La revolución de Valentín Vacherot, el desconocido que se enfrentará a su primo en la final de Shanghai tras ganar a Djokovic

La revolución de Valentín Vacherot, el desconocido que se enfrentará a su primo en la final de Shanghai tras ganar a Djokovic

La vida sin Carlos Alcaraz y Jannik Sinner es una vida extraña. Sin ellos el tenis no encuentra el camino y anda sin brújula. Este domingo (10.30 horas, Movistar), en la final del Masters 1000 de Shanghái se enfrentarán dos primos, dos hombres fuera del Top 50 que hasta esta semana no habían pisado ni unos cuartos de final en un torneo de este calibre. ¿Cómo? Con uno de ellos, la sorpresa tiene explicación: el francés Arthur Rinderknech, de 30 años, número 54 del mundo, es uno de esos altones que a base de saques puede vivir la semana de su vida en una pista rápida como la china. Nadie lo veía en la final, nadie lo consideró candidato ante rivales como Alexander Zverev, Félix Auger-Aliassime o Daniil Medvedev, pero todos ellos están como están. La verdadera conmoción, sin embargo, lleva el nombre de su primo, Valentín Vacherot.

Nada sabía nada de él, vagaba por el puesto 204 del mundo y optará a un título de Masters 1000 tras derrotar al tenista más laureado de la historia, Novak Djokovic.

Nacido hace 26 años en Roquebrune-Cap-Martin, un pueblo bonito entre Francia y Mónaco, Vacherot eligió representar al Principado -el país de su madre- después de formarse en el tenis estadounidense en la Universidad de Texas A&M. Su tenis no dice gran cosa -mide 1,93, juega con la derecha, revés a dos manos, estilo limpio, sin florituras-, pero su aparición sí. Hasta hace nada, su territorio eran los torneos Challenger, donde había ganado cuatro títulos y su ranking era intermitente hasta que llegó a Shanghái.

Desde la previa, con un patrón lógico, tranquilidad, orden, precisión, economía, se impuso a adversarios del nivel de Alexander Bublik, Tomas Machác, Tallon Griekspoor y Holger Rune y acabó en semifinales ante Djokovic. El resultado fue tan limpio como improbable: 6-3, 6-4. El serbio, incómodo, falto de ritmo, se marchó cabizbajo; Vacherot, apenas con un gesto, levantó la vista hacia el cielo. No gritó. Ni un esfuerzo de más.

El final de Djokovic

Su clasificación es un acontecimiento estadístico —el jugador con el ranking más bajo en alcanzar una final de Masters 1000—, pero también simbólico. Es la demostración de que el tenis, en estos meses, vive una crisis de jerarquías. Con Sinner y Alcaraz fuera del tablero, Djokovic resistiendo el calendario y la generación intermedia atrapada en la duda, los torneos están huérfanos. Vacherot es estos días la imagen de ese vacío.

Andy WongAP

El futuro de Vacherot está por escribirse, y el tenis sabe que las irrupciones de este tipo no siempre se consolidan. Pero pase lo que pase en la final ante su primo, su salto ya tiene un peso estructural. En Mónaco, el país donde viven más tenistas, nunca antes nadie había llegado tan lejos. Su resultado lo convertirá, como mínimo, en top-60 del ranking mundial, y si ganara, rozará el top-40. Más allá de los números, su aparición recuerda que al circuito le faltan referentes que no sean el Big Two.

Y, además, que Djokovic se apaga. Su derrota no es solo un tropiezo aislado; es una señal. Entre mareos y vómitos, Shanghái ha mostrado a un jugador vulnerable ante rivales que antes ni lo rozaban. Su objetivo, alcanzar los cien títulos, empieza a parecer menos inevitable y más lejano, no porque haya perdido el talento, sino porque el físico ya no le alcanza. Lo que antes era rutina ahora es desgaste; lo que antes era dominio ahora es supervivencia. Queda Vacherot como símbolo de que el serbio está cerca de marcharse y que detrás suyo sólo hay dos hombres.

kpd