Mundial de balonmano
Semifinales
Si España vence hoy a Dinamarca y el domingo alza el título se convertirá en el mejor seleccionador de siempre. Su método: innovación, trabajo, serenidad.
Hace ya 30 años, Jordi Ribera reunió a sus jugadores en el Gáldar canario ante un ordenador y empezó a explicarles en la pantalla, con círculos y flechas, cómo jugaba el rival. Aquello era realmente nuevo. «En aquella época todo se hacía en papel. El propio Jordi nos entregaba unos informes larguísimos sobre mil cosas. Aún guardo algunos, como uno en el que explicaba el juego de Mateo Garralda, el referente de entonces en mi puesto. Pero él quería estar a la última y se gastaba medio sueldo en software, en programas de análisis, en herramientas para ayudarnos. Era un avanzado», recuerda Ambros Martín, jugador suyo a mediados de los años 90 y hoy entrenador del Gyori ETO húngaro, que propone una definición de Ribera que repite todo aquel que le conoce. «Es un estudioso, le dedica las 24 horas del día al balonmano, es su estilo de vida. Pero quizá su mayor virtud es que es inconformista. Para mí esa es la diferencia. En todos los equipos se hace scouting, hoy en día es la norma, pero él no se queda sólo en los ataques o en las defensas, analiza hasta el último detalle que puede mejorar el rendimiento de su jugador», apunta Martín sobre un entrenador que ya es historia del balonmano español.
El bronce en los Juegos Olímpicos de Tokio, los dos Europeos consecutivos y las últimas dos semifinales de Mundial. Si este viernes la selección vence a Dinamarca (18.00 horas, Teledeporte), aún más si el domingo vence en la final, estará por delante de Juan de Dios Román o de Valero Rivera en los libros. Otra cosa serán las calles, incluso las gradas. Pocos españoles sabrían decir quién es el actual seleccionador de balonmano y menos, muchos menos, reconocerían a Ribera si se lo cruzaran. Su silencio, su discreción y su tranquilidad son parte de su método. No es protagonista ni cuando le enfocan.
En las dos prórrogas de los cuartos ante Noruega, cuando los corazones infartaban, él pedía un tiempo muerto, sacaba la pizarra y detallaba calmado la siguiente jugada. Nada de arengas. «En esos momentos no hace falta que te griten. Tú ya vas a mil. Te va bien que el entrenador te explique con calma, que te serene, que te haga ver que él lo tiene todo bajo control. Cuando llegó a la selección tuvimos que descifrarlo, pero ahora ya le conocemos y sabemos qué piensa en cada momento», señala Gedeón Guardiola en el hotel Mercure Posejdon Gdansk, donde este jueves, cómo no, pesaba el cansancio. Este viernes debería ser otra cosa.
La pizarra firmada
El propio Guardiola fue protagonista de una de esas anécdotas que definen a Ribera. En 2018, en plena celebración del primer Europeo de la historia de España en los pasillos del Arena Zagreb, el seleccionador se afanaba en pedirle a sus pupilos que le firmasen la pizarra. Era un recuerdo, claro, pero también un reconocimiento: tanto trabajo, tanto análisis, no sirve de nada sin el acierto de quienes juegan.
«Tiene un enorme respeto por los jugadores y ellos lo notan. Por ejemplo, nunca se mete en lo que hacen en las concentraciones en su tiempo libre, porque considera que son profesionales, que ya saben lo que deben hacer. Con el trabajo que hace se gana su confianza, porque le echa muchas horas, y el resto lo hace desde el respeto», señala el técnico Javier Vallejo, que fue su ayudante en el Ademar de León, en ese largo camino que ha llevado a Ribera donde está.
Nacido hace 59 años en Sarrià de Ter, un pueblo de 5.000 habitantes cerca de Girona, desde pequeño jugó en el club local, con mucha tradición, hoy en Primera Nacional, pero nunca destacó. Todo lo contrario. De adolescente ya sabía que lo suyo sería entrenar. Y a los 23 años ya dirigía el primer equipo del Sarrià y las categorías inferiores de la selección catalana. Desde ahí se dio a conocer fuera de casa, desde ahí recibió la llamada del Arrate y desde ahí debutó en Asobal como técnico con sólo 26 años. Luego vendría una época gloriosa en el Gáldar, pasos más cortos por Ademar y la selección de Argentina, y un proyecto enorme: Brasil. Con los Juegos de Río 2016 en el horizonte se plantó en un país que no sabía nada de balonmano y construyó allí una estructura con centenares de viajes a los clubes para descubrir, para enseñar, para impulsar. Los cuartos de final brasileños en aquellos Juegos fueron mérito suyo. Y luego, en 2016, llegó la llamada de España, donde ya ha hecho historia. Innovación, trabajo y serenidad.