«Tenía 23 años, perdí totalmente el brillo en los ojos». Nil repasa en voz alta lo que él mismo define como un «duelo». Habla de «odiar» todo lo que le hacía feliz, de «sentir lástima» por sí mismo y hasta de apartarse de «personas que quería un montón»; se negaba a recordar lo que había sido. Nil Riudavets (Mahón, Menorca, 1996) ahora tiene 28 y es pura inspiración, desde aquellos abismos, desde el accidente compitiendo que le costó la movilidad de su brazo derecho. Es el enfermero que era y el triatleta también. Aunque todo lo detestara. «He perdido el brazo, pero he ganado una vida», presume hoy, tras un verano inolvidable: bronce paralímpico en París y subcampeón del mundo en Torremolinos.
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Aquel 1 de mayo de 2019, en el Prat, Campeonato de Cataluña por equipos, Nil, promesa del triatlón nacional, dándolo todo en cabeza del suyo, no fue capaz de esquivar ni el impacto frontal contra otro ciclista ni el destino. «Se dieron todos las factores posibles en un circuito que no era lo seguro que tenía que ser. Después del choque recuerdo muy poca cosa. En el suelo hice un análisis rápido de mi cuerpo y vi que el brazo derecho ya no lo movía. Sentí miedo, me vino muchísimo dolor, empecé a gritar… allí perdí el conocimiento», relata el instante que cambia para siempre una vida.
Se despertó 12 horas después en la UCI del hospital de Bellvitge sin entender nada. «Mis padres me explicaron la gravedad», cuenta Nil, detallando el parte médico. «Tenía partida la clavícula en varios trozos. Lo más crítico fue la arteria subclavia, la que lleva la sangre al brazo, una hemorragia interna muy bestia. Y la secuela principal, el arrancamiento del plexo braquial, que es el paquete de nervios que se encarga de la motricidad y la sensibilidad del brazo. No podía mover nada. Estuve un mes y medio en la UCI».
Entonces llegó lo peor, la negación, la vida marcada para un chico que «ya era independiente en Barcelona, hacía deporte, trabajaba de enfermero en urgencias… Y vuelvo a Menorca siendo una persona dependiente, en casa de mis padres… Siempre había sido muy optimista y durante ese periodo de mi vida soy una persona apagada, con muchas inseguridades. Asimilé que estar mal era lo normal. El duelo me duró dos años».
Nil atiende a EL MUNDO jovial, a punto de irse de vacaciones con su pareja a Tailandia, tras su jornada en el hospital Mateu Orfila de Mahón. Ya no se desempeña en Urgencias, donde le encantaba «el aliciente de la adrenalina», sino en Seguridad del paciente y Calidad. Volver al trabajo fue el primer paso. Pero a aquel niño que jugó al fútbol hasta Bachillerato, que nunca dejó de nadar y que cada verano completaba todas las carreras de su isla, le quedaba recuperar una parte de su existencia. «No podía ver ciclismo. Odiaba todo lo que tuviera que ver con las dos ruedas. Era súper fan del Tour y durante tres años no lo vi. Y desconecté totalmente de todo lo que fuera triatlón. Me creaba mucha rabia que un deporte que yo quería tanto me había llevado a una situación tan dura como es perder un brazo», revive ese agujero de «ira y resquemor», de «pérdida de identidad brutal». «Me miraba al espejo y sentía lástima por la persona que veía reflejada. Me hacía mucho daño».
El primer paso hacia el reencuentro con el deporte Nil lo sitúa en un viaje con su novia a Picos de Europa. «Vimos una carrera de ultradistancia, la Travesera. Y empecé a conectar un poco con el mundo del running», recuerda. Aunque mucho antes, todavía en el hospital, había recibido una visita de esas que jamás se olvidan, la de Álex Sánchez Palomero. «Se presentó a la semana del accidente, yo no le conocía de nada. Era un chico con la misma lesión, la misma discapacidad. Había sido bronce en Tokio en triatlón. Me explicó cómo era su día a día con un brazo. Eso me marcó mucho. Vi a una persona con una vida totalmente plena. Me animó siempre a perseguir mi sueño, a normalizar todo», alaba a quien ahora es, a la vez, su compañero y su rival.
Una vez hechas las paces consigo mismo y con el deporte, Nil empezó a correr. En cuatro meses completó un 10k en 32:40, su mejor marca, y una media maratón en 1:10. Y se planteó lo impensable, intentar acudir a los Paralímpicos en Maratón, aunque justo eliminaron del programa su categoría. «¿Y si lo intentó en triatlón?»
Ese segundo paso era el más complicado, quizá el inimaginable. Nil, que antes era diestro y tuvo que hacerse zurdo -«desde el minuto uno cuando subí a planta en el hospital. Pintando mandalas, con libros de caligrafía…»-, se subió de nuevo a una bicicleta. Con todos sus miedos. «En el viaje en coche de vuelta, le dije a mi padre que yo no volvía a montar», asegura de un proceso lento pero seguro con su bici adaptada. También había que nadar con un solo brazo. «Costó mucho, porque tienes que adaptar totalmente la técnica. Son horas y horas. Nunca me hubiese imaginado que con un brazo se pudiese nadar tan rápido», se felicita.
Y, tras un durísima preparación, cinco años después del accidente, estaba en la línea de salida de unos Juegos Paralímpicos. Con un triatlón por delante hasta la medalla. Tras el agua y la bici, aún mantenía sus opciones. Acudía a un desenlace de película. «En la carrera mis amigos me dijeron que parecía que me habían puesto la estrella del Mario Bros. Empecé como un loco, con la piel de gallina. A 400 metros alcancé al tercero, estaba vacío de energía, pero tenía un plus de rabia acumulada. Le arranqué y llegué a meta gritando, llorando. Todo el esfuerzo había merecido la pena».
«En el momento que cambié la mirada hacia mí mismo, todas las de la gente también cambiaron. Ganar una medalla en el deporte que me hizo perder el brazo fue perdonarme con la vida. Ahora veo miradas de orgullo y emoción y ninguna de lástima», concluye Nil, con otro reto maravilloso por delante. Pretende acudir a los Paralímpicos de Invierno de 2026 en Milán-Cortina d’Ampezzo en esquí de fondo. «Sería un sueño después de haber ido ya a unos de veranos. Y más siendo yo de Menorca, que aquí nieve, cero», bromea.