Fue cuestión de pasión y de alma. De dos equipos tan en las Antípodas de sus posibilidades como de sus corazones. La primera gran sorpresa de la Copa la protagonizó el La Laguna Tenerife, ese grupo salvaje de Txus Vidorreta, que firmó una remontada tan brava como tétrica fue la desintegración del Barça, un pelele en las manos del infinito Marcelinho Huertas. [91-86: Narración y estadísticas]
Nunca será la última exhibición del base brasileño, siempre hay margen para una obra maestra más. Afortunados los presentes, los que vieron a un ‘chaval’ de casi 42 años merendarse a todo un Barça, desnortado tras la lesión de Kevin Punter, derretido en una segunda mitad sin sentido en la que todo lo que pasó lo dictó Marcelinho y sus 22 puntos, seis asistencias, seis rebotes y mil lecciones.
Contrastaba la euforia aurinegra y la desolación azulgrana en el Gran Canaria Arena. ¿Cómo se le pudo escapar una noche a Joan Peñarroya que llegó a dominar por 12 en la primera mitad? ¿Cómo pudo el Tenerife resucitar? La respuesta es Marcelinho, el contagio, la conexiones, el cómo buscó a Fran Guerra, en cómo masticó cada ataque para encontrar siempre la mejor opción. Esos pases imposibles, la maravilla del pick and roll. Fue una canasta suya la que puso por primera vez a los insulares por delante, a falta de seis minutos (76-75). Luego un triple, otro de Doonerkamp y errores y más errores de un Barça que ya estaba muerto.
Doornekamp, entre Fall y Parra, ayer.Quique CurbeloEFE
Ante un rival de la experiencia y veteranía del Tenerife no puede haber resquicio físico. Eso el Barça lo pareció saber bien bien temprano: le convenía un ritmo elevado, cuanto menos respiros mejor. Tenía en mente lo que ocurrió el año pasado en Málaga, cuando, en semifinales, le asestó un histórico parcial de 40-8 que dejó el partido para los restos. Esta vez también fue un primer acto único: nadie en la Copa había metido 33 puntos para empezar.
Fue fruto de su acierto y de la equivocación de los aurinegros, que se dejaron engatusar por el intercambio de golpes. Se puso las botas Satoransky y también Punter y Jabari Parker. La defensa de Txus Vidorreta se veía desbordada y ni la sabiduría eterna de Huertas (con 41 años, 8 meses y 16 días, nadie jugó nunca en la Copa con esa edad, superando a Middleton) contenía al Barça. Que llegó a mandar por 12 (35-47), aunque Fitipaldo y el show siempre oportuno de Vidorreta (forzó una técnica cuando peor estaba su equipo) detuvieron algo la hemorragia.
El Barça parecía fluir, como hace unos días en Valencia. Pero el infortunio aguarda donde menos se le espera. Fue volver de vestuarios y, en una acción fortuita, el hombro izquierdo de Kevin Punter se fue al garete. Un mazazo. Bien lo sabe ya Peñarroya, que perdió al comienzo de curso a Laprovittola y que ahora no tiene a Vesely. Y ningún refuerzo obtuvo.
En esos minutos raros tras la lesión, el Tenerife se reenganchó a la batalla. Iban a ser clave. Llegó a arrimarse (63-66), pero el Barça se mantuvo con los golpes de talento de Metu y Jabari mientras se elevaba la temperatura en contra de las decisiones arbitrales. Al siguiente arreón canario, los de Peñarroya cayeron a la lona fulminados. Tenerife o Unicaja estarán el domingo en la final.
Una vida juntos. Tres isleños, dos baleares y un canario, unidos por el talento y el destino. Carreras cruzadas para Rudy Fernández, Sergio Rodríguez y Sergio Llull, quienes un 9 de octubre de hace 13 años disputaron por primera vez un partido defendiendo la misma camiseta (en el Palacio, contra el Fuenlabrada, victoria y 34 puntos del tridente) y cuya parada final, antes de los playoffs ACB, será en el Uber Arena de Berlín, la quinta Final Four juntos, del trío del que todos hablan, los veteranos, los que marcan la diferencia y no sólo en la cancha. Los guardianes de las esencias, los que, como dice su entrenador, «lideran con el ejemplo».
«Como si fuera la primera», proclama el que 100% no estará en otra Final Four más. Sin pronunciarlo, Rudy confirmó que están siendo sus últimos partidos como profesional. Cumplidos los 39 años, resistiendo al paso del tiempo y las lesiones, el de Palma mira sus desafíos finales, su cuarta Euroliga, su séptima ACB y sus sextos Juegos como nadie hizo jamás (acumula ya 11 medallas con España), palmarés de vértigo.
Y también hace repaso, de los debuts y de las herencias. De lo que ahora intentan dejar como legado al resto. «Los que vienen nuevos ven que esto es una familia y el escudo va por delante de cualquier cosa. Para eso estamos los veteranos», admitía estos días un Rudy que, mirando al porvenir del club, al impostergable relevo generacional, compara la identidad del vestuario blanco con la de España. «Cuando llegué en 2004 me arroparon y me hicieron saber la filosofía de la selección. Es parecido a lo que intentamos hacer aquí. Lo dijo Ancelotti, todos nos sentimos una familia, fútbol femenino, masculino y baloncesto», explicaba antes de partir hacia Alemania.
Uno de esos alumnos aventajados fue Luka Doncic, quien hace poco más de un año, cuando el trío de veteranos se erigía en protagonista en la remontada insólita de cuartos ante el Partizán de Obradovic, se rendía a sus maestros en redes sociales. «Me encantan los viejitos», bromeó igualmente otro ex compañero, Andrés Nocioni. Aquel fue el penúltimo baile, coronado con la Undécima en Kaunas. Han pasado 11 años desde que los tres juntos disputaron su primera Final Four, en 2013 en Londres, donde precisamente perdieron la final contra Olympiacos.
El lockout y Laso
El destino les había hecho coincidir de blanco primero. Fue durante el lockout de la NBA en 2011, cuando Rudy fichó temporalmente por aquel Madrid de Pablo Laso que daba sus primeros pasos (él terminó ese curso en Denver y regresó). No disputó aquella Supercopa en Bilbao por lesión y esa mañana de octubre contra el Fuenlabrada (unos días después, en Charleroi, jugaron juntos su primer partido en Euroliga, también con victoria) fue el capítulo iniciático de un libro extraordinario.
Después, coincidieron en cuatro Final Four más y levantaron tres. Si alzan la de Berlín entraran en un selecto grupo y sólo serán superados por Dino Meneghin (siete títulos) y Clifford Luyk, Aldo Ossola y Alvertis (cinco).
Llull ha disputado 10 de las últimas 13 Final Four -«intentamos cuidarnos un poquito más que el resto»- y Rudy, que no estuvo en 2011, nueve. El Chacho las mismas, aunque repartidas con el CSKA (también fue campeón) y el Armani Milán. También con la selección compartieron una trayectoria de aventuras y éxitos. De la primera vez que coincidieron, en los Juegos de 2012, hasta el 2016. Protagonizaron los tres un periodo en el que lograron cuatro medallas en cinco veranos: la plata olímpica en Londres, el bronce continental en Eslovenia, el oro de Lille y el bronce en los Juegos de Río, con el único traspié del Mundial patrio de 2014.
Rudy y el Chacho fueron ya campeones del mundo en 2006 y Llull y Rudy lo hicieron en 2019. Existencias entrelazadas, como cuando el Chacho y Rudy jugaron a la vez en los Blazers. Pero hambre intacta, a pesar de que si se suman todos sus títulos, la cifra asusta: han ganado 90, casi tantos como años (112) entre los tres. «La sensación es tan buena y bonita cuando ganas, que quieres perseguirla constantemente. Pones mucho esfuerzo, quieres que merezca la pena. Eso es lo que nos mantiene», explicaba el base esta semana, sin aclarar todavía si se retirará al final de la presente temporada (en unos días cumplirá 38 años): «No he profundizado en la decisión que tomaré. Puedo tener una idea, pero lo que pase en Berlín no será decisivo. Quiero estar centrado en competir bien y disfrutarlo».
Rudy Fernández, Sergio Rodríguez y SergioLlull, antes de su primera Final Four.
«Son los que guían y transmiten a los jóvenes cómo funciona esto», había dejado dicho su entrenador, quien sigue contando con los tres en cada partido, situaciones críticas o momentos de sentenciar, casi siempre al comando de la segunda unidad. A los tres esta temporada han respetado las lesiones. O, evidentemente, si hay que jugarse la última bola. Para eso, no hay dudas, Llull. «Me la volvería a tirar. No me voy a esconder en esos momentos», proclamaba, recordando la histórica canasta ante el gigante Fall de hace un año en Kaunas, tan presente para todos este viernes en la pretendida revancha de Olympiacos.
«¡Yaaa, Lexus, amigo mío!». Juan Matute (Madrid, 1997)chasquea la lengua, palmea con tanta firmeza como cariño el cuello de su caballo, al que monta en una danza hipnótica bajo el sol primaveral. «Tiene nueve años, es el Lamine Yamal de esto», presume el jinete español, hace un momento a lomos del tordo Navaltocón, otro ejemplar de una belleza sublime. Fue una mañana como esta, en el cuadrilongo cubierto del Centro Ecuestre Sun Point, cuando hace poco más de cinco años Juan volvió a nacer. «El regalo», le gusta llamarlo al jinete.
«El 5 de mayo de 2020 estuve al borde de la muerte. Desde entonces tengo dos cumpleaños. Esa fue mi segunda oportunidad de la vida».
Aquella era la primera vez que, en pleno confinamiento por la pandemia, Juan pudo acudir a entrenar con sus caballos a la finca de Arroyomolinos. Los Juegos de Tokio habían sido pospuestos por el coronavirus, pero seguía latiendo el anhelo de imitar al padre, una leyenda Juan Matute senior de la doma clásica española, olímpico en Barcelona, Atlanta y Sidney (en Pekín, con Juan ya nacido, acudió como suplente). Bajo su mirada ejecutaba el movimiento estrella, el passage piaffe, encima de Guateque IV. «Estábamos ya terminando. Le di un respiro al caballo y estábamos descansando, cuando me empecé a marear, a perder el campo de visión. Una sensación de náuseas. Gracias a Dios mi padre estaba a pie de pista y me dijo que me bajara del caballo. El accidente hubiera sido fatal. Según me senté en el suelo, el dolor de cabeza fue brutal. Grité: '¡Mi cabezaaaa!'. No recuerdo absolutamente nada más». Había sufrido un gravísimo derrame cerebral.
Matute, con otro de sus caballos, en Arroyomolinos.Angel Navarrete
Lo que siguió, en palabras de Juan, al que se lo contaron mil veces porque lo olvidaba, que todo lo repasa con una sonrisa y todo lo apoya en una fe que el proceso despertó -«antes del accidente era más bien tibio, de ir a misa de vez en cuando. Después, llegó mi conversión al camino de la verdad. Obró el milagro el Jefe»-, fue de «película de terror».
Ambulancias, policía, un helicóptero que lo trasladó al Hospital La Paz. «Todo por un chavalín sano de 22 años que hacía su deporte». Que venía sufriendo desde días atrás intensos y extraños dolores de cabeza, «punzantes en el ojo izquierdo». Asomaba una malformación de nacimiento, arteriovenosa congénita. Le operaron de urgencia pero no funcionó y quedó en estado crítico. «A mis padres les llegaron a preguntar si yo era donante de órganos. Ellos pensaban que me habían dado por muerto. Pidieron a un sacerdote que me diera el último sacramento, la extremaunción», pronuncia con frialdad, antes de relatar, ahora sí con emoción, el siguiente milagro, «la llamada de Estela, una conocida del mundo de la hípica». Que les habló del doctor Claudio Rodríguez y su equipo, de la Fundación Jiménez Diaz, de su experiencia en operaciones intravenosas. «Había visto las imágenes y creía que podría conseguirlo. Mis padres se agarraron a ese clavo ardiendo. Me pudieron trasladar dos días después, cuando bajó la presión intracraneal. El 9 de mayo fue la segunda operación». Cuatro horas en el quirófano a vida o muerte. 25 días en coma.
La mañana que volvió a la hípica, meses después, sus caballos se asustaron. Pesaba 55 kilos y sufría hemiparesia. «Fue emocionantísimo. Los caballos me miraban raro. Olía a medicina. Emitía un aroma extraño para ellos, que son tan sensibles. Y andaba como un robot, no me reconocían». No tardó en volver a subirse, en volver a caerse también. «Mi lado derecho estaba paralizado. Si en nuestra disciplina ya es complicado, ahora me faltaban recursos. Habilidad. Mi padre me gritaba: '¡Juan, levántate, inténtalo de nuevo!'».
Juan Matute, con Lexus, en Arroyomolinos.Angel Navarrete
No iba a ser la última caída para un chico de 22 años, 10 de ellos viviendo en Florida, que había visto cómo todo se truncaba sin previo aviso. El niño que desde los seis practicaba la hípica -«empecé en la categoría de ponis, en la disciplina contraria, los saltos de obstáculos»-. Que fue campeón de Europa juvenil en 2015. Y que descubrió «el trallazo» de que lo cotidiano se convirtiera en pesadilla, de sufrir hasta «en la tontería más absurda». «No podía peinarme por mí mismo, no podía sonarme los mocos. Tenía que ir en silla de ruedas, me tenían que dar de comer, me duchaban...». Llegaron las nubes negras, la depresión. «Cada mañana me despertaba queriendo tirar la toalla. Estaba rendido, deprimido. 'Que me deje todo el mundo en paz, que ya he sufrido suficiente. Adiós'. Mi madre me decía: 'Hazlo por todas esas personas que no lo han podido superar como tú'». Trabajó con psicólogos, se refugió en la familia y en la iglesia, hasta apreciar lo que él llama «la belleza de la superación diaria».
Juan cuenta todo esto, tan reciente, con una naturalidad que contagia. Sonríe a la vida y persigue con ahínco su sueño olímpico, cada día más de ocho horas con sus caballos. Con sus cuidados, con su entrenamiento. «Todo en la doma es arte, tacto ecuestre. Es un talento, poder compenetrarte con otro ser, con otro animal. Que no es depredador, es más bien presa, un animal de huida. Por lo que tiene que confiar en el jinete. Y eso lleva a la compenetración. Al resultado», cuenta de sus compinches equinos, como «amigos íntimos» con los que quiere triunfar. Y eso que... «Al 100% nunca se recupera uno. Es mucha herida la que me causó el derrame. Hay una facetita que me obliga a superarme cada día, desde la humildad», desvela, sin querer dar más detalles.
Un año después del accidente, aún en plena recuperación, ya se quedó a las puertas de los Juegos de Tokio. Como tres años después a las de París. Y ahí sigue el escudo que llevó su padre, que pretende bordarlo en su propio frac olímpico, porque «a la tercera va la vencida». Los resultados ilusionan. Matute ganó a finales de 2024 en Frankfurt con Lexus, un Gran Premio Internacional Cinco Estrellas, "mi mayor hazaña hasta el momento". También de su récord (69,8% y victoria) con Navaltocón después en el Jarama. Y del Campeonato de España, hace unos días, donde estuvo al borde de otro triunfo. Fue plata en el segundo día de la competición en la prueba de la Intermedia 1 con Formentor (otro de los caballos de su equipo de competición). Con Lexus fue sexto en la final de la prueba grande. «Con margen de mejora y mostrando grandes cualidades y potencial. Recibí comentarios muy optimistas por parte del jurado», relata. Lo siguiente, este mismo año, será el Campeonato de Europa. Y en 2026, el Mundial.
"Millones de niños en todo el mundo han aprendido a montar en bicicleta con Decathlon y millones de adultos usan nuestras bicicletas todos los días, así que estar ahora en un equipo WorldTour es motivo de gran orgullo". Con esta frase de Barbara Martin Coppola, la CEO de la marca deportiva, se confirmó a finales de 2023 el retorno de Decathlon al pelotón ciclista, donde ya había estado de 2000 a 2007. Y de repente, sus bicicletas y sus cascos Van Rysel, tan denostados por el ciclista amateur, se han puesto de moda. Porque, como hizo este martes Valentin Paret Peintre en la cima de Bocca della Selva, sus corredores ganan. El Decathlon AG2R La Mondiale es el equipo revelación de 2024.
Tras la etapa de descanso, el Giro volvía con fuegos artificiales. Una etapa corta desde Pompeya y un puerto larguísimo para terminar. A la cima de Cusano Mutri, se llegaba tras 18 kilómetros a una media del 5,6%. Pogacar se dio una tregua -«estos días estoy más calmado porque tengo otra gran vuelta por delante. Hoy tuvimos calor, luego 20 grados, después en la última subida hacía mucha humedad... Para mí eso es también un buen entrenamiento»- y el UAE permitió una numerosísima escapada, con alguna amenaza incluso para la general (Romain Bardet llegó a ser maglia rosa virtual). Entre los más de 20 fugados también estaba Juanpe López, al que un perro en mitad de la carretera casi le cuesta un disgusto, aunque al lebrijano la caída de los días previos parece haberle debilitado.
Tratnik pronto fue por delante en solitario, en esas cabalgadas de pura fuerza de las que gusta el esloveno. Pero cuando empezaron las primeras rampas, un cuarteto le amenazó. Entre ellos, el menudo y jovencísimo escalador francés. El pequeño de los Paret Peintre -su hermano Aurelian ya ganó una etapa la pasada edición, en Lago Laceno- se estrenó profesionalmente con una exhibición, un huracán hasta la meta, dejando de rueda a su compatriota Bardet y remontando a Tratnik, segundo y tercero respectivamente. Confirmaba el de Annemasse el poderío de la escuadra de moda, pues es la segunda victoria parcial para el AG2R Decathlon tras la de Benjamin Thomas en Lucca.
La exhibición de los corredores franceses, con sus Van Rysel de casi 10.000 euros, tan tope de gama como cualquier S-Works o Colnago, continuó por detrás. El hermano de Valentin también marchaba en la fuga y entró en meta con los brazos en alto, en la quinta plaza. Y, más de tres minutos después, comandando a los favoritos, llegó pletórico Ben O'Connor por delante de Pogacar. El australiano es cuarto en la general.
Entre 2003 y 2004, las bicicletas de Decathlon en las que montaban los corredores del AG2R y el Cofidis lograron más de 100 victorias. En este asombroso retorno, las Van Rysel ya suman 15, sólo por detrás este año de UAE, Lidl Trek y Visma. Los hermanos Paret Peintre, Cosnefroy, el propio O'Connor, Paul Lapeira o Dorian Godon han puesto al equipo galo, que el año pasado con el nombre de AG2R Citroën Team apenas sumó nueve, en la cresta de la ola.