«Ese día repasas la mochila tres veces. Normalmente te llaman a un ensayo por la mañana y luego te convocan horas antes de la ceremonia. Antes de salir de la Villa lo revisas todo: que los calcetines sean los que tocan, que el gorro sea el adecuado. Imagínate que llegas allí y te falta algo, es para matarte. Durante todo el día se pasan muchos nervios, la verdad. Es como una víspera de Reyes: estás feliz y al mismo tiempo a la espera», recuerda Ander Mirambell, el último abanderado español en una ceremonia de inauguración, en su caso junto a Queralt Castellet en los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín 2022. Él es el último de una tradición que hoy en los Juegos Olímpicos de París continuarán Marcus Cooper y Támara Echegoyen.
Hasta ahora España ha tenido 39 abanderados. De José García Lorenzana en Amberes 1920 hasta Saúl Craviotto y Mireia Belmonte en Tokio 2020 pasando por el rey Felipe VI en Barcelona 1992 o algunos repetidores, como Francisco Fernández Ochoa, que llegó a encadenar tres ediciones.
«Es un honor muy grande, equiparable sólo a ganar un oro. Estás representando a un país y, al mismo tiempo, encabezas la delegación, eres el elegido entre tus compañeros», comenta Alejandro Abascal, campeón olímpico de vela en Moscú 1980 y abanderado español en Los Ángeles 1984, que más allá de lo sentimental rememora los pormenores de llevar la bandera.
«Recuerdo que me sorprendió el detallismo de la preparación. En el ensayo de la mañana nos explicaron el recorrido, toda la ceremonia… Ya estaban allí, por ejemplo, las niñas que llevaban el letrero de España. Pensaba que la bandera pesaría más, pero nada, es una pluma. Aunque en esos momentos, con la emoción, el orgullo y la juventud podría pesar lo que quisiera», añade ‘Jan’ Abascal, que luego en aquellos Juegos yankees sólo pudo ser undécimo. Con aquella ceremonia de inauguración como recuerdo, el regatista no tardó en retirarse y pasar a ser entrenador de, entre otros, jóvenes que ahora aspiran a medalla como Diego Botín.
El recuerdo de Mirambell y la anécdota de Abascal
«No sé cómo será en París, pero el momento de salir del túnel y entrar en el Estadio Olímpicos es espectacular. Nosotros, con Queralt, quisimos cambiar un poco el protocolo y en lugar de ir en línea recta, hicimos un círculo sobre nosotros mismos. Además yo que colaboro con la asociación Cris contra el cáncer, que ayuda en la pediatría oncológica, me quite el gorro y me toqué la cabeza en recuerdo a los niños», recapitula Mirambell, especialista en skeleton, primer español en este deporte, que en Pekín 2022 disputó sus cuartos Juegos y después colgó el trineo.
Hoy, como Abascal, se dedica a preparar a los más jóvenes y transmitirles su experiencia que incluye, cómo no, sus recuerdos de aquella inauguración. «Justo cuando dejé la bandera hice una videollamada con mi mujer y mi hijo y tengo guardada una captura de pantalla», comenta quien subraya el honor de liderar a otros deportistas. Porque, junto a la bandera, el valor está en quién está detrás.
«Yo siempre hice vela, pero el deporte que me entusiasmaba era el baloncesto. Seguía mucho a la selección, teníamos muy buena relación. De hecho, fui de los pocos españoles que vieron la final de Los Ángeles. No había manera de conseguir entradas, pero el entrenador, Antonio Díaz Miguel, me dijo que me subiera al autobús con ellos. Llegamos al estadio de los Lakers, Epi me dejó su bolsa, yo me estiré todo lo que pude para parecer más alto y nadie me dijo nada. Yo flipaba en los vestuarios, entre las taquillas de Magic y de Abdul Jabbar. Acabé al lado del banquillo, disfruté como un niño aquel día», recuerda Alejandro Abascal, uno de los 39 elegidos que hoy ya serán 41.