Con la misma voracidad con la que buscaba y conseguía el gol en sus años de extremo izquierda en el Real Madrid y en el Espanyol, Rafa Marañón (Olite, 1948) habla de fútbol. De anécdotas del pasado, del juego actual, de cómo puede evolucionar este deporte en el futuro. Una pasión inseparable de su largo matrimonio con el Espanyol, del que es su máximo goleador histórico (144 tantos) y uno de los referentes morales de una entidad que, admite, “tiene algo especial”, para bien y para mal, “que la hace única”.
Marañón ha querido reunirse con EL MUNDO para repasar en esta entrevista su trayectoria profesional y hablar del 125 aniversario del Espanyol, una efeméride importante que llega en un gran momento para el club, situado en posiciones europeas, y que evidencia la solera de una entidad fundada el 28 de octubre de 1900 en las aulas de la Universidad de Barcelona por estudiantes catalanes y del resto de España, bajo el liderazgo de Ángel Rodríguez.
- Después de siete años en el Madrid, con buenas actuaciones pero falto de continuidad en el once titular, decide fichar en 1974 por el Espanyol. ¿Qué club se esperaba encontrar y cuál se encuentra cuando aterriza en Barcelona?
- Recuerdo que con el Real Madrid jugamos un año la Copa contra el Espanyol. Ganamos 3-0 en el estadio Santiago Bernabéu, pero en la vuelta, en Barcelona, en el campo de Sarrià, los pericos no nos remontaron de milagro: perdimos ese partido por 3-1. Aquel era un Espanyol muy bueno, el de la temporada 1972-73, que quedó tercero en la Liga. Al jugar contra ellos, me di cuenta de que era un club que me gustaba. Tenía algo diferente que me llamaba la atención. Además, cuando yo era un chaval y jugaba en la selección navarra, una tarde el autocar que llevaba a la plantilla del Espanyol, después de jugar en Pamplona un partido de Liga contra Osasuna, paró a cenar en Olite, mi pueblo. Me acerqué a donde estaban. Vi a Arcas, Piquín, Argilés… y me impresionó. Me dio la sensación de que era un equipo grande, no uno del montón. Y se me quedó metido en la cabeza. Pasados los años, estaba cansado de la suplencia en el Madrid, y justo en la temporada en que más juego, marco goles y ganamos la Copa con Molowny, llega de entrenador Miljanic y me dice: “Cuento con usted”. Yo le respondí: “No necesito que cuente conmigo, necesito que me ponga a jugar”. Además, se dio la circunstancia de que el delantero del Espanyol, Roberto Martínez, acababa de fichar por el Madrid. Así que me decidí por los periquitos. Y eso que tenía muchas otras ofertas.
- ¿De qué clubes?
- El Zaragoza ponía dinero; el Atlético de Madrid me pretendía; el Athletic de Bilbao había intentado ficharme las dos temporadas anteriores para que jugara de extremo izquierdo, porque en ese momento Txetxu Rojo había retrasado su posición a la de interior. El hecho de que en el Espanyol hubiera jugado Alfredo Di Stéfano, del que yo era un gran fan, ayudó a tomar la decisión de venir. Un factor importante fue que Santamaría, el entonces entrenador del Espanyol, me había entrenado en el amateur del Madrid, donde metí un porrón de goles, y me conocía bien. Fue mi valedor. Vinieron a Madrid con el presidente Meler a ficharme para el Espanyol, y Meler me dijo una frase que recuerdo muy bien: “Dice Santamaría que con usted nos hincharemos a meter goles”. Luego hay otro factor muy importante: en la Facultad de Arquitectura de Barcelona podía estudiar en el turno de tarde y noche, cosa que en la de Madrid no era posible.
- Y cuando llega a Barcelona, empieza poco a poco a conocer al club, a su afición, a la relación con el vecino azulgrana… ¿Qué es lo que más le llama la atención?
- Que fuera un club tan grande, pero que a la vez se le tratara en los medios de comunicación y socialmente en Cataluña —y a veces también fuera de ella— como si no importara o fuera una entidad menor. Me empecé a dar cuenta de eso después de debutar en el Trofeo Carranza de Cádiz —con la importancia que tenía en los setenta esta competición—, donde ganamos al Santos de Pelé con un gol de Manolín Cuesta y otro mío. Pero sobre todo lo descubrí después de ganar al Barça de Cruyff y Sotil en Liga por 5-2. Les metimos un baile que prácticamente retiramos a toda la defensa y al portero, el pobre Mora. Al día siguiente cojo La Vanguardia, el diario de referencia en Barcelona, que debería hablar también de nosotros, y trataban al Espanyol como si no hubiera hecho nada, como si nuestra victoria no tuviera mérito, sino que fuera fruto del demérito del Barça. Descubrí que al Espanyol no lo trataban igual que al Barça. Luego vas viendo que ese trato diferente también viene por parte de las instituciones, de los políticos… Un entorno hostil.
- Esta particularidad —que moleste tu mera existencia como institución—, que creo que ningún o casi ningún club y afición tiene que soportar en el mundo, ¿es la que ha definido y forjado el carácter del Espanyol y sus aficionados? Hoy, pese a tres temporadas difíciles, tiene 35.000 socios, muchos de ellos menores de 30 años.
- El Espanyol es una institución básicamente luchadora, guerrera, que no se ha rendido en 125 años y que no lo va a hacer nunca. El fútbol en Cataluña es muy importante, y social y políticamente se ha ensalzado mucho al Barça como símbolo. Más que de fútbol, en Cataluña se habla del Barça. La prueba es que hace dos temporadas, cuando el equipo azulgrana estaba mal, empezaron a fijarse en los éxitos del femenino y a darle gran cobertura mediática para seguir hablando solo del Barça. Nosotros hemos luchado contra eso, y el hecho de que se hayan ninguneado los cuatro títulos de Copa conseguidos y las dos finales europeas —eliminando al Inter, al Milan de Arrigo Sacchi, con los holandeses Van Basten y Gullit, los italianos Baresi y Ancelotti…—, así como varios terceros puestos, lo demuestra. Seguramente nos ha faltado ganar una Liga, cuando hubo opción, para cambiar esa dinámica. Somos el único de los equipos históricos de España que no la ha ganado todavía, y eso marca. Pero creo que, aun consiguiendo el título, el trato al Espanyol no habría cambiado. Es una cuestión casi estructural.
- En el Espanyol usted se consolida y explota como extremo izquierdo o falso nueve. Pero esa era una posición que le costó asumir. ¿Por qué?
- Yo nunca quise jugar de extremo izquierdo, solo de 9. Pero luego, paradojas de la vida, acabé jugando de extremo y metiendo muchos goles, pero también asistencias. Me gusta resaltar lo de las asistencias, porque generalmente solo se destaca el gol, pero el pase suele ser decisivo, tan o más importante. Yo metí muchos goles gracias a los maravillosos centros que me ponía Manuel Fernández Amado. Por ejemplo, ahora en el Madrid es muy diferente para Mbappé que juegue Güler o no, porque Güler es como un Laudrup que te pone pases suaves en profundidad. Yo iba para eso, ser un diez, pero al final tener gol te obliga, te atrae y, si lo tienes, te define como jugador. Aunque al final de la primera temporada como perico me costó: tuve lesiones y, en verano, cuando llega la pretemporada, me di cuenta de que me querían vender.
- Vaya palo. ¿Y usted qué hizo?
- Fui a hablar con Santamaría y le dije que él me había traído al club y que, por tanto, debía defenderme en ese momento. Charlando con él me hizo ver que debía esforzarme más, trabajar más duro. Sales del Madrid y te crees que llevas galones de general y que debes jugar por decreto. Eso les pasa a muchos. Pero la realidad es que te tienes que ganar el puesto con mucha lucha. Y en los partidos de la segunda temporada, en los que soy titular, corrí y defendí como el que más. Igual que pasa con el fútbol actual: la estrella que se crea que puede no trabajar duro en el césped, que hay que ganárselo, lo pasa mal.
- ¿De todos los compañeros con los que coincidió en el Espanyol, cuáles destacaría más?
- Uno de ellos, sin duda, es Dani Solsona. Era todo un carácter, con mucha calidad. También Fernando Molinos, un ejemplo de lucha y trabajo. Después Roberto Martínez, José María, Marcial y Canito, que fue un futbolista muy bueno, de mucha clase, que tuvo que hacer frente a unas circunstancias de la vida fuera del campo muy difíciles. Se equivocó yéndose del Espanyol —donde era un ídolo— al Barça.
- ¿El 125 aniversario que celebra este martes el Espanyol puede significar un punto de inflexión histórico? La temporada está siendo, por ahora, excelente.
- El 125 reafirma la idea de continuidad y de importancia histórica. Reafirma la importancia de esta institución. Hace dos años, cuando estábamos en Segunda División y yo iba, en calidad de directivo, a las comidas con los representantes de otros clubes, todos daban por hecho que íbamos a regresar rápido a Primera. Por nuestra historia, por masa social, nos veían como un equipo superior. Pero es que, en Primera, todos los clubes sienten también ese respeto por la entidad. Siempre he dicho que el Espanyol es un equipo que está fuera de escala. El Espanyol, como entidad —por historia y por las condiciones que tiene: su masa social, estadio, estar en Barcelona…—, está entre los seis primeros de España, y sin embargo está en un entorno en Cataluña que no lo trata como tal. Al Espanyol no lo respalda una comunidad autónoma entera, una ciudad, un gobierno, una gran empresa ni medios de comunicación como sí pasa con otros clubes. El Espanyol tiene que competir deportivamente con el resto, pero a la vez también luchar contra esa otra realidad política, institucional y periodística que le llega a veces hasta cuestionar que sea un club catalán.
- La celebración de la fundación del Espanyol coincide con la llegada de una nueva propiedad norteamericana, liderada por Allan Pace. ¿Qué mensaje o consejo le trasladaría?
- No soy quién para dar un consejo o decirle nada a Allan Pace, nuevo propietario. Pero mi obsesión ha sido siempre que el club y los jugadores no caigan en la desidia ni en el conformismo. Eso no nos lo podemos permitir. Hay que ser ambiciosos, intentar ir a Europa, ganar títulos. No dejarse ir. Que los jugadores que vengan al Espanyol tengan muy claro que esto no es jauja, un club cómodo, sino que existe una obligación de ganar siempre. Los grandes equipos se construyen desde ese convencimiento. Hay que tener ambición futbolística.
- ¿Qué destacaría de este Espanyol en posiciones europeas y con muchos jugadores jóvenes?
- El trabajo del entrenador, Manolo González. Un tipo humilde, que sabe de fútbol, que logró el ascenso hace dos años, la pasada los consolidó en Primera y en esta ha conseguido construir un equipo, con una base de cinco o seis jugadores muy interesantes y jóvenes, que siempre es competitivo. Sale a ganar, que es como un deportista debe afrontar siempre la competición. Lo de Manolo y sus jugadores está teniendo mucho mérito.


