El marchador vence en los 20 kilómetros con un ataque arrebatado, fortísimo, dos minutos de antología
Álvaro Martín, durante la prueba.ATTILA KISBENEDEKAFP
“¡Con cabeza!”, le reclama su entrenador, José Antonio Carrillo, en la zona de avituallamientos. “¡Con cabeza!”, le repite el federativo Luis Saladie más adelante, en la zona de meta, situada en la Plaza de los Héroes de Budapest. Va Álvaro Martín con el corazón en llamas y las piernas hirviendo; cómo pedirle cabeza si son los mejores minutos de su vida. Un oro en los 20 kilómetros marcha del Mundial. Por fin un oro.
A los 29 años y después de hasta cinco intentos, Martín se subió por fin a un podio mundialista este sábado, lo hizo al cajón más alto y fue gracias a un ataque de otra época. En un instante era quinto y, de repente, primero, desatado, arrebatado, en vuelo hacia la victoria. En el instante justo, a los 15 kilómetros, saltó del grupo, donde había estado guardado tras el sueco Perseus Karlstrom, veteranísimo, y desapareció. Ni el japonés Koki Ikeda, que antes intentó romper la prueba: nadie pudo pararle.
Al encarar la meta, agarró la bandera española y cruzó con un grito tan sentido como cansado. En sus dos éxitos anteriores, dos oros en el Europeo, había podía festejar con fuerza, pero esta vez no. La extenuación por su demarraje y, sobre todo, por la tensión de los últimos kilómetros, cuando tuvo que mantener su ventaja acabó con sus fuerzas. Después de la victoria apenas podía caminar un metro más.
En la primera prueba del campeonato, España vivió su primera alegría, un oro que no celebraba desde Miguel Ángel López en 2015, en la misma prueba.
España también celebra éxitos que se crearon en otros lugares, especialmente en Cuba, como el oro de Jordan Díaz en los últimos Juegos Olímpicos o el bronce de Lester Lescay en el último Europeo en pista cubierta, pero mientras asciende una generación tan propia como las precedentes, formada en sus escuelas, enseñada por sus entrenadores. Si en los primeros casos se entiende el debate, en los segundos carece de argumentos. En el Mundial indoor de Nanjing que acabó este domingo, la selección de atletismo acabó con tres medallas, un número que no alcanzaba desde hace 15 años, gracias a Ana Peleteiro, Fátima Diamé y Josué Canales, tres atletas que maduraron en los tartanes del país. Si acaso la diferencia con los medallistas de Doha 2010, el proscrito Sergio Sánchez, Natalia Rodríguez y Ruth Beitia, está en la piel.
Después del éxito de Peleteiro el sábado, los bronces de este domingo de Diamé en la longitud y Canales en los 800 metros confirmaron la ascensión de un grupo que en este ciclo olímpico debería confirmarse como histórico. Junto a ellos, estos años, otros como Mohamed Attaoui o Paul McGrath, de apellido foráneo, hechos en casa.
La emoción de Canales
«He venido para quedarme y quiero seguir dando alegrías al atletismo español», proclamaba Canales, el descubrimiento del campeonato. Nacido en Honduras y criado desde los tres años en el barrio de Santa Eugenia, en Girona, al lado de Salt, esperó una eternidad para poder correr como español y, en cuanto lo hizo, se colocó entre los mejores del mundo. Nadie como él ejemplifica el valor del conjunto. Hijo de padres adolescentes, víctima de un mal divorcio, acabó corriendo de casualidad, pero en el club GEiEG le enseñaron a disfrutar del deporte y en el CAR de Sant Cugat, a disfrutar de la vida. Por eso antes de cada carrera señala su número de habitación en el centro, el 313; un agradecimiento. El otro, este domingo, fue para su abuela, Ruth Liliana, Nana, que voló de Tegucigalpa a Girona cuando él era adolescente para construirle un hogar, un lugar donde vivir en paz.
Dar YasinAP
«La dedicatoria de esta medalla tiene nombre y apellido, mi abuela Ruth Liliana. Yo no sería nada de esto si no hubiera sido por ella. Le debo el cielo a esa señora, la amo con todo mi corazón», se emocionó Canales que también agradeció a su entrenador, el ex maratoniano Carles Castillejo. En pruebas anteriores, Canales lo había perdido todo por no creérselo, «el síndrome del impostor», como reconoció, pero esta vez nada de eso. En la final, donde dominó el estadounidense Josh Hoey, se pegó a la espalda del belga Eliott Crestan y con él se fue hasta el podio.
El salto que espera a Diamé
Queda por ver a Canales -amigo íntimo de Attaoui- brillando en una competición al aire libre, pero a sus 23 años tiene mucho tiempo por delante para hacerlo. Como Diamé pese a sus 28 años. Horas antes que el mediofondista, la saltadora de longitud también acabó en tercera posición, la misma que hace un año en el Mundial de pista cubierta de Glasgow. De padres extranjeros como Canales, en su caso de padre senegalés y madre portuguesa, Diamé nació en Valencia y vivió tan cerca de sus pistas de atletismo del cauce del Turia que acabó apuntándose casi sin querer. Todos los días, a todas horas, veía gente corriendo, saltando, lanzando, ¿Qué hacer si no?
Desde hace unos años entrena en Guadalajara a las órdenes de Iván Pedroso y su progresión es innegable, pero continúa en busca de su gran salto. Este domingo, de hecho, acabó entre la alegría y la decepción por no haberlo conseguido. «Pensaba que podía llegar a 6,85 metros, pero es una medalla, no me voy a quejar», comentó después de quedarse con los 6,72 metros de su primer intento, superada por la estadounidense Claire Bryant (6,96 metros) y la suiza Annik Kalin (6,83 metros). Con molestias en la pierna derecha, su pierna de batida, durante todo el invierno, el bronce ya era mucho.