Una vida huérfana de sobresaltos fácilmente será feliz, pero a veces hay derrumbes y reconstrucciones y la felicidad espera igualmente después. Que se lo digan a María Pérez. En 2018, cuando era una niña, fue campeona de Europa y el futuro era suyo. La marcha, a sus pies. Las medallas, los contratos, incluso la fama. Pero luego vinieron los problemas estomacales, el cáncer de su mujer y varias descalificaciones porque su técnica ya no le valía a los jueces. Y tuvo que reinventarse. Hasta este domingo. Cinco años después de su primer éxito, Pérez se proclamó campeona del mundo de los 20 kilómetros marcha y entregó a España su segundo oro en Budapest.
Sus lágrimas sobre la mismísima línea de meta mostraban que el proceso fue duro, también que tuvo sentido. Tan rotunda fue su superioridad que Pérez pudo dedicar los últimos 500 metros a celebrar; a chocar la mano de todo el público; a escoger qué bandera española ondear; a besar a su mujer, Noe Morillas, presente en Budapest; a dar las gracias a su entrenador, Jacinto Garzón; a entrenar en meta lenta, muy lenta. Una gozada. Luego rompió a llorar como una niña, tanto que había pasado. Sólo cuando ya entraron la australiana Jemima Montag, plata, y la italiana Antonella Palmisano, amiga suya, la española se recuperó y cumplió con el protocolo: las fotos, las preguntas.
En la menuda pista 9 de Roland Garros todo se oye y por eso cuando Paula Badosa replica a su equipo el público se entera. «Millor no em diguis res!», reclama, es decir, «¡Mejor no me digas nada!». Su entrenador, Pol Toledo, le había pedido que arriesgara con el revés, ella había arriesgado con el revés y la pelota casi acaba fuera del recinto. El error no impediría la victoria de la española este jueves ante la kazaja Yuliya Putintseva por 4-6, 6-1 y 7-5 y su pase a tercera ronda, pero sí confirma una certeza: el tenis tiene una revolución pendiente.
Pese a que los técnicos pueden dar instrucciones desde las gradas a las mujeres desde 2020 -antes podían hacerlo bajando a la pista- y a los hombres desde 2022, la comunicación es mínima en casi todos los casos. En la Philippe Chatrier, Nenad Zimonjic, nuevo entrenador de Novak Djokovic, le lanzaba una indicación y él miraba a su palco, ponía la oreja, cerraba un poco los ojos y se concentraba para entender algo que seguramente no entendía. Tampoco importó mucho. Al final ganó por 6-4, 6-1 y 6-2 a Roberto Carballés, pero quizá la propuesta de Zimonjic le habría ahorrado algún esfuerzo.
«Es un poco decepcionante para los que amamos este deporte y lo consideramos muy táctico. Imagínate poder dar indicaciones a un ajedrecista durante una partida. La permisión del 'coaching' durante los partidos no se está aprovechando en absoluto. Actualmente sólo se dicen cosas genéricas, palabras de ánimo, pero podría servir para mejorar aspectos específicos. Podría cambiar el juego totalmente. Estoy seguro que llegará», apunta en conversación con EL MUNDO el analista Craig O'Shannessy, impulsor del cambio que vendrá.
Como experto en táctica, trabajó con Djokovic entre 2017 y 2019 y en los últimos años ha impulsado una empresa de análisis que colabora con varios torneos y federaciones. Hay alguna compañía más, como la que dirige el ex tenista argentino Franco Davin, pero su papel todavía es secundario. Todos los entrenadores les reclaman las estadísticas en directo, la mayoría las observan durante el partido, pero raro, muy raro, es quien las utiliza para aconsejar a su pupilo. «Formamos la primera generación de analistas y, de momento, nuestro trabajo se utiliza para explicar qué ha pasado, a posteriori, no para cambiar lo que está pasando. Para mi el futuro es que haya un analista en cada palco y que éste directamente dé instrucciones al jugador», expone O'Shannessy, muy optimista con el porvenir de su oficio.
Las reticencias del circuito
Porque el tenis, un deporte atado a las tradiciones como pocos, todavía reniega de la importancia del 'coaching'. En primer lugar porque estuvo prohibido durante décadas y quien se saltaba la norma estaba muy mal visto, sobre todo en los países anglosajones. Y en segundo lugar porque es muy difícil que funcione. Son dos o tres segundos de intercambio, normalmente entre los ánimos del público, y el jugador no siempre está receptivo.
«Una indicación puede ayudar a ganar un partido, pero esa comunicación tiene que estar trabajada. Más que palabras, deben ser gestos. Por ejemplo, tocarte el hombro izquierdo si quieres que saque por la izquierda, indicarle con las manos que juegue más largo o que haga más dejadas. Hay jugadores que no hacen ni caso y entrenadores que no saben controlar sus emociones y ponen más nervioso a su pupilo», señala Javi Fernández, responsable de la Tennis Group Academy de Marbella y actual técnico de Mario González, jugador de la quinta de Carlos Alcaraz que intenta hacerse un hueco en el circuito.
"Lo más aconsejable es que animen"
«Hay muy poco tiempo y el jugador está concentrado, por eso el coaching durante el partido es complicado. Lo más aconsejable es que los entrenadores animen, que transmitan su apoyo al jugador, pero que no den muchas instrucciones. Si no, puede llegar lo que llamamos parálisis por análisis. Si en tres segundos indicas al tenista que juegue más profundo, que ataque más al revés y que salte más en el saque, lo normal es que luego cometa una doble falta. Como mucho una indicación y si puede ser comunicación no verbal, mejor», añade Miguel Crespo, doctor en psicología y entrenador de entrenadores como responsable del Departamento de Educación de la Federación Internacional de Tenis (ITF), que pese a todo cree que «el tenis evolucionará en ese sentido», más si vuelven a cambiar las reglas.
Stefanos Tsitsipas, este miércoles, en Roland Garros.CHRISTOPHE PETIT TESSONEFE
Ahora los entrenadores pueden hablar, pero sólo cuando el tenista está en su lado y no en todos los torneos. Los Grand Slam acceden, pero algún Masters 1000 todavía se resiste. «Shut up!», es decir, «¡Cállate!», le exigía Stefanos Tsitsipas a su padre, Apostolos, este miércoles en pleno partido ante el alemán Daniel Altmaier, que también terminaría ganando. Realmente el tenis tiene una revolución pendiente.
«Ya lo hemos hecho en apenas dos semanas. Ahora nuestro objetivo es hacerlo en sólo una», proclama Lukas Furtenbach en conversación con EL MUNDO y es el anuncio de una gesta, de una chifladura, de un milagro o de una insensatez. Furtenbach es el dueño de Furtenbach Adventures, una de las empresas de guías de alta montaña más conocidas en el mundo, sobre todo en Estados Unidos, y una semana es el tiempo que, según su oferta, tardarán sus clientes en ascender al Everest. Sólo siete días desde que salgan por la puerta de su casa en Nueva York, Los Ángeles, Londres o Madrid hasta que alcancen el techo del mundo. Alpinismo a todo gas, montañismo exprés.
Si una expedición normal suele tardar unos dos meses entre volar a Lukla con escala en Katmandú, completar la caminata hasta el campo base, acostumbrarse a la altitud, cruzar la enorme cascada de hielo del Khombu y hollar la cumbre a través del mítico escalón de Hillary; la expedición Flash de Furtebanch Adventures promete hacer todo eso en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo? Con mucha planificación, varios trucos y alguna trampa. ¿Por cuánto? Por 103.900 euros en la versión más económica o 199.000 euros en su versión premium.
Para saber más
La compañía austriaca con oficina en Estados Unidos está especializada en viajes de lujo así que, además de comodidades como una tienda de campaña climatizada de 80m2 con baño privado, ofrece un servicio de traslado que no deja horas muertas. De cualquier ciudad del mundo a Katmandú, de allí a Lukla en avioneta y de allí al campo base del Everest en helicóptero. Pim, pam.
Hay espacio para aclimatarse en los cercanos Island Peak o Mera Peak, de más de 6.000 metros, pero no es más que un trámite. Al fin y al cabo, los rápidos ascensos de Furtenbach al Everest cuentan con ayudas como la compañía de dos sherpas experimentados por escalador, oxígeno ilimitado de día y de noche y, por supuesto, el uso de cuerdas fijas en toda la montaña. Con todo eso, cualquiera puede alcanzar los 8.848 metros de la cima, pero para ir tan rápido hay que ir más allá. Otras empresas de guías de alta montaña, como la nepalí Seven Summit Treks, ofrecen servicios parecidos; el truco de Furtebanch está en la aclimatación.
Más oxígeno en sangre
«Somos pioneros en la pre-aclimatación con tecnología hipóxica. La utilizamos desde 2008 y ahora mismo tenemos mucha experiencia. Gracias a ella, en 2022 conseguimos completar un guiaje completo en el Everest en sólo 16 días», cuenta el propio Furtenbach, que se refiere a la preparación de sus clientes en sus propias en las semanas previas a su viaje a Nepal. Un protocolo personalizado por un especialista, cámaras de hipoxia para dormir, máscaras para hacer ejercicio y lo último de lo último: sesiones de tratamiento con gas xenón.
Desde este año la empresa ofrece unas inhalaciones con el gas noble para multiplicar el oxígeno en sangre de quienes les contratan. El xenón engaña al cuerpo para que piense que le falta oxígeno, estimula la producción de EPO y a priori hace que en la sangre haya más glóbulos rojos. Con ello, los alpinistas deberían llegar al campo base como si llevaran allí viviendo toda la vida. Pero hay varios motivos para la polémica.
"Crece el riesgo"
El primero es que el xenón es dopaje. Desde que varios deportistas rusos lo utilizaran para los Juegos Olímpicos de invierno de Sochi 2014, la Agencia Mundial Antidopaje lo tiene prohibido, aunque los montañistas que escalan el Everest no están bajo sus directrices -al fin y al campo no forman parte de ninguna competición. El segundo motivo es que puede ser muy peligroso.
«Con el aumento de hematocrito, la sangre se vuelve más viscosa, fluye menos y crece el riesgo de que haya un accidente cardiovascular. De hecho, muchos grandes montañeros han fallecido por eso. De Iñaki Ochoa de Olza se decía que tenía un don para la aclimatación, que su cuerpo respondía muy rápido a la falta de oxígeno y, según el cardiólogo que le hizo la autopsia, eso pudo espesarle la sangre y causarle el edema que finalmente le afectó», analiza Adrián Castillo, investigador en Ciencias de la Salud en la Universidad de Alcalá y autor de la revista especializada Fissac, en conversación con este periódico: «Además no hay evidencia de que el gas xenón aumente el rendimiento. Por comparar, un ciclista puede ingerir más hidratos, pero eso no quiere decir que vaya a ir más rápido».
Furtenbach Adventures alega que el entrenamiento en hipoxia previo y la reducción de tiempo en el Everest hacen que sus expediciones Flash sean más seguras que el resto, pero el debate está abierto en el techo del mundo. Hasta 40 clientes ya han contratado sus servicios para la próxima primavera. Alpinismo a todo gas, montañismo exprés.
Cuenta Juanjo López, traumatólogo y médico de Carlos Alcaraz, que hace unos años tocó fondo. Mucho estrés, poco ejercicio, mucho sueño... y al final la espalda crujió. «Sufrí una lumbalgia aguda, apenas podía moverme. Estábamos en el pueblo de mi mujer, embarazada de ocho meses, y tenía que ayudarme su abuela, la bisabuela de mis hijos. Entonces dije: 'Hasta aquí'. Pedí una excedencia de mi trabajo en la sanidad pública y cambié de hábitos: empecé a entrenar más, a cuidar mi alimentación, a descansar mejor», recuerda López que ahora publica un libro 'Hábitos para ser el número 1' (Espasa, 2024), donde ofrece consejos, recuerda su proceso de transformación y relata lo que vino después: ahora viaja con Alcaraz y está centrado en sus cuidados.
Si el tenista, que este martes se enfrenta a Stefanos Tsitsipas en cuartos de Roland Garros (no antes de las 20.15 horas, Eurosport), sufre algún dolor, ahí está López para ayudarle.
Trabajaba como traumatólogo infantil, experto en anomalías como el pie zambo, y ahora cuida de Alcaraz. ¿Cómo fue el cambio?
Muy progresivo. Cuando sólo era un niño, a los ocho años, le hice su primera revisión. Su padre era mi profesor de tenis, yo era residente de traumatología y venía al hospital [el Virgen de la Arrixaca de Murcia] para que lo valorara. Por supuesto no sabía que iba a ser tenista. A los 14 años, cuando logró sus primeros puntos ATP, pasé a ser parte de su equipo. Recuerdo que ya le hicimos unas plantillas para que su pisada fuera perfecta, que su desgaste físico fuera simétrico.
¿Sufrió Alcaraz en la adolescencia? Suele ser una época de dolores.
Es cierto, lo es, pero no, Carlos no sufrió dolores de crecimiento. Tan sólo recuerdo que pasó por una patología de rodilla habitual en adolescentes que se llama Osgood-Schlatter. Ocurre cuando el cartílago está todavía abierto y se inflama de forma episódica por culpa de la tracción repetida. Le obligó a parar un tiempo. Pero sobre los 16 años ya le cambió el cuerpo y con el trabajo de fuerza, se hizo el tenista que es. También le ayuda mucho la genética privilegiada que tiene. P. ¿Tuvo claro
¿Tuvo claro dejar su plaza en el hospital para empezar a viajar con Alcaraz?
No, no, no lo tuve claro. Siempre había querido trabajar en el ámbito del deporte, pero cuando haces una residencia en un hospital y obtienes una plaza, abandonar esa plaza es complicado. Pedí la excedencia antes de que Carlos ganara el US Open de 2022, fue una apuesta. Pero quería dar una medicina de calidad y cada vez me costaba más. En el hospital llegué a atender a 69 niños en un mismo día, así es imposible hacer buena medicina. Afectaba al paciente y me afecta a mi. De ahí vinieron mis problemas de espalda.
Un rival le lanza una dejada y Alcaraz corre a salvar la bola. ¿Cierra los ojos para no mirar?
Alguna vez sí. Sufro en cada carrera, la verdad. Si Carlos tiene una lesión me siento responsable. Pero hay cosas que no puedo controlar. Ni yo ni Carlos. Si se tuerce el tobillo sólo podemos tratarlo y que se recupere bien lo más rápido posible.
Rafa Nadal ha jugado infiltrado, Paula Badosa lo ha hecho este mismo Roland Garros. ¿Se puede ser profesional y no vivir con dolor?
Es difícil. Deporte profesional y dolor van cogidos de la mano. Pienso en la prótesis de cadera de Andy Murray y en cómo afectará a su vida. Por eso con Carlos pensamos en el corto plazo, pero también en el medio y el largo. Es importante que dispute este Roland Garros, pero también que esté sano para Wimbledon y los Juegos Olímpicos y que, cuando acabe su carrera, dentro de muchos años, pueda vivir con salud. Hay que tenerlo todo en cuenta.
¿Fue difícil tratar la reciente lesión en el antebrazo derecho de Alcaraz?
Fue un proceso duro, siempre es difícil. Cuando actúo yo es porque algo malo está pasando. Para mí el torneo ideal fue el último Open de Australia: no tuve que darle a Carlos ni un analgésico, no sufrió ningún problema. Hay que tener en cuenta que los jugadores tienen una serie de compromisos con los torneos y los sponsors y esos compromisos a veces chocan con su salud. Mi papel es mirar por la salud de Carlos.
Carlos ha confesado muchas veces que abusa del móvil, un mal de estos tiempos. En su libro explica cómo combatir esa adicción.
Precisamente Carlos está ahora leyendo mi libro, tratamos de instaurarle el hábito de la lectura porque es un gran remedio. Él sabe que el robo del tiempo es tremendo y que el descanso es básico para el rendimiento. Son cosas a mejorar. Lo ideal es dejar de tocar el móvil dos o tres horas antes de dormir, aunque para los jóvenes eso es muy difícil porque la vida fluye por esa vía. Además la dopamina que generan los vídeos causa adicción. Pero Carlos sabe que eso es negativo y está cambiando el hábito.
Todo el equipo de Alcaraz es una piña, siempre van juntos, siempre se animan. Es inhabitual en el circuito.
Totalmente. Con Carlos todo es muy familiar, muy sencillo, es un buen chico, es divertido y hace que creas en el proyecto. Todos en el equipo remamos en la misma dirección, se nota la unidad. Además, todos estamos cediendo muchas cosas a favor de Carlos. Echamos mucho de menos a la familia, nos perdemos cosas en casa y estar juntos nos ayuda.
Cuentan que usted de joven se asomó al tenis profesional.
No, no, fui cabeza de ratón. Gané algún torneo a nivel de club, simplemente. En cuanto jugué dos previas de torneos future me dieron por todos los lados. Me lo pusieron fácil, me enviaron a estudiar.