Primero contra quinto durante la parte programada de la temporada, y doble victoria del primero durante esa fase: en la Final Four, el Real Madrid-Olympiacos de esta semana, segunda semifinal, parece sobre el papel muy favorable a los actuales campeones. Pero no se juega sobre el papel, sino sobre la cancha, y las cosas están menos claras, sin necesidad de recordar que el año pasado este mismo enfrentamiento, en la final, lo resolvieron los blanc
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Del Palacio salió Unicaja lastimado en su baloncesto y también en su orgullo. El Real Madrid, lanzado y obligado a estas alturas de temporada sin títulos, le había zarandeado hasta volverle irreconocible y le había dejado con un imposible por delante, un 2-0 en contra, una "montaña" para el campeón de Supercopa, Copa y Champions. Pidió respeto Ibon Navarro a los árbitros y se lo ganó en el Carpena, un triunfo, una reacción, de puro coraje, de sangre, corazón y hasta polémica final para evitar su adiós y el paso blanco por la vía rápida a la final, donde desde el sábado aguarda el Valencia Basket. [86-84: Narración y estadísticas]
Sumaba el Madrid 24 victorias de carrerilla en ACB y fue en Málaga donde le pararon los pies. Un Unicaja fiero, enrabietado, intratable casi de principio a fin. Porque ahí, en el fin, llegó lo insospechado. Tras una serie de fallos por ambos bandos, una contra con la que Musa se disponía a igualar por primera vez en muchos minutos el duelo y que acabó con palmeo de Garuba, el bosnio impactó con su codo en el rostro de Kendrick Perry. Tras la revisión, que no pudo por norma anular la canasta posterior, llegó la antideportiva y los dos tiros libres con los que Alberto Díaz cerró la angustia.
Una victoria de sangre (en los rostros de Perry y antes en el de Sima, tras codazo de Tavares, e incluso en el brazo de Campazzo), de polémicas con el arbitraje, de lesiones (la de Tyson Pérez en su tobillo) y de una tensión que engrandece una semifinal de la que se esperaba semejante temperatura. Alzó la voz Unicaja, que fraguó su resistencia en una primera mitad de puro rock and roll y en su aguante después a los intentos blancos de remontada, jugueteando con el abismo que se extendía ante los verdes.
Unicaja no iba a firmar la rendición así como así, sin al menos un ramalazo de rabia, una versión real de lo que ha sido y es. Con la losa del 2-0 pero con el orgullo intacto, los de Ibon Navarro afrontaron la tercera batalla, con el Carpena a reventar, como si no hubiera más allá. Con el baloncesto frenético que es su bandera, tiros rápidos, defensa agresiva, transiciones, rebote y descaro. Un ritmo inaguantable al que unieron la habilidad de no perder balones (sólo uno en toda la primera mitad), un cóctel explosivo que ni el Real Madrid supo contrarrestar entonces.
Tavares, en acción en el Carpena.Jorge ZapataEFE
Apenas los blancos aguantaron la salida en tromba. Cuando Alberto Díaz piso cancha el nivel de energía se elevó todavía más. Y Unicaja empezó a sobrevolar el Carpena, como si en vez de pies tuviera motores. Era un ataque con todo, una labor coral en la que sobresalían Kravish, Sima y Osetkowski, sin miedo a Tavares. Al descanso habían anotado todos los malagueños menos Kameron Taylor, precisamente su máximo anotador. Y ni los percances les apartaban de la misión.
Porque mediado el segundo cuarto, tras un espectacular mate, Tyson Pérez se torció de mala manera su tobillo izquierdo. Al poco, Perry cometió una falta antideportiva sobre Campazzo. Igual daba, la diferencia siguió elevándose, hasta el +19 tras una canasta a aro pasado de Barreiro. Ni siquiera los triples les eran necesarios. El Madrid, con sus pérdidas y su incapacidad para igualar la agresividad, achicaba agua como podía.
El rostro de Perry, tras el codazo de Musa.ACB Photo
Pero no estaba muerto. Un parcial tan suyo, de esos de entreactos, un 5-22 apoyado en una zona defensiva, fue el primer aviso blanco. Se recompuso Unicaja a lomos de Tyson Carter, volvió a tomar algo de aire con los triples de Osetkowski, pero no la suficiente distancia como para evitar una recta de meta de esas en las que el Madrid parece no conocer imposibles.
A falta de 1:23, tras otra canasta de Perry, caía por cinco (84-79). Llegó un triple fugaz de Hezonja tras tiempo muerto y la concatenación de errores, entre ellos una falta de ataque de Tavares que evitó la primera igualada. Y todo se iba a resolver en una revisión, valiente Perry en su defensa tras el fallo anterior, en jugarse el físico ante un Musa que sacó el codo a pasear.
"¿Quién dudaba, quién dudaba? Yo no sé nada, sólo sé que el equipo confiaba", respondía Garuba, siempre tan efusivo y seguro de sí mismo, pletórico en los festejos como lo estuvo en la cancha. El factor clave en la final contra Bahamas, acabando con la sangría en el rebote ofensivo, poniendo dos tapones majestuosos para marcar terreno. Pero las miradas se iban a Rudy Fernández, 261 partidos y 11 medallas con España, cómo no. Quizá a alguien se le pasó por la cabeza que el del domingo en la Fonteta podía ser el último partido en activo de una leyenda. Pero eso no entraba en los planes del capitán. Había una promesa por cumplir. El balear ya es historia: ningún jugador de baloncesto estuvo (¿ni estará?) jamás en seis Juegos Olímpicos.
"Es algo que le prometí a mi padre cuando me dejó", pronunciaba ayer Rudy, puesta en pie la Fonteta cuando Scariolo le sustituyó a falta de unos segundos. Hasta ese momento los caribeños -Eric Gordon protestó en sala de prensa por la cantidad de tiros libres que lanzó uno y otro equipo- no se dieron por vencidos. Entonces pudo descansar el alero y pensar en lo que se le viene como despedida de su inigualable carrera profesional. "Es el gen que tiene la Familia y el gen que nos hace seguir creciendo. Llevo jugando con la selección durante dos décadas y es lo que nos han transmitido nuestros veteranos. Podemos tener estrellas o no estrellas, pero si competimos juntos y representamos lo que tenemos delante siempre solemos tener cosas beneficiosas", siguió el madridista, que durante toda la concentración ha lanzado un mensaje que ha calado en sus compañeros: "No lo hagáis por mí".
El triunfo de la selección en un Preolímpico casi siempre trampa para el anfitrión supone un espaldarazo anímico también para un colectivo golpeado en el pasado Mundial. Aldama, que imitará a su padre en unos Juegos (él estuvo en Barcelona 92), era de los más emocionados. Durante el partido tuvo más que palabras con el fornido Munnings e incluso se hizo daño en el tobillo casi al final. Después, con el MVP en sus manos, en sus ojos se intuían las lágrimas. Muestras de carácter de quien está llamado a ser el líder del porvenir. "He hablado con mi padre esto muchísimas veces. Fue mi primer sueño de niño. Es un orgullo de vestir esta camiseta y un privilegio", comentaba en sala de prensa.
Los jugadores de la selección celebran su triunfo contra Bahamas.Alberto SaizAP
Allí, a su lado, Scariolo. Para él serán sus cuartos Juegos, otro mito. Misión conseguida. No quería pensar el seleccionador en la lista de 12 que hoy mismo tendrá que dar a la FIBA -y en la que sólo puede hacer cambios por lesión- y en la que estarán Abrines y Juancho. Tampoco en el 'grupo de la muerte' que se le viene en la primera fase de Lille. España disputará el primer partido de los Juegos, el sábado 27 a las 11 de la mañana, contra Australia. Después llegarán Grecia -ganador del Preolímpico de El Pireo- y la temida Canadá. Casi nada.
El seleccionador prefirió reivindicar a sus chicos, todos por encima de lo esperado. Hubo ejemplos a puñados de lo que ilusiona. El regreso de Lorenzo Brown (cuánto se le echó de menos) en la línea majestuosa del Eurobasket, su conexión con Willy, en contraste con su mediocre rendimiento en el Barça, la disposición defensiva de López-Arostegui -otro que no pudo estar en el Mundial- persiguiendo como un perro de presa a Buddy Hield. Pradilla, los puntos de Brizuela... "Quiero dar el mérito a este grupo de jugadores, fue extremadamente duro jugar este segundo partido en menos de 24 horas. Aprecio la concentración que pusieron, la compostura. Jugaron durante 40 minutos con muy pocos bajones y realizamos un partido sólido en las dos partes de la cancha. Es una final y lo siento como si hubiéramos ganado un título", reflexionó y fue más allá: «Podemos ir perdiendo superestrellas, pero mientras tanto tenemos que competir con una cohesión brutal. Estar en este equipo es un privilegio y los jugadores lo tienen claro. Es uno de los equipos más grandes de la historia del deporte español».