Como cada domingo por la tarde, llegó su ‘Hasta la cocina’. Y que sirvan sus últimas palabras escritas para poner en valor lo que Vicente Salaner fue al periodismo deportivo y al baloncesto, un pionero, un centinela, una referencia, un crítico tan afilado que hasta en su Real Madrid escocía. Un maestro. Cuentan que fue una visita de aquellos gigantes del equipo de baloncesto blanco al hospital donde el niño Víctor estaba ingresado un día de Reyes lo que encendió para siempre su doble pasión, por las canastas y por el club.
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“Todos éramos mejores jugadores de baloncesto cuando éramos jóvenes y flacos de lo que se pudiera colegir viéndonos viejos y gordos. Yo jugaba de chupón impenitente. También de palomero oficial. Ni corría ni saltaba bien, y no defendía ni con la mirada. Pero, si me dejaban medio metro, las clavaba”, me respondió hace años a un mail en el que me interesé por sus inicios. No hay muchas noticias de sus virtudes en la pista, pero sí de su relación con el basket, potenciada por su presencia en los 70 en la Universidad de Columbia, nada menos que en uno de los barrios más activos de Nueva York (aunque él siempre fue tan de los Celtics como del Madrid) en una época de pura ebullición para las canastas.
Antes había vivido en Suiza, hijo de diplomático, y allí fue testigo en 1962 de otro momento crucial, la primera final europea del Madrid de Pedro Ferrándiz, “un joven, hiperactivo y muy menudo entrenador, que parecía llegar a la altura de la cintura de alguno de sus pupilos”, ante los soviéticos del Dinamo de Tiflis en terreno neutral. Y así lo recordaba en una de sus columnas: “El padre del chaval, viejo amigo de Saporta, le propuso que su hijo sirviese de guía e intérprete para el equipo durante la semana que pasó en Ginebra preparando la final. Como recompensa, Saporta y Ferrándiz tuvieron la deferencia de dejarle ver el partido desde el banquillo del equipo. Era el primer encuentro de baloncesto que el chico veía en su vida, y allí, vibrando con las proezas de Emiliano Rodríguez y Wayne Hightower, y pese a la postrera derrota, nació su pasión por el más espectacular de los deportes colectivos. Y nacieron unas amistades para toda la vida”.
Víctor, perdón, Vicente, era capaz de hablarte de la ferocidad de un entrenamiento de los Knicks de Bernard King y Hubie Brown a finales de 1984 en el Loyola-Marymount College de Los Ángeles (previa a su partido contra los Lakers) o de aquella exhibición de tiro de Rik Smits en el Garden neoyorquino en los 90. Porque él había estado presente. Como seis años tomando estadísticas “en la mesita del Pabellón de la Ciudad Deportiva”, labrando una amistad imperecedera con Ferrándiz, que, al no hablar inglés, le utilizaba para ojear jugadores estadounidenses e incluso cerrar sus contrataciones, como fue el caso de dos leyendas como Wayne Brabender y Walter Szczerbiak. En 1967, el todavía universitario Bill Bradley pasó por Madrid (estudiaba en Oxford con una beca y el Simmenthal de Milán le había fichado), Vicente le entrevistó en el vestuario y fue publicado en la sección de deportes de ‘Pueblo’.
Pero si muchos recuerdan a Salaner es por su sabiduría en un programa tan efímero como mítico que comenzaba con el ‘Faith’ de George Michael. En la primera emisión de Cerca de las estrellas, junto a Ramón Trecet y Esteban Gómez, allí estaba él, un 7 de febrero de 1988 comentando un Boston-Milwaukee. Pocos sabían tanto de NBA como él en los 80.
Una conversación con Salaner era como escuchar a Edward Bloom en Big Fish. Te contaba como su amigo Mike Fratello le pidió consejo sobre jugadores europeos que destacaban para rellenar las últimas elecciones de los Hawks en el draft (y ahí apareció José Antonio Montero en 1987, con el 113) o cómo trajo a una selección USA para el 50 aniversario del Real Madrid y en octubre de 1981 llegaron a a la capital Moses Malone, Kevin McHale, Artis Gilmore… En las imágenes se le puede ver, con sus inconfundibles gafas, en el túnel de vestuarios. E incluso cómo influyó en que el ahora presidente de la ACB Antonio Martín no pudiera jugar con la Universidad de Pepperdine, a la que envió faxes y documentos evidenciando su condición de profesional: el Madrid había perdido a su hermano rumbo a los Blazers y no podía permitirse el lujo de una plantilla con sólo Romay y Brad Bradson como pívots.
Salaner escribió en aquellos fascículos ochenteros llamados Mi baloncesto y, por supuesto, en Gigantes. Fue fundamental en el nacimiento y la consolidación del programa Tirando a Fallar (EsRadio)… Como todo lo que fue en su vida, su relación con el baloncesto resultó infatigable. Hasta sus últimas palabras escritas, en las que una vez más denunciaba la crisis del jugador nacional en la Liga Endesa. Ya apenas acudía a ver baloncesto en directo, pero en 2015 me pidió ir como acreditado a la Final Four en Madrid en la que los blancos reconquistarían la Euroliga.
Descanse en paz, Salaner, tan cerca de las estrellas.