A través de un proceso telemático, la Federación Internacional de Esgrima (FIE), celebró el pasado viernes un Congreso extraordinario en el que se debatieron tres puntos sobre el regreso o no de los atletas rusos y bielorrusos a las competiciones. El Congreso estaba previsto desde 2022 y se convocó porque en opinión del Comité Ejecutivo de la FIE, “existe una necesidad especial de transparencia”. El resultado fue abrumador a favor de la tesis rusa: 91 votos contra 46, por lo que, si nada se interpone, los atletas de ambas nacionalidades podrán participar en el primer gran premio del calendario internacional: la Copa del Mundo de florete femenino, a celebrar en la ciudad polaca de Poznan el próximo 21 de abril.
La decisión ha causado ya un maremoto en el seno de la FIE, presidida en la actualidad por el griego Emmanuel Katsiadakis, un hombre de consenso y ampliamente respetado, que sucedió al anterior presidente, el magnate ruso Alisher Usmánov, quien tuvo que abandonar abruptamente la cúpula de la organización como consecuencia de la guerra de Ucrania. Katsiadakis ha anunciado para este lunes un comunicado oficial, pero difícilmente logrará acallar las voces en contra del acuerdo alcanzado. A pesar de que algunos deportes, como el tenis, ya admiten la presencia de rusos, que uno de los deportes fundadores del olimpismo emprenda esta senda causa alarma en muchos países, así como en otras disciplinas.
El proceso de votación, aunque telemático, fue impecable. Un notario y un abogado, junto a personal de la FIE en Lausana, validaron el proceso y cada uno de los votos. Pero esta gestión irreprochable, así como lo apabullante del resultado, oculta una enorme paradoja. O dos. La primera y más evidente es que la democracia ha actuado en esta ocasión a favor de Rusia. La conclusión despierta una sonora carcajada en un alto miembro de la federación rusa de esgrima, que no encuentra argumentos en contra y señala: “Es el primer paso”. Y cuál será el segundo, entonces, ¿el regreso de Usmánov a la presidencia de la FIE? La respuesta, como era de esperar, es ambigua: “Tal vez”.
La otra paradoja es a la vez una crítica acerba por parte del llamémosle “bloque occidental”, porque si se observa qué países votaron a favor del regreso de los esgrimistas rusos a las pistas, es fácil darse cuenta de que la gran mayoría -con escasas aunque notables excepciones como China o Venezuela- la esgrima es la última de sus preocupaciones: Islas Vírgenes, Burkina Faso, Líbano, Nigeria, Costa Rica, Ghana, Guyana… Como asegura José Luis Abajo, Pirri, presidente de la Real Federación Española de Esgrima (RFEE), “el voto es secreto, pero el resultado ya se sabía. Casi toda Europa es solidaria con el pueblo ucraniano, pero la FIE está muy influenciada por los rusos”. No quiere añadir más. No quiere poner en pie ese secreto a voces que circula desde hace muchos, demasiados años.
Un alto cargo de una federación europea menciona un caso que tal vez explique con claridad la situación que atraviesa la esgrima mundial. Según él, en un congreso no muy lejano creían ya tener los votos suficientes para que triunfara la candidatura de su país. Para su sorpresa, fueron derrotados en el último momento por un estrecho margen. Triunfó la candidatura que apoyaba Rusia. Pidieron explicaciones a algunos delegados con los que habían alcanzado el acuerdo previo y éstos, avergonzados, confesaron que habían cambiado el sentido de su voto porque habían recibido una oferta que no pudieron rechazar. Y en un salto rocambolesco -digno de las “bolas congeladas” en los sorteos de la Champions que nos descubrió Alfredo Relaño– añadieron que les obligaron a hacer una foto a la única papeleta de la que disponían, marcada con la opción que se les exigía. Sólo con esa prueba gráfica, que obtenían con su móvil particular, se les entregaba el dinero prometido.
La fuente confidencial de la Federación rusa niega este extremo tajantemente. “Jamás hemos pagado ni exigido a nadie que nos vote”. Puede que sea verdad, pero lo cierto es que no les hace falta porque quien ejecuta estas maniobras tiene -esta vez sí- nombre y apellidos. Se llama Vitaly Logvin y es miembro del Comité Ejecutivo de la FIE, así como presidente de la Confederación Panamericana de Esgrima, pues, a pesar de sus rasgos marcadamente eslavos, representa a México. De forma unánime, se le considera la mano derecha de Alisher Usmánov en la esgrima internacional y es uno de esos personajes cuyo nombre se pronuncia entre susurros.
No obstante, al margen de estas supuestas operaciones que, como mínimo, rozarían los límites de la ética y cuestionan la esencia del sistema democrático, ha cristalizado un hecho que comparten fuentes de uno y otro lado: y es que la guerra de Ucrania le preocupa muy poco -y cada vez menos- a muchos países de Asia -donde sólo Corea del Sur y Japón mantuvieron el bloqueo-, África y Latinoamérica.
Por otro lado, no hay que olvidar que la entrada de Alisher Usmánov al frente de la FIE supuso un gran incremento en el presupuesto de un deporte minoritario que no atraía publicitariamente a las grandes firmas. A la tercera fortuna de Rusia -valorada en unos 14.400 millones de dólares, según Forbes-, propietario de grandes empresas de comunicación, acero y energía, así como dueño del 30% del Arsenal F.C., no le importó dar un impulso a lo que un día fue su gran afición, de lo que se benefició la esgrima en su conjunto. Un beneficio que desapareció repentinamente con la guerra, abocando a la FIE a una situación económica que en estos momentos parece insostenible.
Fuentes de la FIE -todos rehúsan dar su nombre, porque “cada palabra hoy se examina con lupa”- asumen que “nadie sabe lo que va a pasar”, que se está haciendo todo lo posible para garantizar la “supervivencia” de este deporte y que, en definitiva, la situación es “muy grave”. El anuncio del regreso de los atletas rusos y bielorrusos quizás no llegue en el mejor momento. Las mismas fuentes esperan, no obstante, que el Comité Olímpico Internacional (COI), presidido, por cierto, por el esgrimista alemán Thomas Bach, tome una decisión firme e inapelable sobre este asunto para antes del ya señalado 21 de abril. La federación rusa, por su parte, pide la amnistía sólo para las competiciones individuales. Las pruebas por equipos ya las dan por perdidas, porque saben que ahora mismo la presencia de una escuadra rusa en cualquier deporte es inviable. Eso sí, la misma fuente confidencial asegura que nadie obligará a sus atletas a firmar un manifiesto contra la guerra para poder competir. “Eso nunca lo hará la FIE”, afirma tajante.
Sin embargo, aunque la presencia de atletas rusos se admitiera, los problemas seguirían siendo de enorme calado. Por ejemplo, como señala Abajo, hay países como Polonia -o España- que en estos momentos no expenden visas para los ciudadanos rusos y bielorrusos. Hay, incluso, quien sugirió relocalizar las competiciones más accesibles para los esgrimistas rusos con el propósito de que no pudieran acudir. Por su parte, el presidente de la RFEE espera instrucciones del Consejo Superior de Deportes y del ministerio de Asuntos Exteriores porque esta situación podría afectar negativamente a las pruebas internacionales que se celebran en España. ¿Qué ocurrirá si coinciden un ruso y un ucraniano en una “poule” o una eliminatoria directa? Los ucranianos ya se retiraron de una competición al principio de la guerra porque les tocó contra el equipo de su ahora enemigo mortal. Y su ejemplo fue seguido por muchos. El riesgo de que cada competición se convierta en un escándalo ingobernable es palpable.
A pesar de la tragedia, a veces se atisba una esperanza, un destello de humanidad. La fuente rusa asegura que, poco después de empezada la guerra, se ofreció a acoger en Baku, capital de Azerbaiyan, a la familia del sablista ucraniano Vadym Gutzeit, medalla de oro por equipos en Barcelona 92, representando a la Unión Soviética. La familia rechazó el ofrecimiento y la mujer del sablista viajó en coche hasta España, donde permaneció alrededor de tres meses. Vadym Gutzeit es, y ya lo era entonces, el actual ministro de Deportes de Ucrania.