Nuria Caballero tiene 22 años y ya no es. Ya no es saltadora de altura, ya no es atleta del Barcelona, ya no es deportista de élite. Lo fue hasta octubre e iba a serlo por mucho tiempo, pero ya no es. «De pequeña quería serRuth Beitia. Siempre fue mi ídolo, además me parezco un montón físicamente. A los 11 años yo ya medía 1,80 metros. Adoro el atletismo, no hay cosa en el mundo que me guste más, pero lo he dejado. Este año entré en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat, en verano fui tercera de España, se pusieron muchas expectativas sobre mí y, sinceramente, lo llevé muy mal. Sentí mucha presión, dejé de disfrutar y empecé a sufrir ansiedad. El cuerpo me pedía parar. Fueron demasiadas cosas que digerir», narra Caballero que ahora es. Es estudiante de Enfermería en la Universitat Rovira i Virgili, es aficionada a la escalada -«estoy practicando otros deportes, lo que no había hecho nunca»- y es un caso paradigmático.
Caballero ejemplifica una epidemia que asola el deporte: las retiradas tempranas. Hay muchos, muchísimos que se quedan en el valle que separa a los adolescentes de los adultos, los amateurs de los profesionales, los desconocidos de los famosos.
En un estudio realizado entre 442 deportistas españoles por psicólogos de la Universidad Católica de Murcia (UCAM), la Universidad de Murcia y la Universidad de Santiago, un 4% se confesaron quemados, agotados, exhaustos mentalmente y un 15% más admitió un alto riesgo de padecer el mismo mal, el llamado burnout. Otros países muestran porcentajes similares: el problema es global. Los casos de la gimnasta Simone Biles o la tenista Ashleigh Barty llevaron el cuidado de la salud mental a las portadas, pero se quedó ahí, en las portadas. Cada día crece la lista de jóvenes retirados sin tan siquierda un breve.
«Es cada vez más frecuente, mucho más de lo que la gente piensa. Hay adolescentes que ya sienten presión y piensan en dejarlo. Pongo un ejemplo reciente en la consulta: una niña de 14 años, con éxito en un deporte minoritario como es el taekwondo, que sentía que no podía defraudar a su entrenador, que su club dependía de ella… En el deporte actual corremos demasiado y eso es peligroso. En las categorías de formación hay demasiado foco en la victoria, en ganar un determinado campeonato, y eso genera malestar», analiza Jesús Portillo, de Psicólogos del Deporte, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y psicólogo de la selección española de hockey hierba, entre otros. «Muchas veces los deportistas ya están quemados, pero siguen ganando por talento, por condiciones o por entrenamiento previo. Así aguantan hasta que ya no pueden más», añade el experto y ésa es precisamente la historia de la ex snowboarder Ana Amor.
«Me encerré un mes en casa»
Porque Ana Amor ya «no estaba bien» e igualmente iba a clasificarse para los Juegos Olímpicos de Sochi 2014, era una las 20 mejores del mundo y compartía concentraciones con el hoy medallista olímpico Regino Hernández y el hoy campeón del mundo Lucas Eguibar. Un par de años después, cuando sólo tenía 23, ella, la mejor española de la historia del snowboard cross, colgó la tabla. «Antes de que empezara la clasificación para los Juegos de Sochi murió mi padre. Yo era muy joven, nadie habló conmigo, no había psicólogo en la Federación y lo gestioné cómo pude. Pese a ello, logré buenos resultados e iba a conseguir la plaza, pero hubo un momento que se me vino todo encima. Estaba en competición y mi mente desconectaba. Un día, después de un salto, tenía que absorber el impacto y, en vez de eso, salté. Una tontería muy grande. Me lesioné de gravedad. Por culpa de eso no fui a los Juegos, me encerré un mes en casa para no ver nada y después ya no fue lo mismo. Volví a competir como si no pasara nada, pero me volví a lesionar. Ahí ya pensé: o hago algo o me matas. Y lo dejé», relata Amor que después se puso a estudiar Periodismo y hoy quiere escribir, narrar, explicar historias… sobre snowboard.
«Estuve tres años sin tocar la nieve y eso que vivo en los Pirineos. Desconecté de todo, lo pasé mal. Ahora lo veo con perspectiva. El año pasado incluso volví a competir. Por gusto, sin presión. Siento el dolor, la frustración, el fracaso de haberlo dejado, pero he vuelto a disfrutar», remata y subraya un apunte para la solución: «A mi entrenador y a la Federación les faltó tacto».
Desde el banquillo
El temido entorno. En España las competiciones federadas de fútbol empiezan a los cinco años; las de baloncesto, a los seis; las de balonmano, a los siete; y las de hockey patines, por ejemplo, a los ocho; y hay técnicos, clubes e instituciones que viven de sus resultados. El entrenador de un equipo campeón en benjamines será ascendido, un club con promesas en juveniles atraerá a más niños y niñas, habrá celebración si Madrid vence a Cataluña o Asturias en un campeonato autonómico sub-12.
«Muchos entrenadores buscan el éxito de sus pupilos en categorías inferiores porque así se reconoce su trabajo. Es comprensible, pero es precipitado. Yo también he sido joven e inconsciente, pero hay que diferenciar las fases. En la fase de aprendizaje lo importante no es ganar, aunque se gane. Este año Luana Marton se proclamó campeona del mundo a los 17 años y mi labor fue gestionarlo, darle calma, que siguiera aprendiendo. Que no se agobiara. La salud mental no es importante, es lo más importante. Si una persona no es feliz, está quemada y no quiere entrenar es imposible que llegue a la élite», proclama Jesús Ramal, del gimnasio Hankuk, entrenador de la subcampeona olímpico de taekwondo Adriana Cerezo -que acaba de cumplir 20 años- y de promesas como la propia Marton, candidata a todo en los próximos Juegos de París 2024. «Al final para estas cosas, en el entorno, los que son realmente fundamentales son padres y madres», finiquita y ahí, la pared maestra.
La labor de los padres
André Agassi y su padre Mike, que le obligaba a jugar al tenis día y noche. Max Verstappen y su padre Jos, que le abandonó en una gasolinera por un error de conducción. Ejemplos terribles han dibujado una caricatura en el imaginario colectivo, pero normalmente padres y madres quieren lo mejor para sus hijos y sus hijas. Y no lo tienen fácil. ¿Qué hacer antes de una competición? ¿Es mejor preguntar cómo se encuentra o evitar el tema? ¿Y después? Criar es dudar todo el rato.
«A veces no hemos estado a la altura de la situación. Siempre la hemos apoyado, pero no sabíamos qué hacer, nos quedó todo muy grande. Cuando ganó el primer Mundial sólo pensé: ‘Ay, Dios mío, ¿Ahora cómo ayudo a mi niña?’», reconoce Toñi Moreno, la madre de Carolina Marín, que a los 21 años ya apuntaba a lo que es: una leyenda del bádminton. «Cualquier madre intenta hacer lo mejor para su hijo. Hemos conocido a deportistas que se han retirado por esa presión de su familia y era sin mala intención. Nuestra idea siempre ha sido la misma: que sepa que estamos. Si quiere celebrar, estamos, si quiere desahogarse, estamos, si necesita espacio, estamos. Darle ese apoyo es nuestra labor para que sea feliz, para que no deje de disfrutar, que a eso venimos en la vida», añade Mavi López, madre del vigente campeón olímpico de escalada, el también veinteañero Alberto Ginés, y le sobra razón.
Después, con todo, vivir
Lo confirma la biografía de Julia Payola. Una foto suya de niña sigue acompañando a su nombre en Google Imágenes. A la derecha, ella, con el trofeo grande de campeona; a la izquierda, Paula Badosa, con el pequeño de subcampeona. Cuántas competiciones sub-10, sub-12, sub-14 o sub-16 se repartieron y qué distintos fueron sus caminos en el tenis. A los 24 años, Badosa llegó al número dos del ranking WTA; a los 24 años, Payola ya estaba retirada. Su mejor posición en la lista había sido la número 427. Suficiente.
«Hubo un momento en que ya no llegaban los resultados. Iba a vida o muerte, no disfrutaba del proceso y eso no me ayudó. Lo dejé y me marché a acabar la carrera de ADE a Inglaterra, estaba muy quemada. ¿Y sabes qué pasó? Que acabé volviendo y haciendo prácticas de gestión deportiva precisamente en una empresa de tenis. No juego, pero en el deporte hay muchas más cosas que hacer. Ahora pienso que mi carrera no fue a más porque no tenía que ir a más. Fue una etapa bonita, pero hay que pasar página y ser feliz», finaliza Payola, como tantas, como tantos, con el deporte de élite ya sólo como un recuerdo más.