César Luis Menotti nos ha dejado. Deportivamente, en una carrera modesta como jugador e irregular como entrenador, permanece de él, por encima de todo, un título mundial en mitad de una sanguinaria dictadura. Esa mezcla de historia futbolística y tragedia humana coexistiendo, entre el júbilo y el horror, en un país mutilado por el dolor sin cura y anestesiado por el balón, preside su biografía.
Proyectaba la imagen, en el fondo y en la forma, de u
Hazte Premium desde 1€ el primer mes
Aprovecha esta oferta por tiempo limitado y accede a todo el contenido web
Por inesperado o por extraordinario, la Plaza de Cibeles de Madrid, esta vez teñida de rojo, se abarrotó de gente para acoger un nuevo triunfo de la selección. La cuarta. Muchos de los que ayer agitaban la bandera gritando a sus nuevos ídolos no estaban cuando, hace ya 12 años, Sergio Ramos tenía el honor de presentar al número 23 de aquella selección, Pepe Reina, que antes había hecho lo propio con el resto de jugadores de ese equipo que se hizo leyenda. Pero esta vez fue diferente. Fue la noche de los chavales, de esos que eran muy pequeños entonces, pero que han conectado como nadie con un país ansioso por volver a gritar, con orgullo, "¡Campeones, oé, oé!". Ellos eran la atracción y ellos protagonizaron la fiesta.
Una celebración que empezó horas antes de la llegada de los jugadores, cuando los clásicos como Yo soy español, español, español o el We will rock you de Queen comenzaron a sonar. Ya no pararían. Tampoco lo hizo el calor, que obligó a los presentes a asentarse en los lugares más inhóspitos, árboles incluidos.
Así, sobre las 22.00 horas, llegaron a una plaza que, rodeada de camiones policiales, vehículos blindados y plagada de familias de todas las partes del país y del mundo, esperaba eufórica su llegada: "Venimos desde Huelva solo para ver la celebración. Llevamos cuatro horas de espera para coger un buen sitio. Lo importante es que los chavales lo recuerden y lo pasen bien", decía un padre onubense.
"Respeta a todo el mundo"
También argentinos, que fueron campeones de América en la misma noche del domingo, quisieron acompañar, con la camiseta albiceleste, la histórica celebración. Allí, junto a la diosa griega esperaban las madres, que no dudaron en mostrar su emoción por lo que estaban viviendo. "Estoy muy contenta y orgullosa de lo que Nico ha conseguido. Es un chico que respeta a todo el mundo", dijo María a TVE. Todo un símbolo.
El baile fue un elemento esencial durante toda la noche, con Wally López, Aitana, que acertó con su predicción para la final e Isabel Aaiún, autora de la canción fetiche de esta Euro: Potra salvaje. Porque esta selección demostró ser así, "libre como el principio de una canción". Sin complejos, sin la necesidad de imitar ni ser nadie más que ellos mismos. Tardaron, el procolo obligaba a saludos protocolarios que, quizás, retrasaron más la gran bienvenida de lo esperado, pero un gran escenario decorado con los colores de todos les esperaba para animar la fiesta. Ni siquiera Ibai Llanos, que bromeaba en los momentos previos con Marc Cucurella, se lo quiso perder.
Vista general de la Plaza de Cibeles, el lunes.EFE
Como en todo acto que se precie, lo primero es presentarse. Y así lo hicieron. Vídeo con todos los goles, móviles en alto para inmortalizar el momento y a saltar. El primero fue Álvaro Morata, el capitán, que con una sonrisa radiante levantaba al cielo de Madrid el trofeo mientras era ovacionado. "Españoles, ¡somos campeones de Europa!", gritó tres veces. "¿Sabéis por qué? Porque habéis creído y lo hemos notado", dijo el delantero rojiblanco. "Ha sido un auténtico orgullo ser el capitán. Os aseguro que siempre me he dejado la vida por intentar conseguir esto". "Tenemos el mejor país del mundo, la mejor comida, los mejores sitios de vacaciones, los mejores trabajadores, somos el mejor país del mundo", terminó.
Justo después, se vistió de ese Pepe Reina que tanto recordábamos, y que el propio Álvaro se encargó de homenajear, para presentar a sus compañeros. Desde David Raya, pasando por Dani Carvajal o por Robin Le Normand que, a pesar de no estar acostumbrado a hablar delante de tanta gente, sí que se atrevió a gritar bien fuerte: "¡Viva España!".
También nos dejó un surtido de apodos, como el "teniente Vivian", con el que parafraseó la canción de La Bamba o el "tiburón" para Ferran Torres. Joselu se arrancó con Luis Miguel, Dani Olmo con Estopa o Grimaldo que vibró con La Falda de Myke Towers. También Álex Remiro, el único que no ha podido jugar en el torneo, se llevó su merecido aplauso. "Gibraltar es español", fue otro de los gritos coreados.
Solo quedaba el míster, Luis de la Fuente, que después de ser manteado por todos los jugadores, también mandó un mensaje al país: "Unidos somos más fuertes". Así fue la noche en la que España celebró, simplemente, ser campeona.
No piensa ceder el Atlético. Fue el mensaje que lanzó en Mestalla por si alguien dudaba mirando el calendario. Una sola derrota en casi cuatro meses le sostienen en todas las peleas aunque, por momentos, muestre algunas dudas. Ante el Valencia liquidó el duelo en la primera media hora con la magia de Griezmann y la letalidad de Julián Álvarez, pero tuvo que apretar los dientes cuando los locales arrearon antes de que Correa echara los tres puntos al zurrón. [Narración y estadísticas]
Los primeros dos goles se los apuntó la Araña pero al Valencia lo descosió un francés. Como el gato de Cheshire de Alicia, aparecía y desaparecía por donde menos se lo esperaba la defensa del Valencia, incapaz de detectarle. No necesitó correr ni bregar, ni aunque Corberán le hubiera puesto enfrente más músculo en la medular. Le bastó con buscar el lugar donde le dejaban pensar para ir regalando asistencias de gol.
Quiso el Valencia acordarse de cómo competía estos duelos antes de empequeñecerse y buscó apretar en el área de Oblak queriendo el control, pero sin ningún acierto. Ni Sadiq ni Iván Jaime ni Javi Guerra tuvieron ocasión de armar sus remates. Y los colmillos rojiblancos no tardaron salir, aunque fuera en una jugada anulada por fuera de juego. Giuliano mandó a pasearse la pelota por el área pequeña de Mamardashvili como primer aviso. El segundo ya fue gol. Apareció Griezmann en la frontal para elevar la pelota por encima de la defensa y que cayera a los pies de Lino. El brasileño la estrelló en el larguero, pero el rechace, con la punta de la bota lo tocó Giuliano ante la mirada pasiva de toda la defensa para dejar a Julián Álvarez que abriera el marcador.
El Valencia resopló y volvió a buscar a Oblak para quedarse atascado en tres cuartos de campo. Nadie era capaz de armar la pierna y el Atlético vivía cómodo recostado en su orden y esperando los errores, porque llegaban. Siempre llegan pese a los esfuerzos de Corberán por corregirlo. Desde el fondo de la clasificación no es fácil no equivocarse. Entonces aparecía Giuliano para correr, más por costumbre que por necesidad.
El Atlético balanceaba de orilla a orilla el juego hasta que aparecía el Principito y su magia. Le faltó silbar mientras se iba escorando al pico izquierdo del área para colocar otro balón entre los centrales que cabeceó Julián. El argentino pudo hacer el tercero antes del descanso aprovechando un error de Mosquera en la salida de pelota, tan grosero como su remate. Dos goles de cuatro remates por ninguno de Valencia dibujaban un panorama cómodo. Eso debió pensar Simeone sacando del campo a Lino y Azpilicueta, para reforzar con Galán y Gallagher escorado a la izquierda. No sabía que la idea de Corberán era agitar el partido.
Alimentó el ataque con Hugo Duro y se adueñó del duelo. A arreones encerró al Atlético con remates de Javi Guerra y los centros de Gayà primero para Sadiq, que reclamó una mano de Molina en el área que cortó su cabezazo -como el Valencia en redes sociales pese al respeto arbitral- , y luego para Hugo Duro.
No quería rendirse este Valencia, con más coraje que acierto, mientras los rojiblancos se recomponían moviendo de nuevo el banquillo. Enmendaba Simeone lo que había hecho al descanso, soltando a Gallagher por el centro, porque daba la sensación de que los valencianistas habían regalado la primera parte y lo podía arreglar.
Probó Almeida con un derechazo antes de que volviera al campo entre silbidos Rafa Mir para obligar a Oblak con un testarazo. Quería el Valencia, arriesgaba, pero las dudas del Atlético no eran suficientes para dejar escapar su cómoda ventaja. Es más, apareció el error valencianista que cerró el encuentro. Javi Guerra perdió la pelota que permitió a Gallagher armar una contra con la calma suficiente para que Correa la acabara con un derechazo cruzado que vació Mestalla.