El campo IV de la ascensión al Everest es un lugar único. El techo del mundo se eleva delante y alrededor emergen las montañas más imponentes del Himalaya, del cercano Lhotse al lejano Kanchenjunga. El horizonte es inmenso, incomparable, precioso a 8.000 metros de altitud. Antes de encarar la subida final, el montañista debería vivir allí una de las experiencias de su vida. Pero hay un problema: está lleno de mierda.
«Nuestra montaña está empezando a apestar», reconocía a la BBC Mingma Sherpa, el presidente del municipio de Khumbu Pasanglhamu, el responsable de parte de la gestión del Everest, y prometía una nueva regulación, pero aceptaba que la solución es complicada. «El campo IV del Everest es un baño gigante», afirmaba Chhring Sherpa, director ejecutivo de la ONG Sagarmatha Pollution Control Committee (SPCC) que desde el 1997 intenta limpiar la montaña más alta del mundo. ¿Cuál es el problema? Demasiado frío, demasiada gente y, sobre todo, demasiado egoísmo.
Al contrario de la creencia popular, los excrementos humanos son un problema en cualquier montaña: pueden contaminar ríos cercanos y son un foco de virus para las personas y los animales que andan por allí. El año pasado, de hecho, la Federación de Entidades Excursionistas de Cataluña (FEEC) hizo una campaña para evitar defecaciones en parques naturales y establecer un protocolo: en caso de necesidad imperante hay que cavar un agujero y no lanzar papel, mucho menos toallitas húmedas. El único consuelo es que en unos meses esas heces desaparecen y se acaba el riesgo de contagio. Pero eso no ocurre en el Everest.
Por las bajísimas temperaturas que hay en el campo IV -el promedio es de -36 grados-, los excrementos perduran décadas y se acumulan temporada tras temporada. Años atrás, cuando sólo unos pocos afortunados seguían los pasos de Edmund Hillary y Tenzing Norgay, la cuestión no era grave, pero ahora con más de 1.000 aventureros anuales allí arriba -unos 450 locales y unos 600 ayudantes- la preocupación va en aumento. Según SPCC, cada temporada se quedan en el campo IV del Everest unos 7.200 kilos de desechos humanos y ya se puede hablar de un entorno insalubre.
¿A quién multar?
Por eso las autoridades locales han lanzado una nueva norma. A partir de este año, cada escalador que salga del campo base se llevará con él dos bolsas de excremento fabricadas en Estados Unidos con productos químicos para solidificar los excrementos y poder acarrearlos hasta que acabe la expedición. Las bolsas aguantan aproximadamente un kilo y medio, un ser humano genera unos 250 gramos de heces al día y se tarda una media de dos semanas en subir y bajar el Everest así que deberán realizar entre seis y siete deposiciones en cada bolsa.
La propuesta ha gustado a organizaciones ecologistas y el ejército de Nepal ayudará con una misión para recoger excrementos a gran altura, pero el problema será que la nueva regla se cumpla. Desde hace años los escaladores deben bajar con los residuos que generan y pocos lo hacen.
Botellas de oxígeno vacías, bombonas de gas, envases de todo tipo, bolsas de plástico, mantas isotérmicas, piolets y kilómetros de cuerdas, tiendas de campaña abandonadas… en los diferentes campos de altura del Everest, la basura se acumula y se acumula. Las autoridades del Nepal recogen cada año 13 toneladas de residuos y, pese a ello, el techo del mundo sigue sucio. Una respuesta sería responsabilizar a las empresas que organizan las expediciones y no a los montañeros.
Con altas multas o incluso inhabilitaciones se podría empezar a atacar el asunto, pero de esas compañías viven buena parte de la región. Por eso la solución es muy difícil. De momento, este 2024, un año más, en el campo IV de la ascensión sur al Everest, un lugar único, se seguirán acumulando excrementos.