Kenneth George Aston, Ken Aston para el mundo del fútbol, fue un destacado árbitro a mediados del siglo pasado. Tipo inquieto e innovador, dejaría como legado la invención de las tarjetas, amarilla y roja, para simplificar el trabajo de sus sucesores. Era inglés, de Colchester, Essex, profesor y teniente coronel del Ejército en excedencia. La suya es una biografía interesante. Se graduó en el Saint Luke’s College de Exeter, que algo tendría porque por el mismo pasaron Stanley Rous, célebre árbitro de principios del siglo pasado, hombre que dio una forma definitiva (hasta las payasadas de hogaño) al Reglamento y llegó a presidir la FIFA, y George Reader, árbitro en la final de Brasil 1950, la del Maracanazo.
Para saber más
Aston empezó a arbitrar en 1936, en categorías bajas y como linier hasta que la guerra dispuso lo contrario. Con 21 años quiso entrar en la RAF, donde fue rechazado por un problema en un tobillo, y entró en la Royal Artillery, incorporado al British Indian Army, de modo que le correspondió hacer la guerra en el sureste asiático. Alcanzó el grado de teniente coronel y al final de la contienda, dada su personalidad y formación, fue integrado en el Changi War Crimes Tribunal, la réplica de los Juicios de Nuremberg en la localidad de Changi, en Singapur, para los crímenes contra la Humanidad en el Pacífico. Al regreso, en 1946, retomó su actividad de árbitro y comenzó a trabajar como profesor, lo que sería su profesión para el resto de su vida, aunque se mantuvo como teniente coronel en la reserva.
Fue un buen árbitro, con estatura, una cabeza alargada provista de tan grandes y abiertas orejas que habrían podido inspirar el trofeo al ganador de la Copa de Europa en su diseño de 1967, la popular orejona. Recomendó, y le hicieron caso, sustituir los banderines de los liniers, que hasta entonces proporcionaba el equipo local con propios colores, por otros de color rojo y amarillo, más visibles en las tardes neblinosas de Londres. Y sustituyó la vieja chaqueta por una prenda más cómoda, también provista de bolsillos para el pito y la libreta, con un diseño de inspiración militar. En 1953 llegó a Primera División, al tiempo que alcanzaba el grado de jefe de estudios en la Newbury Park Primary School de Ilford, Essex, donde fijó su residencia.
Respetado, con autoridad, buen conocimiento y mejor interpretación de las XIV Reglas, alcanzó la internacionalidad. En 1960 le fue confiado el partido de vuelta de la primera Copa Intercontinental, Real Madrid-Peñarol, ganado por los blancos 5-1 en la más grande ocasión que viviera, y quizá haya de vivir, en el estadio Bernabéu. También arbitró fuera de su isla bastantes partidos de Copa de Europa, Recopa y Copa de Ferias, advirtiendo que los usos y costumbres del fútbol continental eran diferentes de los de su país, donde los jugadores no pretendían engañar y los públicos respetaban escrupulosamente las decisiones arbitrales. La misma línea seguían los periódicos, donde al pie de las alineaciones se colocaba el nombre del árbitro, sin comentarios.
Ken Aston, en una imagen tomada en Londres en 1960.GETTY
Pero nada comparado con lo que le tocó vivir en 1962 en el Mundial de Chile, donde las circunstancias le colocaron frente al partido más difícil de arbitrar de nunca. Semanas antes del campeonato dos periodistas italianos fueron destacados a Chile para mandar crónicas de ambiente sobre aquel país desconocido para los italianos. Digamos que no fueron muy prudentes a la hora de verter sus impresiones. La crónica de Corrado Pizzinelli para Il Resto del Carlino, boloñés, era de aúpa. Se titulaba «Santiago, el fin del mundo», y el subtítulo era: «La infinita tristeza de la capital chilena», y lo dibujaba como un país triste, sin esperanza, carente de la vitalidad, «con barrios enteros entregados a la prostitución al aire libre». Lo describe como «una franja de 3.500 kilómetros de largo que comienza a borde del desierto y termina al sur con los hielos del Polo, con el océano al oeste y la cordillera de los Andes al este, que la separan, igual que el desierto y el Polo, del resto del mundo».
La crónica fue rebotada por una agencia internacional y la publicó El Mercurio, el diario más importante del país. La indignación fue tremenda. Chile había hecho un esfuerzo descomunal, superando incluso un destructivo terremoto en mayo de 1960 que dejó a más de dos millones de personas sin hogar, para tenerlo todo a punto y organizar un Mundial que se concibió como el ingreso de Chile como país de progreso en la comunidad internacional. Y ahora les venía un periodista italiano con esas…
Lo peor fue que Italia y Chile quedaron emparejadas en el sorteo, destinadas a jugar entre sí en la segunda jornada. La Azzurra estuvo siempre rodeada de máxima protección por parte del Ejército, tanto en el hotel como en sus salidas para entrenar o para jugar los partidos. En el primero, contra Alemania, tuvieron el público radicalmente en contra, pero sacaron un 0-0. Por su parte, Chile ganó 3-1 a Suiza. El 2 de junio se enfrentaron el país anfitrión y el indeseado visitante en Santiago de Chile. El francés Robert Vergne escribiría esto en su Libro de oro sobre la Copa del Mundo: «El partido Chile-Italia permanecerá en los anales y en la memoria de aquellos que lo vieron como el ejemplo-tipo de partido afrentoso, horroroso, incluso insoportable. Los incidentes, agarrones y golpes prohibidos constituyeron lo esencial del partido, bajo la mirada de un lamentable árbitro inglés, Míster Aston».
Admoniciones en saco roto
El caldeamiento en la víspera fue tal que, pese al digno empate ante Alemania, Italia sustituyó a seis jugadores simplemente porque no se atrevían a salir. Chile pegó horrores, alentada por su público, Italia respondió porque había sacado a los más bravos, y Aston, desbordado, sólo se atrevió a expulsar a dos italianos (el primero se negaba a salir y tuvo que pedir a las fuerzas del orden que lo sacaran) dejando en el campo a los once chilenos, incluido a Leonel Sánchez después de un puñetazo a Mario David con estilo de estrella del boxeo. Por supuesto, ningún jugador sabía inglés ni Aston español o italiano, de manera que sus admoniciones caían en saco roto. Por primera vez se vio impotente, necesitado de algún salvavidas con el que reforzar su autoridad.
Aquello le desanimó y acabó su carrera arbitral. Sólo siguió un año más, en Inglaterra, y se despidió con todos los honores dirigiendo la final de la FA Cup de 1963 entre el Leicester y el Manchester United. No fue una final cualquiera: aquel año se celebraba el centenario del nacimiento del fútbol y de la creación de la Football Association. Una ocasión solemne, una despedida digna.
Para el Mundial inmediato, Inglaterra 1966, presidía la Comisión de Arbitraje como sumo responsable en materia de elección, instrucciones y designaciones. Presenció, obviamente, el célebre Inglaterra-Argentina en el que el alemán Kreitlein expulsó a Rattín, capitán argentino. Éste lo explicó luego así: «Aquel tipo nos cobraba todo, y a ellos no les pitaba ni un foul. Le protestaba y no me hacía caso. Le mostré el brazalete, le pedí un intérprete, insistí y empezaron los gestos de que me fuera». El propio Aston, el seleccionador argentino Toto Lorenzo y algún bobby tuvieron que ir al centro del campo a retirarle. Aquello creó revuelo. Rattín se sentó, desafiante, en la alfombra roja que conducía al palco. Cuando le hicieron marchar al vestuario retorció con desprecio el banderín córner, que mostraba la Union Jack.
Ken Aston.E. M.
Al día siguiente estaba en su despacho en Wembley cuando llamó Jackie Charlton. Un periódico había publicado que habían sido advertidos de expulsión él y su hermano Bobby. No lo sabían y querían certificarlo. Juntando los dos casos, el de Rattín y el de los hermanos Charlton, con el recuerdo de La Batalla de Santiago, Aston se puso a pensar en la necesidad de crear un sistema fácil, internacional, indudable, para que los jugadores amonestados por el árbitro lo supieran. Y también los espectadores, para que no hubiera duda. Parado en un semáforo en Kensington, pensó: «Debería ser algo tan claro como esto: amarillo, prevención, rojo, prohibido pasar… Pero ¿cómo? ¡Si fuera tan fácil como poner un semáforo con luces en el campo…!». Llegó a casa y compartió su preocupación a su esposa, Hilda, que pareció no escucharle, atenta como estaba a sus patrones, pues era aficionada a las revistas de corte y confección. Luego se puso a leer el periódico. Al rato, Hilda apareció ante él. Había recortado dos trozos de cartulina, una amarilla y otra roja, y se los mostró: «¿Y si los árbitros llevaran dos de estas en el bolsillo? La amarilla como advertencia y la roja para expulsar».
Aston se sintió feliz con la idea y tras muchas discusiones y algunos ensayos entró en funcionamiento con todas las de la ley en el Mundial de 1970, en México. La primera llegó ya en el partido inaugural, México-URSS, el 31 de mayo de 1970. Se la mostró el alemán Tschenscher al soviético Asatiani por una entrada dura sobre el local Velarde, a los 27 minutos. Ese primer amonestado moriría violentamente con 55 años en Tbilisi. Director durante un tiempo del Departamento de Deportes de Georgia, se metió en negocios y fue ametrallado por dos desconocidos que le esperaban en un coche a la salida de una reunión. No aparecieron. Un crimen de tantos en las convulsiones que se sucedieron a la disolución de la URSS.
Las protestas de Quini
La primera roja en un Mundial (que no la primera expulsión, ya en 1930, el inaugural, hubo) no llegó hasta el siguiente, Alemania 1974, y la vio el chileno Carlos Caszely, célebre por su gallardía cuando le negó la mano a Pinochet. Entonces pertenecía al Levante, recién descendido a Tercera. Se la mostró nuestro conocido Babacan por revolverse contra la dureza de su marcador, Vogts. La sintió injusta.
A España llegaron con la temporada 1970-1971 ya en marcha, el 15 de enero de 1971. La amarilla mutó en blanca por idea del secretario de la Federación, Andrés Ramírez, que temió que en nuestros viejos televisores en blanco y negro las amarillas se podían confundir con las rojas. La primera la vio en España el gran Quini jugando en el Sporting, por protestar al mallorquín Balaguer, y las dos primeras rojas, simultáneas, se las mostró Orrantía al sportinguista Lavandera y al céltico Hidalgo por pelearse. Las blancas duraron aquí hasta la 1976-1977, cuando se consideró el parque de teles renovado.
En cuanto a Ken Aston, también fue suya la idea de introducir el cuarto árbitro, en funciones de suplente para lesión de cualquiera de los del trío inicial, y el cartelón con número para los cambios. Tuvo un papel destacado como instructor y formador de árbitros en Estados Unidos, cuando el fútbol empezó a cuajar allí, y falleció en 2001, con 86 años. Cuatro años antes había sido condecorado como Miembro de la Orden del Imperio Británico. Dejó su huella en la pequeña historia del fútbol, que definió como «una obra de teatro en dos actos con 22 intérpretes y un director de escena, el árbitro».
















