Igual que hubo un Fernando Martín, hay un Jordi Fernández. Por el camino, el del debut del primer jugador español en la NBA y el del primer entrenador, 38 años. Así hay que mesurar la enorme barrera derribada por el técnico de Badalona, anunciado oficialmente la semana pasada como dueño del banquillo de los Brooklyn Nets, el tercer europeo de siempre.
Este martes, el también seleccionador de Canadá (bronce en el último Mundial y uno de los pocos que puede inquietar al USA Team en los próximos Juegos Olímpicos), compareció vía Zoom con un puñado de medios nacionales. Y Jordi puso en valor el hito logrado, aunque dejó claro que “no es un final de trayecto”. “No sólo es llegar, es mantenerse. Por muchos años. Hacer un proyecto competitivo y respetado”, pronunció.
En sus palabras, Fernández reconoció todo el bagaje previo, los 15 años desde su llegada, casi una aventura, a Las Vegas. Su paso como asistente por Cavaliers, Nuggets y, finalmente, hasta hace unos días, Kings. Tantas veces de la mano de Mike Brown, uno de sus “padres deportivos”. Su experiencia como asistente de Sergio Scariolo en la selección durante el Eurobasket de 2017 e incluso la “visibilidad” que le proporcionó la selección canadiense, con “ocho jugadores NBA”, como un bautismo final para dar el gran salto como entrenador principal. Un cargo para el que llevaba tiempo en todas las quinielas.
Badalona
Jordi habló de todo ese pasado, pero también de su sello FIBA y de sus orígenes. “Soy la misma persona que salió de la pista de mi barrio en Badalona. Mis orígenes no han cambiado, están muy marcados”, admitió. E hizo hincapié en la importancia del baloncesto español en aquel mundo, haciendo un repaso por los Gasol y todos los jugadores que han pasado por la mejor liga del mundo, “con roles muy importantes” e incluso en aquellas finales olímpicas (2008 y 2012), “partidazos”, que tanto lustre dieron a nuestro prestigio. “El baloncesto español es muy respetado en la NBA. Hay un trabajo de seguimiento de todas las franquicias, todos viajan a España cada año. Es importante sentirnos orgullosos, pero hay que seguir creciendo”, admitió.
Por último, Jordi valoró la ardua tarea que le aguarda en los Nets, un equipo no demasiados exitoso últimamente y que pierde en cada comparación con sus brillantes vecinos, los Knicks. “Hay que generar ilusión, mostrar cambios desde el principio. Brooklyn es un mercado grande, pero compararnos a los Knicks no tiene sentido. Es una bonita rivalidad”, reflexionó el español, que se marcó tres señas de identidad en el juego: “Un estilo acorde al roster: la rapidez en el juego, la fiscalidad defensiva y la identidad como grupo”. Lo demás, el éxito, el retorno o no a los playoffs, vendrá marcado por “el draft y la agencia libre”. “Tenemos juventud, esto ayuda a mantener lo que estás creando, la identidad. Pero tenemos que ser pacientes con el proceso”, concluyó.
«Que nazca algo del caos que sembré», escribió ella misma cuando transitaba por el abismo. Sandra Piñeiro (Boiro, 1996) rememora sus nubes negras con una franqueza que pone los pelos de punta. El lado tenebroso del deporte, el que no se quiere ver pero ahí está. La anorexia adueñándose por completo de una remera de elite, ganadora por dos veces de la Bandera de la Concha con el Club Orio Arraunketa Elkartea. «Poco a poco, estaba matándome, me iba consumiendo», recuerda ahora, ya todo superado, de vuelta a sus 70 kilos (llegó a bajar de 50), al apetito, y con tantos horizontes, retos que le devuelven a la vida. El pasado 21 de abril completó el IRONMAN 70.3 de Valencia y a mediados de julio afrontará el más difícil todavía, la distancia completa (3,8 kilómetros de natación, 180 de ciclismo y un maratón) en Vitoria.
Sandra es pura vitalidad, pero ahí está su historia como lección, como ejemplo y como aviso. Cuando pidió ayuda y escapó de sus propia mente, resurgió la salud, la física y especialmente la mental, y sus ganas de todo. Probó crossfit, hizo carreras de montaña, aprendió a escalar -«cuatromiles, tresmiles, todos los Pirineos me los conozco de pe a pá...»- y ahora le apasiona el triatlón. También se ha empeñado en ayudar a los demás, en visibilizar un tabú que en su caso estuvo a punto de arruinarlo todo. Además de trabajar como entrenadora y readaptadora en San Sebastián, colabora con la Fundación Juntos e Invulnerables, para que los niños no tengan que atravesar por lo que ella pasó.
Sandra relata su historia no tan lejana en EL MUNDO, como muestra de hasta donde puede llevar la mente cuando todo se enturbia. Sus inicios en el remo en Galicia, en el club Cabo de Cruz su Boiro natal, «la primera y única chica», ya con ese «punto obsesivo por el deporte» que lo ponía incluso por delante de los estudios. De ahí a Riveira y pronto «el sueño de venir a remar al País Vasco, que era como jugar la Champions League en fútbol. Ganar la Concha, ganar la Liga... las competiciones más importantes en el mundo de las traineras», aunque ya entonces había brotado algo peligroso dentro de ella.
Piñeiro, en la carrera del IRONMAN 70.3 de Valencia, en abril.@ironmanspainMUNDO
«El problema psicológico con la comida venía de más atrás. Yo era una niña que se refugió en el deporte, encontré ahí un punto de paz y de control dentro del descontrol que tenía, de la mala gestión emocional de problemas en casa. Nació una relación tóxica: me gustaba, me hacía feliz, pero había algo que no era sano con él. Eso es lo que más me costó ver», se inculpa, aunque admite que a los 10 años ya la habían subido a una báscula y enciende la crítica hacia esos entrenadores, sobre todo en deportes minoritarios, «que hacen de Dios, sin conocimientos ni capacidades, jugando con la salud de las personas». Cuando dio el gran salto y fue fichada por Orio, donde pudo compatibilizar con sus estudios y prácticas de la carrera de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, la «obsesión fue a más». «En mi cabeza ya no había otra cosa que no fuese entrenamiento y restricción de comida. No comer, cada vez tenía que pesar menos. Menor peso, mayor rendimiento...», detalla.
Y llegó el infierno. «Normalizar cosas que no son normales». Y mejor escucharla despacio.
«Evitaba los eventos sociales, salir a cenar, porque sabía que iba a haber comida. Medía siempre las calorías a los alimentos, todo tenía que ser verde. Pensaba que entrenar más era sinónimo de rendimiento: cuanto más sufres, más te castigas, mejor. Es una rueda en la que te aíslas de tu entorno y cada vez estás más encerrado con esa voz obsesiva de tu cabeza. y encuentras una satisfacción, porque piensas que estás ganando con esa fuerza de voluntad la batalla a tu cabeza. Y te empoderas. Dices, qué fuerte soy, lo que soy capaz de hacer. Estás atentando contra tu salud, pero te cuesta verlo de forma racional».
Sandra Piñeiro, en San Sebastián.Jose Ignacio UnanueAraba
«Si sabía que había pesaje, vomitaba. Pensaba 'me da igual comer hoy, porque vomito y ya está'. Me dolían las manos de vomitar, me hacía heridas. Todavía tengo las cicatrices en los nudillos. Ves que tus compañeras también normalizan esas conductas. Estar dos días sin comer. Crees que tienes el control. Pero en realidad es la voz que tienes en tu cabeza la que te está obligando a hacerlo».
«Tenía miedo a toda la comida, al arroz, la pasta.. Pesaba la fruta y me comía la más pequeña, la que menos azúcar tenía... Nivel muy obsesivo. Lo único que veía comer bien era lechuga y tomate. Unos garbanzos, arroz con pollo... era inconcebible».
Piñeiro, durante la bici del IRONMAN 70.3 de Valencia, en abril.@ironmanspainMUNDO
«Hubo episodios duros. Hay uno que fue bastante fastidiado [Resopla]. Ahí ya llevaba sin comer unos días... Vomitaba agua. Estás tan obsesionada que hasta el peso del líquido tienes que expulsarlo. No quieres nada que pese dentro de tu cuerpo. Llegas a vomitar hasta 10 veces en un día. Estaba desnutrida, me levantaba de la cama y me temblaban las piernas. No sé ni cómo llegaba a entrenar, iba como un esqueleto, un muerto andante».
Sandra, que en 2019 se hizo viral en un episodio en plena competición que recuerda con mucho cariño -se le rompió el remo y, tras el pánico, siguió balanceándose con sus compañeras para mantener el ritmo hasta acabar ganando aquella regata-, tocó fondo. «Te planteas el querer morir. Es un sufrimiento y un dolor tan grande que no quieres estar», admite. Pero fue capaz de ir en busca de auxilio, en la Asociación de Anorexia y Bulimia de Gipuzkoa. Conoció a su psicóloga y «empezó el proceso con mi entrenador, mi médico y mi nutricionista, un trabajo sinérgico». Y hasta escribió un libro, 'Remando en la oscuridad', con las anotaciones que tenía en su diario del tiempo de recuperación. Una herramienta que su psicóloga le aconsejó que, si lo daba a conocer, podría ayudar a mucha gente, porque «es una enfermedad tabú, de la que cuesta hablar y pedir ayuda. Hay miedo a sentirte juzgado».
«Todo eso ocurrió en mi último año de remo, en 2021. Tuve que parar unos meses, había bajado tanto la masa muscular que tenía riesgo de fallo cardíaco», se sincera. Se retiró y aprendió a hacer «todo lo que siempre me ha apetecido, desde una forma saludable y de ocio». Completar un Ironman, con el lema de su Fundación en el pecho, es también una forma de darle visibilidad a la importancia de la salud mental. Porque Sandra aún sigue teniendo sus «días malos», pero ahora ya posee las «herramientas» para no volver a eso que ella llama «mundo requeteoscuro».
Bayern Múnich 71 Real Madrid 92
LUCAS SÁEZ-BRAVO
@LucasSaezBravo
Actualizado Martes,
9
enero
2024
-
21:54Los blancos se imponen sin apuros al Bayern...