Jason Pusey pasó de puntillas por el fútbol español, donde jugó en el juvenil del Atlético de Madrid y en el Cádiz B. Pero en su Gibraltar natal logró convertirse en un referente del balompié. Jugó en varios equipos y llegó a la selección de Gibraltar, con la que participó en la clasificación para el Mundial de Rusia. Ahora, Pusey, acaba de ser condenado a 11 años de prisión por tráfico de drogas.
El caso se remonta al año 2020, cuando la Policía británica acusó al central de suministrar drogas por valor de 3 millones de libras en Londres. Según la investigación, Pusey lo hacía a través de Encrochat, una red de mensajería. Allí, y bajo el pseudónimo de ‘IrregularFog’, ayudó a suministrar 107 kilos de cocaína, 235 kilos de ketamina y 447 kilos de cannabis a bandas del sur de Londres.
“En la superficie parecía un cariñoso padre de familia, pero ganaba millones enviando grandes cantidades de drogas a las bandas del sur de Londres. Hizo todo esto sin pensar en la miseria y devastación causada en las comunidades de Londres por el suministro de drogas y la violencia a la que conduce”, ha expresado uno de los investigadores del caso, el detective Duncan Askew.
Pusey, muy conocido en Gibraltar, se ha convertido en la comidilla del Peñón. Allí, jugó en uno de los clubes más importantes, el Lincoln Red Imps. Ahora tiene 35 años, pero durante su juventud jugo en el Atlético de Madrid C en 2006 y en el Cádiz B entre 2007 y 2008.
A la oposición a la gestión de Joan Laporta como presidente del Barça no le tiembla el pulso. Víctor Font, candidato en las elecciones de 2021 y líder de la plataforma Sí al futur, ha sido tremendamente claro. Desde su punto de vista, la actual directiva mintió al apuntar que veía posible cerrar el fichaje de Nico Williams este mismo verano y, ante lo que considera como una mala gestión del club, reclama que los comicios se adelanten a 2025 en lugar de celebrarse en 2026, tal y como recogerían los estatutos. Incluso, aunque es consciente de que este tipo de figura debe ser algo excepcional, no descarta recurrir a una moción de censura.
«Pedimos a la junta que convoque elecciones en verano de 2025. Necesitamos que el cambio se haga lo antes posible», lanzó Font en una rueda de prensa celebrada, ayer, en Barcelona. «Esta es una de las épocas más frustrantes que recuerdo en la historia del club. No hay plan, improvisamos. Cada vez hay menos gente buena en las estructuras del club y, cuando lo mezclas todo... También hay errores de gestión que terminan en un relato lleno de promesas que no se cumplen, medias verdades e, incluso, mentiras. Esto es inaceptable. Los socios exigimos que se explique la verdad, que no se nos engañe», acusó el ex candidato.
«Improvisamos, damos un golpe de timón y a cruzar los dedos. Si la pelota entra, todos contentos, pero los resultados mantenidos se logran si se hacen bien las cosas. De los 30 fichajes, sólo ocho están en plantilla. Empezamos el verano diciendo que la prioridad es un mediocentro y un extremo, y terminamos fichando a Dani Olmo y diciendo que Ilkay Gündogan se ha ido por razones deportivas, cuando nos consta que no es así», recalcó un Víctor Font que se mostró especialmente disgustado con la forma en que se ha manejado la posible llegada de Williams. «Sabía que nos estaban engañando. La gente se cree el relato del club, pero, tras prometer muchas veces algo y que no se cumpla, pasará como en el cuento del pastor y las ovejas», advirtió.
«Sólo tiene sentido si hay delitos»
Desde su punto de vista, además, los números no están tan saneados como señala la actual junta azulgrana. «En la parte económica, no sé cuántas veces se nos ha dicho que hemos salido del túnel y que podemos operar con normalidad pues, por desgracia, no. No es una opinión de la oposición, es el club. No podemos decir que el club ha sido salvado económicamente si no logramos resolver el pufo Barça Studios y demostrar que el club puede generar beneficios de forma sostenible», aseveró. «No haber generado más ingresos ni firmar con Nike nos ha mantenido bloqueados. Las inscripciones de este verano vienen por excepciones. Los jóvenes los puedes incribir, el técnico también, pero ¿dónde tendríamos a Iñigo y Olmo si no hubiera lesionados? Y encima decimos que no hemos llegado al 1-1 porque no queremos», continuó.
Desde su punto de vista, falta transparencia. Tanto, que incluso no descarta presentar una moción de censura. «Sólo tiene sentido si hay delitos. Obviamente no se descarta pero poner palos en las ruedas no tiene sentido. Por eso pedimos que se acabe la temporada», aseguró un Font que, por lo pronto, ya tiene su futura candidatura muy avanzada. «Deberíamos ir todos a una. El rival está en Madrid, en Manchester, pero en lugar de sumar, el presidente se está quedando solo. No tiene mucho sentido. Coincidí con él este verano y no le hizo mucha ilusión que fuese a saludarlo», zanjó.
Sabemos que la historia se repite en el tiempo, aunque también lo hace en el espacio. Antes que Inglaterra, Francia también tuvo a su pequeño inmigrante que se salvó de ser deportado de milagro, gracias al VAR de la política y el ajedrez. Gérard Depardieu dio vida en el cine al entrenador de Fahim, un chico nacido en Bangladesh que ganó el campeonato nacional sub 12 días antes de que se consumara su expulsión. A François Fillon, entonces primer ministro, le preguntaron a bocajarro por el pequeño campeón y el mandatario prefirió rectificar a recibir un jaque mate moral en directo.
En el Reino Unido ha ocurrido un caso parecido, aún más llamativo porque a Shreyas Royal la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) le acaba de conceder el título de gran maestro (GM), reconocimiento que Fahim no tiene. A sus 15 años es el gran maestro más joven de la historia de Inglaterra, superando en precocidad a David Howell, quien poseía el récord desde 2007, cuando Shreyas no había nacido. Pese a su apellido, Royal, en 2027, estuvo a una casilla de la deportación, cuando el Reino Unido endureció sus políticas migratorias a finales de la década pasada. Su caso salió en todos los medios y el Gobierno también tuvo que ceder.
Sajid Javid, entonces ministro de Interior, se atribuye la decisión de salvar a los Royal y permitir que se quedaran en Londres, donde llevaban cinco años viviendo. Javid, él mismo de origen pakistaní, también esconde una película en su biografía (dimitió como ministro de Sanidad por el Covid y firmó la extradición de Julian Assange a Estados Unidos), pero esa es otra historia. Rachel Reeves, actual canciller del Tesoro, también sostiene que fue ella quien evitó la deportación del muchacho y su familia.
«una generación de oro»
Lo interesante de Shreyas Royal es que el Gobierno británico rectificó su jugada para impedir la salida por la puerta de atrás de un ajedrecista con todas las trazas de convertirse en un gran campeón. Todo esto ocurre cuando el ajedrez de las islas está en entredicho. El anterior primer ministro, Rishi Sunak, concedió una subvención de medio millón de libras para impulsar un juego que en el siglo XX le dio momentos de gloria al país, pero parece que el nuevo gobierno no ve tan clara la necesidad de conceder dicha ayuda.
La Federación Inglesa de Ajedrez, orgullosa de su camada de jóvenes ajedrecistas, se centra en los aspectos positivos. «Son talentos de los que estar orgullosos», declaró Malcolm Pein, uno de los hombres fuertes del ajedrez británico. «Tenemos una generación de oro de jóvenes ingleses que es la envidia del mundo. Esperamos que su éxito en los próximos años inspire a muchos otros jóvenes a jugar al ajedrez y disfrutar de los beneficios sociales y educativos del juego».
En efecto, entre sus promesas también cuentan con estrellas tan precoces como la niña de nueve años Bodhana Sivanandan, que acaba de formar parte de la selección inglesa en la Olimpiada de Budapest. A la niña, suplente en el equipo, la prueba le vino algo grande: ganó una partida, empató dos y perdió tres. Lo que no le pudo quitar nadie es la experiencia; pocos dudan de su proyección mundial.
Visita a Downing Street
La profusión de talentos indios tampoco es casual. El propio Royal ha declarado que confía en la victoria de Gukesh D, de 18 años, en la final del Campeonato del Mundo, que se celebrará entre noviembre y diciembre en Singapur. El indio es favorito, pese a ser el aspirante, porque el gran maestro chino Ding Liren no parece haber superado los problemas mentales que arrastra.
Shreyas nació en la India y reside en Londres desde que tiene tres años. Sus padres, Jitendra y Anju Singh, decidieron abandonar su país en 2012 y se instalaron en el sudeste de Londres en busca de una vida mejor. Cuando les venció el visado de cinco años, no ganaban las 120.000 libras que exigían los nuevos tiempos para poder quedarse.
Royal, de niño, junto a Anand y Carlsen en el London Chess Classic.BBC
Ahora que es una estrella, Royal ya sabe lo que es visitar Downing Street, lo que ha hecho al lado de Sivanandan al menos en dos ocasiones. Pein, siempre en busca de rascar ayudas, insiste en que ambos se han beneficiado «de la financiación del Ministerio de Cultura, Medios y Deporte, que ha apoyado su desarrollo y ha ayudado a ofrecer la capacitación que necesitan para destacar en el escenario mundial».
Royal logró su norma definitiva de GM en el campeonato británico celebrado el pasado mes de agosto, en Hull. Allí se permitió el lujo de derrotar a su amiga Bodhana y a Howell, anterior poseedor de su récord. A cambio, el más veterano (33 años) pudo quedar por delante en la clasificación final. Shreyas terminó sexto, con seis puntos en nueve partidas y con una única derrota frente a un 'simple' maestro internacional. Cuando la Federación Internacional certificó el pasado día 8 que había completado los requisitos para convertirse en GM (hacen falta tres grandes resultados en distintos torneos), su celebración fue modesta: «La FIDE aprobó por fin mi solicitud de título de GM. ¡Soy oficialmente gran maestro!».
Entre sus mentores, destaca el flamante premio Nobel de Química Demis Hassabis, otro niño prodigio del ajedrez, que abandonó los tableros para dedicarse a empresas mayores. Hassabis fue además el creador de Alpha Zero, la máquina que mejor ha jugado al ajedrez y la única que aprendió por sí misma, con lo que revolucionó el mundo de la Inteligencia Artificial. Pero como decía Kipling, otro inglés de origen indio, esa también es otra historia.
Los padres de Sergio Rodríguez se conocieron en una cancha de baloncesto. Eso podría explicar muchas cosas. "Cuando nací, los primeros regalos eran juguetes de baloncesto". En concreto, una canasta de los Celtics con la que jugaba compulsivamente en su habitación. Eso, también. O quizá el secreto del chachismo, esa marca ya para la eternidad de un jugador irrepetible, sea una frase de Pablo Laso: "Lo más importante, él ve esto como un juego".
Pepu Hernández, el entrenador que le hizo debutar con 17 años -en el quinto partido de unas finales ACB, en el Palau-, solía usar un juego de palabras con su pupilo, que también lo sería dos años después en el oro mundial de Saitama con la selección. Las letras que conforman el nombre de Sergio son las mismas que riesgo. Riesgo, imaginación, naturalidad, osadía, talento, profesionalidad y sobre todo, de nuevo, mucho amor por algo que él siempre vio como eso, un juego. El asombroso viaje del Chacho durante dos décadas es todo eso. De Tenerife a Getxo con 14 años, del Siglo XXI a Madrid, del Estudiantes a Portland, de Nueva York (paso por Sacramento) de nuevo a Madrid, del Real Madrid a Filadelfia, de la NBA a Moscú, del CSKA a Milán y del Armani de nuevo al Real Madrid, para cerrar una carrera repleta de éxitos, tres Euroligas, un Mundial, dos Eurobasket, Ligas y Copas en España, Rusia e Italia... y todo un MVP de la Euroliga en la temporada 2013-2014.
Pero Sergio Rodríguez es mucho más que su palmarés, es casi una filosofía. Un jugador que trasciende. Es el Chacho, el apodo que le pusieron en su primera preselección con España, en 2002, porque no paraba de decir, como buen canario, aquello de "muchacho". Jugaba entonces en La Salle con su primer maestro, Pepe Luque, y fue justo antes de marcharse a Bilbao, a esa experiencia llamada Siglo XXI, donde chavales cadetes y juniors convivían y se formaban baloncestísticamente. Fue por entonces cuando dio el estirón físico, aunque todavía le llamaban "polilla" porque no paraba de moverse.
Sergio considera aquellos años lejos de casa, previos al Estudiantes, clave en todo lo que iba a suceder después. El primer año en Madrid, donde se le atragantaron los estudios en el Ramiro, combinó el equipo EBA con el júnior y llevaba un mes de vacaciones cuando Pepu le llamó para la final contra el Barça. La noche antes había estado viendo la NBA y tuvo que despertarle una vecina. Aquella canasta en penetración en el Palau es el comienzo de un época. "Esos 20 segundos del final de liga con Estudiantes me marcaron. Nunca había ido convocado con el primer equipo. Venía de vacaciones, no me sabía las jugadas, estaba preocupado... Esa tensión desde el minuto uno de profesional me ha ayudado", confesaba en una entrevista con este periódico años después.
Ese verano también ganó el Europeo júnior, en Zaragoza, a las órdenes de Txus Vidorreta y con el 10 a la espalda (el eterno 13 lo llevó Antelo). "Un chico con mucho gancho", tituló su primer artículo en EL MUNDO un periodista que era a la vez admirador (como todos) de aquel insólito mago.
"El sueño de toda mi vida". La NBA fue la siguiente estación, a la que llegó con 20 años -dos años antes estuvo por primera vez en EEUU, en el Nike Hoop Summit de San Antonio-, campeón del mundo (esa semifinal contra Argentina...), número 27 del draft (por los Suns que tenían a Steve Nash y deciden traspasarle a Portland) y sin saber inglés. Y con el golpe de realidad de tantos, mucho banquillo y "pocas explicaciones" de Nate McMillan. Pero sin perder la esencia. "Podría estar triste si estuviese aquí perdiendo el tiempo, pero al contrario. Estoy mejorando técnica y físicamente y aprendiendo un idioma. Todo va muy bien para mí", confesaba en una entrevista a ABC en diciembre de 2006.
Sergio Rodríguez posa para EL MUNDO en Nueva York, en su etapa en los Knicks.EL MUNDO
Estuvo tres temporadas y media en Portland (coincidió con Rudy Fernández, con quien el destino le tenía preparada una despedida a la vez), unos meses en Sacramento (con Nocioni) y otro curso en los Knicks, vida en la Gran Manzana. El sueño se cumplió, con toda su realidad y toda su crudeza también. Se codeó con aquellos que admiraba (Iverson, Garnett...), danzó en ese mundo idealizado desde la infancia e incluso coleccionó momentos deportivos inolvidables. Pero se amontonaron las ganas de más. Tan valiente para partir como para regresar, sin pronunciar jamás una frase de arrepentimiento, y un fichaje por el Real Madrid de Messina.
Nada sencillo aquel ambiente, donde, él mismo lo reconoce, todo se magnificaba en negativo. Con Messina huido y Lele Molin a los mandos, los blancos se colaron muchos años después en una Final Four, la que iba a ser primera de muchas para el Chacho (aunque aquello fue un revés en el Sant Jordi, acabaría jugando seis finales y ganando tres Euroligas). Sin saberlo, aquel verano de tiroteos, de la llegada con pocas bienvenidas de Pablo Laso, era el comienzo de una era.
Rudy, Chacho y Llull, tras ganar la Euroliga de 2015.EL MUNDO
Con el estallido personal del Chacho en los playoffs de 2012, especialmente en las semifinales contra el Baskonia, cuando a su virtuosismo e imaginación se unió el acierto desde el triple. Esa primera etapa de lasismo fue su cénit, el MVP de la Euroliga, el título en 2015 en el Palacio... Hasta que la NBA volvió a cruzarse en su camino. Y los sueños de infancia, sueños son. Aunque el Chacho y Ana ya fueran padres de Carmela y aunque Claudio, su bulldog, no pudiera viajar con la familia a Filadelfia, donde eligió un apartamento en el centro de la ciudad.
Los Sixers se encontraron a un base diferente, maduro, inteligente, ambicioso. El Chacho asistió al debut de Joel Embiid, que le saludaba con una peineta en la visita de este periódico en febrero de 2017. Fue a menos en la rotación de Brett Brown y las ofertas para seguir un año más, demasiado inestables, no le convencieron.
Sergio Rodríguez, tras proclamarse campeón de la Euroliga en 2019 con el CSKA.Juan Carlos HidalgoEFE
Y cuando tocó volver a Europa, el Madrid ya había armado su equipo y el CSKA le puso sobre la mesa una oferta de esas que no se pueden rechazar. De USA a Rusia, la familia Rodríguez, una aventura vital que iba a coronar con su segunda Euroliga, en Vitoria 2019 (primer español en ganarla) con un club extranjero. De ahí a Milán, siempre cotizadísimo, el reencuentro con Messina, donde de él se enamoró cada aficionado del Armani e incluso el propio dueño Giorgio, que llegó a decir: "Me gusta todo de él. Amo a sus niñas. Su actitud dentro y fuera de la cancha es ejemplar. Y luego su sonrisa y su mirada profunda dicen mucho de él, son el espejo de su alma". Y un par de temporadas para cerrar el círculo en el Real Madrid, hasta otra Euroliga, la de Kaunas, protagonista principal el Chacho en la Final Four y en la feroz serie de cuartos contra el Partizán en la que se echó al equipo a la espalda, otro destello maravilloso.
Y, durante todo este tiempo, siempre su querida selección, de la que se retiró tras los Juegos de Tokio y se ausentó, por descanso, en el Mundial de 2019 que fue oro en Pekín. Más de 150 partidos y siete medallas con España, de Saitama a Saitama.
"Siempre soñé con retirarme estando bien físicamente y ganando mi último partido. Y ahora la vida me ha ofrecido este regalo", dice en su carta de despedida quien no ha querido homenajes jugando. Pues para él, el baloncesto siempre fue diversión, no nostalgia. El secreto lo guardó y las canastas ya echan de menos el chachismo, al eterno 13.