafortunados y después por una máquina de armar ruido, Alemania, a la que con de empujones y centros le bastó para acariciar las semifinales. Pedía a gritos España los penaltis, suplicaba por ellos, boqueando tras un ejercicio de supervivencia en la prórroga, olvidada una primera hora más que aceptable. Pedía a gritos España los penaltis, herida de muerte ante un rival enfebrecido, donde hasta Toni Kroos, triste adiós el suyo debiendo estar en el vestuario antes de tiempo, aguantaba los gemelos en la boca. Pedía España a gritos los penaltis cuando Dani Olmo, el mejor, encontró milagrosamente la cabeza de Mikel Merino, que remató de forma inverosímil una pelota maravillosa para sepultar a la anfitriona, primero, y disparar, después, el sueño de España, que pedía a gritos los penaltis, que rogaba por ellos, que imploraba por ellos, pero que estará en semifinales tras una tarde inolvidable y agónica en Stuttgart, donde incluso el árbitro se inhibió en una mano de Cururella que tenía toda la pinta de penalti. [Narración y estadísticas (2-1)]
Fue un partido para mayores, un partido para los papás, un partido donde los niños no terminan de sentirse cómodos, lógico en un proceso de aprendizaje como el de Nico y Lamine, dos chicos algo abrumados por el ambiente y por la magnitud del escenario y del momento, asombrado además el equipo de inicio por la bravura local, personificada en dos entradas bastante feas de Kroos en el inicio del choque. Una mandó a Pedri a la camilla con (seguramente) un esguince de ligamento en su rodilla. Otra, en forma de pisotón, dejó a Lamine cojeando un rato. No vio ni amarilla.
Era el momento de sufrir. Igualados en casi todo, como anunciaban las estadísticas previas, España miró de frente al partido y bajó al barro propuesto por Alemania en los primeros minutos. También fue fuerte a la pelota y, cuando la cosa se calmó, aceptó el intercambio de golpes. Alemania lo intentó descolgando a Gündogan para meterse a la espalda de Rodrigo y Fabián y, desde ahí, poner la pelota a la carrera de Sané y Musiala, con Havertz por allí pululando. Lo consiguió alguna vez, del mismo modo que España encontró la vía para girarse y encarar a los centrales alemanes. En un lado, fue Unai Simón el que cerró todos los caminos, no con grandes paradas, pero sí con una seguridad infinita en cada balón. En el otro lado, fueron las imprecisiones las que condenaron al equipo de Luis de la Fuente, entregado en esta Eurocopa a unos niños esta vez cohibidos.
Nico no encaró a su lateral ni en la primera, ni en la segunda ni en la tercera. Lamine sí lo hizo, tarde pero lo hizo, y se encontró con dos robos de Raum que le dejaron pensativo. Si Alemania dispuso de un remate de Havertz, España dispuso de uno de Pedri, antes de irse, y otro de Fabián, además de un par de escaramuzas que terminaron en ese nada producto de la precipitación. En el reparto de amarillas le tocó a Le Normand, que se quedó en el vestuario en el descanso para dar paso a Nacho. De la Fuente estaba viendo el mismo partido que los demás, algo que no ocurriría luego. Las piernas debían seguir fuerte y una amarilla era un peligro. Lo mismo pensó Julian Nagelsmann de Emre Can.
LOS CAMBIOS
La segunda parte empezó con el gol, y claro, así cualquiera. Se descolgó Morata de su sitio, con la complacencia de Tah, se giró y encontró a Lamine, que más allá de regatear, sabe jugar al fútbol, y como ayer lo primero no le salía, levantó la cabeza y vio la llegada de Dani Olmo, que la empujó con delicadeza. Sobrevino el arreón alemán, sólo faltaba, y eso era la prueba del algodón de la madurez del equipo. Nagelsmann no esperó y metió a Füllkrug para empezar a tirar centros y buscar el jaleo.
Sufrió España, cómo no hacerlo, pero decidió que, si había que enfangar el partido, pues se hacía. Se dedicó a hacer cosas muy futboleras: perder tiempo, parar el partido, desmayarse, hacer cambios despacio, tardar en sacar... Ese tipo de cosas, tan despreciadas siempre por los estetas y tan necesarias para ganar títulos cuando no se puede jugar bien y hacerlo bonito. Y esa parte estuvo bien, porque era lo que tocaba, pero lo que no tocaba, quizá, era dejar al equipo sin la posibilidad de amenazar al contragolpe. Así se quedó tras los cambios.
Sufrió España, cómo no, en algunos centros laterales, pero siguió a lo suyo, remangada, defendiendo, corriendo detrás de la pelota y sudando para llegar a la meta. La estrelló Füllkrug en el poste, sí, y rugió el estadio, sí, y entró Müller, sí, y todo fue un barullo, una guerra, una pelea, una tienda de grillos ensordecedora y de ahí sacó Alemania, en un centro, en el enésimo centro, el empate en el minuto 89, cuando Kimmich le ganó el salto a Cucurella y Wirtz remató en la frontal del área.
Final agónico
Seguramente merecido, porque se echó encima de España y no paró hasta conseguirlo, y seguramente también la selección pagó así las decisiones de De la Fuente, que con sus cambios dejó al equipo sin la posibilidad de amenazar al contragolpe. A falta de 10 minutos quitó del campo a Morata y a Nico para meter a Oyarzabal y a Merino, y el equipo se encogió, sin opciones de estirarse para respirar. Cuando le cayó el empate, el panorama para la prórroga era feo.
Con un equipo mucho más pesado, se la había jugado a mantener ese 1-0 y no le había salido bien. Media hora por delante parecía mucho, y encima ya sin la inercia del que viene de atrás, sino con la de quien se ve alcanzado casi en la meta. Con Alemania también cansada, sí, pero con la sensación, en el ambiente del estadio, de que si alguien podía marcar era la anfitriona. Estuvo a punto de hacerlo de nuevo Wirtz llegando al descanso de la prórroga, pero su disparo se fue fuera por poco, igual que uno anterior de Oyarzabal. España pedía los penaltis a gritos. Deshecha, suplicaba por ellos. Los anhelaba. Los hubiese firmado con la sangre que salía de su sudor. Hasta que apareció Mikel Merino.