Voilà! El golpe de gracia de Tadej Pogacar llegó en los Alpes, allá donde sufrió los dos últimos veranos, donde se dejó dos Tours y se hizo de carne y hueso ante Jonas Vingegaard. Un remate en forma de exhibición en los cielos de Isola 2000, sin la piedad que tuvo Indurain con Rominger en 1993. Tantas cuentas pendientes para esta reconquista del esloveno que ya es un hecho con diferencias de otra época, a falta de la eléctrica jornada del sábado y de la contrarreloj del domingo en Niza. [Narración y clasificaciones]
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En la Costa Azul se coronará Tadej, el imbatible, que alzó los brazos en la estación de Isola, tan poderoso en altitud, fatiga y calor, como si los días y las palizas de la tercera semana no contaran para él. Despejando cualquier incógnita. Los puños arriba y la reverencia, la rabia y la sonrisa, los mechones de su cabello asomando por el casco amarillo. Y el contraste con las lágrimas del caído, de un Vingegaard consciente de que todo se había acabado, abrazado a su mujer embarazada en la meta.
Son cuatro años golpeándose, una pelea de estilos y de orgullo, un bendito combate que ha engrandecido al Tour. La memoria llevaba al Granon y a la Loze, donde Pogacar dijo hace un año: “Se acabó, estoy muerto”. Qué diferencia esta vez, tan pleno él, tan herido su rival que ni pudo salir esta vez al acelerón, que no ataque, del líder.
Ocurrió a nueve kilómetros del final. Como él había anticipado, “la mejor defensa es un buen ataque”, y la Grande Boucle, si es que había alguna duda, resultó sentenciada. Vingegaard, que hace tres meses estaba inmóvil en una cuneta del País Vasco, se puso a rueda de Evenepoel -bien escoltado por un Mikel Landa que seguirá peleando con Joao Almeida por el cuarto puesto- para minimizar pérdidas. Marcó al que ahora es su oponente por el segundo puesto en la general. La diferencia en meta fue de 1:42 con la pareja.
Estas cumbres de los Alpes Marítimos habían sido una de las pocas etapas que el danés pudo reconocer después de su accidente en la Itzulia, pero también es territorio Pogacar (vive en Mónaco) y el propio Evenepoel había estado concentrado dos semanas antes del Tour. Pero quizá ya ni el propio Vingegaard ni su equipo confiaban.
El Visma Lease a Bike, otrora tirano incontestable, optó por una extraña táctica que anticipaba lo que iba a ocurrir. Mandó por delante bien pronto, ya la ascensión al Col de Vars, a los dos mejores hombres que tenía, Kelderman y Matteo Jorgenson, y dejó aislado a su jefe mientras los UAE hacían la selección en el grupo. Buscando el triunfo de etapa, hicieron camino junto a Carapaz (nuevo líder de la Montaña), Hindley, Simon Yates y el español Cristian Rodríguez (sin rastro de los Movistar), atravesando el temible Bonette, la carretera más alta jamás afrontada por una gran vuelta, los 2.802 metros por los que Federico Martín Bahamontes pasó dos veces primero en los años 60.
Iba a ser el norteamericano el último en ser engullido por el ciclón de amarillo, a dos kilómetros de meta, como antes lo habían sido Carapaz y Yates, que apenas resistían 100 metros a la rueda de la locomotora. Es la 15ª victoria en el Tour de Pogacar, la cuarta en esta edición, la que sentencia su tercera corona en la mayor ciclista del mundo, el año que también ganó el Giro. Como Pantani.