Después de tres jornadas sin récords del mundo, la primera final de la cuarta, los 100 espalda femeninos, suponía una especie de prueba de fuego para medir la calidad de una piscina envuelta en la polémica acerca de la idoneidad de su calado, poco profundo. En estas circunstancias, todas las pruebas están pasando un examen suplementario.
Pero, en especial, en este cuarto acto, lo experimentaban los 100 espalda femeninos. Hace un mes, en los trials estadounidenses, Regan Smith establecía un nuevo primado universal. Sus 57.13 borraban los 57.33 de la australiana Kaylee McKeown, plusmarquista, por otra parte, de los 200, distancia en la que destronó a la propia Smith. Desde 2019 se han ido alternando una y otra en el predominio de la espalda. Ahí tenemos una de las grandes rivalidades de la natación actual, representantes y continuadoras ambas mujeres de las dos grandes potencias históricas de su deporte.
A lo que íbamos. Un récord del mundo tan reciente debía por fuerza ser refrendado por mejoría o aproximación en la pileta olímpica. Y así fue. Por aproximación. No ganó Smith, sino McKeown. Campeona en Tokio con 57.47, refrendó su título y, además, con un nuevo récord olímpico: 57.33. Smith realizó 57.66. La otra estadounidense, Katharine Berkoff, 57.98. A tenor de esas marcas, no pareció lenta la piscina.
Tampoco lo fue para saludar, en los 800, los 7:38.19 del irlandés Daniel Wiffen, récord olímpico y europeo. Ni para lucirse, en las semifinales masculina y femenina de los 100 libre. Todos los chicos, con Pan Zhanle y David Popovici en la pomada, quedaron comprimidos en menos de 48 segundos. Y siete de las ocho chicas, en menos de 53. También se adornó, en los relevos masculinos 4×200 libre, con Gran Bretaña (6:59.43) cerca del tope universal de Estados Unidos (6:58.55).
Fin de la cuarta jornada. Siguen faltando los récords mundiales. Pero no la emoción ni la importancia de las medallas. Nada empaña el resplandor del oro, el brillo de la plata y el lustre del bronce.
Hay tantos jugadores del Madrid, siete, nominados para el Balón de Oro que, si se ampliase la lista de metales, podrían ganar el de Oro, el de Plata, el de Bronce, el de Aluminio, el de Cobre, el de Cromo y el de Níquel. El Santiago Bernabéu, por su parte, aspira a obtener el Micrófono de Diamante, galardón virtual concedido oficiosamente a los estadios que albergan un mayor y más importante número de conciertos.
Ya no se sabe muy bien si el colis
Hazte Premium desde 1€ el primer mes
Aprovecha esta oferta por tiempo limitado y accede a todo el contenido web
Los números dicen que España obtuvo en el Campeonato de Europa en pista cubierta celebrado en Apeldoorn (Países Bajos) cuatro medallas (un oro, una plata y dos bronces). Por reconocible, el dato arroja certezas. Por analizable, admite matices.
Para empezar, han existido más medallas de bronce que de oro y plata. De hecho, han supuesto la mitad del botín. Todo el bronce ha sumado lo mismo que el oro y la plata juntos. Eso no es favorecedor. Todas las medallas son buenas, pero unas mucho más que otras. A la hora de jerarquizar el medallero, el oro pesa más que el conjunto de platas y bronces. Un país con un único oro irá en el medallero por delante de otros que sólo tengan platas y bronces, por abundantes que sean. España ha logrado, en la historia de los Europeos indoor 35 oros, 50 platas y 40 bronces. El oro, ya se ve, escasea frente a la suma del resto de metales preciosos.
Regresando a la actualidad aún caliente en sus ecos de Apeldoorn, España mejoró el resultado de Estambul2023 (un oro y una plata). Pero empeoró los de Torun2021 (uno, dos, dos), Glasgow2019 (tres, dos, uno) e incluso, a igual cifra, pero menor valor, Belgrado2017 (uno, dos, uno).
Sí mejoró, en cambio, la cantidad de finalistas: 15. Un aspecto positivo, pero que, como todos los demás, en la ausencia de contrastes llamativos (12 en Estambul, 13 en Torun, 13 en Glasgow y 14 en Belgrado), no dice mucho. O dice algo, pero en voz baja. Habla de regularidad, que suena mejor que estancamiento. A Apeldoorn no viajó Jordan Díaz. Ni María Vicente. Y Quique Llopis, con molestias, no pudo correr una final de vallas que le sonreía. Y, en la longitud, Lester Lescay, a pesar de su bronce, y el excelente Jaime Guerra estaban lesionados.
Paula Sevilla, en acción en Apeldoorn.NICOLAS TUCATAFP
Pero, en esencia, presencia y potencia, enviamos a Apeldoorn lo mejor del arsenal, con una figura mundial como Ana Peleteiro, porque Europa se adapta más a nuestras hechuras, y la pista cubierta, aunque nunca faltan estrellas, no es el campo en el que se vuelca la mayoría. En el Mundial de Nangjing (China), los próximos días 21, 22 y 23, habrá más que en Apeldoorn. Pero donde abundarán hasta la saturación será en el Mundial a cielo abierto de Tokio, en septiembre.
La pista cubierta, el atletismo de bolsillo, es un escenario orientativo más que referencial a la hora de extrapolar sus resultados a la pista al aire libre. Dura muy poco y está plantada en unas fechas impropias. Es la versión invernal, recortada en el programa, de una actividad de verano. Y aunque ello exhibe la riqueza de un deporte capaz de expresarse con belleza en cualquier estación y en cualquier marco, sugiere más que afirma.
Y esta vez ha sugerido que el atletismo español sigue siendo, en conjunto, una potencia media europea, lo que se traduce en una pequeña potencia mundial. Es, por esencialmente joven y multirracial, un atletismo atractivo y asomado al futuro. Se reconoce incompleto porque sigue siendo deficitario en numerosas modalidades, femeninas y masculinas: los lanzamientos, la pértiga, la altura (un desierto vertical sin Ruth Beitia)...
Attaoui, durante el 1.500 del Europeo indoor.Peter DejongAP
Pero, tierra de mediofondistas sostenidos y renovables (García, Ben, Attaoui, Canales), va ganando enteros en la velocidad. La existencia de tres vallistas de alta gama, Quique Llopis, Asier Martínez y el prometedor Abel Jordán, también con molestias en Apeldoorn, supone una muestra representativa.
En una mezcla de ilusión y consagración, lo mejor del Europeo, aparte, naturalmente, del oro de Peleteiro, llevó el nombre de Paula Sevilla con una prestación que va más allá de su bronce en los 400. Una recompensa resumen de la magnífica actuación individual y colectiva de nuestra gente, todo un ejército compacto, en la prueba. Procedente de la velocidad, sobre todo de los 200, sus 50.99 igualaban el récord de Sandra Myers de 1991. Esa marca vale, al aire libre, otra por debajo de los 50. Myers mantiene 49.67 desde, también, 1991. Bajar de los 50 segundos es cruzar la gran frontera internacional. Aguarda a Paula.