De Troyes a Troyes, mucho ruido y pocas nueces con victoria de Anthony Turgis (Total Energies), francés, 30 años, séptimo triunfo profesional. Etapa impresionante, pero intrascendente. Etapa imponente, pero sin repercusiones. Etapa en la que pasó de todo para que, al final, no ocurriese nada.
Etapa en la que, después de mil y un ataques, de un millón de dimes y diretes, de emociones sucesivas, siempre a punto de zarandear la general, acabaron llegando ocho de los 14 de la escapada inicial, de la que se descolgó, a causa de un pinchazo, Oier Lazkano. Etapa, en todo caso, de tremendo desgaste en víspera de la jornada de descanso.
Un disparate de etapa de 199 kms., caracterizada por 14 tramos de tierra que sumaban 32 kms., seis de ellos en la parte final, que desembocó en un espectáculo casi hipnótico, pero, a la postre, vacío. Mientras desde los primeros kilómetros echaban a volar Turgis, Stuyven, Romo, Lazkano, Aramburu, De Gee, Pidcock, Lutsenko, Healey…empezó el festival de los sectores terrosos.
En el 13, se quedaron Roglic, Ayuso y Van Aert. Enlazaron. Las bicicletas y los coches levantaban un polvo como niebla. En el 12 pinchó Vingegaard. Enlazó. En el 11 atacó Pogacar. Lo atraparon. El polvo se pegaba al sudor y volvía casi grises las piernas, los brazos y los “maillots”. En el 10 demarró Evenepoel. Sólo respondieron Pogacar y Vingegaard.
El triple impulso los llevó a alcanzar a los de delante. Entonces, neutralizados entre ellos, se pararon. Los de delante, aliviados, siguieron solos y el pelotón atrapó al trío de ases. Entre los fugados y el gran grupo, se intercaló una flotilla de cuerpos rebozados, con Van der Poel de mascarón de proa.
La etapa seguía frenética, encendida. Los fuegos eran reales, visibles, llamativos. Pero de artificio. Polvo y más polvo. Bruma irrespirable. Y entonces, en el sector 4, atacó brutalmente Pogacar. Se fue. Jorgenson, en un esfuerzo colosal, acercó a Vingegaard al esloveno. Se fueron los tres. ¿Se fueron? No. Antes del sector 2, los atraparon. En el sector 1, de nuevo Pogacar, aunque con menos fuerza, interpuso metros entre él y el resto. Nada. A la postre, nada.
Allá adelante, los ocho escapados se vigilaban, se atacaban, se enredaban en amagues. Del río revuelto sacó fruto Stuyven. Llegó a disponer de 10 segundos de ventaja. Pareció entonces el ganador. Pero no. Le echaron mano en el último kilómetro. Y, en los metros finales, Turgis les ganó la partida a Pidcock, De Gee y Aranburu, con Romo en séptima posición. A 1:17, cruzaron la línea Girmay, Matthews, Van der Poel y compañía. Inmediatamente después, el pelotón con todos los ilustres. La general no cambia.
Algunos no compartimos el reciente y contagioso entusiasmo por el “sterrato”, el “gravel”, o como queramos llamarlo. El ciclismo es asfalto de mayor o menor calidad; de carreteras más o menos anchas y en mejor o peor estado, incluyendo el adoquinado fundacional, que suben, bajan y llanean. Pero no polvo (si hace sol), barro (si llueve), piedrecitas y trampas El ciclismo ya posee bastantes atractivos de todo tipo a la intemperie, viento lluvia, sol, como para recurrir a estímulos forzados. Fuera del asfalto ya están el ciclocross y la bici de montaña. El Tour se apunta a una moda que con la Strade Bianche y la Clásica de Jaén es suficiente. Pero doctores tiene la Santa Madre UCI y las heréticas Organizaciones.