Lamine Yamal eclipsa a Vinicius en el trepidante empate entre España y Brasil en el Bernabéu

Lamine Yamal eclipsa a Vinicius en el trepidante empate entre España y Brasil en el Bernabéu

La noche estaba montada en torno a Vinicius, en una especie de reivindicación brasileña y disculpa española por los inadmisibles gritos racistas que ha recibido en varios campos de este país. Ocurre que la figura del futbolista del Real Madrid ha llegado a un punto de desencuentro en el que no se admiten matices. Ni sus detractores reconocen la gravísima, y obvia, realidad que sufre siendo objeto de insultos racistas, ni sus defensores asumen su otra realidad, incuestionable, esa que habla de un deportista inaceptable por su actitud ante rivales, árbitros y aficiones contrarias. Reflejo probablemente de una sociedad, la española, proclive a la polarización extrema, Vinicius no admite diálogo. O se le elogia todo, o se le censura todo. Da igual. [Narración y estadísticas].

Conviene no olvidar tampoco que él mismo se ha atribuido, o alguien se lo ha asignado, un papel, el de icono contra esta lacra, para el que quizá no esté preparado. Un chico tan joven, al que le pasan tantas cosas y tan rápido, difícilmente está capacitado para asumir el liderazgo en algo de semejante envergadura. Bien haría él, o quien está cerca de él, en orientarle para que la lucha que ha emprendido, legítima, necesaria, imprescindible, se ajuste a la realidad de un chaval de 23 años que, simplemente, juega muy bien al fútbol. Sus lágrimas, como su fútbol, no admiten matices, por muchas cámaras de televisión, y de cine, que le apunten desde hace bastante tiempo.

Asumidas todas las aristas de Vinicius, tomadas las fotografías con el lema Una sola piel y habiéndole sido otorgado el privilegio de ser capitán en su partido, fue el turno de la pelota, escenario del que parte Vinicius y al que, cuando vuelve, entrega una versión, esta sí, única e indiscutible. Es un jugador fantástico, por mucho que ayer estuviera, como el resto de su equipo, con la tensión por los suelos. Una carrera por su banda, salvada por Le Normand, a la media hora, fue todo lo que pudo ofrecer.

En medio de un ambiente amable, casi pasota con lo que ocurría en el terreno de juego, el brillo fue para Lamine Yamal, otro futbolista distinto, descomunal. Un tipo diferencial de esos que no sobran y menos a un equipo como el español. Suya fue la noche, un rosario de regates y amagues, de fintas y mentiras, de engaños y de ilusionismo. Un show que terminó en empate gracias a dos penaltis para los locales inventados por el árbitro, un portugués de nombre Antonio que colaboró lo suyo y que en el último instante compensó un poco a los brasileños señalando otra pena máxima para dejarlo todo en tablas.

Vinicius agradece la ovación del público.PIERRE-PHILIPPE MARCOUAFP

España puso más porque era su obligación, jugaba de local y aunque fuese por aquello del qué dirán, debía mostrarse al menos interesado. Dispuso Luis de la Fuente un equipo que se parece mucho al titular que iniciará la Eurocopa y entre eso, la dimisión brasileña y un árbitro amigo, firme al señalar el punto de penalti en un piscinazo de Lamine Yamal, la selección se puso muy pronto por delante. En el aire, sin embargo, siempre flotó la sensación de que no es lo mismo contragolpear con Rodrygo o Vinicius que con Nico Williams o Morata. Sin desmerecer a nadie, la calidad individual en el último tercio del campo vestía de amarillo, salvo Lamine. A esta España no le va a costar dominar los partidos porque tiene jugadores de mucho talento en el medio, pero sí va a sufrir cuando los partidos los decidan los grandes jugadores. Ella sólo tiene uno. Muy bueno, pero uno.

Quiso Dani Olmo desmetir esto último con un gol increíble, fruto de un caño y un recorte deliciosos en un par de metros, con una definición perfecta al palo largo en el 2-0. Tiene calidad España, sí, pero no tiene esa calidad diferencial que da títulos más allá del juego, salvo, conviene insistir, mirando de reojo al DNI, a Lamine. Un regateador puro, de una calidad sublime, capaz de salir por los dos costados, de amagar, de engañar, de driblar… Un jugador diferencial de verdad.

En todo caso, con dos goles de ventaja era el momento de la selección, a la que sin embargo se acercó Brasil sin querer, gracias a un exceso de confianza con Unai Simón, que se marchó al vestuario sonriendo, quitándole importancia o asumiento que esto, regalarle un balón a Rodrygo, forma parte del juego. El caso es que ese gol, poco antes del descanso, dio paso a otro, poco después de ese descanso, que dio el empate a Brasil, un equipo, ahí sí, mucho más intenso, más agresivo, con toda la viveza que le había faltado en el arranque. Acertó Endrick, otro de esos niños deslumbrantes. Tras ese impetuoso inicio de segundo tiempo, la cosa se calmó y todo devino en el mundo al revés, con pitos a Morata, dueño de una noche nefasta, y aplausos a Vinicius, que tras 70 minutos de intrascendencia decía adiós a su partido bajo una ovación intensa. Se quedaba en él, en el partido, Lamine Yamal, eclipse de todo lo que ocurrió anoche, menos del racismo.

kpd