“No soy el jugador que era antes. Cuando era joven la adrenalina se me disparaba sobre la pista, mi vida dependía de cómo fuera cada partido. Ahora esas sensaciones han desaparecido y digamos que mi nivel ha bajado”, comentaba Stefanos Tsitsipas el pasado martes en una de las salas pequeñas del US Open, con sólo cuatro periodistas escuchando sus palabras. Acababa de perder en primera ronda del Grand Slam estadounidense, otra decepción, la enésima
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«No se lo dije yo a mi madre... ¿Cómo se lo iba a decir? Se lo expliqué por teléfono a mi hermana mayor y le pedí que me ayudara con mi madre. Pero no me hizo caso. Dos minutos después de colgar, mi madre ya me llamaba y me estuvo gritando durante una hora. Yo no podía ni hablar, tenía que aguantar el teléfono a un metro. Fue un momento bastante duro».
Abrirse paso entre defensas que pesan más de 100 kilos puede ser difícil, pero más difícil es explicarle a tu madre que tu novia se ha quedado embarazada cuando tienes 17 años. Ahora, a los 34 años, Bundee Aki, emblema de Irlanda, afronta un nuevo Seis Naciones como aquel que ha perdido el miedo. Lo peor ya pasó. Si hubo un tiempo en el que el porvenir escondía la felicidad, ahora sólo tiene que disfrutar mientras juega al rugby.
Los motivos de su retirada
El deporte que un día abandonó; tuvo que hacerlo. De padres samoanos y formado en los suburbios de Auckland, en Nueva Zelanda, Aki siempre había destacado con un balón ovalado entre manos y de adolescente incluso había conseguido un sitio en el filial de un equipo de Inglaterra y una beca para estudiar en la Truro School, un centro privadísimo de Cornualles. «Mi familia viene de un entorno muy pobre, en mi casa nunca tuvimos mucho, así que tenía que aprovechar la oportunidad. Estaba decidido a ser profesional», recordaba a Irish Independent, donde ensalzaba la vida pija inglesa, incluso las empanadas de carne del comedor. Pero esa oportunidad no era la suya.
A las pocas semanas de llegar, su novia neozelandesa, Kayla, le llamó para decirle que estaba embarazada y, después de aguantar la reprimenda de su madre, se preparó para ser padre: dejó Inglaterra, dejó el rugby y buscó empleo de vuelta a Auckland. A los 18 años y padre de una niña recién nacida, Armani-Jade, trabajaba como cajero en una oficina del banco Westpac y el deporte profesional parecía más que olvidado.
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Suerte tuvo de su amigo Tim Nanai-Williams, también samoano, vecino suyo, que le sacó de casa y le animó a jugar en un equipo de rugby-7. Aki había engordado hasta más allá de los 110 kilos y, según Nanai-Williams, «sólo se dedicaba a abrir cervezas». Pero empezó a entrenar, a ponerse en forma, a barrer con todos sus rivales, a marcar ensayos. Y a los 20 años le llamó Tana Umaga, ex capitán de los All Blacks, entonces entrenador de los Counties Manakau, un club de Auckland, para saber si quería recuperar sus sueños. ¿Qué hacer?
La polémica por su nacionalización
«Estaba en una encrucijada porque me ofrecían un sueldo, pero no estaba garantizado. Quizá sólo duraba una temporada. Me ayudó mucho que mi jefa en el banco, Kalo, la directora de la oficina, me animara a jugar y me asegurara que, si no funcionaba, podía volver a mi puesto», rememora Aki, que nunca más ha vuelto a actualizar cartillas. Pronto llamó la atención de los Chiefs, uno de los mejores equipos de Nueva Zelanda, y a los 24 años regresó a Europa de la mano del Connacht irlandés.
No era el mejor equipo de la Pro 12, la liga que engloba a los clubes de Irlanda, Escocia, Gales e Italia ,y le ofrecían casa en Oranmore, un pueblo de apenas 5.000 habitantes cerca de Galway, pero le daba igual. Acababa de nacer su segunda hija, Adrianna, y quería establecerse ya. Así se hizo con la titularidad en el Connacht, ganó la Pro 12 de la temporada siguiente e incluso se convirtió irlandés, pese a la controversia en el país.
«Convocarle para la selección está mal moralmente, le quita el sitio a jugadores nacidos y criados en Irlanda», proclamaba el ex internacional Neil Francis, uno de sus detractores. «Hay gente que no está contenta, pero yo trabajo duro para la selección», respondió Aki. Desde que juega con Irlanda, ha ganado tres ediciones del Seis Naciones, incluidas las dos últimas, y ahora busca la cuarta. Lo peor, claramente, ya pasó.
Álex de Miñaur es un tenista con una mentalidad asombrosa. En los partidos pasa por momentos desesperantes, instantes crueles, y no mueve ni una ceja. Sigue a lo suyo, nunca se queja. No solo mantiene el tipo, también mantiene el tenis. Por eso este domingo era un adversario complicado para Carlos Alcaraz. En su debut en las ATP Finals de Turín, el español venció al australiano en dos sets (7-6 [5], 6-2) y demostró que le sobra confianza. ¿Ganar el torneo? Claro. ¿Recuperar el número uno? Por supuesto.
Con el recuerdo de la derrota en la primera ronda del Masters 1000 de París, Alcaraz podría haber temblado, vacilado, temido... pero no lo hizo. Pese a la resistencia de De Miñaur, sumó su primera victoria en una hora y 40 minutos de juego y ahora seguramente le bastará con un triunfo más —ante Taylor Fritz o ante Lorenzo Musetti— para clasificarse para semifinales. Su vuelta a la cima del ranking ATP, cada vez más cerca.
El juego del australiano encaja a la perfección con las virtudes de Alcaraz —de ahí que siempre le haya vencido—, pero no así su estoicismo. Ante alguien así, las dudas de los últimos tiempos podrían haberse multiplicado. Más aún teniendo en cuenta el desarrollo del partido.
Trabajo previo
El español apareció en la pista del Inalpi Arena con seguridad, listo para finiquitar pronto el duelo. Se notaba el trabajo psicológico previo: duro desde el primer punto. Pero De Miñaur estaba dispuesto a resistir cualquier cosa. Con 4-1 y 0-40 en contra, la mayoría de rivales le habrían concedido a Alcaraz el primer set, si no el encuentro entero. Pero el australiano levantó las tres bolas de break, remontó la desventaja y llevó el parcial hasta el tie-break. A base de piernas y actitud, su defensa hizo que Alcaraz empezara a acumular fallos, sobre todo con su derecha.
No era el desastre de París, pero en el box del actual número dos del mundo se notaban los nervios. En la muerte súbita, de hecho, De Miñaur llegó a mandar por 5-3, y tuvo que ser entonces Alcaraz quien mostrara entereza. Su recuperación para llevarse el primer set lo lanzó hacia el triunfo, aunque no fue gracias a recuperar su drive, a pegar golpetazos ni a imponer su fuerza. Fue gracias a su precisión.
Con varios golpes muy delicados, especialmente su revés paralelo, el español fue desarmando a su adversario, aunque este nunca se rindió. Incluso en ese segundo set, con 5-2 en contra, De Miñaur siguió buscando una resurrección que ya era imposible. A la espera de lo que ocurre en el duelo entre Fritz y Musetti, Alcaraz ya tiene el camino marcado para acabar el año con una alegría, por fin, de una vez.